Rodrigo Fernández Ordóñez
-I-
Con el objeto de garantizar que cada uno de los textos que se publican semanalmente en esta cápsula de historia contengan hechos verídicos e incontrovertibles en la medida de lo posible, he encomendado la tarea, (más bien impuesto), de la defensa del lector al historiador Ramiro Ordóñez Jonama, miembro de la Academia de Geografía e Historia de Guatemala y otras muchas academias, para que con su agudo ojo crítico y su enciclopédica memoria corrija datos, afirmaciones o cualquier otro tipo de información inexacta que involuntariamente se me pueda escapar, aunque en todo caso, asumo personalmente toda equivocación en que pueda incurrir. Sus correcciones, observaciones y ampliaciones de información llegan a mi correo electrónico y desde allí los traslado a ustedes, para mayor deleite de la lectura de estos textos que pretenden acercarnos semanalmente a la fascinante historia nacional.
-II-
La ciudad de Arturo Morelet.
En el texto pasado aventuré una teoría sobre el ingreso de Arturo Morelet a la ciudad de Guatemala en el año de 1847. Él apunta que ingresó a la adormecida ciudad por una ancha calle empedrada, que yo equivocadamente identifiqué con la actual Sexta Avenida, antes Calle Real, que identifiqué por las razones que dejé dichas en esa ocasión. Ramiro Ordóñez me envió a propósito de ello lo siguiente: “…La ancha avenida por la que entró Morelet no fue la actual 6a avenida sino la 14 avenida o Avenida Central. El viajero que venía del Golfo llegaba al Burgo de la Ermita, poblado cuyo centro estaba en donde hoy queda la Parroquia Vieja. Allí fue el primer Establecimiento Provisional de la Ermita. Si se sigue la 14 avenida, la cual serpentea siguiendo la forma de andar de los patachos de mulas, se llega directamente a la Plaza Vieja (actualmente Parque Infantil Colón) y allí enfrente estaba el Mesón de Eguizábal, cuya descripción publiqué hace unos 25 años (Véase «La familia Varón de Berrieza» en RAGEGHH IX). Por supuesto que había otros alojamientos, como el Mesón de la Merced, allá por San Francisco y ya pasadita la Revolución del 71 el Mesón de Oriente instalado en el expropiado beaterio de Nuestra Señora del Rosario, de las Beatas Indias (12 avenida y 9a calle.) Ciertamente, en los tales mesones se alojaban los arrieros y los pequeños comerciantes (leñadores, carboneros, comerciantes en productos de barro, jarcia, etc.), y la gente de calidad era alojada por las personas a quienes venían recomendadas, como lo testimonian Morelet, Haefkens, Thompson, Squier, Stephens y demás. Hay un bonito trabajo de Álvarez-Lobos sobre el Burgo de la Ermita publicado creo que en RAGEGHH VII, si mal no me recuerdo…”
Habiendo localizado el texto que me indica sobre los mesones, lo transcribo a continuación, pues nos servirá para reconstruir mentalmente estos lugares en los que se alojaban los viajeros en esta ciudad que a la fecha del viaje de Morelet, carecía de hoteles. A propósito del Mesón de Eguizábal, nos informa don Ramiro: “A.-Don Miguel José de Eguizábal y Gálvez (…) También fue propietario del mesón de Eguizábal, contiguo a las casas y beaterio de Indias, constante de dieciséis habitaciones, tres tiendas a la calle y otras dependencias accesorias, así como el pertinente amueblado. Esta propiedad, situada en la actual 12 avenida, entre 9 y 10 calles de la zona 1, fue vendida en $3,000 en 1811 por los herederos de don Miguel.”[1] Unas páginas atrás, encontré otra descripción de estos alojamientos, éste propiedad de doña Ana de Obregón: “E.-Doña Ana Eudocia de Obregón y Gálvez (…) En la Nueva Guatemala doña Ana fue propietaria del mesón nombrado de Dolores, sito a espaldas de su casa principal de habitación, calle de San Agustín, el cual tenía veintiún cuartos interiores, cada uno con una cama, una silla y una mesa; una tienda grande con su trastienda, dos tiendas pequeñas también con trastienda, y una tienda redonda; todas las puertas con sus llaves, pila y agua limpia corriente…”[2]
-III-
Puerto Barrios.
En el texto dedicado al lamentable suicidio del pintor Carlos Valenti, en París, hicimos referencia a la construcción y bautizo de Puerto Barrios. En esa ocasión afirmé que el entonces presidente José María Reina Barrios ordenó su construcción como uno de los proyectos necesarios para ubicar a Guatemala en el mapa del comercio mundial, y que posteriormente en su honor se había bautizado a dicha instalación con su segundo apellido, extremo que Ramiro Ordóñez corrige, citando a propósito el Decreto Gubernativo 513, emitido el 19 de noviembre de 1896, en el que se ordena: “Que entre el río de El Estrecho, el río Escondido y la Bahía de Santo Tomás, se funde una ciudad con el nombre de Puerto Barrios”, y en la parte considerativa del decreto se explica que valorando el trascendental papel que ha jugado en la historia nacional el general Justo Rufino Barrios, se debe bautizar con su nombre dicha población.[3]
Como antecedente de la decisión presidencial debemos remontarnos al año de 1884, en que el entonces presidente general Justo Rufino Barrios suscribe un contrato con la compañía estadounidense Shea Cornick & Cía para la construcción de un muelle de hierro sobre las aguas del Atlántico, y a su alrededor un largo malecón de concreto.[4] La construcción de dicho muelle estaba ligada a la construcción del Ferrocarril del Norte, que pretendía conectar a la ciudad de Guatemala con su costa atlántica. Entre 1892 y 1896, durante la gestión del presidente y general Jose María Reina Barrios, se logra el tendido de cinco tramos de la línea del ferrocarril, desde Puerto Barrios hasta El Rancho.
Emitido el referido decreto que ordena la fundación de una ciudad en el punto en el que inicia el tendido del ferrocarril, el 5 de diciembre de 1895 el presidente Reina Barrios coloca la primera piedra con la que se inauguran los trabajos de construcción del nuevo puerto, aunque la villa ya tenía para entonces, 11 años de existir. Como no he encontrado información adicional sobre su existencia previa, aventuro afirmar que dicha villa había sido creada por los obreros del ferrocarril y otros trabajadores relacionados con la construcción de la infraestructura portuaria y otra población local atraída por fuentes de trabajo y posibilidades de intercambio comercial que este nuevo emplazamiento ofrecía. Así que el decreto 513 funda formalmente la población con el nombre elegido para el efecto de conmemorar no sólo la personalidad de Justo Rufino Barrios, sino con el claro intento de relacionar la construcción de nuevas obras progresistas con el legado político liberal de la Revolución de 1871.
Finalmente el muelle de Puerto Barrios fue construido por la misma empresa contratada para el tendido de las vías del ferrocarril como terminal portuaria, junto con un malecón de concreto que inicialmente tenía 354 metros de longitud y 15 de ancho, que pocos años después se amplió a 40 metros de ancho. Un año después de fundada la ciudad de Puerto Barrios, el presidente Reina Barrios emitió el Decreto Gubernativo 524, de fecha 24 de noviembre de 1896, mediante el cual la declara “…puerto mayor de la República…”[5]
-IV-
La Parroquia Vieja
Después de que los terremotos de Santa Marta destruyeran la ciudad de Santiago de los Caballeros de Guatemala, la tarde del 29 de julio de 1773, a las 16 horas,[6] las autoridades dispusieron el traslado de la ciudad a un paraje que estuviera más alejado de los volcanes, a los que se les atribuía ser la causa directa de los movimientos telúricos que en no poco número habían sacudido al valle de Panchoy.
Cuenta doña Cristina Zilbermann de Luján que las autoridades consideraron tres puntos para ser el nuevo asiento de la capital del reino, todos ubicados en Guatemala. El valle del Jumay, en la actual Jalapa, el valle de Jalapa y el valle de la Ermita, puntos a los cuales destacaron comisiones de evaluación para que emitieran opinión sobre la mejor conveniencia de cada punto para establecer la nueva ciudad. Los puntos a considerar habían sido desarrollados en su momento en la Recopilación de Leyes de los Reinos de Indias sobre la fundación de las ciudades (Libro IV Título VII), que recogían las ordenanzas del rey Felipe II sobre la fundación de las ciudades, de 1573[7], y que en resumen debían considerar la cercanía del agua, y que la misma pudiera canalizarse de fácil manera, la fertilidad del suelo para agricultura y disposición de pastos para el ganado, abundancia de leña, madera y materiales de construcción y cercanía de pueblos de indios entre otras cosas. Informa doña Cristina que la comisión inspeccionó los valles referidos, y en el valle de la Ermita los parajes de El Rodeo, El Naranjo y el de La Virgen. Los valles de Jalapa fueron desaconsejados por no contar con fuentes abundantes de agua y poca disponibilidad de madera, pues la que había serviría exclusivamente para leña y “no eran adecuadas para fábricas o edificios públicos o privados”,[8] y los suelos eran áridos.
Para la comisión, el valle de La Ermita era el que mejores condiciones ofrecía para albergar a la nueva capital, pues contaba con aires sanos, clima bueno, aguas abundantes y con caudal suficiente para instalación de molinos, tierra fértil, bosques con maderas adecuadas y pueblos de indios en las cercanías, como el de Chinautla, que podía proveer cal para la construcción.[9]
Con tales conclusiones, se dispuso el traslado de la ciudad al Valle de La Ermita, en donde las autoridades se habían establecido provisionalmente desde el 5 de agosto de 1773, en los alrededores de la población del mismo nombre, al que circunstancialmente se le empezó a llamar Establecimiento Provisional. De acuerdo a la información publicada por el historiador Carlos Alfonso Álvarez-Lobos, el Burgo de La Ermita: “…fue antiguamente y lo es en el tiempo presente compuesto de gente española, mulatos e indios…”[10], y su iglesia parroquial databa de mediados del siglo XVII. El historiador apunta que una de las diligencias llevada a cabo por la comisión fue visitar el templo de Nuestra Señora de la Asunción y casas de las haciendas vecinas para evaluar los daños causados por el reciente terremoto, concluyendo el experto comisionado que los daños de la iglesia podían ser reparados y que obedecían en su mayoría a la pobre construcción del templo.
Así, luego de recibirse el 1 de diciembre de 1775 la real cédula que aprobaba el traslado formal de la ciudad al llano de La Virgen, en los alrededores del Burgo de la Ermita en el referido valle, se construyeron las viviendas provisionales de los habitantes de la ciudad de Santiago, las que fueron en su mayoría ranchos y cabañas, en tanto se construía no muy lejos de allí, la Nueva Guatemala de La Asunción, nombre que recibiría por disposición contenida en Real Orden del 23 de mayo de 1776.
“El 30 de diciembre se promulga un bando para que todos los vecinos en el término de un mes, indiquen la casa o casas que tenían en la arruinada ciudad, la calle en que la poseían y las varas de área o sitio que ocupaban, y así proceder al reparto de solares de la nueva capital, haciéndoles saber que pasado el plazo, no se les concedería sin pagar su justo valor y que además se les señalaría el término para la construcción, según las circunstancias de cada uno.”[11]
Cuesta imaginarse hoy en día lo que el traslado de una ciudad completa a otro paraje implica. Sobre todo si tomamos en cuenta que para entonces no se contaba con facilidades como los autos y las carreteras, ventajas con las que sí contó Brasil, por ejemplo, para trasladar su sede de gobierno federal a Brasilia. Pero la historiadora Zilbermann en su útil libro al que hemos recurrido en no pocas ocasiones, da cuenta que los precios de los transportes ya habían empezado a subir, “…la mula de carga que antes costaba a Villanueva o La Ermita de 3 a 4 reales, en el día valía 18 o 20…”[12]
Pero lo que sí podemos imaginarnos, dado que hemos vivido el crecimiento de la ciudad hacia todas direcciones en las últimas décadas, es que la vida de la pequeña población de La Ermita ya no habría de ser igual tras servir de sede del Establecimiento Provisional. Me atrevo a aventurar que el paisaje bucólico de la pequeña población tenía sus días contados, sobre todo con la información adicional que nos ofrece Álvarez-Lobos sobre el traslado de Pueblos de Indios a las inmediaciones, para prestar manos para la construcción de la nueva ciudad. Podemos imaginar fácilmente que los amplios potreros y espacios abiertos de las inmediaciones poco a poco fueron siendo ocupados por ranchos y otras construcciones, hasta lograrse la incorporación de La Ermita a la nueva ciudad como uno de sus barrios, al que incluso se le asignó jurisdicción de alcaldes ordinarios. De este traslado de población nos da cuenta Zilbermann de Luján:
“Este traslado obligatorio de los pueblos de indios presenta uno de los aspectos más crueles de toda la operación del traslado. Fue una imposición injusta que motivará la huída de los indios a los montes, la despoblación de los antiguos pueblos sin que por ello lleguen a poblarse los nuevos…”[13]
Pero construir una capital nueva no era tarea fácil. Menos aún con la activa oposición que había dado el Arzobispo Cortes y Larraz, quien había retrasado el traslado al nuevo asiento, oponiéndose sistemáticamente a las instrucciones dadas por don Martín de Mayorga, capitán general del Reino de Guatemala en esas fechas. Probablemente algunos recordemos todavía de las lecciones del colegio el enfrentamiento entre los “terronistas”, partidarios de reconstruir la ciudad de Santiago y los “traslacionistas”, partidarios de fundar una nueva ciudad en otra parte, y que sería el segundo bando el que ganaría el enfrentamiento.
El nuevo arzobispo, don Cayetano de Francos y Monroy, nombrado en sustitución de Cortés y Larraz, narra en una interesante carta dirigida al rey, fechada el 6 de enero de 1781, su llegada al Valle de La Virgen, y que Zilbermann rescata:
“…apenas había más casas formales que las de los ministros, y los conventos comenzados a edificar. Pero luego que lo vieron en posesión de la mitra y que movía todo lo relativo a la traslación, comenzaron a pedir sitios, abrir cimientos y continuar las obras comenzadas, de modo que a pocos meses se concluyeron las calles enteras donde no había más que campos desamparados…”[14]
La antigua iglesia de La Ermita, dañada levemente por los terremotos de Santa Marta, siguió siendo utilizada por los feligreses y fue reformada en su exterior en la segunda mitad del siglo XIX, iniciándose las obras entre los años de 1859 y 1860, siendo concluidos los mismos hasta 1884. Lastimosamente la iglesia tal y como quedó tras 24 años de obras, y que es la de la imagen de abajo, de fotógrafo anónimo, quedó completamente destruida tras los terremotos de 1917-1918, siendo la actual una reconstrucción de la misma, pero con líneas mucho más sencillas.
Por su interés, transcribo una descripción de la iglesia previa a los terremotos de 1917-1918, que en su momento publicó el historiador Carlos Alfonso Álvarez-Lobos en su interesante ensayo al que ya tuvimos oportunidad de referirnos. El texto original apareció publicado en el periódico La Semana Católica de don Jesús Fernández, en el año de 1897:
“En el confín noroeste del barrio y en un extremo de la irregular plaza se levanta el templo de bonito aspecto, que a la simple vista indica una reforma moderna, como fue proyectada por el arquitecto aficionado don Julián Rivera: un sencillo frontis sobre el cual se ve erguida la cruz y dos torrecillas o campanarios ligeros le dan gracioso aspecto exterior a la iglesia de forma de cruz perfecta en su planta y bastante ancha aunque pequeña, alta proporcionalmente y cubierta con techumbre de madera y teja de barro.
Los brazos de la cruz de la planta hacen las veces de capillas, la cabeza de esta cruz del edificio forma el presbiterio, en donde sobre el tabernáculo se ve una cruz de madera, la famosa Cruz del Milagro, titular del templo.
A la entrada y alrededor del atrio exteriormente siguiendo la forma de cruz hasta el costado de las capillas, hay una balaustrada de calicanto, y en ella abiertos tres arcos: sobre el central que da acceso a la puerta mayor se ve esculpida esta inscripción: Cruz del Milagro. Sobre los otros dos que dan entrada a la puerta de las capillas en el uno: Capilla de Jesús, y en el otro: Capilla de Dolores. La cruz se levanta sobre estas portadas y se repite en los muros del relieve.”[15]
Como último dato interesante y relevante para la historia de nuestro país, se debe mencionar que el general don Rafael Carrera y Turcios, fundador de la república, nació el 25 de octubre de 1814, en una casa del antiguo Burgo de La Ermita, y bautizado en la cercana Parroquia de Candelaria.[16]
[1] Ordóñez Jonama, Ramiro. La familia Varón de Berrieza. En: Revista de la Academia Guatemalteca de Estudios Genealógicos, Heráldicos e Históricos. Tipografía Nacional. Guatemala: 1987. Página 574.
[2] Ordóñez Jonama, Op. Cit. Página 572.
[3] Reyes, José Luis. Datos curiosos sobre la demarcación política de Guatemala. Tipografía Nacional. Guatemala: 1951. Página 55. El ejemplar completo puede consultarse en línea en: www.ufdc.ufl.edu/UF0007816/00001/29j.
[4] Villanueva Sosa, María Teresa. Los servicios Portuarios Marítimos Nacionales y su incidencia en la economía. Universidad Francisco Marroquín. Guatemala: 1996. Página 6.
[5] Recopilación de Leyes de Guatemala. Tomo XV. Página 369.
[6] Zilbermann de Luján, Cristina. Aspectos Socio-Económicos del Traslado de la Ciudad de Guatemala (1773-1783). Academia de Geografía e Historia de Guatemala. Guatemala: 1987. Páginas 58 y 59. La historiadora incluye tres interesantes testimonios presenciales del desastre que le dan un aire de inmediatez a su estudio.
[7] Zilbermann. Op. Cit. Página 62.
[8] Zilbermann. Ibid. Página 63.
[9] Zilbermann. Ibid. Página 63.
[10] Álvarez-Lobos, Carlos Alfonso. La Parroquia Vieja de Nuestra Señora de la Asunción del Valle de La Ermita. Revista de la Academia Guatemalteca de Estudios Genealógicos, Heráldicos e Históricos. Tipografía Nacional. Guatemala: 1983. Página 360.
[11] Zilbermann. Op. Cit. Página 74.
[12] Zilbermann. Ibid. Página 65.
[13] Zilbermann. Op. Cit. Página 81.
[14] Zilbermann. Ibid. Página 102.
[15] Álvarez-Lobos. Op. Cit. Página 381.
[16] Álvarez-Lobos. Ibid. Página 361.