La declaración de Independencia de Guatemala se realizó de una manera intempestiva el 15 de septiembre de 1821. La Junta Provisional pensó que un Congreso a ser instalado antes del 1 de marzo de 1822 ratificara esta declaración y decidiera la forma y destino de la nueva organización política del territorio. Sin embargo, el 5 de enero de 1822, esta misma Junta declaró precipitadamente que Guatemala se unía al Imperio Mexicano. Si dicho Imperio no hubiese colapsado en marzo de 1823, acaso Centro América formaría parte del sur mexicano. Pero al colapsar, Centro América quedó en libertad de continuar o cancelar esa anexión. Casi de inmediato, canceló lo que parecería haber sido un paso en falso hacia la dirección equivocada. Durante la próxima década se lanzó a la aventura incierta de convertirse en una República Federal.
El 1 de julio de 1823, las provincias de Centro América se declararon “libres e independientes de la antigua España, de México y de cualquier otra potencia” y que intentarían formar una república federal que se llamaría Provincias Unidas de Centro América. El anhelo de establecer una monarquía católica en México había fracasado. Aún se estaba gestando la idea de intentar una federación más amplia que tuviera su centro en Panamá, pero no había nada firme.
Así que Guatemala (es decir, Centro de América como Reino) pasó de formar parte de un imperio transcontinental, a un imperio americano, a quedarnos reducidos a intentar conservar la unidad territorial a través de una nueva alianza política. ¿Buscaríamos una monarquía católica propia, una república federal con varios estados o que cada Estado persiguiera sus propios intereses? ¿Qué procedía? ¿Qué factor interno o externo nos brindaría la unidad en la diversidad?
Las diferencias geográficas, sociales y culturales entre, digamos, Costa Rica y Guatemala o El Salvador o Nicaragua, no son tan diferentes a las que existen entre, digamos, entre Chihuahua y Tabasco o Jalisco y Campeche. Sin embargo, México, en un espacio geográfico mucho mayor, logró mantener unido su territorio por medio de una federación y Centro América fracasó. Las diferencias entre los Estados, entre las clases sociales, o incluso las disputas personales en México eran muy similares a las de Centro América.
Pero Centroamérica no era precisamente libre de perseguir su propia suerte. No hay que olvidar que otros poderes europeos mantenían interés en su devenir. Con esa preocupación en mente, en diciembre de 1823, el presidente James Monroe emitió un discurso que advertía a los otros poderes europeos que no intervinieran en los asuntos propios del continente americano. Monroe quería evitar que estos poderes se expandieran en América. A esta declaración, sintetizada en la frase “América para los americanos”, se le conoce como la doctrina Monroe.
Durante la década siguiente, cada provincia de lo que fuera el Reino de Guatemala empezó una transición hacia convertirse en un Estado y los Estados buscaron asociarse entre ellos para conformar una nueva república federal. La proximidad de El Salvador, Guatemala y Honduras acaso sirve para explicar su protagonismo en este intento, del cual Nicaragua y Costa Rica parecieran haber guardado distancia.
¿Por qué la tendencia en Centro América fue hacia la fragmentación y no hacia la permanencia de la unidad? ¿Qué nos pasó? ¿Por qué dejamos que los factores que nos diferenciaban fueran más importantes que los factores que nos unían?