Rodrigo Fernández Ordóñez
A Claudia Marves, por su amistad.
-I-
En los altos de una librería del Centro Histórico de ciudad de Guatemala, en un callejón cerca de la iglesia de Santo Domingo me encontré con una maravillosa cápsula del tiempo: los primeros ejemplares de la mítica revista Alero, publicada por la Universidad de San Carlos de Guatemala en los años setenta. En el número 1, correspondiente a los meses julio-agosto de 1970, se expone el proyecto de Alero: una nueva revista universitaria y en sus páginas interiores se reproduce íntegro el manifiesto del grupo artístico Vértebra, conformado por figuras fundamentales en el arte moderno guatemalteco: Marco Augusto Quiroa, Elmar René Rojas y Roberto Cabrera. Guatemala era entonces, un país violento también. Apenas 2 años antes, el 28 de agosto de 1968 un comando guerrillero de las Fuerzas Armadas Rebeldes –FAR-, había asesinado al embajador de los Estados Unidos, John Gordon Mein en la avenida de la Reforma a plena luz del día y el 5 de abril de 1970 aparecía asesinado a orillas de un camino en San Pedro Ayampuc, el embajador de la República Federal de Alemania, Karl von Spretti. El propio Kapuscinski le dedicó una crónica sobre su muerte a manos de jóvenes militantes de las FAR. Los comandos urbanos de esa organización habían llevado la guerra a las calles de ciudad de Guatemala. En respuesta, el escuadrón de la muerte Mano Blanca asesinaba a los sujetos que aparecían en sus “listas negras”. En este escenario se funda el grupo Vértebra, que anunció su surgimiento publicando un manifiesto, que por su gran valor histórico se publica íntegro a continuación.
-II-
El manifiesto
Situados entre mitos y leyendas, incertidumbres y miedos, la ciencia y la ficción, la técnica y el progreso, la razón y la barbarie, la abstracción y la naturaleza. Conscientes de nuestra verdad y la de todos. Internados en el siglo de los infiernos bélicos y la infección atómica. Acompañados todo el tiempo de otros que no han sido. Entusiasmados en porvenires que se anuncian. Y seguros ahora donde estamos, que el arte y el lenguaje que hacemos toma posición para el futuro.
De todas las posibilidades de expresión en la plástica contemporánea, nos interesa la que arraiga en un nuevo humanismo. La que ha reencontrado el sendero perdido y se hunde en la comunión y vitalidad del hombre, como medida, impulso y fuego de la creación. En la ansiedad del siglo y su condición existencial, nos interesa el ambiente que nos mueve, nos conmueve y nos deja en la mano la sal de la última lágrima y la brasa del primer vagido. Casi junto al trascendentalismo del mundo gótico –agitado y terrible– nos buscamos en el laberinto del tormento contemporáneo. En el nuestro y los otros. En el que dejamos prendido en el gancho de la herencia y que ahora descolgamos para integrarlo a nuestra latente circunstancia. En el de más allá que sólo puede influenciarnos, cuando reflejamos nuestra certidumbre. Porque al diseño mecánico, frío y temporal de una computadora, anteponemos la forma cortical de un cuerpo. A la funcionalidad científica que nos roza, adelantamos la constancia y la expansión de nuestra esencia.
Nuestro lenguaje quiere hermanarse con el universo de la célula y la formación matérica que nos significa. No como floración de análisis científico, más bien, alquimia de evolución catártica. Mística y evocación de interioridades propias que descubren la intensidad de una época y un ambiente. Lo que somos, dónde estamos, vamos. Porque vivimos en un tiempo que nos pertenece y donde el tuerto ya no es el rey entre los ciegos. Momento de tensión definitoria y profecía redentora. Equilibrio existencial en el límite insondable de la búsqueda.
El cilicio del progreso nos subyuga: visiones y tentaciones en la ansiedad de una teratología multiforme. Queremos insistir –colocados en nuestro punto exacto- en lo que está debajo de la máscara. En el gesto o la mueca que se cubre con el antifaz de la Física expansiva. Del desarrollo técnico para unos cuantos y donde el plástico lo sintetiza todo. Más allá de donde se trasplantan corazones y refrigeran cadáveres para resucitar más tarde. De máquinas voladoras y lunáticos andares. De aparatos metamorfoseados por la técnica espacial que se mezclan con los poderes infernales de la guerra. De todos los desastres y veladas informaciones que nos llegan por los conductos unilaterales del teletipo.
Aquí, en nuestro medio primigenio, andante, evolutivo, queremos estructurar una conciencia. El arte que hacemos quiere estar por encima de todos los juegos conformistas y los cantos de sirena del mundial artepurismo. De la expansión abstractizante tan falsificada como del tradicionalismo craso. Nos colocamos en el riel de nuestra conformación genética, fieles a una expresión comunicante con el medio. Nuestro lenguaje de raigambre humana deviene de la realidad que nos circunda. No nos preocupan –con conocimiento de causa– los últimos estertores del arte mecánico y egoísta que se repite en Nueva York o Londres. Reconocemos y valoramos la calidad intrínseca de sus raíces, pero nos interesa la otra cara de la medalla: la faz íntegra del hombre. Del hombre, sus problemas, su pequeñez temporal y su grandeza eterna. No la decoración geométrica –producto de la cientificada nostalgia clásica– que sucedió al primer arte de liberación auténtica a principios de siglo, y que hoy tiene su resultante directo en el diseño mercantil de modas y los objetos de la producción en masa.
Si en un tiempo seguimos huellas extrañas, vericuetos de ajenos y transitados caminos, ahora descubrimos la potestad de nuestra posición geográfica y calidad antropológica. Estamos hundidos y saturados en la vivencia natural del barro que pisamos, con todo su atavismo y presente propio. Lo que somos y donde estamos es más importante que la novedad estilística de lo que hacemos. Certidumbre de nuestro destino y ebullición constante, en la plenitud de una verdad reconquistada. No somos huéspedes de nuestro mundo, ni reporteros que miran la batalla desde la retaguardia, sino luchadores con parte de iniciativa histórica y genuina responsabilidad.
Tenemos un compromiso con la expresión de nuestra plástica. Lo que puede cautivarnos, no nos impide ver los puntos vulnerables. Estamos en el camino del encuentro con una autenticidad que consideramos valedera. La expresión nuevamente figurativa –por decir humana y realista porque quiere mostrar al hombre desnudo– que practicamos, tiene que ser acusadora y brutal. Protesta con color de juicio cáustico, crítica y cortante. Debe ser apasionada, catártica, directa.
Tomamos del arte pasado y presente, los paralelos necesarios para una comunicación más integrada. Reconocemos nuestra deuda con todos aquellos visionarios que dejaron en su pintura la huella de una humanidad latente. Los viejos y los nuevos, los muy conocidos, los anónimos, los ignorados. Pero fundamentalmente no olvidamos los seres y las cosas del ambiente que nos rodea. Aquí vivimos y aquí están las raíces que nos atan.
Unimos nuestra experiencia anterior y presente, para comunicar una intención más radical y violenta en lo que accionamos. Compartimos una vivencia común y un concepto plástico arraigado en un ahora que nos pertenece y que está muy cerca, a nuestro lado. Descontamos toda confusión o giro naturalista de tipo cartel publicitario o demagógico. Lo que nos interesa es la integración visionaria, profética y acusadora. El hallazgo de valores plásticos de contenido popular, de manifestaciones vivenciales del diario discurrir, de la vida que pasa y nos amarra a hechos novedosos, a circunstancias insospechadas. La potencia y eficacia de este realismo, la concebimos en la inquietud del hombre contemporáneo y la conciencia de su época que se desgarra, aspira a la comunión, a la unidad.
Y más allá de nosotros, la expresión humana de un arte y una coexistencia futura.
GRUPO VÉRTEBRA
Guatemala, marzo 1970