Del intento del Museo Británico de comprar las ruinas de Quiriguá
Rodrigo Fernández Ordóñez
Así eran las cosas en aquellos tiempos de ilustraciones a la acuarela y grabados en blanco y negro, cuando nadie hablaba de saqueo cultural y los barcos de vapor transportaban en sus panzas de hierro al Viejo Continente, edificios completos para montarlos en los ambientes artificiales de sus salas de exposición. En un documento que vale su peso en oro, publicado en el tomo XIII de la «Revista anales de la Academia de Geografía e Historia de Guatemala», del mes de junio de 1937[1], encontramos el interesante recuento del viaje de exploración patrocinado por el Museo Británico para que dos expertos alemanes, doctor M. Wagner y doctor Carl Scherzer, por intermedio del cónsul británico en Guatemala, C. L. Wyke, evaluaran la calidad de las ruinas de Quiriguá, para comprarlas y trasladarlas a ‘la city’. Todas las fotografías que se han incluido pertenecen a la expedición de Alfred P. Maudslay realizada en 1883.
-I-
La visita a Quiriguá
Como no podía estar en otro lugar, el diario de exploración del doctor Carl Scherzer, se encontraba al momento de su publicación en la revista Anales, en el departamento de Middle American Research de la Universidad de Tulane, Nueva Orleáns. “Es éste un cuaderno estropeado y muy usado, y en sus últimas páginas escribió Scherzer, en su inglés más florido, un apunte del informe que sobre Quiriguá dio al Cónsul británico…”, al principio de sus apuntes sobre la exploración al sitio maya, apuntaba Scherzer:
“El infrascrito ha sido honrado por el Cónsul de S. M. en Guatemala, con la misión de visitar, en representación del Museo Británico, las ruinas indias más importantes de la América Central, y me permito dar a los Administradores del Museo Británico el siguiente informe sobre el resultado del primer viaje a las ruinas de Quiriguá…”
Al parecer, quien inició la especulación para la compra-venta de las ruinas mayas fue el viajero estadounidense John Lloyd Stephens, quien en compañía de un dibujante, Frederick Catherwood anduvo por las selvas centroamericanas a finales de la década de 1830 e inicios de la de 1840. Sus gestiones estuvieron encaminadas para comprar, con el fin de embalar y despachar, las ruinas de Palenque a la ciudad de Nueva York. Así las cosas, abierto el mercado para estos disparatados fines, el Museo Británico entró también en el ruedo, y requirió la ayuda del cónsul británico en Guatemala, Wyke, con el fin de que se hicieran exploraciones para localizar las mejores ruinas para comprar y trasladar a Londres.
El viaje, por supuesto era dificultoso. Por eso es que muchos años después, Wyke volvería a sonar en los oídos de los guatemaltecos, y en esta segunda ocasión no por querer llevarse ruinas mayas a su país natal sino por engañar descaradamente a su contraparte, Pedro de Aycinena cuando firma el Tratado Aycinena-Wyke[2], inicio del calvario que Guatemala sigue arrastrando sobre el tema de Belice. Porque pese a que Wyke firmó el tratado, su majestad no habría de cumplir nunca a lo que se obligaba en dicho instrumento. Al final de cuentas, como todo era un asunto de realpolitik, en el que los países grandes hacen lo que quieren y los países pequeños lo que pueden, Guatemala lo que podía hacer era aceptar las condiciones británicas, esperanzada en que se dignaran a cumplirlas. Decepción de decepciones.
Pero bueno, ese no es el tema del que quiero ocuparme hoy, así que luego de la larga digresión regresamos al viaje emprendido por los doctores Wagner y Scherzer, que navegan por el río Motagua, “…en el tronco hueco de un cedro gigante, hasta las cercanías de las ruinas…”, notando que la navegación por este ancho río era cómoda y segura, pero que las orillas del río estaban cubiertas de una selva espesa, apenas interrumpida por esporádicos sembradíos. El viaje había durado cinco días agotadores, atravesando “diferentes sierras y altos valles (…) donde frecuentemente necesitamos de escolta militar para protegernos contra las gavillas de ladrones que merodeaban cerca…”, (qué poco ha cambiado Guatemala), hasta llegar a la población de Gualán, en donde vivía el señor Francisco Siguí, arrendatario de la hacienda Quiriguá. El señor Siguí los hace acompañar por el señor Ronaldo Desangustum, quien les serviría de guía. La justificación del por qué se escogió Quiriguá (tomando en cuenta su singular misión), es interesante:
“Como todas las antigüedades indias de la República de Guatemala, estas ruinas están situadas muy cerca de la capital, y como su corta distancia a la orilla de un río navegable, ofrece la mejor oportunidad para la adquisición de algunos de estos interesantes monumentos, pensamos que sería de la mayor importancia para la honorable misión que se nos había confiado, el encaminar nuestros pasos a esta región, en primer lugar.”
Hace constar también, que a su parecer, merecerían más atención las ruinas de Copán, pero que dos circunstancias le obligaron a desecharla, la primera, no se sorprenda usted, la violencia que azotaba al Estado vecino[3], por lo que se inclina por el sitio menos importante, aunque de mucho interés, Quiriguá, pues la segunda razón que lo obligó a prescindir de Copán no era en absoluto superficial, pues:
“El envío de las partes de estas ruinas que excedan el peso de una carga de mula, será casi imposible, debido a las condiciones del terreno, quebrado y montañoso, y lo poco práctico del transporte por agua, pues el río Copán es solamente navegable en una corta distancia.”
Es decir que los viajeros habían priorizado Quiriguá por su conveniente ubicación cerca del río Motagua, por el que se podrían sacar los monumentos adquiridos a las aguas del Atlántico y ser embaladas para Inglaterra en el conveniente puerto de Belice, no muy lejos de allí. Es curioso hacer notar que una ruta similar siguieron ciertos dinteles de piedra que Maudslay sacaría del sitio maya de Yaxilán, cuarenta años después, con el mismo destino: el Museo Británico.
Así, el grupo llega a un punto determinado del río y desembarcan, preparándose para un día de camino hasta llegar a las ruinas, pero el camino aún es tortuoso:
“Después de numerosos trabajos y fatigas, los cuales únicamente pueden ser comprendidos con exactitud por aquellos que conocen el carácter y la naturaleza de la América tropical, conseguimos cortar con el machete, que es un cuchillo largo que se usa en los países de la América Central, una vereda desde la orilla del río hasta el lugar donde están situadas las ruinas…”
El doctor Scherzer informa con todo detalle que las ruinas se encuentran a un costado del camino que comunica a la ciudad de Guatemala con la costa atlántica, a los pies de la sierra del Mico, a unas doscientas millas británicas de la ciudad:
“Todos los monumentos descubiertos hasta el presente, se encuentran dispersos en los bosques, en el lado izquierdo del río, como a dos millas inglesas de la orilla, y se extienden, como informamos al señor Siguí, en una superficie de cerca de 3,000 pies cuadrados, mientras toda la propiedad, según el mismo informe [remitido al Museo Británico], se dice que ocupa un espacio igual a doce millas inglesas de largo y seis millas de ancho.”[4]
Con ojo experto, el doctor Scherzer evalúa la posibilidad de embalar la ciudad y enviarla a la lejana Londres, concluyendo que el trabajo puede efectuarse solo escogiendo ciertas piezas, escogiendo aquellas que merezcan más interés, pues la factura de la mayoría las califica de “mediocres”, con jeroglíficos mal definidos o bien, desgastados por el tiempo hasta hacerlos borrosos. “De todos los diversos monumentos que hemos visto, solo estos dos ofrecen alguna posibilidad de ser transportados por fuerzas humanas, lo cual es completamente imposible con las otras ruinas, debido a su tamaño y peso inmensos”.
-II-
Fragmentos del diario de Scherzer
Haciendo un ejercicio de imaginación, aún a sabiendas que el mismo es anacrónico, pues el texto del doctor Scherzer es de 1852 y las fotografías insertas pertenecen a la expedición de Maudslay de 1883, creo que es útil conjugar imágenes y texto, para darnos cuenta de la inviabilidad del proyecto del Museo Británico, que al recibir el informe de Wagner y su colega, desistieron de trasladar las ruinas a Londres.
[1] Scherzer, Carl. Una visita a Quiriguá después del año 1852. Traducción de Roberto Morgadanes. Revista Anales de la Academia de Geografía e Historia, Tomo XIII, Número 4. Guatemala: junio, 1937. Páginas 447 a 457. Todas las citas textuales pertenecen a esta publicación, a menos que se haga constar lo contrario.
[2] Convención entre la República de Guatemala y su Majestad Británica, relativa a los límites de Honduras Británico, firmado por los representantes plenipotenciarios, Don Pedro de Aycinena, Consejero de Estado y Ministro de Relaciones Exteriores de la República de Guatemala y el señor Don Carlos Lennox Wyke, encargado de negocios de su Majestad Británica en la República de Guatemala: “…Artículo 7. Con el objeto de llevar a efecto prácticamente las miras manifestadas en el preámbulo de la presente Convención para mejorar y perpetuar las amistosas relaciones que al presente existen felizmente entre las dos Altas Partes contratantes, convienen en poner conjuntamente todo su empeño, tomando medidas adecuadas para establecer la comunicación, más fácil (sea por medio de una carretera, o empleando los ríos o ambas cosas a la vez, según la opinión de los ingenieros que deben examinar el terreno) entre el lugar más conveniente en la costa del Atlántico cerca del Establecimiento de Belice y la Capital de Guatemala, con lo cual no podrán menos que aumentarse considerablemente el comercio de Inglaterra por una parte, y la prosperidad material de la República por otra; al mismo tiempo que quedando ahora claramente definidos los límites de los dos países, todo ulterior avance de cualquiera de las dos partes en los territorios de la otra, será eficazmente impedido y evitado para lo futuro…”
[3] Expone en su diario, a manera de explicación: “…Las bandas de guerrillas volantes que amenazan las fronteras, así como el carácter agresivo de los habitantes de ambos países, hacen impracticable una expedición científica a ese lugar [Copán], mientras continúe la guerra entre esas dos Repúblicas…”
[4] En su diario el doctor Carl Scherzer hace referencia en varias ocasiones al informe rendido al Museo Británico, según el editor de la publicación de Anales, en su diario, el arqueólogo consignó notas generales sobre el informe en mención, quizás para no olvidar los datos rendidos.