La Segunda Guerra Mundial en las aguas del mar Caribe
Rodrigo Fernández Ordóñez
A María Belén y María Paula, a quienes he robado tiempo para escribir esto.
La gran narrativa de la Segunda Guerra Mundial, al tratar los dramáticos sucesos de lo que se ha llamado ‘Batalla del Atlántico’, pasa por alto completamente uno de los escenarios más tempranos de la guerra y que también cobró su cuota de muerte y destrucción: el mar Caribe. Los nombres americanos aparecen apenas como un decorado de fondo para la persecución y hundimiento del acorazado de bolsillo alemán Graf Spee, en el estuario del Río de la Plata, frente a Montevideo. Un repaso por la hemeroteca del diario The New York Times (NYT) nos permite revivir esta guerra perdida que enfrentó a las grandes potencias en el laberinto del mar entre las Antillas e inscribir nombres americanos en la historia de esta gran guerra, como conmemoración de los 70 años del final de la contienda este 2015.
-I-
El escenario
La ubicación geográfica y su papel determinante para la seguridad de los Estados Unidos es fundamental para comprender la historia inmediata de nuestros países, pero este dato obvio, es pasado por alto por muchos historiadores al momento de narrar la historia del istmo centroamericano, a partir de la inauguración del Canal de Panamá, el 7 de junio de 1914. La culminación de esta obra de ingeniería, nos ató al destino del gigante del norte. Así, la defensa del Canal cobró mayor importancia a medida que la tecnología permitió a los aviones militares más autonomía, al igual que a los buques de guerra y a los submarinos. Mientras la amenaza más directa en contra de esta vía fue la de un sabotaje durante la Primera Guerra Mundial, el desarrollo de armas más sofisticadas durante el período de Entreguerras arrojó sobre el canal la posibilidad de un ataque directo.
En una fecha tan temprana como el 8 de enero de 1939, el NYT anunciaba la aprobación, por parte del Congreso de los Estados Unidos, de un vasto plan para su defensa, que incluía la construcción o ampliación de bases aéreas y de submarinos en islas del Caribe. El plan comprendía obras en la Base Naval de Jacksonville, Florida, en la de Guantánamo (Cuba), Gonaïves (Haití), Saint Tomas (Islas Vírgenes) y Puerto Rico, con la intención de sellar sus aguas en una especie de lago Americano. Otra evidencia de la importancia de esta zona asomó por las páginas del mismo diario pocos días después, el 14 de enero, cuando se anunció el cruce por el Canal de una vasta fuerza naval que zarpó de San Diego, California, para realizar ejercicios navales en el Caribe. Los ejercicios fueron considerados tan importantes que el paso entre los océanos permaneció cerrado a la navegación civil mientras la flota de 90 buques de guerra lo atravesaba, en una maniobra que se extendió alrededor de 47 horas. Este desplazamiento estuvo acompañado de la movilización de 48 aviones que despegaron desde California, para medir la posibilidad de vuelos sin paradas. No obstante, la flotilla aérea tuvo que hacer un alto para reabastecerse, aunque no se consignó el lugar en el que repostaron. El vuelo, entre San Diego y Coco Solo, entonces una importante base de submarinos en la boca pacífica del canal, implicó la participación de 350 hombres. El 20 de enero el diario informó a sus lectores que el vasto ejercicio tenía como finalidad: “…probar la capacidad de la marina de proteger el Canal de Panamá y mantener el control del Caribe ante una invasión desde el Atlántico.” La misma nota incluye un detalle interesante, que dentro de su texto corre el riesgo de pasar desapercibido, pero que por su trascendencia destacamos aquí: “Los marines se han visto involucrados por dos meses con las unidades navales en ejercicios especiales de desembarco, utilizando islas del Caribe para sus ejercicios de ataque y defensa…”, es decir, que los marines que desembarcaron en Tarawa, Guadalcanal, Okinawa y tantos nombres sonoros de la guerra del Pacífico, se entrenaron en las doradas playas caribeñas que actualmente son aprovechadas por rosados turistas europeos.
Una vez finalizados los ejercicios apenas cuatro meses después, el presidente Franklin D. Roosevelt anunció la creación del “Departamento de Puerto Rico”, asignando la defensa del golfo de México y mar Caribe a un comando militar unificado, integrado por las tres armas (infantería, fuerza aérea y marina), con base en San Juan, Puerto Rico, acompañado de un gigantesco plan de inversión, “…que será utilizado para la construcción de edificios, campos de aviación y sus servicios, instalaciones de personal, almacenes generales y unidades de servicios técnicos.” El plan de refuerzo contemplaba también el estacionamiento de un escuadrón de bombardeos pesados en una base en el interior de Puerto Rico, con rango de autonomía suficiente como para actuar en la zona del canal, y con bases de apoyo para suministro de combustible y munición en algún país de Centroamérica. Un alto oficial aseguraba al diario: “Con las adecuadas bases en la Florida y otros puntos, nosotros podremos asegurar la seguridad del Canal contra toda amenaza, además de proveer, mediante aviones de alcance medio, submarinos y barcos de superficie, líneas de defensa extendidas incluso hasta Sudamérica”.
-II-
El valor estratégico del Canal
Las medidas de defensa extremas tomadas por los Estados Unidos, que aún no había entrado en la guerra, estaban plenamente justificadas. Según publicó varias décadas después el periodista húngaro Ladislas Farago en su libro El juego de los Zorros, incluso antes de estallar la guerra en septiembre de 1939, en Panamá “…pululaban espías italianos y japoneses, y también tenía su cuota de agentes soviéticos.” Durante sus investigaciones Farago descubrió, en lo que quedó de los archivos de la Abwehr, (la oficina de inteligencia militar nazi), “…entero el Proyecto No. 14, en legajos abultados con mapas detallados del canal, incluyendo fotografías, en primer plano, de los diques del lago Gatún y Pedro Miguel, que suministraban el agua para todas las esclusas, estaciones de energía e instalaciones militares, que dejaban muy poco a la imaginación…”.
Gracias a esos documentos se pudo reconstruir la red de espías alemanes instalada en la Zona del Canal en un año tan temprano como 1935, cuando un tal Kurt Lindberg, gerente local de la Hamburg-America Line y cónsul alemán en Colón, fue nombrado director residente de la Abwehr, proveyendo posteriormente al almirante Canaris, jefe de inteligencia nazi, de importante información, gracias a una red eficiente de espías que incluía a varios ciudadanos alemanes que se desempeñaban en el país como maquinistas, mecánicos, albañiles, cerrajeros, operadores de grúa y operadores portuarios. “Todos eran antiguos residentes en la zona, respetados en sus lugares de trabajo, gozaban de la confianza de sus superiores y eran queridos en sus vecindades. Conocían su camino en el laberinto de la Zona del Canal, tenían un amplio círculo de amigos y, merced a sus empleos delicados, contaban con acceso libre incluso a las instalaciones más estrechamente vigiladas”. Un párrafo escogido al azar por Farago pone de manifiesto la calidad del trabajo de estos espías: “La estación de energía eléctrica del dique Gatún está situada al oeste de la compuerta, cubierta con paja para fines de camuflaje. Los fuertes Randolph, Kobbe, Sherman y Amador están equipados con piezas de artillería de costa de cañón largo con calibre hasta de 14 pulgadas.” Esta información tan detallada hubiera permitido a los nazis, (de haber logrado atacar el Canal), interrumpir su funcionamiento por meses, o incluso años.
El plan de defensa de la cuenca del Caribe tenía entonces toda la intención de impedir que los nazis establecieran una cabeza de playa desde la cual amenazar el vital paso entre los dos océanos. Por ello, en otro interesante artículo del NYT, publicado el 16 de julio de 1939, titulado ‘Baluartes para nuestra línea vital del Caribe’, el periodista Hanson Baldwin aseguraba: “La defensa del Canal (…) depende completamente, como cualquier vistazo a un mapa podrá mostrar, de nuestra habilidad de negar a cualquier enemigo, la posesión de cualquier territorio en las Indias Occidentales (o cualquier posesión en tierra firme en Centro o Sudamérica) que pudiese permitir el establecimiento de una base naval o aérea…”, aseveración que trascendió a las amenazas concretas de la Segunda Guerra Mundial, y siguió vigente para la Guerra Fría, explicando en parte las reacciones de los Estados Unidos ante los intentos de radicalización del presidente Árbenz en Guatemala, y el horror que causó el viraje hacia la URSS de la Revolución Cubana y la chapuza en que terminó el intento de invasión en bahía de Cochinos. Así, la defensa tuvo que escalonarse, estableciéndose como real bastión de defensa de la región, las Antillas, que por su ubicación podrían ofrecer una rápida reacción de fuerzas aéreas y navales, imposibles de neutralizar por su dispersión. Estas consideraciones valoraban no solo la importancia de la vía entre los océanos, sino el valor estratégico del Mar Caribe en sí, pues por sus aguas cruzaban “…nuestras más importantes rutas de comercio (…) muchas de ellas estratégicamente vitales, por el tipo de materiales que gracias a ellas arriban a nuestras costas. Cuba, por ejemplo, nos provee manganeso, al igual que Brasil. El café nos viene de Brasil, así como un creciente flujo de caucho; el nitrato atraviesa el Canal desde las costas pacíficas de Centro y Sudamérica y de ciertas islas de las Indias Occidentales…”. El mar Caribe era entonces, de acuerdo a Baldwin, un punto estratégico vital para su defensa.
Ante esta evidencia, y dada la naturaleza de la relación de estrecha amistad entre los Estados Unidos y el Reino Unido, no es de extrañar que ya para el mes de octubre de 1939, el diario neoyorquino destacara en sus páginas la noticia de la presencia de submarinos en el Caribe. Según NYT, Buell Snyder, presidente del subcomité de defensa de la Cámara de Representantes, luego de un viaje de inspección oficial que abarcó 11,000 millas de costas, pudo establecer que en dicha zona se encontraban en operación alrededor de media docena de submarinos. Según él, las naves pertenecían a un país enemigo de los ingleses, y que habían sido avistados en varios lugares semanas antes incluso de la invasión alemana a Polonia, el 1 de septiembre de 1939. Con gran precisión, el diputado Snyder aseguró a los periodistas: “Nadie ha podido decirme en donde repostan estas naves, pero existen opiniones de que algún submarino de grandes dimensiones les suministra combustible desde un punto lejano al área de operaciones, y que en horas de la noche los submarinos más pequeños reciben todo lo que necesitan”.
Este extremo sería confirmado por el Almirante Karl Donitz, décadas después en sus memorias, en donde ofrece detalles sobre las operaciones de reabastecimiento en altamar, gracias a grandes submarinos apodados “vacas lecheras”. Sin embargo, en la época, ante la ausencia de pruebas, esta situación llegó a causar fricciones con México, pues se acusó al gobierno de este país de permitir que submarinos de países en guerra repostaran en puertos mexicanos, llegando las tensiones al máximo con el arribo del buque mercante Columbus, amarrado en Veracruz, al que se acusó de llevar víveres para la marina alemana operando en la región y del tanquero Emmy Friederich, anclado en Tampico. Ambos buques de bandera alemana, se habían negado a abrir sus bitácoras y manifiestos de carga a las autoridades portuarias. Otra tensa situación ocurrió en el extremo sur del continente, en Chile, en donde el Ministro de la Defensa, Guillermo La Barca, ordenó la captura del buque chileno Austral, anclado en las islas Desolación en el estrecho de Magallanes, tras ser señalado por la embajada británica de suministrar combustible y víveres a un barco de bandera beligerante, violando la neutralidad chilena. (Continuará).
Bibliografía
Donitz, Karl. Diez años y veinte días. La esfera de los libros. Madrid: 2005.
Farago, Ladislas. El juego de los zorros. Lasser Press mexicana. México D. F.: 1980.
The New York Times. Hemeroteca en línea.