The Queen of the Desert. Werner Herzog
Rodrigo Fernández Ordóñez
Recién pasados los Premios Goya, ya se acercan los Premios Óscar, por lo que es un buen momento para recomendar las cintas que vale la pena ver, sean o no nominadas a los premios de la Academia, sean clásicos o nuevos lanzamientos. Empezamos con un largometraje con una fotografía impecable, de mucho presupuesto, pero con ciertos hoyuelos en el desarrollo de la historia que nos impiden conectar del todo con la protagonista.
Escribo esto desde mi experiencia como espectador de la cinta. No he investigado acerca de las reacciones que la película causó en la llamada “crítica especializada”, para no recaer en lugares comunes, y para no contaminar mi propia impresión. La película contaba con todos los elementos para atrapar al espectador con una maravillosa historia de aventuras e intrigas políticas, como la historia con la que nos deleitó Anthony Minghella en su fantástica El paciente inglés, en la que Ralph Fiennes, encarna a otro aventurero enamorado del desierto y también miembro de la Real Sociedad Geográfica, conde Lazslo de Almasy. El primer problema que plantea la historia de Gertrude Bell, es cómo hacer que su personaje nos resulte atractivo, pero que a la vez nos transmita todo el conocimiento y gran preparación intelectual de su modelo original, pues Bell, nacida en el seno de una familia de exitosos industriales siderúrgicos, graduada con honores en Historia Moderna de la Universidad de Oxford, miembro de la Real Sociedad Fotográfica y de la Real Sociedad Geográfica, políglota, traductora, arqueóloga, viajera, asesora del gobierno de su majestad y especialista en el Oriente Medio. El escoger a Kidman para encarnarla fue un acto audaz de publicidad, pero a mi parecer, la actriz australiana no logra del todo apropiarse del papel y siempre parece como una muñeca de porcelana inalcanzable, ni siquiera cuando debe parecer vulnerable lo logra del todo. Kidman me parece un poco rígida, tal vez era la intención del director, que pareciera una típica mujer victoriana, pero creo que perjudica el esfuerzo monumental de la película, que a juzgar por la fotografía y las locaciones, tuvo que costar un dineral. Yo le hubiera apostado a una actriz menos conocida, que se pudiera relajar un poco.
El segundo gran problema que afronta la película es un guión que no logra explicar puntos esenciales de la historia que narran las imágenes y los actores y que resultan fundamentales para conocer o atisbar un poco la personalidad de la verdadera Bell. Por ejemplo, cuando ella solicita al padre permiso para casarse con el tercer secretario de la embajada británica en Teherán, y el padre le niega su consentimiento bajo el argumento que Henry es un ludópata, se da por finiquitado el asunto. La decisión pareciera ser arbitraria, y desencadena un trágico suceso, que marcará en adelante la personalidad de Bell. Sin embargo, la historia verdadera tiene más matices que llevan a explicar esta decisión, al parecer egoísta, del padre. Sucede que en esa época las leyes de propiedad establecían que la posesión de bienes de una mujer pasaba automáticamente a manos de su esposo como un efecto del matrimonio[1]. Es por ello que el vicio del juego de su enamorado impide que formalicen su unión y no un mero capricho del padre, que protegía así un negocio familiar de varias generaciones.
Otro punto necesario de aclarar para comprender la complejidad del personaje principal, ocurre en la siguiente escena, cuando ella ya está de regreso en Londres y recibe noticias de Teherán, en donde dejó a Thomas. Ella aparece escribiendo en un escritorio, rodeada de libros y papeles, sumergida en alguna tarea que no terminamos de adivinar. La verdadera Bell, por esa época se dedicaba a traducir los poemas del místico sufí del siglo XIV, Shemsuddin Mahommad, que escribió bajo el seudónimo Hafiz. Las odas o ghazals, de Hafiz fueron publicadas en 1897 bajo el título Poems from the Divan of Hafiz, fueron muy bien recibidas por la crítica, “…probably the finest and most truly poetical renderings of any Persian poet ever produced in the English language”, según Edward Browne, especialista de literatura persa de la época. La cualidad de la traducción de Bell consiste principalmente, según su biógrafa Georgina Howell, en que traslada su tristeza por la pérdida de su amor, a los nostálgicos poemas de Hafiz, logrando imprimirles en el inglés su suave melancolía. Así, de una traducción literal de un verso: “I will not hold back from seeking till my desire is realized,/ Either my soul will reach the beloved, or my soul will leave its body”, los sentimientos y momento vital por el que atraviesa Bell, explica Howell, resultan estos hermosos versos: “I cease not from desire till my desire/ Is satisfied; or let my mouth attain/ My love’s red mouth, or let my soul expire,/ Sighed from those lips that sought her lips in vain.” Resulta entonces que Gertrude Bell era una mujer apasionada por la poesía, que se hacía acompañar por el desierto por sus tomos encuadernados en cuero de sus poetas favoritos, desde los persas hasta Shakespeare.
Por último, el otro fallo que encuentro en la forma de relatar la historia, es la innecesaria caricaturización de otro de los grandes personajes del desierto, el capitán T. E. Lawrence, más conocido como Lawrence de Arabia, encarnado en este caso por Robert Pattinson, que se esfuerza tanto por parecer tan gay como Lawrence, que se olvida de su inmensa talla intelectual, que lo llevó a convertirse en uno de los hombres más importantes del Imperio Británico en el Oriente Medio. Lawrence, que compartió mesa con personas tan importantes y tan dispares de su momento como el general Allenby, o el rey Faisal, encontró justicia en la monumental cinta Lawrence de Arabia, en la que Peter O’Toole sí logra dotar a su personaje de todas las complejidades internas de su modelo, usando su rostro y sus ojos azules como importantes herramientas. En el caso de la película que reseñamos, el papel de Pattinson está cuidadosamente diseñado para que de ninguna forma opaque la presencia de la rubia Kidman.
En resumen y para no arruinarle nada a nadie, la película es una verdadera cátedra de fotografía y de uso de locaciones impresionantes, grabada mitad en Marruecos y mitad en Jordania, que resulta sumamente interesante por lo bien ambientada y el clima exótico que logra el director al dejar sin traducción ciertos fragmentos en los que se habla árabe, logrando una atmósfera de creíble originalidad, pero que falla al concentrar toda la carga dramática en una Kidman que parece más pendiente en cuidar que no se le corra el maquillaje que en transmitir la gran fuerza de su modelo, desperdiciando una oportunidad de oro para legarnos una obra maestra como las ya citadas arriba. La gran arabista y aventurera dejó 75 pies de documentos sobre sus aventuras como fuente para que en un futuro, alguna otra actriz se lea aunque sea unas cuantas páginas de su archivo para intentar hacerle justicia en su interpretación.
[1] Para estas aclaraciones me apoyo en la fantástica selección de escritos de Gertrude Bell realizada por Georgina Howell, Gertrude Bell, A Woman in Arabia. The Writings of the Queen of the Desert. (Penguin Classics, New York: 2015).