“…Con la imajinación aturdida…”

El descubrimiento de Tikal por Ambrosio Tut y Modesto Méndez

 

Rodrigo Fernández Ordóñez.

-I-

Todos hemos visto, en algún momento de nuestra vida, por alguno u otro motivo, las hermosas acuarelas y dibujos a tinta que realizó el arquitecto inglés Frederick Catherwood de las construcciones mayas durante el viaje en que acompañó al diplomático estadounidense John L. Stephens, por las actuales Yucatán, Guatemala y Honduras, en una aventura emocionante e increíble en busca de un gobierno ante el cual presentar credenciales y que relató con delicioso detalle en su libro ‘Incidentes de Viaje en Centro América, Chiapas y Yucatán’, publicado en dos tomos por la mítica editorial EDUCA en su serie Viajeros, a la que iremos recurriendo en no pocas ocasiones en el futuro para nutrir estas cápsulas. De Stephens le llegaron noticias a nuestros abuelos de esos misteriosos templos y palacios tragados en silencio por la selva, pero acaso muy pocos de nosotros tengamos al día de hoy noticias de los descubridores de Tikal, y de su interesante peripecia, que se lee como el mejor relato de aventuras a lo Stevenson, Salgari  o Defoe. A esos dos guatemaltecos dedicamos estas agradecidas líneas.

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-II-

El coronel Modesto Méndez

Modesto Méndez, retrato de Julián Falla, 1852.

 

Modesto Méndez nació en 1801 en la población de Señora de los Remedios de Itzá, (ascendida a villa en 1825 y bautizada como ciudad de Flores en 1830), desarrollando su carrera de vida en el departamento de Petén, del que llegó a ser Corregidor. Según datos biográficos publicados por Carlos Antonio Mendoza Alvarado[1], encontrados en el Archivo General de Centro América, se tiene que en 1836, Méndez fue nombrado juez de circuito para el pueblo de Dolores, Petén (B86.2, Exp. 27276, Leg. 1160) y el 6 de septiembre de 1845 fue nombrado Corregidor del Petén en sustitución de don Manuel Pinelo (B91.1, Exp.84280, Leg. 3610, Fol. 1) y que el 5 de noviembre de ese mismo año fue nombrado administrador de la estafeta de correos del distrito de Petén (B91.1, Exp. 84282, Leg. 3610). Apunta Mendoza que en el Padrón de Flores de 1845, Modesto Méndez “…aparece como propietario de sesenta reses, cuatro bestias y veinticuatro mulas”, teniendo ya una familia de dos hijas y tres varones. Al parecer, según información que por vía electrónica recibió Mendoza, cortesía del señor Luis José Hernández, el 31 de mayo de 2011, las hijas de don Modesto fueron Juana de Dios y Damiana Felipa de Jesús. Informa Hernández que la primogénita, Juana de Dios, tuvo una niña ilegítima “… que según sus descendientes Modesto Méndez obligó a regalarla: Justiniana Valle Baños. Aunque en el bautizo de ella aparece como Niña expósita en la puerta de Felipe Valle y María Baños.»

De aquellos tiempos convulsos de revueltas y guerras civiles da fe don Modesto, cuando el 10 de noviembre de 1849, informa al Supremo Gobierno que “…grupos de bárbaros y de los pueblos de Chinchanjá y San Antonio, dirigidos por residentes en Belice, se estaban preparando para atacar aquel distrito…” (B118.17, Exp. 54962, Leg. 2487). Para el año de 1861 aparece en el censo identificado como “Coronel y Hacendado”, incluyendo en su familia a “… dos jóvenes que son ‘crianza’ y llevan su apellido: Petrona (n. 1841) y Rafael (n. 1849)…”

El coronel Modesto Méndez moría a causa de un derrame cerebral el 15 de febrero de 1863 y según informa José María Soza, citado por Mendoza, en su monografía del departamento de Petén: «La muerte del coronel Modesto Méndez, fue sumamente sentida en todo el distrito de El Petén, siendo su enterramiento un caso pocas veces visto, como manifestación de cariño y agradecimiento por sus importantes servicios. Su cadáver fue conducido en hombros por todas las principales calles de la ciudad y acompañado de la banda civil que ejecutaba sentidas marchas fúnebres, para ser depositado bajo el piso de una de las capillas de la iglesia, que con tanto empeño había trabajado por su reconstrucción; dejando a la posteridad el ejemplo de lo que puede hacer el trabajo honrado, no importando la humildad de nacimiento.»

En honor del coronel Modesto Méndez, el Gobierno de la República, mediante Acuerdo Gubernativo, de fecha 30 de octubre de 1958, designó con su nombre una aldea del municipio de Livingston, Izabal, llamada antes Puerto Cadenas, situada en la ribera del río Sarstún.

 

-III-

El descubrimiento de Tikal

 El verdadero descubridor de la ciudad maya de Tikal fue don Ambrosio Tut, a quien Méndez llama en su informe Gobernador, y del que lastimosamente no he podido conseguir más información. Tut fue quien informó de la existencia de estas estructuras al Corregidor del departamento, quien se dispuso a organizar una expedición formal para certificar su existencia y reclamarla para la república de Guatemala, pretendiendo ilusamente, evitar que: 

“…Vengan en hora buena esos viajeros con mayores posibles y facultades intelectuales, hagan excavaciones al pie de las estatuas, rompan los palacios y saquen curiosidades y tesoros que no podrán llevar sin el debido permiso; jamás podrán nulificar ni eclipsar el lugar que me corresponde al haber sido el primero que sin gravar a los fondos públicos, les abrí el camino…”[2]

Ya estaba enterado don Modesto de esos viajes de verdadero saqueo cultural que realizaban los británicos, franceses, alemanes y estadounidenses en todos los rincones del mundo, en los que desmontaban pieza a pieza construcciones enteras para embarcarlas y re ensamblarlas en amplios y artificiales salones de sus museos, como el Pérgamo de Berlín, en el Museo Británico o el de Victoria y Alberto de Londres. Recordemos que muchas piezas de nuestra herencia cultural se exponen actualmente en salones lejanos, como las puertas del Templo I de Tikal en el Museo de las Culturas de Basilea, Suiza, gracias a que Gustav Bernoulli las embarcó con ese destino con la autorización del vendepatrias de Justo Rufino Barrios.

 Pero bueno, volvamos a lo nuestro. Méndez sale de la ciudad de Flores el 23 de febrero de 1848 a la cercana población de San José, ubicada en la orilla norte del lago. Lo acompañan dos comisiones, una de cada municipalidad. Parten el día 24 a las 3 de la mañana, en canoa y se dirigen al oeste del Lago rumbo al actual sitio llamado El Remate, distante a cinco leguas.[3] Allí desembarcan e inician el camino a pie, dando cuenta don Modesto de la realidad de esa tierra de nadie, cuando comenta “…empezamos el viaje, no sin algún cuidado, pues algunas indígenas que habitan en el lugar del desembarco quedaron llorando porque sus esposos y el Gobernador, Ambrosio Tut, hacía ocho días que habían salido a explorar el camino de las citadas ruinas y temían que hubiesen sido víctimas de los salvajes…”

La primera jornada de caminata termina cuatro leguas al norte, junto a una aguada que él llama La Tinta, y que Muñoz Cosme y Vidal Lorenzo identifican como la laguna El Tintal, y que creen que es el punto más adecuado para dirigirse a Tikal porque la selva es allí menos espesa, lo que les permitiría seguir el rumbo norte con menos riesgo de desviarse. Incluye don Modesto un comentario que me parece feliz, para el lector que está a 166 años de distancia, y que nos permite reconstruir la forma de viajar en esos lejanos tiempos color sepia: “…por el buen tiempo que hacía amarramos nuestras hamacas al abrigo y frescura de la mañana…”, lo que nos da una sensación de inmediatez, provocando la envidia de quien vive rodeado de cemento y edificios.

A las cinco de la tarde de ese día, mientras la comitiva se encuentra, sin mucha prisa, haciendo el alto en la selva, los encuentra el Gobernador Tut, quien justifica su tardanza con otra de esas frases que pesan oro para la imaginación de quien quisiera haber nacido en esos tiempos: “… que la causa de su dilación había sido por una parte, la rectificación del camino, y por otra la caza de tantos animales y la busca de agua, que no encontró en parte alguna, apelando en tan aflictiva circunstancia, a dos clases de bejuco grueso que por estos lugares brinda con abundancia la naturaleza…”. Imposible no recordar con esas líneas, las tardes felices y despreocupadas de la adolescencia que gastamos leyendo las aventuras que Virgilio Rodríguez Macal nos contó en sus novelas Guayacán, Jinayá y Carazamba.

El señor Tut se pasó un buen rato contándoles de los edificios que había descubierto, hasta que cayó la noche y todos se fueron a dormir. El día 25 temprano, la comitiva de Tut se despidió y siguió su camino al sur, a San José y el Gobernador se sumó al grupo de Méndez, regresando sobre sus pasos. Comenta don Modesto que ese día la expedición sumaba 19 hombres. Caminaron todo el día, deteniéndose para acampar a las cuatro de la tarde. Apunta Méndez que llovió todo el día.

El 26 de febrero reiniciaron su camino, otra vez bajo la lluvia:

“Volvió de nuevo la lluvia con muchos truenos y rayos no comunes en el presente mes, y así, mojados como estábamos, siendo las tres de la tarde, empezamos a observar fragmentos de loza antigua y un monte algo más claro, lo cual vino a despertar la ansiedad natural de aproximarnos al objeto que buscábamos.”

La emoción del descubrimiento se las dejo en palabras de don Modesto, de quien respeto la ortografía original:

“Poco después, estando en un cerro de regular elevación, se descubrió en otra altura superior el primer palacio, cuya soberbia perspectiva no hubo uno solo de mis compañeros que no quisiese disfrutar. Desde entonces, empezé a sentir un noble orgullo al ver logrados en tan cortos días nuestros trabajos, los deseos de tantos años, con notable oprobio de mis antecesores. Nos aproximamos con mayor entusiasmo, hasta ponernos al pié de una hermosa escalera, cuyo paso nos disputábamos, subiendo por precipicios y escombros, orijinados tal vez por los temblores y elevados árboles…”

Es interesante el relato que nos hace don Modesto. No solo por su inmediatez, sino por las noticias que nos da sin querer, pues comenta que en tan solo tres jornadas se cumplen “sus deseos de tantos años”, lo que nos hace presumir que el Corregidor llevaba tiempo de estar buscando estos vestigios arqueológicos, y que don Ambrosio fue una especie de avanzadilla, enviado a localizarlas. Lastimosamente no nos da más detalles don Modesto de sus planes y expediciones anteriores, pero pasa, en compensación, a describirnos con lujo de detalle las operaciones de medición y registro de las estructuras que encuentra, invadidas totalmente por la selva.

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Suben a una estructura, que Muñoz Cosme y Vidal Lorenzo identifican como el Templo V, y desde su cima, lanza una cuerda y toma sus primeras mediciones: la pirámide mide cincuenta varas de altura y veinticinco de ancho. Miden las paredes, ingresan al recinto y ordena que copien en papel un esbozo del edificio. Podemos imaginarlo, sentado en el último peldaño de la escalinata comida por la selva, viendo el horizonte mientras apunta esta frase emocionada:

“No es posible hallar expresiones propias para significar el inmenso espacio que se presenta a la vista desde esta altura, en todas direcciones, ofreciéndose el más pintoresco panorama al Oriente del palacio; es preciso verlo para sentir los efectos que inspira una perspectiva tan encantadora…”

 A las cinco de la tarde, mientras cae la noche, descienden de la pirámide y arman campamento para comer y dormir, pero como dice don Modesto, “…con la imajinación aturdida…”, por los importantes descubrimientos. Al día siguiente, 27 de febrero continúan con la exploración de los edificios. Es un día nublado, pero sucede algo importante, descubren las primeras inscripciones: “…en distintos lugares del interior hay caracteres escritos, caras y animales desconocidos…”. También  ese día encuentran las primeras estelas, al pie del mismo edificio con las inscripciones, a las que describe como “lápidas”, encuentran once y varios altares ceremoniales a los que describe como “ruedas de una calesa”. En ese momento deben suspender los trabajos, pues los mozos que hacen el trabajo duro de desbrozar, están cansados, pues no han dejado de trabajar, salvo breves intervalos “para almorzar y comer”.

El día 28 continúan sus trabajos de exploración, pero la espesura de la selva les dificulta el avance:

“… auxiliados de las raíces de los árboles, llegamos a lo principal del edificio. Este en nada discrepa de los otros; aparecen algunas piezas completamente arruinadas, otras al destruirse por la violencia de las raíces que, a pesar de su enormidad, no penetran hasta el interior; pero no le faltan piezas útiles habitables, siendo sus paredes de tres varas de grueso…”

Pero la ciudad, vacía, invadida por la selva y el silencio de la historia, no deja de afectar el ánimo de los exploradores, pues apunta don Modesto al final de ese día 28 de febrero:

“Fatigados de subir y bajar tantos precipicios, y hundidos en tristes y melancólicas reflexiones, al ver tantos escombros y ruinas, siendo la hora de retirarnos, lo hicimos, mejorando de ideas al encontrar en nuestro dormitorio los garrafones de agua que habíamos pedido; con lo cual quedaron desocupados los mozos destinados a conducir los bejucos…”

De los edificios explorados y otros objetos interesantes deja registro el señor Eusebio Lara, a quien se le encomienda la tarea de dibujante del equipo, aunque algunas veces, su trabajo se vea dificultado por el desgaste de la piedra, la vegetación o la destrucción de la selva. Según el arqueólogo y especialista en la civilización maya de la Universidad de Pennsylvania, William Coe, el trabajo de Lara fue realizado “…caprichosamente, pero con bastante fidelidad”[4], por lo que asumimos que los dibujos de Lara fueron más bien reinterpretaciones de las tallas descubiertas, más que copias fieles. Los dibujos fueron incorporados al informe original que expidió don Modesto Méndez al regresar a Flores, cuando tiene “…el honor de comunicar al Supremo Gobierno de nuestra República, cuanto interesante y superior se encuentra en la capital de este imperio, sin miras de interés particular, únicamente satisfecho y persuadido que mi persona y cortos bienes pertenecen a la Patria, al Gobierno y a mis hijos…”.

Presumimos, (y no queremos con ello querer pecar de ilusos optimistas), que sus originales se encuentran guardados en el Archivo General de Centro América, esperando el día en que algún filántropo patrocine una edición de ambos en un solo volumen, para gloria de nuestra amada república, tan necesitada de este tipo de documentos que permitan ahondar en el conocimiento de nuestra historia. Mientras esto sucede, reproduzco una comparación que hace Coe en su libro ya citado, de un dibujo reciente hecho de la Estela 9, y a la derecha el dibujo que de la misma realizó Lara.

 

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El día 2 de marzo deciden levantar campamento, y cometen un acto normal en esos tiempos, tan normal que en Roma o Egipto aún se pueden leer esos grafitis históricos que han dejado los visitantes desde tiempos inmemoriales. Incluso Heródoto cuenta que en alguna de las ruinas egipcias grabó con un clavo la famosa frase “Heródoto estuvo aquí”. Relata don Modesto: “…dejamos en lo interior de sus paredes nuestros nombres y una inscripción fechada, en que, como Correjidor y Comandante, declaraba aquellas ruinas y monumentos como propiedad de la República de Guatemala, en el territorio del distrito del Petén…”

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Para la historia nacional, quedan los nombres de quienes participaron en dicha expedición, además de los que ya hemos mencionado, Modesto Méndez, Ambrosio Tut y Eusebio Lara: Antonio Matos, José María Garma, Vicente Díaz, Bernavé Castellanos, Antonio Moó y Eulijio Chayax. El descubrimiento fue tan importante en su momento que el informe del coronel Modesto Méndez fue traducido al alemán, y publicado como un volumen especial por la Academia de Ciencias de Berlín en 1853.[5]

 

-IV-

De las fotografías 

Las fotografías que ilustran esta cápsula son obra del arqueológo inglés Alfred Percival Maudslay Granger quien a finales del siglo XIX anduvo por la selva mexicana y petenera con su equipo fotográfico a cuestas, documentando el desbrozado de las estructuras mayas. Llegó a Tikal en compañía de otro arqueólogo y naturalista, Frank Sarg, conducidos por un guía local, Gregorio López, y permaneció allí tomando fotografías e inventariando las estructuras de  forma informal entre 1881 y 1882. Posteriormente regresaría para un trabajo más detallado. A Maudslay se debe el levantado del primer mapa y planos de las principales estructuras del sitio.

Relata William Coe:

“…Sus hombres chapearon y tajaron a diestra y siniestra en la espesa selva para liberar varios de los grandes templos. Como resultado, podemos admirar las espléndidas fotografías en su monumental contribución arqueológica a la serie de publicaciones llamada Biología Centrali-Americana…”[6]

Esta gran obra de la Inglaterra victoriana, la Biología Centrali Americana, es la misma para la que el naturalista Champion, del que hablamos hace no mucho en el espacio de estas cápsulas, realizó la recopilación de especímenes en el altiplano y costa sur guatemaltecos, aunque consta también en sus páginas que hizo recolección de algunos en las Verapaces.

Fascinante fotografía de Maudslay (autor de las fotos que ilustran esta cápsula), en el interior de un edificio de Chichén Iztá, 1889.

Fascinante fotografía de Maudslay (autor de las fotos que ilustran esta cápsula), en el interior de un edificio de Chichén Itzá, 1889.

 

 

Recomendación:

La monumental obra Biología Centrali Americana, en la que colabró George Charles Champion no sólo como recolector sino como secretario de los editores, F. Ducane Godman y Osbert Salvin, constó de un total de 58 volúmenes, publicados en Londres entre 1889 y 1902. Algunos tomos pueden descargarse en formato PDF directamente del siguiente sitio: http://archive.org/search.php?query=Biologia+Centrali-Americana; sus hermosas ilustraciones de especímenes de fauna y flora pueden consultarse en la página del Museo Smithsoniano, en esta dirección: http://www.sil.si.edu/digitalcollections/bca/explore.cfm. Por último, el volumen en el que colaboró Maudslay, dedicado completamente a la arqueología, puede consultarse en línea en la página de biblioteca de la Universidad de Harvard, en: http://pds.lib.harvard.edu/pds/view/16771060?n=4&imagesize=1200&jp2Res=.125&printThumbnails=no.



[1] En su sitio web: gw.geneanet.org se puede consultar la ficha completa de Méndez.

[2] Méndez, Modesto. Informe del Corregidor del Petén, Modesto Méndez, de 6 de marzo de 1848, publicado originalmente en la Gaceta de Guatemala, el 18 de abril y 25 de mayo de 1848. En: Luján, Luis. Apreciación de la Cultura Maya. Editorial Universitaria Centroamericana –EDUCA-. San José, Costa Rica: 1970. Página 171. De esta edición se han obtenido todas las citas textuales de don Modesto.

[3] Muñoz Cosme, Gaspar y Cristina Vidal Alonzo. Descripción del coronel Modesto Méndez del Templo V de Tikal (1848). El artículo completo puede leerse en www.mundomaya.com/2013/05/el-coronel-modesto.mendez/, en el que los autores reconstruyen el viaje de Méndez desde San José hasta Tikal, ubicando los sitios actuales por los que pudo haber pasado.

[4] Coe, William R. Tikal. Guía de las antiguas ruinas mayas. Editorial Piedra Santa para la Asociación Tikal. Guatemala: 1988. Página 12.

[5] Coe. Op. Cit. Página 12.

[6] Coe. Op. Cit. Página 13.


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