Muybridge y Someliani en Guatemala.
Rodrigo Fernández Ordóñez
La Revolución Liberal que alcanza el poder el 30 de junio de 1871, tenía como ambición impulsar a Guatemala al futuro, romper con los últimos rescoldos coloniales y convertirla en una pujante nación que participara, junto con otras potencias del momento, en la escena internacional. Como cualquier evento histórico, tiene sus luces y sus sombras. Sus sombras, largas, han sido denunciadas con minucioso detalle por el historiador J. C. Cambranes en sus obras, entre las que destaca Café y Campesinos. Pero como dijera el poeta Ismael Cerna en su famoso poema ante la tumba de Barrios: “…No olvido que en un instante en tu abandono/ quisiste engrandecer la Patria mía,/ ¡Y en nombre de esa Patria te perdono!” Y en ese espíritu del poeta, también es justo señalar esa ambición, nunca concretada, de convertir a Guatemala en un país moderno, tocado por el Progreso y la Prosperidad, y para ello, qué mejor excusa que revisitar cuatro hermosas fotografías, escaparate de nuestro país en un lejano siglo XIX, y explorar su contexto.
-I-
La Revolución Liberal.
La campaña llevada a cabo por las tropas liberales luego de invadir el territorio guatemalteco desde la frontera con México, es resumida por un testigo de la época, Francisco Lainfiesta, y su contundencia no deja mucho espacio para la mitología, pues: “En 52 días de campaña, habían librado cinco combates, habían obtenido cinco victorias y habían convertido en una realidad el derrumbe completo y vergonzoso de un gobierno que contaba con 30 años de existencia…”.[1]
La historia de esa invasión, dirigida por don Miguel García Granados y Justo Rufino Barrios, puede resumirse como el choque de dos tiempos históricos: un régimen avejentado, tradicional, de espaldas al mundo y aquejado por la crisis económica,[2] soportado en un ejército que ha quedado obsoleto, sin preparación ni equipo para hacerle frente a la nueva forma de hacer la guerra que se encuentra desafiado por un pequeño grupo de aventureros, encabezado por dos caudillos, uno viejo y prudente, con carisma y otro joven, impetuoso y tosco, que gracias al armamento moderno, recién adquirido en los Estados Unidos tienen una superioridad de fuego avasalladora. Los fusiles de repetición Remington, se enfrentan a los viejos mosquetones y fusiles de disparo único con que las tropas nacionales tratan de hacerles frente.
Carlos Wyld Ospina, lúcido y olvidado escritor guatemalteco, autor de un ensayo sesudo en el que disecciona la vocación de fábrica de tiranos que fue Guatemala durante siglo y medio, ácido crítico del poder autocrático, expresó, a propósito de la revolución de 1871, estas frase lapidarias: “…Las revoluciones han de operarse sobre las conciencias mediante las ideas. Nosotros damos con frecuencia el nombre de revolucionarios a simples conquistadores del Poder a puño armado”[3]y cáustico comentario sobre el mismo evento: “…movimiento político que, pretendiendo ser una revolución de ideas, fue más bien una revuelta de ambiciones.”[4]
Regresando a Lainfiesta, invaluable testigo de esta época fascinante, narra en sus memorias la entrada de las tropas liberales a la pequeña y provinciana ciudad de Guatemala, luego de la campaña relámpago que inició en el occidente del país hacía apenas dos meses atrás. La tropa entra en una ciudad engalanada para la ocasión, bajo un cielo brillante y despejado. Tres mil hombres y sus dirigentes pisan su empedrado:
“García Granados verificó su entrada en carruaje descubierto en compañía de su esposa doña Cristina, que quiso llevar su parte en aquella entusiasta ovación y parte no mal merecida si se atiende a la importancia de la que tomó para desesperar a los gobernantes con su viveza y atrevimiento, para hacer prosélitos a la causa, para hacer adulterar el parque que debía servir a las tropas del Gobierno y para infundir a éstas aquél pánico, que tan funestos efectos produjo en los combates (…) El general Barrios se había dirigido al Palacio Nacional en donde habiendo tomado hospedaje en el salón de recepciones y despachos ministeriales, allí mismo hizo acomodar a sus ayudantes, asistentes, aliños de guerra y de montar, todo a montón y en el desorden propio de un campamento momentáneo, en el estado más activo de campaña…”[5]
La pareja de caudillos a su vez, es también un reflejo de dos generaciones que se necesitan mutuamente para lograr su cometido pero que a la larga se estorban. El general Garcia Granados asume la presidencia el 5 de julio y la ejerce de forma moderada, durante tres años, mientras que a su alrededor, la revolución se va radicalizando, dejándolo atrás. Su compañero del poder, Barrios de 35 años, se exaspera ante la prudencia del líder y socava poco a poco su poder (como la expulsión de los jesuitas), hasta que por fin, logra desembarazarse de quien ya le parece un viejo que lo obstaculiza para los radicales cambios que desea hacer en el país.
García Granados había concentrado sus esfuerzos en dos tareas que consideraba fundamentales para el desarrollo: la fundación de escuelas públicas en toda la república y la obtención de fuentes de ingresos fiscales con cuales pagar las obras de inversión. Según Paul Burgess, biógrafo de Barrios, durante el gobierno de García Granados: “Se fundaron escuelas en todos los departamentos y el dinero se empleó a manos llenas para equiparlas y mantenerlas.”[6]
Para Barrios en cambio, la prioridad era el desarrollo económico, y en consecuencia la construcción de infraestructura. No es que García Granados no le prestara atención a estos aspectos, pues la obtención de ingresos fiscales pasaba necesariamente por la modernización de la administración de puertos y aduanas, como da cuenta la puesta en funciones del puerto de Champerico, y la habilitación de la Aduana en Retalhuleu, por orden firmada el 10 de junio [7], es decir, incluso antes de hacerse del poder.
Sin embargo, Barrios, ya presidente en 1873 decide acelerar la reforma, y de esta cuenta emite el decreto que ordena la construcción de una línea férrea que conectara a la ciudad capital con el Puerto de San José. La ley preveía que si la obra no lograba extenderse hasta la ciudad, debía procurarse al menos que llegara a la ciudad de Escuintla. Otro decreto importante es el emitido en 1874 y que ordena a todos los Jefes Políticos, “sembrar mil libras de semilla de café y hacer almácigos que, al estar listos para el trasplante, se vendieran a precio de costo a quienes quisieran comprarlos o se dieran gratuitamente a quienes no pudieran pagarlos”[8], en un intento de impulsar la modernización de la agricultura con un producto que cotizaba alto en los mercados internacionales, pero lastimosamente, sin salir del esquema de monocultivo que se venía arrastrando desde la época colonial. La importancia que se le da al café es tal, que en un decreto del 25 de septiembre de 1876, se emite una ley que protege con prerrogativas especiales a los que cultiven la planta y castiga con severidad a quienes destruyan los almácigos y semilleros.[9]
La búsqueda de modernización del país, por medio de la industrialización de la agricultura (o al menos de sus medios de colocación en los mercados extranjeros), pasaba por unas consideraciones que aunque escritas para explicar el modelo liberal hondureño, por sus características, también aplican para la Guatemala del régimen de Barrios: “Por largo tiempo, Honduras no podrá ser un país manufacturero; tiene que ser, por sus elementos y por las aptitudes de sus habitantes, un país esencialmente agrícola. Se necesita pues, a todo trance, proteger y desarrollar la agricultura.”[10]
El cultivo del café creó un tipo de mitología, como de cultivo milagroso que habría de germinar riqueza, prosperidad y felicidad en nuestros países. Al respecto, el historiador Valentín Solórzano, recoge las impresiones que Matías Romero, autor mexicano, escribió en 1875 sobre Guatemala y su fórmula de desarrollo:
“… basta recordar lo que era Guatemala hace veinte años, y ver lo que es ahora. Terrenos del todo despoblados se han convertido súbitamente en campiñas bien cultivadas; pueblos y ciudades en decadencia se han levantado, y se enriquecen en proporción creciente; todos los días se constituyen caminos nuevos que facilitan la exportación; el comercio aumenta sus transacciones; hay trabajo para todos; el crédito del gobierno se establece y lo que hace poco era un pueblo decadente, pobre y casi arruinado, se ha convertido merced a los benéficos resultados del cultivo del café: en un Estado rico y próspero.”[11]
Pero el impulso de la agricultura, mediante la revolución de la propiedad de la tierra (sobre la que Cambranes, ya hemos dicho, ha abundado bastante en sus aspectos más tristes), tenía que estar acompañada de otras medidas de desarrollo tecnológico y por supuesto, de orden público interno. Por eso, Barrios, no sólo invierte dinero en obras de tendido de ferrocarriles (símbolo humeante del progreso de ésta época), sino también de otros medios de comunicación como el telégrafo, que puede poner noticias de las esquinas más distantes de la república en ojos del caudillo en apenas unas horas, maravilla de maravillas para esa época de rústicos e inapropiados caminos. Así, en 1872 ya se cuenta con tendido de hilos telegráficos entre las ciudades de Guatemala y Quezaltenango, San Marcos, Huehuetenango, Quiché, Jalapa e Izabal. En 1875 también se ordena la construcción de una carretera entre Quezaltenango, San Felipe, Retalhuleu y el Puerto de Champerico, repitiendo sin sorpresa, la ruta que a la inversa hacía Muybridge precisamente ese mismo año.
Pareciera que de pronto, Guatemala entra en un vertiginoso remolino de modernidad. Que repentinamente el dedo de Mercurio toca la montañosa república, insuflándola de progreso. Es sin embargo, el espíritu de una época, que sopla sobre el continente gracias a la rapidez con que se desarrolla la tecnología pensada décadas antes por nombres ilustres como Robert Fulton, James Watt, Tesla o Marconi, en Europa o en los Estados Unidos, pero que hacen que el mundo se torne cada vez, más pequeño. Además, según expresa la historiadora Artemis Torres, la idea de la libertad, que durante la primera mitad del siglo XIX estuvo revestida de la mayor importancia, con la corriente de pensamiento liberal se le agregaron, “con la misma intensidad e importancia, la idea de orden y la idea de progreso”[12], de tal cuenta que las obras de infraestructura y la conformación de un ejército profesional se entendieran como dos aspectos necesarios e imprescindibles del desarrollo de una nación. El lema inscrito en la bandera de Brasil, que en un listón blanco proclama Ordem e Progreso, es entonces, bajo esta perspectiva, una declaración de intención de la poderosa federación del sur, surgida de la guerra intestina por la tierra.
Sin apartarnos de la interesante obra de la historiadora Artemis Torres, nos explica que las ideas de Barrios se insertaban en un esquema bien definido de la época, de acuerdo al cual:
“El desarrollo del mercado interno y externo necesitaba de la construcción de vías de comunicación que facilitaran el transporte de la producción, la implantación de líneas férreas, la creación de puertos a los que con gran movimiento marítimo mercantil llegaban barcas, vapores, buques y goletas provenientes de todas partes del mundo. Así, Guatemala ingresó en la Unión Postal Universal, inauguró la línea telegráfica, se instaló el servicio telefónico y la comuniacion a través del cable submarino que se logró sin intermediarios.”[13]
Disculpándome antes por volver a recurrir a la cita extensa, creo útil transcribir otro párrafo de la obra de la doctora Torres, para subrayar las ideas que permeaban en la mente de las personas que contra viento y marea intentaban profundizar la reforma liberal en Guatemala, México y demás países de la región:
“Un periódico publicado por poco tiempo, transmite los deseos liberales de pacificación indicando: ‘Deseamos sinceramente que nuestro país adelante en el camino de la civilización i del progreso; pero creemos que esto no es posible, mientras haya la funesta costumbre de preferir la razón a la fuerza, a la fuerza de la razón; de abandonar las armas legales por ir en busca del rifle; i de esquivar el campo de la pública discusión para encerrarse en el de secretas conspiraciones i misteriosos proyectos de gabinete.”[14]
Otras obras importantes que alientan ese sueño de futuro próspero[15] son la firma del contrato para proveer energía eléctrica a la ciudad de Guatemala, del 13 de marzo de 1883; la creación de una administración de aguas para la capital en manos privadas; la conclusión del ramal del ferrocarril, el 4 de julio de 1883 ,que une al Puerto de Champerico con la ciudad de Retalhuleu; la inclusión del Puerto de Ocós como puerta de importación y exportación de mercaderías el 16 de agosto de 1884; la concesión del ramal ferroviario de Cobán a Panzós, sobre el río Polochic, y el arribo de la primera locomotora a la ciudad de Guatemala, en 1884, con ocasión del fin de la construcción de la línea de Escuintla a la Capital, con gran pompa el 19 de julio.[16]
Sin embargo, y pese a la nobleza de los ideales, no es posible olvidarnos del costo de esta empresa, que atinadamente señala Wyld Ospina, cuando recoge las impresiones del escritor nicaragüense Enrique Guzmán en su Diario íntimo, el que expresara: “Imposible hallar gentes más reservadas que los chapines. Hasta los borrachos son prudentes aquí”, nos deja una reflexión de su viaje por estas tierras, en la época en que “El Patrón”, era presidente:
“…La prensa guatemalteca repite hasta la saciedad las palabras progreso, reforma, libertad, pueblo y democracia; pero no hay que olvidar que el autor del progreso es el General Barrios; el iniciador y propagador de la reforma, el General Barrios; el sustentáculo de la libertad, el General Barrios; el hijo del pueblo, el padre del pueblo, el abuelo del pueblo, el General Barrios; el hombre de la democracia, en fin, el mismísimo General Barrios. Si el General Barrios llegara a morir, ya no habría aquí progreso, reforma libertad, pueblo ni democracia.”[17]
-II-
Eadweard Muybridge.
Debemos la fortuna de contemplar estas hermosas fotografías y todas las que tomó Eadweard Muybridge en Guatemala (alrededor de 113 según su propio recuento), a las tormentas del espíritu humano. Sucede que el talentoso fotógrafo desembarca en las costas del Pacífico guatemalteco a principios de mayo de 1875, huyendo de su pasado. Estando en San Francisco, California, en donde trabajaba para el gobierno estadounidense y para una empresa de vapores, descubre que su esposa le es infiel y decide tomar cartas en el asunto, asesinando al amante y entregándose inmediatamente después a las autoridades. Es juzgado y declarado inocente porque su defensa, consistente en tres talentosos abogados, argumenta, sin que nos cause mayor sorpresa, “locura transitoria” y con eso logran librarlo del mal paso.
“A pesar del resultado, Stanford consideró prudente que el fotógrafo desapareciera durante algún tiempo y lo mandó en uno de sus barcos, el Montana, de la Pacific Mail, que paraba a lo largo de la costa de Centro América una o dos veces al mes. Muybridge zarpó en febrero de 1875 (…) [muchas de las fotografías] fueron tomadas en Las Nubes, una finca de café perteneciente a William Nelson, el representante local de Stanford…”[18]
En el documentado ensayo de Arturo Taracena Arriola, que se incluye en el catálogo Imaginando Guatemala[19] se nos provee de información valiosa para contextualizar la visita de Muybridge:
“Muybridge había sido contratado por la Pacif Mail Steamship Company para hacer un muestrario de fotografías sobre Guatemala y Centroamérica que fuese capaz de atraer capitales, debido a que ésta trataba de recuperarse financieramente luego de surgir el Ferrocarril Intercontinental en Estados Unidos. Eran fotografías que buscaban atraer al capitalista y al turista extranjero hacia una ‘región pacífica, ordenada y progresista’, de acuerdo al mensaje del nuevo ideario liberal imperante en el istmo a raíz de la revolución de 1871.”
Así que gracias a la oportuna intervención del señor Leland Stanford, presidente de la Pacific Mail Steamship Company, y ex gobernador de California[20], tenemos a Muybridge en Guatemala, tomando fotografías. Stanford encomienda a Muybridge recorrer Guatemala para capturar en imágenes la hermosura de sus paisajes y de su pujante economía para incluirlas en los folletos promocionales de su empresa, a manera de brochures turísticos y ejecutivos. Durante su viaje, recorre los puntos más importantes de la naciente agroindustria del café y sus puertas de salida a los mercados internacionales, y para ello cuenta con el apoyo de las autoridades locales. De esta cuenta desembarca en Champerico, (en donde obtiene las fotografías que arriba se insertan) y sigue su camino subiendo al macizo occidental recorriendo la bocacosta, del puerto a Retalhuleu, luego a Mazatenango, al valle de Almolonga, continuando luego hasta Quezaltenango y Totonicapán, luego Sololá, Panajachel, Chimaltenango, Antigua Guatemala, Santa María de Jesús, ciudad de Guatemala, Escuintla y el Puerto de San José, en donde tomará el vapor el 1 de noviembre rumbo a Panamá, para regresar a San Francisco y retomar su vida. De acuerdo a Luján: “…visitó Retalhuleu, Mazatenango y algunas fincas de café en la bocacosta, como San Isidro y Las Nubes, para fotografiar el proceso del cultivo del café desde su siembra hasta su embarque en Champerico”[21], pero no se limita a este proceso la colección de imágenes, pues también se lleva fotografías de paisajes, como los imponentes del Lago de Atitlán, a cuyo horizonte le agrega más volcanes, logrando imágenes de gran dramatismo, así como de los espacios urbanos que visita en su periplo y fotografías de grupos de indígenas.
De su desembarco en Champerico no tenemos mayor noticia, como tampoco de su estadía en el país, más que los fragmentos que fue recogiendo Luján en el libro que para esbozar este ensayo hemos consultado, pero de una interesante viajera encuentro un pasaje (que pertenece a su desembarco en Amapala), pero que puede ilustrar las condiciones de los viajes en la Centroamérica del siglo XIX:
“Cuando finalmente desembarcamos, estaba muy oscuro. El negro bajó el equipaje del bote, vadeando con la carga hasta la playa porque no pudo llegar hasta el desembarcadero mismo. Una vez hecho esto, me levantó como si yo fuese un gato, sin decirme una palabra o hacer un gesto, y de sus fuertes brazos fui depositada sobre Amapala.”[22]
Debemos tomar en cuenta que los fotógrafos de aquellos lejanos tiempos color sepia, no les bastaba colgarse la cámara del cuello y ponerse un chaleco lleno de rollos de película o de memorias digitales. La impedimenta consistía en cámaras de caja de madera, trípodes, los negativos eran placas de vidrio transportados en pesados cajones de madera recubiertos de terciopelo para su protección, y litros de químicos necesarios para tratar las placas, y que había que llevar consigo a todas partes, pues el revelado se solía hacer sobre la marcha, en el campo, al amparo de una tienda de campaña oscura o en la ciudad en algún laboratorio amigo, como el de Herbruger. Luján hace un inventario interesante en su citado libro, contabilizando al menos 17 elementos necesarios para hacer el trabajo, en un país carente de carreteras y transportes adecuados. Muybridge, para cumplir con su encargo, habría tenido que recurrir para su trasporte y el de su laboratorio errante, a los lomos de mulas, el medio de transporte más confiable de la época.
Como dato interesante que rescata Luján de la bruma del tiempo, es que Muybridge expone sus imágenes guatemaltecas en San Francisco y obtiene por ellas la medalla de oro en la XI Exposición Industrial de San Francisco en 1876, por “seleccionar cuidadosamente los temas, el gusto artístico y el hábil manejo técnico”.[23]
-III-
Fotografías de Agostino Someliani.
Las imágenes de este fotógrafo italiano eran denominadas, (junto con otras de autores desconocidos en los fondos de la colección fotográfica de CIRMA), con el nombre general de “Álbum Alcain”. Incluso en la edición anterior del catálogo Imaginando Guatemala, las fotografías aparecían con un pie de referencia que rezaba: Anónimo. Sin embargo, en la nueva edición, que data de 2007, se corrige la información, confirmando que al menos 69 de las imágenes pertenecen a Agostino Someliani, pues de acuerdo a Taracena Arriola, “…poseen las mismas características y están reveladas en papel de la misma forma.”[24]
Debemos abundar en la información que nos provee Taracena Arriola, pues de lo investigado por el que esto escribe, es el único que ha escrito sobre Someliani, y nos indica que viene a Guatemala aproximadamente en 1877, para trabajar para el Ministro de Fomento, Manuel María Herrera y sus imágenes parten de ese año hasta 1883. Al decir de Taracena, muchas imágenes del fotógrafo, fueron expuestas en el pabellón de Guatemala en la Exposición Universal de París del año 1878, ocasión para la cual se editaría el referido álbum, “ricamente forrado de seda con los colores de la bandera nacional, azul, blanco y azul…”[25], y la intención del álbum se traduce en la contratación de Someliani por el gobierno liberal, “…para que recorriera el país tomando vistas de edificios, de tipos de indígenas, de poblaciones, de fincas y de cuanto cooperase a dar una idea del país…”[26], es decir, para vender la idea de la pujante nación que se impone en el camino del progreso. Afirma Taracena que la obra de Someliani proyecta una mirada tecnológica y de poder, pero desde la perspectiva del Estado y la población beneficiada con el cambio de régimen y la creciente bonanza del café.
-IV-
El “caballo de hierro”, la locomotora, se convirtió en el símbolo del progreso por excelencia. Sus columnas de vapor y su traqueteante rugir eran la viva imagen del país pujando hacia el futuro de paz y prosperidad. Así, el ferrocarril que conecta el Puerto de San José con la ciudad de Escuintla, aunque estaba en funciones desde el 18 de junio de 1880, “…se propuso su inauguración formal hasta el 19 de julio, en honor del onomástico del presidente constitucional a cuya energía y empresa se debía primordialmente aquella obra”[27], fundiendo al caudillo con el destino mismo de la nación. Gracias a aquél prodigio tecnológico, el viajero ya podía viajar cómodamente hasta el borde mismo del muelle, junto con su equipaje y mercancías de exportación, como lo reflejan las fotografías de Someliani, desapareciendo para siempre esas incomodidades y peligros de embarcar en lanchones, bajados en una bamboleante jaula y cruzar en ellos la línea de “reventazón” de las olas.
Las fotografías del italiano también representan otras obras modernas del régimen liberal: los edificios de aduana y guardianía del puerto, la estación del ferrocarril de Escuintla, las grandes extensiones de cafetos que son inspeccionadas por hombres en indumentaria colonial, las amplias bodegas de los almacenes de exportación en los que ordenadamente reposan estibados los sacos del precioso grano, fundamento de la bonanza de la república, listos para el embarque y los buques que anclados en las cercanías del muelle, esperan su turno para ser cargados. El sueño gira alrededor del grano aromático.
La importancia dada al proceso del café se debe a que, en palabras de la historiadora Artemis Torres: “La agricultura se concretó fundamentalmente en la producción del café, este cultivo simbolizaba civilización, aumentaba la producción, el comercio, y sobre él se levantaron las artes y la ilustración”[28], convirtiendo a éste cultivo en una especie de símbolo de modernidad que haría que Guatemala se volviera en la tierra soñada, un tipo de paraíso para el extranjero trabajador, que con sus virtudes haría mejorar la vocación del trabajo de la población nativa y atraería la fortuna de los inversionistas, que quedarían maravillados ante el pujante empuje de esta pequeña república en su camino hacia el progreso.
Los barcos anclados frente al muelle, representan también el punto de contacto con el mundo exterior, que tan sólo unos años antes parecía tan remoto. Guatemala ya jugaba en el campo de las grandes potencias. En octubre de 1881, por ejemplo, Justo Rufino Barrios firma en la ciudad de Nueva York, un contrato con el ex presidente Ulises S. Grant para la construcción de un ferrocarril que habría de conectar a Guatemala con México. La primera cláusula del documento establece: “El general Ulises S. Grant y sus asociados formarán una compañía, que se conocerá como Compañía del Ferrocarril de Guatemala, para construir ferrocarriles y líneas telegráficas en el territorio de Guatemala sobre rutas elegidas por la compañía”, y Guatemala se obligaba a conceder a la compañía “… privilegio exclusivo de la Compañía del Ferrocarril de Guatemala…”[29] por veinticinco años. La firma Grant y Ward cayó en bancarrota en 1884, llevándose al suelo este nuevo sueño.
El gran valor de las fotografías que ilustran el presente escrito, radica en que reflejan el sueño de modernidad que líderes liberales tuvieron para nuestro país. Que ese sueño se basaran en la explotación inmisericorde de los campesinos, que eran tratados como propiedad de los grandes finqueros es quizá, una de las explicaciones por las que el modelo al final no resultara en esa explosión de bonanza a la que se aspiraba. A la larga, no se podía crear riqueza prescindiendo de la libertad de los trabajadores, ni obviando la existencia del mercado interno. El modelo se agotaría décadas después, cuando la emergente clase media decidiera participar en el movimiento de liberación del país, bajo los discursos de libertad de Churchill y Roosevelt, pero la rápida radicalización del movimiento llevaría a que la clase media le diera la espalda al joven caudillo Árbenz, pero esa ya es otra historia.
A manera de colofón, traigo a colación una cita más, de Paul Burgess, que cierra contundente las presentes reflexiones:
“El gran error de Barrios y de tantos estadistas latinoamericanos ha sido la creencia de que el progreso y la civilización son algo que puede imponerse desde arriba por medio de decretos. El resultado inevitable es la tiranía, y la tiranía es esencialmente desmoralizadora.”[30]
[1] Francisco Lainfiesta. Apuntamientos para la historia de Guatemala. Editorial José de Pineda Ibarra. Guatemala: 1975.
[2] Se debe señalar que el régimen conservador no estaba sumido en la inacción. Había iniciado el cultivo del café como sustituto de la grana y en 1869, durante la gestión de Vicente Cerna, se tendía la primera línea de telégrafo de Guatemala a Amatitlán.
[3] Wyld Ospina, Carlos. El Autócrata. Ensayo Político-Social. Tipografía Sánchez & De Guise. Guatemala: 1929. Página 39.
[4] Wyld Ospina. Op. Cit. Página 64.
[5] Lainfiesta. Op. Cit.
[6] Burgess, Paul. Justo Rufino Barrios. Editorial Universitaria de Guatemala y EDUCA. Costa Rica: 1972. Página 171.
[7]Burgess. Op. Cit. Página 121.
[8] Burgess. Op. Cit. Página 226.
[9] Burgess. Op. Cit. Página 247.
[10] Molina Chocano, Guillermo. Estado Liberal y Desarrollo Capitalista en Honduras. Edición del Banco Central de Honduras. Honduras: 1976. Página 20.
[11] Solórzano Fernández, Valentín. Evolución Económica de Guatemala. Ediciones Papiro. Guatemala: 1997. Página 290.
[12] Torres, Artemis. El pensamiento positivista en la historia de Guatemala (1871-1900). Editorial Caudal. Guatemala: 2000. Página 91.
[13] Torres. Op. Cit. Página 82.
[14] Torres. Op. Cit. Página 95.
[15] Para un listado exhaustivo de estas disposiciones ver: Jorge Mario García Laguardia. La Reforma Liberal en Guatemala. Tipografía Nacional. Guatemala: 2011. Página 48.
[16] Sobre las medidas económicas del régimen liberal es interesante consultar la obra de Roberto Díaz Castillo. Legislación Económica de Guatemala durante la Reforma Liberal. Editorial Universitaria de Guatemala y EDUCA. Guatemala: 1973.
[17] Wyld. Op. Cit. 50.
[18] Sánchez, Guillermo. Introducción de Un invierno en Guatemala y México. Diario de viaje de Helen Sanborn (1886). Museo Popol Vuh, Universidad Francisco Marroquín. Guatemala: 1996. En ese hermoso libro se publican un buen número de las fotografías que tomara Muybridge en su viaje al país.
[19] Imaginando Guatemala (1850-2006). Fotografías de la Colección CIRMA. Editado por Tani Marilena Adams. CIRMA. Guatemala: 2007. Página 30.
[20] Luján Muñoz, Luis. Fotografías de Eduardo Santiago Muybridge en Guatemala (1875). CENALTEX. Guatemala: 1984. Página 23.
[21] Luján. Op. Cit. Pág. 25.
[22] Lester, Mary. Un viaje por Honduras. Editorial Universitaria Centroamericana (EDUCA). Costa Rica: 1971. Página 64. Sobre las difíciles condiciones de viaje que afrontaron nuestros bisabuelos centroamericanos se ha explorado anteriormente en el ensayo “Ese peligroso asunto de viajar”, de la serie de escritos sobre Gómez Carrillo, publicados en la sección de ensayos del portal del Departamento de Educación de la UFM.
[23] Luján. Op. Cit. Página 27.
[24] Taracena. Op. Cit. Página 31.
[25] Íbid. Página 31.
[26] Ibid. Página 32.
[27] Burgess. Op. Cit. Página 297.
[28] Torres. Op. Cit. Página 198.
[29] Burgess. Op. Cit. Página 328.
[30] Burgess. Op. Cit. Página 204.