Desde que los europeos descubrieron el nuevo continente, múltiples exploradores se afanaron en buscar una forma de llegar desde el Atlántico hacia el Pacífico sin tener que navegar hasta el extremo sur. Seguían tras una ruta entre Europa y Asia, que supuestamente los lanzó a navegar hacia el oeste hacia territorio desconocido. Se consideraba que Centro América no sólo unía al sur con el norte del continente, sino que también podría brindar un atajo entre los dos océanos. Los ríos San Juan, que desemboca en el Lago de Nicaragua, y Chagres en Panamá parecían ofrecer esta posibilidad. El istmo podría ser el puente entre el sur y el norte, entre el oriente y el poniente.
Encontrar ese paso entre los océanos ocupó los siglos posteriores al descubrimiento de América. Si bien el territorio estaba claramente en dominio de los españoles, los franceses y los ingleses se interesaron en el área y tuvieron presencia oficial y no oficial, desde colonias hasta protectorados o desde bucaneros a piratas. Los ingleses hasta establecieron cabezas de playa a lo largo del istmo, desde Belice hasta la Costa Miskita.
Durante décadas, las opciones parecían reducirse a explorar un paso por Nicaragua, en el territorio del Reino de Guatemala, o por Panamá, en el Virreinato de Nueva Granada. Para desarrollar el ambicioso proyecto, las potencias buscaban asociarse con el gobierno local o entre sí; en último caso, de manera unilateral. La historia evidencia el creciente interés de los estadounidenses en el proyecto, involucrándose siempre al más alto nivel.
A finales del siglo XVIII, los franceses presentaron una propuesta formal ante la corona española para explorar la posibilidad de un canal en Nicaragua, que no fue autorizada. En esta propuesta, Martin de La Bastide consideraba que los principales opositores serían los ingleses y los nacientes Estados Unidos de América. Thomas Jefferson, entonces embajador estadounidense ante Francia, se interesó en el proyecto, que entendía más encaminado en el “istmo” de Panamá.
En la conferencia de naciones hispanoamericanas que se realizó en Panamá en 1826, convocada por Simón Bolívar, se discutió ampliamente la construcción de un canal interoceánico. Bolívar comisionó al inglés John August Lloyd y al sueco Maurice Falmar a que buscaran una propuesta viable y ellos propusieron el paso por Panamá, desde la Bahía de Limón, por el río Chagres y el Trinidad.
En 1835, el gobierno estadounidense, encabezado por Andrew Jackson, inició negociaciones con los gobiernos de Centro América y Nueva Granada para respaldar a las empresas estadounidenses que tuvieran interés en desarrollar dicho canal. En 1837, el presidente de Centro América Francisco Morazán comisionó al inglés John Bailey para el asunto y este le recomendó la ruta “Nicaragua”. Esta propuesta fue respaldada por el gobierno estadounidense de Martín Van Buren, tras la expedición del connotado explorador John Lloyd Stephens.
La búsqueda del canal interoceánico marcó el primer siglo de vida independiente de Centro América. En más de un sentido, fue uno de los factores que más influyó que grandes potencias mundiales quisieran tener influencia o presencia en el istmo, intentando asegurar sus intereses a futuro. Algunas de estas potencias (ingleses, franceses, estadounidenses) influyeron para que las provincias de esta región (no) permanecieran unidas. Acaso para estas potencias negociar con un gobierno federal o con un sólo país facilitaba o entorpecía llegar a un acuerdo.