La violenta caída del tirano Manuel Estrada Cabrera
Rodrigo Fernández Ordóñez
Hace 100 años, el 8 de abril de 1920, a la caída de la tarde, un estruendo sacudió la normalmente apacible Ciudad de Guatemala. Las baterías del Fuerte de Matamoros tronaron, bombardeando las goteras de la ciudad al oriente, sede del cuartel Número 3, presuntamente fiel al gobierno provisional de don Carlos Herrera. Al día siguiente, el 9 de abril, las baterías francesas, concentradas en la finca presidencial de La Palma en el suroriente de la ciudad, empezaron también su bombardeo, buscando el centro de la ciudad y la Finca El Zapote, presunto cuartel general de los unionistas. ¿Qué llevó al dictador a tomar la terrible decisión de bombardear una ciudad completamente desprotegida? ¿Qué sucedió después? Las respuestas a estas preguntas constituyen unas de las páginas más hermosas de la historia de nuestro país, y contradictoriamente, de las más desconocidas.
-I-
El inicio de la crisis
La caída del dictador Manuel Estrada Cabrera no puede atribuirse a un solo hecho. El derrumbe del régimen que por 22 años había dictado los destinos de Guatemala entre un espeso clima de violencia y sospecha, puede encontrarse en los sucesos naturales acontecidos entre diciembre de 1917 y enero de 1918, cuando una serie de terremotos y sus violentas réplicas sacudieron a la ciudad, dejándola completamente arrasada. Según el arqueólogo y espía norteamericano, Silvanus Morley, el 90% de la ciudad quedó en escombros, y la totalidad de los servicios de agua y electricidad colapsaron, lo mismo que los caminos que comunicaban a la capital con el resto del país. La gente abandonó las ruinas de sus propiedades y se trasladaron a donde pudieron. Los que tenían posibilidades salieron de la ciudad a vivir en sus casas de descanso, en Escuintla, Amatitlán, Antigua Guatemala, o a sus fincas. Los que no tenían otras propiedades a las que marcharse se desperdigaron en campamentos provisionales que se establecieron en espacios abiertos en la arrasada ciudad, sus parques, plazas, atrios de las iglesias o los potreros de las afueras se acondicionaron para que la gente construyera sus “tembloreras”, champas o carpas en donde pasar el mal rato. Incluso los jardines del boulevard 30 de junio fueron transformados en un gran campamento, donado por la Legación de los Estados Unidos.
Pero las desgracias nunca vienen solas, solían decir las abuelitas, y así el año siguiente, 1919, fue el año de la influenza, que se llevó a no pocas personas, provocando también una aguda crisis de salud, pues los hospitales destruidos unos y desbordados otros no pudieron responder adecuadamente a la epidemia. El gobierno, al parecer, no era capaz de responder con tino y celeridad a las crisis que se venían acumulando. La gente empezó a ver que el régimen hacía agua, que sus funcionarios eran corruptos e incapaces y que el omnipresente Estrada Cabrera se mantenía aislado de la población, escondido tras las alambradas y las cañas del “poste vivo”, que rodeaban a La Palma.
Algunos guatemaltecos se pusieron manos a la obra para encontrar una salida política a este régimen que daba la espalda a los habitantes del país. Así, con ayuda de la Constitución Política de 1879, se funda el Partido Unionista, en diciembre de 1919. Al mes siguiente, el jueves 15 de enero se publicaba en ciudad de Guatemala el primer número del diario El Unionista, con el lema “La palabra de un Hombre Libre vale más que la de siete mil esclavos”. Ese diario publicó en su primera edición, el Acta de Organización del Partido Unionista, que tenía como objetivo: “Dedicar todos nuestros esfuerzos para obtener por medios pacíficos y dentro de la más extricta obediencia a las leyes, el resurgimiento pronto, pero estable, justo y popular de la antigua nación Centroamericana (…) Trabajar, dentro del orden legal, porque el ejercicio de los derechos y el cumplimiento de las obligaciones que la forma republicana democrática requiere para ser eficaz, sean efectivos y sinceros, así por parte de las autoridades como por la de los ciudadanos, pues de otra manera la Unión será imposible…”
En respuesta a esta iniciativa, el dictador llamó a la capital a los líderes de la Convención Liberal que había promovido su última reelección en 1917, y se fundó un Club nuevo, llamado Juventud Liberal. Este club invitó a la población en general a nombrar delegados de toda la república para participar en un congreso que condenara el Movimiento Unionista, ensalzando la figura del Presidente. Los delegados del interior del país llegaron, pero buscaron la Casa del Pueblo, sede del Partido Unionista, (ubicada en la doce calle entre cuarta y quinta avenidas de la actual zona 1, pared por medio con la Legación estadounidense), para enterarse de lo que estaba pasando. Las grandes marchas de adhesión al presidente no pudieron llevarse a cabo, y en cambio, las ideas unionistas se difundieron por todo el territorio nacional.
El Señor Presidente hizo un último intento por bloquear al Partido Unionista, haciendo que la Asamblea Legislativa declarara que a Estrada Cabrera, en su calidad de Presidente Constitucional de la República, era al único al que correspondía gestionar las actividades relacionadas con la unión centroamericana. Al mismo tiempo, el dictador aumentó la dotación de guardia en La Palma y concentró varias piezas de artillería (francesas de 75mm) con abundante munición, “por si las moscas”.
El clima político en ese enero de 1920 era incierto. Aunque había mucha tensión frente a este presidente parapetado en una finca en las afueras de la ciudad, el optimismo valiente con el que surgió el Movimiento Unionista hizo soñar a muchos. Todos sabían que Estrada Cabrera se había mantenido en el poder gracias a la complacencia de los Estados Unidos, pero de pronto, se dio un cambio de representante diplomático de éste país que agudizó el desconcierto. Con la llegada del nuevo Ministro, Mr. Benton McMillin, crecieron los rumores de que el cambio obedecía al apoyo de Washington al movimiento unionista, mientras que otros lo veían más bien como un espaldarazo de apoyo al dictador. El silencio de McMillin no ayudó a aclarar las cosas, silencio que rompió tan sólo al momento de presentar sus Cartas Credenciales, acto durante el cual dijo que el gobierno de los Estados Unidos se oponía a las medidas revolucionarias, y que no reconocerían un gobierno surgido de un movimiento revolucionario. Un valioso testigo de la época, don Luis Beltranena Sinibaldi explica en su interesante documento “Cómo se produjo la caída de Estrada Cabrera”, afirma que a la llegada del embajador, el Partido Unionista no tenía ningún vínculo con el diplomático. Éste testigo apunta que cuando don Luis Pedro Aguirre logró entrevistarse con el nuevo ministro y sondearlo sobre su posición frente al ideario unionista, éste se limitó a decirle que el Partido Unionista debía esperar la celebración de las nuevas elecciones, y entre tanto, Estrada Cabrera seguiría al frente del gobierno, hasta culminar su período constitucional en 1923.
-II-
La destitución del presidente
Originalmente, la Asamblea Legislativa celebraba sus sesiones en el edificio de la antigua sede de la Sociedad Económica de Amigos del País, en la 9 avenida, (en donde se levanta actualmente eel Congreso de la República), sin embargo en febrero de 1920, Estrada Cabrera les ordenó trasladarse al edificio de la Academia Militar, fuera del perímetro de la ciudad, por supuesta precariedad del edificio de la Asamblea tras los terremotos. El Presidente buscaba evitar así la presencia de la barra de asistentes a las sesiones, además de tener a los diputados en un ambiente controlado por una guardia militar.
Los diputados obedientemente se trasladaron a las nuevas instalaciones al inicio del boulevard 30 de junio (sede del actual Ministerio de la Defensa), pero el Partido Unionista llamó a una marcha en protesta contra la medida y de solidaridad con los representantes. La masiva manifestación se convocó para el 11 de marzo y recorrió toda la 7 avenida hasta el boulevard 30 de junio en apoyo a la Asamblea. Se calcula que alrededor de 30,000 personas participaron en la manifestación.
El periodista Carlos Wyld Ospina, reconstruyó en las páginas de su ensayo El Autócrata, los sucesos del 11 de marzo:
“El 11 de marzo del mismo mes y año, un inmenso desfile popular, sin precedente en la historia centroamericana como acto cívico, se desenvuelve por las calles de la capital de Guatemala. Va organizado en secciones: cada una levanta una bandera o estandarte, como los ejércitos. El temor a la muerte imprime su espantosa disciplina al escuadrón de ciudadanos.
La Asamblea se reúne en el edificio de la Academia Militar, por orden del autócrata. Quiere él que los representantes legislen en la vecindad de los cañones para que no olviden que el respeto a la fuerza en su más alto deber. A la sazón se encuentra un numeroso grupo de diputados en el edificio, en espera de la manifestación unionista.
Al discurrir el desfile por el bulevar, los esbirros del terrorismo, confundidos con el público espectador, disparan sus revólveres contra la viviente columna en marcha. Por el momento, más que herir, desean provocar: sin duda tal era la consigna recibida en La Palma. Pero una bala hiere a un ciudadano manifestante, joven y de oficio barbero. Al derrumbarse en tierra aquel hombre (Benjamín Castro), una racha de horror sacude los nervios de la multitud. La columna se rompe y arremolina en pánico. Resuenan más disparos: son descargas hechas por las tropas apostadas tras las vallas de boj del bulevar y los muros de la Academia. Dícese que los oficiales y soldados dispararon hacia lo alto, sintiéndose incapaces de fusilar a sus hermanos civiles. Debió de ser así porque ningún otro manifestante fue herido…”.
Continúa el relato de Wyld Ospina:
“…Pasado el primer momento de confusión, la masa humana se sobrepone al terror de la salvaje acometida. Hay escenas patéticas y un gran acto de heroísmo popular. Los compañeros han alzado en brazos al herido, como una bandera santa. Un hombre grita la consigna, dominando el tumulto: ¡Adelante, nadie se detenga, nadie conteste con la fuerza, adelante! (…) La muchedumbre comprende entonces que la salvación está en permanecer unida y pacífica ante el peligro. Para esto le basta con recurrir a su instinto (…) Es el pavor disciplinado.
(…) Al grito de ¡Adelante! Se ha reanudado el desfile. Nadie osa ya detenerlo. Frente a la Academia Militar, un grupo de diputados, con su presidente a la cabeza avanza hacia las puertas para recibir el homenaje popular, pero los centinelas cruzan los fusiles impidiendo el paso a los representantes de la ley. Entonces el licenciado José A. Beteta, uno de los cabecillas políticos de la Asamblea, tiene el gesto oportuno y magnífico de un girondino:
-¡Alto!- grita al oficial que manda la guardia- Las armas nacionales no están en vuestras manos para atacar a la representación del pueblo sino para rendirle honores. ¡Capitán: mande presentar las armas!
Y el capitán obedeció.”
En La Palma estaban acantonados en esos momentos alrededor de 800 soldados momostecos, conocidos por su disciplina y capacidad militar, puestos al mando del general José María Letona, diputado de la Asamblea, Subsecretario de la Guerra y hombre incondicional del régimen. La tropa en medio de la tensión que venía acumulando, mal comida y mal tratada, empezó a desertar. Al enterarse, el dictador llamó al general Letona y frente a otros oficiales lo insultó y lo golpeó con la cacha de su revólver, acusándolo de cobarde y negligente. Letona abandonó La Palma y se refugió temporalmente en la Legación de Inglaterra (13 calle y 9 avenida). En respuesta, Estrada Cabrera dispuso cambios inmediatos en su gabinete, integrando al entonces coronel Jorge Ubico y al general José María Orellana.
Entre tanto, ante la masiva manifestación popular, la Asamblea decidió regresar a su sede en el centro de la ciudad, desobedeciendo al dictador. Esta medida de abierto desafío, fue interpretada por la gente como un síntoma de la inminente caída del Estrada Cabrera.
La noche del 7 de abril, los liberales que habían apoyado al dictador se dieron cuenta de que la situación era insostenible. Liderados por un conocido colaborador del régimen, Adrián Vidaurre, llamaron a representantes del Partido Unionista y decidieron pactar. A cambio de la suma de votos para deshacerse del dictador, pidieron poner en la presidencia provisional a un hombre de confianza y varias carteras del gabinete. Esa noche dispusieron que a la mañana siguiente, a primera hora, se reuniera la Asamblea Legislativa a tratar el tema del futuro político del país.
El 8 de abril de 1920, amaneció con el edificio de la Asamblea Legislativa completamente abarrotado. Desbordado de gente, ocuparon los techos vecinos y calles circundantes. Algunos diputados se escondían en sus casas para no presentarse a la sesión, así que la gente organizó piquetes de ciudadanos que fueron a sus residencias y los llevaron obligados, algunos incluso, cargados. A las 8 de la mañana se abrió la sesión, procediéndose a la lectura del minucioso relato del incidente del general Letona, terminando con la solicitud del licenciado Rafael Piñol y Batres de que el presidente fuera retirado del cargo, pues su actitud errática o desorden mental comprometía los intereses de la República. En la solicitud se establecía que al Señor Presidente se le ofrecían todas las garantías necesarias para su persona y familia para salir del país, en busca de una cura en el extranjero. Horas después, a eso de las 11 de la mañana, se terminó la sesión, separando a don Manuel Estrada Cabrera del cargo y nombrando al Primer Designado, don Carlos Herrera como encargado de la presidencia interinamente. Cuando se supo el resultado de la sesión, la ciudad entera atronó con dobles de campanas y sirenas de las locomotoras del ferrocarril.