Los absurdos designios del poder: lo que está sucediendo no está sucediendo en realidad

Rodrigo Fernández Ordóñez

En la historia de Guatemala han sucedido hechos que por absurdos, parecen haber sido inventados o bien por una mente siniestra, o bien por alguien con un muy peculiar sentido del humor. La terrible erupción del volcán Santa María, en el occidente del país en el año 1902 y la absurda respuesta del dictador pertenecen a ese mundo extraño que parece surgido de las tortuosas mentes de Franz Kafka, Philip K. Dick o de Stanislaw Lem, que pendulan entre lo terrible y lo risible.

 

SelloGuate

 

-I-

La escena.

 

Una escena se me repite en la mente a cada poco. No hay duda que en mis años de adolescencia, cuando leí por primera vez ¡Ecce Pericles!, el inquietante recuento de la larga tiranía de Manuel Estrada Cabrera, causó honda huella en mi subconsciente, pues a la fecha me parece que la vida del dictador se presta para una fantástica película que, bien dirigida y producida, con guión de Rafael Arévalo Martínez, podría competir con Ciudadano Kane, su sitial en la historia. Eso sí, tendría que ser una cinta en blanco y negro.

La escena en cuestión es la que sigue, de Manuel Valladares, citado por Arévalo Martínez:

“… el periódico oficial aseguró que el retumbar ensordecedor era debido a la erupción de un volcán lejano en la frontera de México y que el país estaba tranquilo absolutamente. Y tal afirmación se imprimió en volantes y se hizo publicar por bando en todas las poblaciones, al extremo (…) de leerse el bando en Quetzaltenango a las doce del día con ayuda de lámparas portátiles, porque las cenizas del inmediato volcán y los pedruscos ensombrecían el cielo y caían sobre las cabezas de los despavoridos moradores…”[1]

 

Es en verdad un recuento alucinante, que por sí sólo constituye un párrafo poderoso de realismo mágico, tan bien explotado por Miguel Ángel Asturias, y que nos reconfirma que las barbaridades relatadas en su novela son hechos perfectamente plausibles en una época en que la voz del Señor Presidente se tenía como la propia voz de Dios. El dictador era dueño de vidas y destinos y ya que estaba en ésas… ¿por qué no de la naturaleza misma?

-II-

Los hechos.

 El 24 de octubre de 1902, alrededor de las cinco de la tarde el Monte Xcanul o Volcán Santa María explota en una violenta erupción, que habría de mantener su violencia hasta el día 26. Tres días de continuo vomitar de fuego, en columnas que alcanzaron los 30 kilómetros de altura. Tan sólo en las primeras 24 horas, se calcula que el volcán expulsó ocho kilómetros cúbicos de magma convertido en arena, que alcanzaron en total, un volumen suelto de 20 kilómetros cúbicos que se regaron sobre cientos de kilómetros a la redonda.[2] Las nubes de ceniza, “… formaban a veces hongos, otras veces un manto negro que se desplazaba por el cielo, ante las plegarias de los vecinos para que nada les pasara…”[3]

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Fotografías: limpieza de los campos de la ceniza expulsada por el volcán Santa María, s/a. Obtenidas en Skyscrapercity, en el foro de la ciudad de Quezaltenango.

 

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Fotografía: limpieza de los campos de la ceniza expulsada por el volcán Santa María, s/a. Obtenidas en Skyscrapercity, en el foro de la ciudad de Quezaltenango.

 

 

 De los devastadores efectos de la erupción nos da cuenta Monzón Despang, en su interesante artículo, al que habremos de regresar en más de una ocasión, ya que es de las pocas referencias que hemos hallados sobre este tema, que no deja de parecernos interesante:

 “Sus efectos incluyen extensas áreas cubiertas por medio metro de ceniza volcánica, atmósfera contaminada de polvo y gases, flujos de lodo entre torrenciales lluvias, carencia de agua potable y alimentos, vegetación desfoliada, fauna eliminada o enloquecida, destrucción de viviendas, daño severo a la infraestructura vial, población desplazada y merma en exportaciones…”[4]

 

 

 

 

 

El mismo artículo menciona un informe redactado por Teófilo Palacios, vicecónsul de México en Retalhuleu, para la Secretaría de Relaciones Exteriores de México, que señala:

 

“La erupción en su estado de fuerza duró desde el 24 de octubre hasta el día 28, sepultando con las materias vomitadas la mayor parte de las zonas cafetaleras de Xolhuitz, Costa Cuca, Chuvá, Progreso y Tumbador. Se calcula en más de trescientos mil quintales de café la pérdida de la cosecha presente…”

 

 

 

 

Pero como reza el refrán, las desgracias nunca vienen solas: la constante lluvia de la pesada arena volcánica fue cubriendo a la ciudad de Quezaltenango que apenas se empezaba a recuperar de los daños causados por el terremoto de San Perfecto, que sacudió al occidente del país la noche del 18 de abril de 1902. El sismo, iniciado a las 20:33:50, tuvo una duración minuto y medio y una magnitud de 7.5 grados, había provocado que los pobladores abandonaran los hogares más lastimados y se instalaran en las plazas y parques de la ciudad en improvisadas construcciones a las que más adelante se les bautizaría como “tembloreras”. Algunos de los espacios abiertos que fueron aprovechados para instalar estos apresurados campamentos fueron la plaza de Centro América, el jardín La Unión, los antiguos campos de la feria y el Cantón La Democracia.

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Fotografía de los daños causados a la ciudad de Quezaltenango por el terremoto de San Perfecto, en abril de 1902. Obtenidas en Skyscrapercity, en el foro de la ciudad de Quezaltenango

 La endeble infraestructura de la ciudad colapsó ante los eventos naturales. Tanto el servicio de agua como el de electricidad quedó suspendido, y como la ceniza expulsada por el volcán cubrió los alrededores, bloqueando caminos y enterrando campos, los alimentos empezaron a escasear. Los cultivos de café de Costa Cuca, los de caña de azúcar en la costa, los campos de pastura para el ganado y los cultivos de hortaliza quedaron arrasados por la ceniza, que se calcula cubrió un radio de 323.75 kilómetros cuadrados, con un espesor que alcanzó los 20 centímetros.[5] El manto negro se dispersó por el área de Palajunoj en la costa sur de la república y hacia el occidente, llegando incluso ceniza hasta Oaxaca, México, como llegó a comprobar el doctor Karl Sapper, quien incluso realizó un interesante mapa que ilustra el artículo que hemos citado de Monzón Despang y que ilustra la profundidad de los depósitos expulsados por el volcán.

 

 

 

 

 

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Fotografía de los daños causados a la ciudad de Quezaltenango por el terremoto de San Perfecto, en abril de 1902. Obtenidas en Skyscrapercity, en el foro de la ciudad de Quezaltenango.

 

José Juan Guzmán relata en las páginas de El Quetzalteco:

 

“…Sin embargo, en el acta de sesión extraordinaria del 30 de octubre de 1902 del ayuntamiento de Quezaltenango, se describe que se carecía de servicios básicos, porque toda la región de occidente estaba devastada y se solicitó permiso para importar sin pago de impuesto 2 mil quintales de harina y 300 cabezas de ganado de Honduras o México. Cabrera solo autorizó la harina, porque el Estado no tenía fondos, y afirmó que se habían acabado con el terremoto de San Perfecto.”[6]

Por su parte, el historiador Oscar Soto recupera para nosotros el bando publicado por el alcalde de la ciudad, el que por su interés transcribo:

 

“Mariano J. López. Alcalde 1º Municipal de esta ciudad. A sus habitantes hace saber: que con el fin de evitar que los techos de las casas se hundan por el peso de la arena, desde el día de mañana todos los vecinos procederán a la limpieza del caso, para cuyo efecto la Jefatura Política suministrará los mozos indispensables, debiendo colocarse la arena en el lugar de la calle que el Sr. Juez de policía designe. Queda prohibido sacar la arena del interior de las casas a las calles. Por tanto para que llegue al conocimiento del vecindario publíquese por bandos.”[7]

No obstante la magnitud del desastre ocurrido, que se extendió por una buena porción del país, en su región occidental, el gobierno de Manuel Estrada Cabrera permaneció impasible, intentando quitarle importancia al desastre. Minimizándolo.

 

 

-III-

Los egoístas motivos del poder.

 

 

Los motivos del dictador no podrían ser más egoístas. Se acercaban las fiestas minervalias[8] y todo estaba a punto para realizarlas, así que la voluntad del autócrata no quería que nadie se interpusiera en esa fiesta anual dedicada a cantarle alabanzas a la mano férrea, mucho menos si eran noticias de desastres naturales. Nadie podía empañar tan importante ocasión en que el hombre, oriundo de Quezaltenango, se presentaba ante el mundo como el protector de la juventud estudiosa e iluminado por la diosa del saber.

 

Así, se le ocurrió negar la terrible realidad que le saboteaba su fiestecita. La solución fue trasladar el volcán al otro lado de la frontera y decirle a los habitantes del occidente de la república que la realidad no estaba sucediendo. Lo dice don Manuel Rubio mejor que yo, por eso le cedo la palabra:

 

“Era preciso celebrar las fiestas de Minerva, la glorificación del dictador, y fuerza era prescindir de los crespones de un duelo nacional para que triunfaran con dianas y regocijos las anuales minervalias. Mientras que Quetzaltenango, lugar de su nacimiento, lloraba ruinas y asolación. Cabrera recibía incienso y homenajes en paseos, revistas y festines.”[9]

 

 

Por eso no había dinero para mandar a los afectados por el desastre. Las arcas estaban a disposición del Señor Presidente, para pagar las fiestas y paseos, no para andarse gastando los menguados pesos en tareas de beneficencia. Habrá pensado como Somoza, 69 años después, que los damnificados bien podían dormir bajo las estrellas. Así la voluntad del Hombre, las fiestas minervalias iniciaron con fasto el 27 de octubre. Según Arévalo Martínez, para colmo, estos festejos (sobre las que nos extenderemos en alguna otra ocasión), alcanzaron ese año de 1902 connotaciones fastuosas. Se publicó el correspondiente álbum conmemorativo, “lujoso volumen de gran formato y ciento sesenta y dos páginas en papel de porcelana, profusa y preciosamente ilustradas. La edición debe haber costado una ingente suma”, en palabras de nuestro memorioso escritor.

 

Lo acontecido en la capital, durante el desastre, demuestra la validez de la máxima que dice que “quien tiene la información, tiene el poder”, pues la voluntad del dictador, dictada en un mar de siervos tuvo un efecto, mágico, casi místico, capaz de mover montañas, o volcanes, en este caso, pues según cuenta el ya citado historiador Soto de León:

 

“Los medios impresos de la capital, no hacían mayor referencia de los estragos de la erupción, e incluso informaban que el problema era en el vecino país mexicano, especialmente en Tapachula, Chiapas, claro que en este territorio también se sintió el efecto de la nube de ceniza que viajó por varios días, llegando al sur de México…”[10]

 

 

Monzón Despang[11], señala que las primeras referencias a la erupción en la capital aparecen hasta nueve días después de iniciadas, comentando una “leve lluvia de ceniza”, y situando el origen un volcán mexicano. Una referencia del 26 de octubre, impresa como hoja “extra”, o “alcance”, como se le decía en esa época, informaba de una erupción ocurrida en territorio mexicano. Así, no se ocupaba espacio en los diarios destinado exclusivamente a cubrir las celebraciones a la educación y la juventud. La poca ayuda que habría prestar tan mezquino gobierno llegaría a la región con casi un mes de retraso. El 12 de noviembre de 1902, el ejecutivo ordenó la creación de una oficina con sede en la ciudad de Quezaltenango, con el nombre de “Proveeduría General de Auxilios para la Agricultura”, cuyo objetivo era prestar toda clase de ayuda a los campesinos y agricultores que hubieran sufrido pérdidas por causa de la erupción del volcán. No sería sino hasta diciembre de ese año en que el gobierno central ordena ayuda para las municipalidades afectadas, (haciendo hincapié en el desastre del terremoto de abril, sin mencionar la erupción), de los departamentos de Quezaltenango y San Marcos.

 

Por su parte, la municipalidad de Quezaltenango anunció a su vecinos el 28 de noviembre, la recaudación de un fondo de 15,000 pesos para financiar la limpieza de la ciudad y otra suma de 5,000 para reparar el acueducto general. Se solicitó a la Proveeduría General que interviniera con el fin de administrar apropiadamente los fondos recaudados.

 

Pero el dictador tenía una imagen que proteger. Recordemos que en 1902 apenas empezaba a dar sus pasos la larga dictadura de los 22 años. Así, el presidente ordena la censura de las transmisiones cablegráficas, de forma que se suprimen todas las referencias al desastre, por considerarlas “mentiras”.

 

Pero mal haríamos en señalar sólo las cosas malas derivadas de la erupción del Santa María, pues si bien en las medidas inmediatas el gobierno central tuvo un papel nulo, en las tareas de reconstrucción se empeñó en un nuevo plan de desarrollo urbanístico. Mientras la ciudad de Quezaltenango enfocó sus esfuerzos en la limpieza y recuperación de su núcleo urbano, el gobierno central pensó en expandir la ciudad, como lo señala Francisco Roberto Gutiérrez:

 

“…Es así como de inmediato se desarrolló la ‘Nueva Ciudad’ en el Barrio La Democracia (hoy zona 3), en terrenos que pertenecían al Estado, que planificó el ingeniero Francisco Vela en forma reticular y con amplias calles y avenidas, y que el gobierno central urbanizó y donó a la Municipalidad de Quetzaltenango para su venta. Llama la atención la celeridad y profesionalismo con que el ingeniero Vela planificó, ¡en seis meses!, toda la ‘nueva ciudad’…”[12]

 

 

Es importante señalar que el Cantón de La Democracia había sido sede de campamentos de muchos vecinos que huyeron de los daños de sus residencias a raíz del terremoto de San Perfecto. Incluso se habló de trasladar el centro de la ciudad a este sector, plan que al final no fructificó, pero que habrá servido de base para extender en esa dirección la expansión de la ciudad y su replanteamiento urbanístico. 

   

-IV-

La capilla votiva.

 

Ya me había contado la historia mi buena amiga Maite Marroquín Yurrita, pero no queriendo quedarme solamente con un relato oral, (aunque interesante y detallado), quise abundar en material escrito que diera fundamento al relato que le escuchara, encontrando un interesante artículo, lastimosamente breve, he de protestar, de la escritora María Elena Schlesinger que contiene la historia de la Capilla Yurrita.

¿Qué tiene que ver esta peculiar construcción, que sobrevive como un oasis en el caos del tránsito urbano de nuestra ciudad con los lejanos acontecimientos que hemos venido relatando hasta ahora? Pues vea usted, todo. Porque la Capilla de Nuestra Señora de las Angustias, fue construida por el español Felipe Yurrita, uno de los tantos testigos y afectados por la terrible erupción del volcán Santa María en ese brumoso año de 1902. Le cedo la palabra a Schlesinger, para que ella nos cuente con detalle:

“La génesis de esta capilla se remonta a los primeros años del siglo veinte, cuando don Felipe y su familia salieron con vida de su finca en donde habían quedado atrapados por causa de una terrible erupción volcánica.

La familia Yurrita vivía entonces en la finca El Ferrol en San Marcos, cuando en 1902, el volcán Santa María comenzó a hacer erupción (…) Los Yurrita y sus trabajadores se refugiaron en el almacén de granos, en donde don Felipe improviso un altar a la Virgen de las Angustias, a quien le invocaron su protección…”[13]

 

En sus oraciones, don Felipe prometió que, de salir con vida él y su familia, le construirían a manera de exvoto a la virgen, una capilla para que cualquier creyente pudiera llegar a rezarle. Así, según continúa informando Schlesinger, en 1927 empezó la construcción de la peculiar estructura, ejecutada por Regino y Félix Velásquez, dos mozos convertidos en maestros de obra. La construcción tardó 14 años, siendo inaugurada el 15 de junio de 1941, precisamente cinco meses antes de morir don Felipe. Así, gracias a esta promesa, su campanario de 25 metros de altura, nos recuerda remotos tiempos y nos intriga con su muy peculiar arquitectura.



[1] Arévalo Martínez, Rafael. Ecce Pericles. Editorial Universitaria Centroamericana. San José, Costa Rica: 1983. Página 91.

[2] Monzón Despang, Héctor. La erupción del Santa María. Un desastre que el gobierno insistió en negar. Revista Domingo de Prensa Libre. Guatemala, 24 de agosto de 1992.

[3] Soto de León, Oscar Arnoldo. Centenario de la erupción del Volcán Santa María (1902-2002).  Página 2. (Puede leerse completo en: http://www.url.edu.gt/PortalURL/Archivos/83/Archivos/Departamento%20de%20Investigaciones%20y%20publicaciones/Articulos%20Doctrinarios/Pol%C3%ADticas/Erupcion%20del%20Volcan%20Santa%20Maria.pdf).

[4] Monzón Despang. Op. Cit.

[5] Rose, W. I. Notes on the 1902 Eruption of Santa María Volcano, Guatemala. Bulletin Volcanologique, 1972, Volume 36, Issue I.

[6] José Juan Guzmán. En 1902, Xela aún no se había repuesto del terremoto de San Perfecto, cuando fue oscurecida por un manto de arena. Diario El Quetzalteco, versión online. Quezaltenango, 24 de octubre de 2013.

[7] Soto de León. Op. Cit. Página 3.

[8] “La primera fiesta de Minerva tuvo lugar el día que Estrada Cabrera cumplió 42 años, el 21 de noviembre de 1899. Jefes políticos departamentales, comandantes de armas, jueces, figuras políticas y ciudadanos prominentes remitían sus felicitaciones por escrito o asistían personalmente a las inauguraciones. A partir de ese momento las Minervalias se celebraron cada fin de año académico, usualmente a partir del último domingo de octubre. En general duraban varios días y entronizaron a Estrada Cabrera como benemérito de la Patria…” Catherine Rendón. Minerva y La Palma, el Enigma de don Manuel. Artemis y Edinter. Guatemala: 2000. Página 51.

[9] Arévalo Martínez. Op. Cit. Página 92.

[10] Soto de León. Op. Cit. Página 3.

[11] En su artículo Monzón Despang, nos describe las ediciones del Diario de Centroamérica de esos días, señalando que el día 26 de octubre, contenía el programa de las fiestas minervalias y “en papel satinado, una enorme fotografía del presidente Estrada Cabrera al centro de la portada –algo muy especial en aquellos días”, el 27 y 28 de octubre no hubo periódico por las fiestas, el 29 se titulaba “Fiestas de Minerva”, con el recuento de lo sucedido en las sosas festividades, el 30 de octubre transcribía el “Discurso del Señor Presidente” y el 31 se dedicó el número completo a un escrito de José Santos Chocano, titulado “La Prensa ante Mierva”. No sería sino hasta el 3 de noviembre que se publicaría un editorial, titulado “Proceder inícuo”, en el que se criticaba de alarmista a la actitud de los pobladores de occidente, calificando los daños como “la pérdida de unas cuantas fincas de café”.

[12] Gutiérrez Martínez, Francisco Roberto. Annus terribilis, 1902. Diario elPeriódico, Guatemala, 13 de junio de 2013.

[13] Schlesinger, María Elena. Yurrita. Diario elPeriódico, Guatemala, 9 de julio de 2005. Página 23.


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