Arte monumental italiano en Guatemala
Rodrigo Fernández Ordóñez
En los parques y plazas del país, nos observan obras que fueron pensadas, ejecutadas o diseñadas por artistas italianos, que ante la escasez de personal capacitado en estos lugares, pusieron al servicio del Estado sus talentos, coincidiendo con la forja del nacionalismo que surgió luego que las guerras entre partidos se solucionó a favor de los liberales. En el caso de Guatemala, un soldado de la revolución liberal de 1871 asumió la presidencia justo para conmemorar los 25 años del movimiento, celebrándolo con estatuas y monumentos que a la vez de decorar la ciudad a la mejor usanza europea, instruían al público paseante bajo sus sombras, sobre la historia y logros de un movimiento que se impuso como solución de futuro para un país que soñaba con el progreso.
-III-
La columna de Miguel García Granados
Columna levantada en honor del general Miguel García Granados, uno de los cabecillas de la revolución liberal. La columna fue diseñada por Francisco Durini Vasalli, y la estatua del general que domina el monumento fue ejecutada por el escultor Adriático Froli. La fotografía corresponde al día de su inauguración, el 30 de junio de 1896, conmemorando los 25 años del triunfo liberal.
Columna levantada en honor del general Miguel García Granados, uno de los cabecillas de la revolución liberal. La columna fue diseñada por Francisco Durini Vasalli, y la estatua del general que domina el monumento fue ejecutada por el escultor Adriático Froli. La fotografía corresponde al día de su inauguración, el 30 de junio de 1896, conmemorando los 25 años del triunfo liberal.[1]
La descripción del monumento al general García Granados escrita por el artista Guillermo Grajeda Mena, para un ensayo sobre la escultura en Guatemala, la recoge Guitérrez Viñuales a quien ya hemos citado durante la elaboración de este texto. Le cedo la palabra:
“La estatua de García Granados se halla ubicada sobre una columna clásica en cuyo pedestal se sitúan las figuras alegóricas de la Libertad, la Historia, la Justicia y la República; esta última, en el frente, aparece de pie sosteniendo con una mano el pabellón nacional y con otra la corona de laurel. Cuatro leones, en un estadio inferior, representan a la Paz, la Constitución, el Progreso y la Unión…”
La estatua del general García Granados, como quedó apuntado arriba, fue obra del escultor italiano Adriático Froli, nacido en Pisa en 1858, pero asentado definitivamente en Carrara desde una época temprana. En mayo de 1880 fue premiado por la Academia de Bellas Artes y recibió una pensión para continuar sus estudios en Roma. Hombre de gran talento artístico, formó parte entre 1908 y 1925 de la Comisión de Concursos de la Academia de Bellas Artes. Es interesante señalar, que Froli ejecutó pocos trabajos para América, pero destacan los realizados en Guatemala, y siempre relacionados con las contrataciones de los Durini, pues también se cuenta con obra suya en el Teatro Nacional de Costa Rica, obra llevada a cabo por la firma de Francisco Durini.[2]
Los cuatro leones, hermosamente ejecutados en mármol son obra del artista italiano Luis Liuti, originario de Milán, quien era asociado de la firma de Francisco Durini, “Taller Artístico Industrial Cemento Yeso Durini y Cía”, firma que recibió varios premios por sus obras en el marco de la famosa y malograda Exposición Centroamericana de 1897. Al parecer, el diseño del propio Pasaje Enríquez fue obra de Liuti, claramente influenciado por la Galería Vittorio Emanuelle II de su ciudad de origen, quien estaba asociado en esta ocasión con don Alberto Porta. [3]
A punto de caer al suelo quedó la estatua del general Miguel García Granados, luego de los terremotos de 1917-1918. Posteriormente el entonces presidente de la República, Manuel Estrada Cabrera, giró órdenes de restaurar los monumentos, adjudicándole estas obras al hombre de su confianza, Luis Augusto Fontaine. El investigador y amigo Rodolfo Sazo me comenta que en los diarios y Memorias de Fomento de la época, constan las órdenes presidenciales y los contratos para rescatar, en lo posible estos monumentos. Fontaine moriría acribillado durante los combates de la “Semana Trágica”, pero en el monumento a García Granados todavía puede leerse una placa de mármol adosada al mismo en el que se lee que él realizó los trabajos de restauración. El poco dinero, la magnitud de los terremotos y la corrupción endémica del régimen cabrerista no permitió rescatar todos los tesoros arquitectónicos y artísticos.
-IV-
El monumento ecuestre de Barrios
Imponente conjunto escultórico levantado en honor al general Justo Rufino Barrios, el segundo cabecilla de la revolución liberal. El monumento obedece al diseño de Francisco Durini Vasalli, y fue instalado originalmente en una plazoleta frente a la majestuosa fachada del Palacio de la Reforma, en el extremo sur del boulevard 30 de junio. Tras su parcial destrucción por los terremotos de 1917-1918, el monumento permaneció en una bodega por años.
El diseño del conjunto escultórico dedicado al general Barrios fue obra del arquitecto italiano Francisco Durini, que incluía también a un “Palacio Monumental”, que posteriormente sería bautizado Palacio de la Reforma, comenta el investigador Rodolfo Sazo[4]. Al respecto de la ejecución de la obra, doña Josefina Alonso de Rodríguez en una interesante monografía apunta:
“…la dirección de los trabajos técnicos de su instalación corrieron a cargo de un socio de su taller, el arquitecto Aquiles Branbilli, también italiano. En Italia fue construido el gran pedestal por los señores Antonio Cirla e hijos, de Milán. La estatua ecuestre y el otro de la batalla de Chalchuapa, fueron modelados por el profesor comendador Carlos Nicoli, de Carrara (…) La estatua de la República y el resto de la ornamentación fueron modelados por el escultor Doménico Froli, quien también había modelado la estatua de Miguel García Granados, del monumento igualmente diseñado por Durini. Todos las esculturas, relieves y ornamentos antes mencionados, fueron fundidos en bronce por el señor Lippi de Pistoia…”[5]
Los interesantes apuntes que sobre el monumento a Barrios, que alcanzaba la altura de 10.50 metros, nos dejó doña Josefina contienen la explicación completa del monumento y sus dimensiones, que por razones de espacio nos limitaremos a resumir, aunque en el camino pierdan el exquisito detalle con que los desarrolló su autora. Según la señora Alonso, el monumento se divide en tres cuerpos: a) el basamento, hecho de piedra artificial, mide 13.20 metros de largo en la base por 12.25 metros de ancho, con ocho gradas que se reducen en los cuatro lados a medida que se asciende, en forma “apiramidada”. En cada esquina se levantaban cuatro pedestales de granito de Baveno, que llegaban hasta la altura de la cuarta grada y eran base de cuatro columnas de los faroles de luz eléctrica, de hierro fundido y bronceado; b) el pedestal de la estatua ecuestre, de planta rectangular, de 4.30 metros de largo por 3.30 de ancho, también ejecutado en granito de Baveno, sobre el zócalo de su base, estaba de pie la estatua simbólica de la República de Guatemala, “… con el brazo derecho en alto con cuya mano sostenía, a manera de saludo victorioso, un gorro frigio; con la mano izquierda sostenía, a su costado, el escudo de armas. En este mismo frente tenía escrita, en letras de bronce la siguiente leyenda: ‘Al General Justo Rufino Barrios. La Patria’…”[6]; c) El cuerpo o porción central estaba decorado por guirnaldas y dos bajorelieves que reproducían las batallas de Tacaná y la Chalchuapa, “primera y última de las acciones guerreras en que participó el Reformador”, y sobre el cornisamiento pendían cuatro escudos de bronce, uno en cada centro de sus cuatro fachadas y cada uno con una inscripción: “República de Centro-América” el del frente, “Unión”, el de la cara posterior y a los lados “Tacaná” y “Chalchuapa”, unidos entre sí por cuatro guirnaldas de laurel y encino.
Sobre el tercer cuerpo estaba instalada la estatua ecuestre del Reformador, cuya descripción rescata la autora que hemos venido citando, de las hermosas páginas del álbum “Guatemala en 1897”, editado durante la presidencia del general Reina Barrios:
“…en uniforme de campaña, que en actitud belicosa y arrogante, con la bandera de la confederación centro-americana en la mano derecha y dominando con la izquierda el ímpetu de su brioso caballo, representa el momento de lanzarse a la guerra en 1885, para hacer la Unión de Cetro-América…”[7]
Sobre la propia escultura ecuestre apunta doña Josefina un detalle interesante que nos parece importante señalar, para subrayar la alta calidad artística de los italianos que participaron en el diseño y ejecución de estos monumentos: “El caballo sobre el que monta el Reformador, constituye un alarde de técnica escultórica, tanto de su modelador –Nicoli- como de su fundidor –Lippi-, pues se logró el perfecto sostenimiento de él sobre sus patas traseras, sueño de todo escultor cultivador del género ecuestre en aquellos tiempos…”[8]
El conjunto no pudo inaugurarse al mismo tiempo. El Palacio de la Reforma, construido bajo la supervisión de otro italiano, Andrés Galeotti Barantini[9], fue entregado al gobierno e inaugurado el 1 de enero de 1897, aunque no fue abierto al público, pues el comité de recepción de obra no estuvo satisfecho con algunos de los acabados del edificio. Al frente, el pedestal que habría de sostener al general Barrios estuvo vacío hasta que tras muchos retrasos pudo ser inaugurado el 30 de junio de 1897. El retraso de dos años y meses en la inauguración de la obra resultó tan escandaloso que el presidente Reina Barrios tuvo que presentarse ante una comisión de la Asamblea para dar explicaciones. Reinita explicó que la obra se había tenido que encargar a Europa, lo que hacía que los tiempos se extendieran[10].
Interesante fotografía del Studio Nicoli, con 150 años de existencia y establecido en el centro de la ciudad de Carrara. En la pared del fondo se puede observar el modelo en yeso (asumo yo) de la estatua ecuestre del general Justo Rufino Barrios.
Palacio de la Reforma, en el extremo sur del boulevard 30 de junio. De estilo renacentista, era el telón de fondo del monumento al general Justo Rufino Barrios. El palacio, diseñado por el arquitecto italiano Francisco Durini Vasalli, fue inaugurado el 30 de junio de 1896 y sirvió como salón de recepciones y en su interior se sirvió un coctel luego de inaugurado el monumento a Barrios, el 30 de junio de 1897. Luego albergó al Museo Nacional de Historia. El hermoso edificio fue totalmente destruido por los terremotos de 1917-1918. Como detalles interesantes de esta fotografía se puede observar en el extremo izquierdo el perfil de un hermoso quiosco, y en la esquina inferior derecha se pueden observar los rieles por los que corría el “Decauville”, un pequeño tren de pasajeros que recorría toda la extensión del boulevard y que quedó inservible luego de ser utilizado para liberar de ripio la ciudad tras los terremotos. Los escombros se vertieron en la barranquilla, a un costado del actual Estadio Mateo Flores.
Dramática fotografía en la que se puede apreciar el estado en que quedó el Palacio de la Reforma tras los terremotos de diciembre de 1917 y enero de 1918. Como se puede observar, la destrucción del edificio fue total.
Al acercarse el centenario del nacimiento del Reformador en 1935, su estatua fue restaurada y montado el conjunto escultórico a la Plaza Barrios, frente a la Estación Central del Ferrocarril. El monumento fue trasladado nuevamente en el año 1971 a una plazoleta en la Avenida de las Américas, instalado sobre un pedestal diseñado por el ingeniero y artista Efraín Recinos, con motivo del centenario del triunfo liberal. En el año 2010 la estatua ecuestre fue regresada a su emplazamiento de la Plaza Barrios, en donde puede ser admirado actualmente el conjunto escultórico.
-V–
Las esculturas de Acchile Borghi
Monumento al general Justo Rufino Barrios en la ciudad de San Marcos. La estatua del Reformador es obra del italiano Acchile Borghi. Según notas del artista Guillermo Grajeda Mena, fue la primera escultura fundida en Guatemala.[11] El conjunto fue inaugurado el 30 de junio de 1900, por el Jefe Político y Comandante de Armas de San Marcos, Rodrigo Castilla.
Torre del Sexto Estado o Torre Centro América, construida en el Parque Central de Quetzaltenango. Originalmente, esta torre estaba coronada por una estatua de La Libertad, que cayó al suelo tras el terremoto de 1902, siendo sustituida por la estatua de Justo Rufino Barrios de Borghi. Tras la demolición de la torre por órdenes del presidente Ubico, el Reformador fue regresado a su original emplazamiento en San Marcos, siendo inaugurado el monumento nuevamente para conmemorar el centenario del nacimiento de Barrios en 1935. Tras los terremotos del 2012 y 2014, el monumento necesita una urgente restauración.
Fotografía de detalle de la escultura ejecutada por Borghi, que denota su fina ejecución y el dominio total de la técnica del artista.
León de bronce colocado al pie de la Torre de Centro América y que actualmente corona el Arco del Sexto Estado, inaugurado el 13 de septiembre de 2007. Según Rodolfo Sazo, el memorioso Rigoberto Bran Azmitia apunta en un artículo publicado en 1961 en el Diario de Centro América, que el león también es obra de Borghi.
[1] El señor Roberto Broll, mediante comunicación electrónica (30 de julio de 2014), proporciona información adicional sobre el tema de los italianos en Guatemala, que transcribo a continuación, aclarando que no tengo las fuentes bibliográficas o documentales para verificarla, pero me parece interesante consignarla, ya que disponiendo de sus fuentes se puede corregir la información errónea con que se dispone actualmente: “…hay un error (…) en atribuir monumentos a Francisco Durini en lo personal, y sucede que existía una empresa que se llamaba Durini y Co. que era la que realizaba los monumentos, por tanto hay más de un artista que intervino en la realización por ejemplo del de Miguel García Granados, como Luis Liuti y Desiderio Scotti. Otro es afirmar que los trajeron como obreros a la deriva, cuando fueron contratados en Nueva York a petición del presidente Reyna Barrios. Tampoco, en algunos casos es correcto afirmar que les embelesó la provincia, cuando algunos de ellos, realmente dejaron Guatemala cuando murió Reyna Barrios, pero al ver que en el extranjero la situación estaba realmente difícil, deciden regresar, y se establecen en otros centros urbanos de importancia y pujanza económica, como Quetzaltenango…” Agradecemos al señor Broll por el tiempo tomado en aportar estos datos interesantes.
[2] Gutiérrez Viñuales, Rodrigo. Carrara en Latinoamérica. Materia, Industria y Creación Escultórica. En: Berresford, Sandra (ed.). Carrara e il Mercato della Scultura 1870-1930. Milán, Federico Motta Editore, 2007.
Páginas 9 y 10.
[3] Comunicación electrónica de Roberto Broll, (31 de julio de 2014), en la que menciona otros datos de interés que consigno aquí por su importancia, referente a otras obras que Luis Liuti dejó en Guatemala, tomados de las memorias del artista que lastimosamente permanecen inéditas: “… sólo una persona trabajó la técnica de Sgrafitto, algo muy italiano en Guatemala: Luis Liuti. De ahí que los frisos de la fachada y las decoraciones del Teatro Municipal de Quetzaltenango sean obra suya, aunque no las reconozcan, así como las decoraciones del Pasaje Enríquez, del Banco de Occidente, (aunque estén bajo capas de pintura), las que adornan la torre de Centroamérica en Sololá y en la fachada de la Logia de San Marcos (…) En el mismo documento él menciona que al terminar la Exposición Centroamericana (y hay que recordar la quiebra del Estado que este evento y la caída del café causaron), se marchó a San Francisco, California, pero que luego de grave enfermedad, y de recibir noticias de otros compatriotas decide regresar, pero ya no llega a la capital sino se queda en Quetzaltenango, donde llegó a tener una gran influencia en todo el occidente…”
[4] Entrevista realizada a Rodolfo Sazo, el 17 de julio de 2014 en el Restaurante 999 en el Centro Histórico de ciudad de Guatemala.
[5] Alonso de Rodríguez, Josefina. El Panteón del Reformador General Justo Rufino Barrios. Serviprensa. Guatemala: 1985. Página 27 y ss.
[6] Alonso de Rodríguez. Op. Cit. Página 29.
[7] Ibid. Página 32.
[8] Ibid. Página 32.
[9]González Galeotti, Juana Victoria. La impronta italiana en las esculturas del Cementerio General de Guatemala (1881-1920). Tesis para obtener el grado de Licenciada en Arte. Facultad de Humanidades. Universidad de San Carlos de Guatemala. Guatemala: 2006. Página 28.
[10] Información proporcionada por Rodolfo Sazo, en la entrevista ya relacionada.
[11] Gutiérrez Viñuales, Rodrigo. Italia y la Estatuaria Pública en Iberoamérica. Algunos Apuntes. En: Sartor, Mario (coord.). América Latina y la cultura artística italiana. Un balance en el Bicentenario de la Independencia Latinoamericana. Buenos Aires, Instituto Italiano di Cultura, Buenos Aires, 2011.
Arte monumental italiano en Guatemala
Rodrigo Fernández Ordóñez
En los parques y plazas del país, nos observan obras que fueron pensadas, ejecutadas o diseñadas por artistas italianos, quienes ante la escasez de personal capacitado en estos lugares, pusieron al servicio del Estado sus talentos, coincidiendo con la forja del nacionalismo que surgió luego que las guerras entre partidos se solucionó a favor de los liberales. En el caso de Guatemala, un soldado de la revolución liberal de 1871 asumió la presidencia justo para conmemorar los 25 años del movimiento, celebrándolo con estatuas y monumentos que a la vez de decorar la ciudad a la mejor usanza europea, instruían al público paseante bajo sus sombras, sobre la historia y logros de un movimiento que se impuso como solución de futuro para un país que soñaba con el progreso.
Inmigrantes italianos establecidos en la provincia de Santa Fe, Argentina, en una fotografía de 1909. Grupos familiares similares desembarcaron en Guatemala en tres oleadas durante finales del siglo XIX y principios del siglo XX.
-I-
El contexto ideológico
El historiador David J. McCreery afirma que un elemento importante del ideario liberal era la admiración hacia lo extranjero (ya fuera europeo o norteamericano) y el sueño de imitar a las sociedades que se creía más desarrolladas. “Los gobernantes liberales evidenciaron no solamente la presuposición ideológica de la superioridad de las ideas y las personas extranjeras, sino que asumieron que la mayoría de los guatemaltecos estaban en una posición genética desventajosa para tratar de competir con ellos”[1], apunta en su ensayo. En consecuencia, se creyó que la solución para superar esta desventaja era la migración. Ya cuarenta años antes, durante el gobierno del doctor Mariano Gálvez se había intentado estimular la entrada de extranjeros para que se establecieran en territorios remotos para que crearan algún tipo de polo de desarrollo, y así garantizar de alguna forma, la presencia del Estado en estos lugares. El régimen conservador también trató lo mismo, con los mismos resultados negativos. Son conocidos los intentos de establecer poblaciones europeas en las Verapaces y en la Costa Atlántica, para neutralizar la amenaza inglesa, pero las precarias condiciones de salud y de infraestructura no permitieron que estos proyectos se desarrollaran adecuadamente y fracasaron rotundamente, con una cauda importante de víctimas mortales, sobre todo en el caso de la colonia belga establecida en la bahía de Santo Tomás, en Izabal.
Así, tras el triunfo de la Revolución Liberal el Gobierno trató de retomar el tema, pero con la intención de superar los primeros errores, decidieron institucionalizar la inmigración, de forma que el Estado tuviera una participación activa para garantizar el éxito de las colonias de extranjeros que se establecieran en la república. Se involucró al Ministerio de Fomento en la planeación y ejecución de obras que encaminarían al progreso, entidad que priorizó la contratación de extranjeros sobre los nacionales, no solo por cuestiones de capacidad y conocimiento tecnológico, sino también bajo la creencia de que las virtudes de los extranjeros podrían transmitirse a los nacionales mediante el ejemplo. Esta posición ideológica, “…condicionaba a los gobernantes a considerar que las cosas ‘modernas’ como preferibles al equivalente local. El Ministerio de Fomento gastó miles de pesos empleando a expertos extranjeros para desarrollar nuevos productos o métodos de producción en la república. La mayoría resultaron incompetentes o abiertamente trataron explotar credulidad de los liberales…”[2], comenta McCreery, quien incluso da el ejemplo de un ciudadano estadounidense de apellido Millin, quien tuvo que refugiarse en un barco anclado en el Puerto Santo Tomás para no ser arrestado por incumplir su contrato, o el caso de Daniel Butterfield, quien haciéndose pasar por agente del Gobierno de los Estados Unidos obtuvo un contrato, demostrándose posteriormente su impostura, manteniéndosele de todas formas el contrato.
El Gobierno creía que enfrentaba un problema serio. Tenía que construir infraestructura (tender líneas de telégrafo, construir vías de ferrocarril, acondicionar puertos) y desarrollar una agricultura tecnificada que permitiera al país dar el ansiado salto adelante, y asumió que la población indígena local no contaba con las condiciones biológicas adecuadas para desempeñar estos trabajos, por lo cual decidió que la solución era importar mano de obra extranjera. Ahora las cosas parecían estar saliéndole bien al Gobierno guatemalteco, pues la situación en ciertos países de Europa contribuyó a que mucha gente abandonara sus lugares de origen y se lanzaran a la aventura en el “nuevo mundo”, arribando a las costas guatemaltecas con intención, o por casualidad, como fue el caso de la primera oleada de inmigrantes italianos. Al parecer todo fue gracias a la Sociedad de Inmigración, creada por el Ministerio de Fomento, que “…debía de redactar una ventajosa ley de inmigración liberal y proponer medidas y prácticas para atraer colonizadores. La Sociedad debería asegurar a los inmigrantes precios reducidos en la Pacific Mail y las compañías del muelle, y obtuvo exenciones de impuestos para inmigrantes agrícolas…”[3], la compañía también preparó contratos que permitían a los recién llegados adquirir tierra con opción a compra. Esta sociedad abrió oficinas en California y Nueva York y editó folletos y libros alentando la migración, ofreciendo ventajas para quienes aceptaran establecerse en el país. También se anunció constantemente en periódicos, no solo estadounidenses sino también, europeos. Esta oficina también financiaba artículos que hablaran favorablemente de Guatemala, y en uno de ellos, publicado en italiano en Marsella hacía “promesas incumplibles”, en palabras del citado historiador norteamericano.
“Sin embargo, quizás debido a esta notoriedad, llegó sin previo anuncio un barco a comienzos de 1878, a la costa del Caribe en Guatemala trayendo trescientos cuarenta inmigrantes italianos y tiroleses. Fomento ordenó que se trasladara lo más rápidamente al altiplano a estas familias, lejos de la costa insalubre mientras iban juntando los fragmentos de su historia. Un contratista marsellés había reunido el grupo originalmente con un contrato para Venezuela, pero cuando este país no pudo cumplir con el pago prometido, los encaminó hacia Guatemala.”[4]
La bahía de Santo Tomás según un grabado de 1840. Esta imagen agreste y salvaje del trópico Caribe fue la primera imagen que tuvieron los inmigrantes italianos de Guatemala, desde los barcos del fondo, claro.
El Gobierno dispuso instalar a las familias italianas juntas, en parcelas cercanas a la capital. Sin embargo, muchos de ellos, conocedores de oficios y no atraídos por la vida rural de la remota Guatemala, decidieron abandonar las tierras y se emplearon en ciudad de Guatemala, o bien iniciaron pequeños negocios. Al año siguiente arribó una segunda oleada de italianos, quinientos, “pero el propietario del barco tuvo que abandonar Guatemala por las deudas y quejas.” En esta segunda oleada de migrantes, vinieron varios artistas que con el tiempo dejaron su impronta en ciudad de Guatemala y en poblaciones de provincia, a los que dedicaremos la segunda parte de este texto, con ejemplos de su legado. Según Rodrigo Gutiérrez Viñuales, “…en el caso de Guatemala, el arribo a partir de la última década [del siglo XIX] de escultores como Antonio Doninelli (en 1893), Andrés Galeotti Baratini, Juan Espósito, el exitoso Francisco Durini, Bernardo Cauccino, Acchile Borghi, Luis Liutti y Desiderio Scotti…”[5] A nosotros en esta ocasión, nos interesan dos nombres particularmente, Francisco Durini y Acchile Borfhi, por sus monumentos levantados en memoria de los héroes de la revolución liberal, monumentos que pese al olvido y la negligencia históricas en Guatemala se resisten a desaparecer. Pero eso lo abordaremos en el siguiente apartado.
Los anuncios sobre oportunidades de trabajo en Guatemala en periódicos de Estados Unidos rindieron sus frutos, aunque no de la forma esperada. Comenta McCreery que una de las olas de extranjeros provino del sur de los Estados Unidos, tras una “grave depresión agrícola”, que sacudió a esta región y al medioeste. En 1884, cientos de desempleados llegaron a la ciudad de Nueva Orleáns con la intención de conseguir trabajo en las plantaciones de algodón, y tras enterarse de las ofertas guatemaltecas, “pelearon por abordar los vapores”[6] con destino a nuestro país. La llegada de doscientos hombres por mes durante los meses finales de ese año a Guatemala, no tardó en salirse de las manos. En los camarotes de los vapores viajaron delincuentes, estafadores y “malhechores de todo el valle del Mississippi”, según se afirmó en un periódico del puerto de Nueva Orleáns.
“Cuando los periódicos de Nueva Orleáns y la Marina de los Estados Unidos investigaron la situación, encontraron que reclutadores inescrupulosos, en contubernio con capitanes de barco, mintieron, estafaron e incluso secuestraron hombres, dejándolos en la playa de Puerto Barrios a un tanto por ‘cabeza’. Los salarios y las condiciones no eran las anunciadas, un sistema de trueque mantenía a los hombres endeudados. Muchos enfermaron y murieron en un ambiente pestilente y extraño. Bastante retrasados en el trabajo, los contratistas cerraron los ojos a las irregularidades en el reclutamiento y defendieron las condiciones de los campamentos.”[7]
A pesar de que siguieron arribando extranjeros a nuestras costas para establecerse en el país, otros destinos se convirtieron en más atractivos. Grandes mercados laborales emergentes como Argentina, Brasil o el mismo Estados Unidos ya recuperado de la Guerra Civil recibieron por cientos de miles a los europeos que así pasaron desapercibida a Guatemala como destino para buscar una vida mejor.
-II-
El legado artístico
Afirma don Rigoberto Bran Azmitia que en la segunda oleada de migrantes italianos a Guatemala, vino el artista Acchile Borfhi, quien fue uno de aquellos hombres que pusieron sus conocimientos artísticos al servicio del país que los recibió, coincidiendo con un momento interesante en la historia de Guatemala y del resto de América Latina: la construcción de la Nación, y que enfrentaba una dificultad, como lo era: “…la falta de mano de obra especializada en el tratamiento del mármol, lo que se agravaba con el hecho de que en las escuelas de Artes y Oficios no se solían enseñar estos aspectos…”[8], en el caso más dramático de Guatemala, no se fundó una Escuela de Bellas Artes sino hasta 1895, gracias a la iniciativa del presidente Reina Barrios.
A propósito de ello apunta Gutiérrez Viñuales:
“…la construcción de la idea de ‘nación’, proceso en el que no faltarán como componentes ineludibles la fe en el progreso y el afán de europeización en muchos ámbitos de la vida cotidiana y de la cultura. Este factor se expresará, en la faz artística, en la intención de los gobiernos de crear urbes a imagen y semejanza de las más prestigiadas del Viejo Continente.”[9]
En esta ambición de “civilizar” al país, el entonces presidente de la república, general José María Reina Barrios planeó todo un proyecto de embellecimiento de la ciudad, con la intención de preparar el terreno para esa gran ola migratoria que se esperaba se viera atraída a establecerse en Guatemala cuando se supiera los pasos agigantados que daba hacia el progreso, gracias a esa obra magnífica que sería la corona de la presidencia de Reinita: la Exposición Centroamericana de 1897. La ciudad debía tener un rostro moderno y un aire salubre. Tenía que expandirse fuera del rígido damero colonial y buscar la amplitud de los bulevares, escapando de la estrechez de sus calles y avenidas. Tenía que buscar los bosques, la luz del sol que se colara por entre los árboles y el aire puro que se podría respirar en los bancos y brocales de las fuentes que se levantarían para ese propósito. Guatemala tenía que ofrecer a los europeos un ambiente similar al de sus grandes capitales para convencerlos de migrar. Guatemala entonces, debía tener también su Bois de Bologne.
Imponente panorámica del Paseo de la Reforma y su jardín circundante, tomada desde la terraza del Palacio de la Reforma. Fotografía de Valdeavellano.
El decreto emitido por Reinita el 1 de julio de 1892, lo explica mejor en el lenguaje de la época:
“…Considerando:
Que el ornato de toda capital civilizada hace más simpática la residencia a sus inmigrantes, a la par que proporciona ventajas para los regnícolas;
Que los jardines y parques públicos son indispensables, así para la belleza de las poblaciones como para la higiene pública, proporcionando ello no sólo un punto de recreo y distracción, sino más bien un sitio de utilidad positiva para la salud de los moradores.”
Así, Reina Barrios decretó la creación del Jardín de la Reforma, que consistía en un parque público de grandes dimensiones y una avenida arbolada con monumentos conmemorativos, que educaran a la población sobre su historia y sus héroes. El Gobierno comisionó a Francisco Durini Vasalli para diseñar y ejecutar los monumentos más sobresalientes de esta República que liberada del atraso gracias a la Revolución Liberal, festejaba sus 25 años de modernidad, según proclamaba la propaganda y el ideario liberal tan bien estudiado por la doctora Artemis Torres, a quien hemos citado antes en alguno de estos textos.
La columna dedicada al general Miguel García Granados, justo en el arranque del boulevard 30 de junio al norte, el monumento dedicado al general Justo Rufino Barrios y el Palacio de la Reforma, que terminaba el boulevard al sur fueron diseñados y ejecutados por este importante contratista, que también dejó importante obra en México, El Salvador y Costa Rica. Su hermano Lorenzo Durini, se estableció en Ecuador, en donde también se conservan sus majestuosas creaciones.
Acchile Borfhi, por su parte, de quien no se tiene mucha información, salvo los datos que arriba hemos apuntado, realizó una escultura interesante del general Justo Rufino Barrios, inaugurada en su natal San Marcos en el año de 1900, y que tiene el mérito de ser la primera escultura fundida en Guatemala, según apunta en sus notas del arte escultórico en Guatemala, el artista plástico Guillermo Grajeda Mena, contradiciendo a otros autores que afirman que la primera escultura fundida en el país es la dedicada al doctor Lorenzo Montúfar, ejecutada por el escultor Rafael Rodríguez Padilla e inaugurada en 1923, conmemorando el centenario del nacimiento del intelectual liberal. A la mano de Borfhi se debe también, el león de bronce que domina actualmente el Arco del Sexto Estado, en la ciudad de Quetzaltenango.
[1] McCreery, David J. La estructura del desarrollo en la Guatemala Liberal: café y clases sociales. Revista Anales de la Academia de Geografía e Historia de Guatemala. Tomo LVI, enero a diciembre de 1982. Página 219.
[2] McCreery. Op. Cit. Página 219.
[3] Ibid, página 222.
[4] Ibid, Página 222.
[5] Gutiérrez Viñuales, Rodrigo. Italia y la Estatuaria Pública en Ibérica. Algunos Apuntes. En: Sartor, Mario (coord.). América Latina y la cultura artística italiana. Un balance en el Bicentenario de la Independencia Latinoamericana. Buenos Aires, Instituto Italiano di Cultura, Buenos Aires: 2011. Página 4.
[6] Ibid. Página 220.
[7] Ibid. Página 221.
[8] Gutiérrez Viñuales, Rodrigo. Carrara en Latinoamérica. Materia, Industria y Creación Escultórica. En: Berresford, Sandra (ed.). Carrara e il Mercato della Scultura 1870-1930. Milán, Federico Motta Editore, 2007. Página 3.
[9] Gutiérrez Viñuales, Rodrigo. Carrara en Latinoamérica. Materia, Industria y Creación Escultórica. Op. Cit. Página 1.