Arte monumental italiano en Guatemala
Rodrigo Fernández Ordóñez
En los parques y plazas del país, nos observan obras que fueron pensadas, ejecutadas o diseñadas por artistas italianos, quienes ante la escasez de personal capacitado en estos lugares, pusieron al servicio del Estado sus talentos, coincidiendo con la forja del nacionalismo que surgió luego que las guerras entre partidos se solucionó a favor de los liberales. En el caso de Guatemala, un soldado de la revolución liberal de 1871 asumió la presidencia justo para conmemorar los 25 años del movimiento, celebrándolo con estatuas y monumentos que a la vez de decorar la ciudad a la mejor usanza europea, instruían al público paseante bajo sus sombras, sobre la historia y logros de un movimiento que se impuso como solución de futuro para un país que soñaba con el progreso.
-I-
El contexto ideológico
El historiador David J. McCreery afirma que un elemento importante del ideario liberal era la admiración hacia lo extranjero (ya fuera europeo o norteamericano) y el sueño de imitar a las sociedades que se creía más desarrolladas. “Los gobernantes liberales evidenciaron no solamente la presuposición ideológica de la superioridad de las ideas y las personas extranjeras, sino que asumieron que la mayoría de los guatemaltecos estaban en una posición genética desventajosa para tratar de competir con ellos”[1], apunta en su ensayo. En consecuencia, se creyó que la solución para superar esta desventaja era la migración. Ya cuarenta años antes, durante el gobierno del doctor Mariano Gálvez se había intentado estimular la entrada de extranjeros para que se establecieran en territorios remotos para que crearan algún tipo de polo de desarrollo, y así garantizar de alguna forma, la presencia del Estado en estos lugares. El régimen conservador también trató lo mismo, con los mismos resultados negativos. Son conocidos los intentos de establecer poblaciones europeas en las Verapaces y en la Costa Atlántica, para neutralizar la amenaza inglesa, pero las precarias condiciones de salud y de infraestructura no permitieron que estos proyectos se desarrollaran adecuadamente y fracasaron rotundamente, con una cauda importante de víctimas mortales, sobre todo en el caso de la colonia belga establecida en la bahía de Santo Tomás, en Izabal.
Así, tras el triunfo de la Revolución Liberal el Gobierno trató de retomar el tema, pero con la intención de superar los primeros errores, decidieron institucionalizar la inmigración, de forma que el Estado tuviera una participación activa para garantizar el éxito de las colonias de extranjeros que se establecieran en la república. Se involucró al Ministerio de Fomento en la planeación y ejecución de obras que encaminarían al progreso, entidad que priorizó la contratación de extranjeros sobre los nacionales, no solo por cuestiones de capacidad y conocimiento tecnológico, sino también bajo la creencia de que las virtudes de los extranjeros podrían transmitirse a los nacionales mediante el ejemplo. Esta posición ideológica, “…condicionaba a los gobernantes a considerar que las cosas ‘modernas’ como preferibles al equivalente local. El Ministerio de Fomento gastó miles de pesos empleando a expertos extranjeros para desarrollar nuevos productos o métodos de producción en la república. La mayoría resultaron incompetentes o abiertamente trataron explotar credulidad de los liberales…”[2], comenta McCreery, quien incluso da el ejemplo de un ciudadano estadounidense de apellido Millin, quien tuvo que refugiarse en un barco anclado en el Puerto Santo Tomás para no ser arrestado por incumplir su contrato, o el caso de Daniel Butterfield, quien haciéndose pasar por agente del Gobierno de los Estados Unidos obtuvo un contrato, demostrándose posteriormente su impostura, manteniéndosele de todas formas el contrato.
El Gobierno creía que enfrentaba un problema serio. Tenía que construir infraestructura (tender líneas de telégrafo, construir vías de ferrocarril, acondicionar puertos) y desarrollar una agricultura tecnificada que permitiera al país dar el ansiado salto adelante, y asumió que la población indígena local no contaba con las condiciones biológicas adecuadas para desempeñar estos trabajos, por lo cual decidió que la solución era importar mano de obra extranjera. Ahora las cosas parecían estar saliéndole bien al Gobierno guatemalteco, pues la situación en ciertos países de Europa contribuyó a que mucha gente abandonara sus lugares de origen y se lanzaran a la aventura en el “nuevo mundo”, arribando a las costas guatemaltecas con intención, o por casualidad, como fue el caso de la primera oleada de inmigrantes italianos. Al parecer todo fue gracias a la Sociedad de Inmigración, creada por el Ministerio de Fomento, que “…debía de redactar una ventajosa ley de inmigración liberal y proponer medidas y prácticas para atraer colonizadores. La Sociedad debería asegurar a los inmigrantes precios reducidos en la Pacific Mail y las compañías del muelle, y obtuvo exenciones de impuestos para inmigrantes agrícolas…”[3], la compañía también preparó contratos que permitían a los recién llegados adquirir tierra con opción a compra. Esta sociedad abrió oficinas en California y Nueva York y editó folletos y libros alentando la migración, ofreciendo ventajas para quienes aceptaran establecerse en el país. También se anunció constantemente en periódicos, no solo estadounidenses sino también, europeos. Esta oficina también financiaba artículos que hablaran favorablemente de Guatemala, y en uno de ellos, publicado en italiano en Marsella hacía “promesas incumplibles”, en palabras del citado historiador norteamericano.
“Sin embargo, quizás debido a esta notoriedad, llegó sin previo anuncio un barco a comienzos de 1878, a la costa del Caribe en Guatemala trayendo trescientos cuarenta inmigrantes italianos y tiroleses. Fomento ordenó que se trasladara lo más rápidamente al altiplano a estas familias, lejos de la costa insalubre mientras iban juntando los fragmentos de su historia. Un contratista marsellés había reunido el grupo originalmente con un contrato para Venezuela, pero cuando este país no pudo cumplir con el pago prometido, los encaminó hacia Guatemala.”[4]
El Gobierno dispuso instalar a las familias italianas juntas, en parcelas cercanas a la capital. Sin embargo, muchos de ellos, conocedores de oficios y no atraídos por la vida rural de la remota Guatemala, decidieron abandonar las tierras y se emplearon en ciudad de Guatemala, o bien iniciaron pequeños negocios. Al año siguiente arribó una segunda oleada de italianos, quinientos, “pero el propietario del barco tuvo que abandonar Guatemala por las deudas y quejas.” En esta segunda oleada de migrantes, vinieron varios artistas que con el tiempo dejaron su impronta en ciudad de Guatemala y en poblaciones de provincia, a los que dedicaremos la segunda parte de este texto, con ejemplos de su legado. Según Rodrigo Gutiérrez Viñuales, “…en el caso de Guatemala, el arribo a partir de la última década [del siglo XIX] de escultores como Antonio Doninelli (en 1893), Andrés Galeotti Baratini, Juan Espósito, el exitoso Francisco Durini, Bernardo Cauccino, Acchile Borghi, Luis Liutti y Desiderio Scotti…”[5] A nosotros en esta ocasión, nos interesan dos nombres particularmente, Francisco Durini y Acchile Borfhi, por sus monumentos levantados en memoria de los héroes de la revolución liberal, monumentos que pese al olvido y la negligencia históricas en Guatemala se resisten a desaparecer. Pero eso lo abordaremos en el siguiente apartado.
Los anuncios sobre oportunidades de trabajo en Guatemala en periódicos de Estados Unidos rindieron sus frutos, aunque no de la forma esperada. Comenta McCreery que una de las olas de extranjeros provino del sur de los Estados Unidos, tras una “grave depresión agrícola”, que sacudió a esta región y al medioeste. En 1884, cientos de desempleados llegaron a la ciudad de Nueva Orleáns con la intención de conseguir trabajo en las plantaciones de algodón, y tras enterarse de las ofertas guatemaltecas, “pelearon por abordar los vapores”[6] con destino a nuestro país. La llegada de doscientos hombres por mes durante los meses finales de ese año a Guatemala, no tardó en salirse de las manos. En los camarotes de los vapores viajaron delincuentes, estafadores y “malhechores de todo el valle del Mississippi”, según se afirmó en un periódico del puerto de Nueva Orleáns.
“Cuando los periódicos de Nueva Orleáns y la Marina de los Estados Unidos investigaron la situación, encontraron que reclutadores inescrupulosos, en contubernio con capitanes de barco, mintieron, estafaron e incluso secuestraron hombres, dejándolos en la playa de Puerto Barrios a un tanto por ‘cabeza’. Los salarios y las condiciones no eran las anunciadas, un sistema de trueque mantenía a los hombres endeudados. Muchos enfermaron y murieron en un ambiente pestilente y extraño. Bastante retrasados en el trabajo, los contratistas cerraron los ojos a las irregularidades en el reclutamiento y defendieron las condiciones de los campamentos.”[7]
A pesar de que siguieron arribando extranjeros a nuestras costas para establecerse en el país, otros destinos se convirtieron en más atractivos. Grandes mercados laborales emergentes como Argentina, Brasil o el mismo Estados Unidos ya recuperado de la Guerra Civil recibieron por cientos de miles a los europeos que así pasaron desapercibida a Guatemala como destino para buscar una vida mejor.
-II-
El legado artístico
Afirma don Rigoberto Bran Azmitia que en la segunda oleada de migrantes italianos a Guatemala, vino el artista Acchile Borfhi, quien fue uno de aquellos hombres que pusieron sus conocimientos artísticos al servicio del país que los recibió, coincidiendo con un momento interesante en la historia de Guatemala y del resto de América Latina: la construcción de la Nación, y que enfrentaba una dificultad, como lo era: “…la falta de mano de obra especializada en el tratamiento del mármol, lo que se agravaba con el hecho de que en las escuelas de Artes y Oficios no se solían enseñar estos aspectos…”[8], en el caso más dramático de Guatemala, no se fundó una Escuela de Bellas Artes sino hasta 1895, gracias a la iniciativa del presidente Reina Barrios.
A propósito de ello apunta Gutiérrez Viñuales:
“…la construcción de la idea de ‘nación’, proceso en el que no faltarán como componentes ineludibles la fe en el progreso y el afán de europeización en muchos ámbitos de la vida cotidiana y de la cultura. Este factor se expresará, en la faz artística, en la intención de los gobiernos de crear urbes a imagen y semejanza de las más prestigiadas del Viejo Continente.”[9]
En esta ambición de “civilizar” al país, el entonces presidente de la república, general José María Reina Barrios planeó todo un proyecto de embellecimiento de la ciudad, con la intención de preparar el terreno para esa gran ola migratoria que se esperaba se viera atraída a establecerse en Guatemala cuando se supiera los pasos agigantados que daba hacia el progreso, gracias a esa obra magnífica que sería la corona de la presidencia de Reinita: la Exposición Centroamericana de 1897. La ciudad debía tener un rostro moderno y un aire salubre. Tenía que expandirse fuera del rígido damero colonial y buscar la amplitud de los bulevares, escapando de la estrechez de sus calles y avenidas. Tenía que buscar los bosques, la luz del sol que se colara por entre los árboles y el aire puro que se podría respirar en los bancos y brocales de las fuentes que se levantarían para ese propósito. Guatemala tenía que ofrecer a los europeos un ambiente similar al de sus grandes capitales para convencerlos de migrar. Guatemala entonces, debía tener también su Bois de Bologne.
El decreto emitido por Reinita el 1 de julio de 1892, lo explica mejor en el lenguaje de la época:
“…Considerando:
Que el ornato de toda capital civilizada hace más simpática la residencia a sus inmigrantes, a la par que proporciona ventajas para los regnícolas;
Que los jardines y parques públicos son indispensables, así para la belleza de las poblaciones como para la higiene pública, proporcionando ello no sólo un punto de recreo y distracción, sino más bien un sitio de utilidad positiva para la salud de los moradores.”
Así, Reina Barrios decretó la creación del Jardín de la Reforma, que consistía en un parque público de grandes dimensiones y una avenida arbolada con monumentos conmemorativos, que educaran a la población sobre su historia y sus héroes. El Gobierno comisionó a Francisco Durini Vasalli para diseñar y ejecutar los monumentos más sobresalientes de esta República que liberada del atraso gracias a la Revolución Liberal, festejaba sus 25 años de modernidad, según proclamaba la propaganda y el ideario liberal tan bien estudiado por la doctora Artemis Torres, a quien hemos citado antes en alguno de estos textos.
La columna dedicada al general Miguel García Granados, justo en el arranque del boulevard 30 de junio al norte, el monumento dedicado al general Justo Rufino Barrios y el Palacio de la Reforma, que terminaba el boulevard al sur fueron diseñados y ejecutados por este importante contratista, que también dejó importante obra en México, El Salvador y Costa Rica. Su hermano Lorenzo Durini, se estableció en Ecuador, en donde también se conservan sus majestuosas creaciones.
Acchile Borfhi, por su parte, de quien no se tiene mucha información, salvo los datos que arriba hemos apuntado, realizó una escultura interesante del general Justo Rufino Barrios, inaugurada en su natal San Marcos en el año de 1900, y que tiene el mérito de ser la primera escultura fundida en Guatemala, según apunta en sus notas del arte escultórico en Guatemala, el artista plástico Guillermo Grajeda Mena, contradiciendo a otros autores que afirman que la primera escultura fundida en el país es la dedicada al doctor Lorenzo Montúfar, ejecutada por el escultor Rafael Rodríguez Padilla e inaugurada en 1923, conmemorando el centenario del nacimiento del intelectual liberal. A la mano de Borfhi se debe también, el león de bronce que domina actualmente el Arco del Sexto Estado, en la ciudad de Quetzaltenango.
[1] McCreery, David J. La estructura del desarrollo en la Guatemala Liberal: café y clases sociales. Revista Anales de la Academia de Geografía e Historia de Guatemala. Tomo LVI, enero a diciembre de 1982. Página 219.
[2] McCreery. Op. Cit. Página 219.
[3] Ibid, página 222.
[4] Ibid, Página 222.
[5] Gutiérrez Viñuales, Rodrigo. Italia y la Estatuaria Pública en Ibérica. Algunos Apuntes. En: Sartor, Mario (coord.). América Latina y la cultura artística italiana. Un balance en el Bicentenario de la Independencia Latinoamericana. Buenos Aires, Instituto Italiano di Cultura, Buenos Aires: 2011. Página 4.
[6] Ibid. Página 220.
[7] Ibid. Página 221.
[8] Gutiérrez Viñuales, Rodrigo. Carrara en Latinoamérica. Materia, Industria y Creación Escultórica. En: Berresford, Sandra (ed.). Carrara e il Mercato della Scultura 1870-1930. Milán, Federico Motta Editore, 2007. Página 3.
[9] Gutiérrez Viñuales, Rodrigo. Carrara en Latinoamérica. Materia, Industria y Creación Escultórica. Op. Cit. Página 1.