Rodrigo Fernández Ordóñez
En esta semana que conmemoramos los 69 años de la Revolución de Octubre, creemos necesario recuperar un momento importante que suele dejarse de lado por la mayoría de historiadores y nunca resuelto: el asesinato de uno de los hombres pilares de la gesta revolucionaria, el coronel Francisco Javier Arana, el 18 de julio de 1949.
I. El contexto.
La lucha por la presidencia ha empezado. En el año 1945, en plena “Primavera Democrática”, los principales actores del espectro político guatemalteco habían acordado de antemano, el orden de sucesión presidencial o al menos, el apoyo oficial para la carrera, que es decir lo mismo. Este acuerdo es al que los historiadores han venido llamando “el pacto del barranco”. En ese pacto se acordó que después del doctor Juan José Arévalo sería candidato oficial a la presidencia el coronel Francisco Javier Arana y luego el coronel Jacobo Árbenz Guzmán. El convenio, surgido de una situación de emergencia luego que el presidente Arévalo se embarrancara en su auto (de allí el nombre del acuerdo), fue refrendado por el presidente ya recuperado de sus lesiones, según nos cuenta Carlos Manuel Pellecer[1], en un restaurante en la actual zona 13 de la ciudad llamado “Los Arcos”.
En esa reunión, el presidente Arévalo manifestó que la nominación presidencial para las elecciones de 1950 le correspondía, por razones de edad, al coronel Arana. Según Pellecer, el presidente se expresó en los siguientes términos: “Jacobo es un muchacho, casi un chiquillín… bien puede esperar seis años, respaldando en todo a nuestro buen amigo Paco Arana”. El pacto fue sellado con un amigable abrazo entre los dos militares.
Pero como en todas las cuestiones humanas, las cosas no resultaron tan sencillas. Arévalo pretendía jugar con todos los sectores para asegurar su gobierno asediado por conspiraciones e intentonas de golpes de Estado. Tuvo que gobernar bajo la continua suspensión de las garantías constitucionales. Incluso algunos cuentan que en cierto momento el presidente se quejó con amargura de que Guatemala tenía dos presidentes, él y Arana, que andaba por todas partes con una ametralladora imponiendo su voluntad.
Arana buscaba apoyo en los partidos arevalistas y otro tanto hacía Árbenz. También la Constitución venía a agregar tensiones a la crisis política. El ejército tenía dos cabezas en ese momento: el Jefe de las Fuerzas Armadas (Arana) y el Ministro de la Defensa (Arbenz) y aunque la figura constitucional tenía nobles intenciones, aplicada al caso concreto vino a crear desconfianza y rivalidad entre los dos militares con aspiraciones presidenciales, amén de la politización de la institución castrense, puesto que el Jefe de las Fuerzas Armadas era elegido internamente por la tropa.
La implantación de reformas sociales y la radicalización hacia la izquierda del Partido de Acción Revolucionaria (PAR) empezó a crear desconfianza en ciertos sectores que apoyaban a la revolución y al arevalismo, que iniciaron la búsqueda del hombre que impusiera solución al momento[2]. Encontraron al coronel Arana, muy apreciado por el ejército, tanto por ser un militar de línea, campechano y de trato cordial con los soldados, como por haber sido el hombre providencial en el momento de la revolución del 44 para derrocar a Ponce Vaides, al sacar los tanques de la Guardia de Honor a las calles. Era el hombre indicado para volver a salvar la situación que se estaba complicando tremendamente con los tortuosos juegos políticos del momento.
En las elecciones de diputados al Congreso celebradas a finales de 1948, el apoyo a los aranistas había sufrido un fuerte golpe y esto vino a sumar presión sobre Arana para resolver una situación que muchos creían se estaba volviendo insalvable.
El candidato que deseara lanzarse a la contienda presidencial debía abandonar todo puesto público con seis meses de anticipación a las elecciones, por lo que la estrategia aranista era dominar la conformación del Consejo Superior de la Defensa para tener a una persona leal en el puesto y como esto también se le estaba tornando difícil, muchos lo instaban a dar de una vez por todas el golpe de estado y resolver la situación, pues la elección de miembros para el CSD, a realizarse a partir del 18 de julio de 1949 parecía poco favorecedora a Arana.
Así las cosas, las presiones fueron creciendo y los rumores de golpe fueron un secreto a voces. El gobierno buscaba soluciones para detener la bola de nieve.
II. El montaje.
En lo que todos los historiadores y testigos están de acuerdo es que los acontecimientos que llevan a la muerte de Arana se desencadenan con un lote de armas venidas de la Argentina con destino a la Legión del Caribe. Las armas, doscientos o cuatrocientos fusiles (según a quien se consulte), fueron almacenadas en el antiguo chalet propiedad de Ubico a orillas del Lago de Amatitlán, El Morlón. El lote venía de Costa Rica, pues José Figueres los había usado para su revolución.
Arana, como Jefe de las Fuerzas armadas reclamó que esas armas debían estar bajo el control del ejército, porque consideraba peligroso que estuvieran por allí a disposición de cualquiera que tuviera la audacia de tomarlas.
El día 18 de julio de 1949, Arana le dio un ultimátum a Arévalo. Con prepotencia según contaría después el presidente, el coronel le exigió que le entregara las armas y le dio un plazo de 48 horas para despachar a su gabinete y nombrar uno nuevo que pusiera orden a la situación. Como es lógico, Arévalo se puso furioso ante la prepotencia del militar, pero accedió en el tema de las armas y estando en contra de la pared le pidió a Arana que con el fin de no causar más inestabilidad le diera un tiempo prudencial para realizar los cambios de gabinete de forma gradual, para no alterar más el caldeado ambiente político. El coronel Arana se excitó y le habló a grandes voces al Presidente, cada vez más seguro de su poder e influencia dentro del gobierno[3]. José Manuel Fortuny[4] cuenta que se dirigió al Presidente con tonos duros: “Usted está ahí en la Presidencia por mí, porque yo lo he sostenido, pero yo le puedo quitar ese sustento en cualquier momento”. Arévalo, aún ofuscado por el enfrentamiento con el militar llamó a su Ministro de la Defensa para ponerlo al tanto de lo sucedido, sobre todo de la amenaza directa de dar golpe de estado.
Ese mismo día, salieron rumbo a Amatitlán, el coronel Francisco Javier Arana, su chofer Francisco Palacios, su ayudante Absalón Peralta y delegado por Arévalo para que hiciera entrega de las armas: el coronel Felipe Antonio Girón, Jefe del Estado Mayor Presidencial. Los siguen dos camiones, uno vacío y otro cargado de veinticinco soldados que el comandante de la Guardia de Honor puso a las órdenes de Arana para recuperar el armamento.
III. El operativo.
A partir de este momento los hechos se tornan confusos.
Carlos Manuel Pellecer cuenta que a finales del mes de junio, en la finca El Sauzalito cercana a la capital, miembros del Partido Revolucionario de Guatemala (PRG) escindido del PAR, plantearon la necesidad de liquidar a Arana. Allí mismo se propusieron planes para asesinarlo.
En la versión de Pellecer, Carlos Enrique Díaz, uno de los presentes en la reunión se presentó en el despacho de Árbenz para darle cuenta de lo tratado la noche anterior. Árbenz le indica que vaya con Arana y le cuente con todo detalle lo discutido. Arana recibe el informe y hace apenas un par de preguntas y agradeciéndole a Díaz lo despide.
Por otra parte, Francisco Villagrán Kramer[5] plantea que Árbenz, alertado por Arévalo de la reunión accidentada sostenida con Arana, decide ponerle un alto al conflictivo y toma medidas de carácter urgente para solucionar la situación. Según Villagrán, se convoca a los fieles del Congreso para despojar a Arana de su cargo de Jefe de las Fuerzas Armadas. Ciertos partidarios radicales plantean al coronel Árbenz la necesidad de tomarlo prisionero, disponiendo que la captura se lleve a cabo en el Puente de la Gloria, un paso estrecho sobre el río Michatoya.
Pero el procedimiento es a todas luces anómalo: los diputados sesionan secretamente, sólo acuden a la convocatoria los miembros de la Comisión de Defensa, que para colmo no se integra completamente. Además, acuden únicamente los diputados arevalistas, militantes del PAR, Frente Popular Libertador (FPL) y de Renovación Nacional (RN). Estos emiten un supuesto decreto destituyendo al Jefe de las Fuerzas Armadas y nombran interinamente para el cargo al Coronel Jacobo Árbenz, a quien se le informa de la decisión inmediatamente. Allí se dispone notificar a Arana de la decisión.
Sobre los hechos relatados arriba, el historiador Ramiro Ordóñez Jonama[6] pone el dedo en la llaga al señalar que todo esto no pudo suceder dentro del reducido espacio entre las 9 de la mañana y las 12.30 en que según el comunicado oficial fue asesinado el coronel. Suma a las dudas sobre tan expedito procedimiento, que no existe publicación alguna en el Diario Oficial que contenga el decreto legislativo disponiendo la destitución de Arana y mucho menos que existiera una orden de captura girada por juez competente que permitiera en toda legalidad capturar al coronel Arana.
Así las cosas, para notificarle de la supuesta decisión de esta especie de Petit Congreso a Arana es nombrado el jefe de la Comisión de Defensa, el mayor Alfonso Martínez Estévez, íntimo colaborador de Árbenz. Se notificó también al Consejo Superior de la Defensa, cuyos miembros recibieron la noticia desigualmente. Una minoría protestó de forma iracunda pero los demás supuestamente aceptaron el contenido del decreto y tomaron de inmediato las medidas necesarias para sacar a Arana del país, en beneficio de todos. Para el efecto, se comunicaron con el presidente cubano Carlos Prío Socarrás, quien aceptó recibirlo en La Habana como exiliado político y ponen a punto un avión en la pista del aeropuerto La Aurora para despegar apenas Arana sea puesto en él. Estas medidas ponen en evidencia la flagrante violación de derechos que expulsar a un ciudadano de su propio país conlleva, por el simple hecho de considerarlo un estorbo. Y aún así se sigue llamando Primavera Democrática a la presidencia del doctor Arévalo.
Pellecer cuenta que Arbenz dispuso que Martínez Estévez fuera acompañado por el mayor Mario Blanco, sub-director de la Guardia Civil y varios hombres de refuerzo, a lo que Martínez Estévez se opuso por considerar que los hombres podían no estar a la altura de tan delicado asunto. Árbenz estuvo de acuerdo con su opinión y solicitó en cambio a su cercano colaborador Augusto Charnoud MacDonald, que conformara rápidamente un grupo de apoyo entre la gente de su partido, el PAR. Según Pellecer, Árbenz le pidió: “Tito, usted tiene por ahí gente joven, valiente y de seguro entrenada porque casi todos han dado servicio militar… están con usted, es decir con nosotros… Organice con sus activistas por favor, un grupo de cinco o seis para que acompañen al mayor Martínez.”[7] De acuerdo a las órdenes del coronel Árbenz, éstos hombres salvo en caso de necesidad, debían mantenerse sobre la carretera (no sobre el puente) y en ningún caso interferir en el arresto. Pellecer comenta que se les provee a todos de ametralladoras ligeras. Parece como mínimo, sospechoso, que para tan delicada operación (la captura de un alto jerarca militar de alta), se prescindiera de la participación de agentes profesionales de las fuerzas de seguridad, y se optara en cambio por involucrar a civiles carentes de autoridad alguna.
El caso es que Martínez Estévez y Blanco tomaron rumbo a Amatitlán en un jeep de la Guardia Civil, mientras que el grupo de jóvenes se montaron en dos autos: uno de ellos era propiedad de la esposa de Árbenz, María Vilanova y conducido por su chofer.
Fortuny da detalles de algunos de los que acompañaban a los delegados oficiales y que eran personas de la absoluta confianza de Árbenz: el chofer de su esposa Aníbal Mejía Bardales, un tipo llamado Francisco Morazán, un guardaespaldas de Charnoud y un tipo de Asunción Mita del que no recuerda su nombre, pero que Pellecer complementa, identificándolo como Julián Polanco, ex dragón de caballería.
Árbenz, por su parte, se dispone supervisar el desarrollo de la operación desde el lugar conocido como el Filón, un alto peñón cercano desde el cual se controla la extensión del lago. Este punto es confirmado tanto por Pellecer, en su ya citado libro, como por el mismo Árbenz, en una entrevista realizada por la doctora Martha Cehelsky, y usada como fuente en el capítulo correspondiente en el citado libro de Villagrán Kramer y por la propia esposa del ex presidente en su libro de memorias. Otras versiones al respecto afirman que Árbenz se encontraba en su despacho ministerial, fumando compulsivamente, con los nervios de punta y pendiente del teléfono.
IV. La muerte.
a. La versión de Carlos Manuel Pellecer.
Mientras tanto, Arana, ignorante de todo el engranaje que se ha echado a andar a su alrededor, y en su contra, se encuentra las armas cargadas en un camión bajo un cobertizo para lanchas en el interior del Chalet. El coronel da la orden a los soldados que carguen las armas en el otro camión y una vez iniciada la operación decide regresar a la capital alrededor del medio día.
En el viaje de regreso, Arana va al volante de la camioneta jeep, Girón viene en el asiento a su lado y el chofer y su ayudante van atrás. Cuando llegan al puente de La Gloria cuatro hombres armados lo encañonan y le hacen el alto.
Arana espera sentado en el asiento del auto, con las manos aferradas al timón mientras un hombre se acerca a él. Es Martínez Estévez que le informa que por órdenes del Congreso ha sido destituido y que queda bajo arresto. Según esta versión Arana asiente tranquilamente con un “Está bien, Alfonso”. Pero el mayor Absalón Peralta, sentado en el asiento trasero de la camioneta, desenfunda su pistola y uno de los activistas del PAR, que había estado esperando la llegada de Arana en un restaurante cercano, le dispara, acertándole en la cabeza. Julián Polanco, otro de los paristas que porta una ametralladora, está sumamente nervioso y dispara una ráfaga que mata instantáneamente a Arana y a Blanco, que también se ha acercado a la camioneta. La ráfaga alcanza a Martínez Estévez en la espalda. Girón y Francisco Palacios se tiran al suelo del vehículo y resultan ilesos.
Desde el Filón, Árbenz supervisa con lentes de larga vista la operación y al observar el tiroteo espeta un “¡Esto se fregó…!” y ordena el regreso a la capital.
b. La versión de Francisco Palacios, chofer de Arana.
La versión que da el chofer de Arana, Francisco Palacios al comandante de la Guardia de Honor, coronel Juan Francisco Oliva es diferente. Según su recuento, regresando de El Morlón, a la altura del Puente de la Gloria, se encuentran con un auto Dodge color gris, aparentemente descompuesto que es empujado por cuatro hombres. El mayor Peralta dice: “El chofer de ese carro es el de la señora del Ministro Árbenz”. Arana apaga el carro y de inmediato veinte hombres armados rodean el vehículo gritando “¡arriba las manos!”. Arana sorprendido pregunta que pasa, sólo para recibir dos disparos: uno en el pecho y otro en el brazo, desencadenándose un tiroteo en respuesta. Palacios cuenta que salva la vida porque se tiró al suelo del vehículo, siendo herido en la espalda. Cuenta que Martínez Estévez se acerca gritando que dejen de disparar.
Palacios se incorpora y ve que el coronel Arana está muerto en el asiento y a Blanco tendido en el suelo también muerto, junto al vehículo. Dos autos están más allá, llenos de gente armada. Esta versión fue recogida en el acta levantada en las instalaciones de la Guardia de Honor.
c. La versión de Manuel Fortuny.
Hay un auto bloqueando la salida del puente con la capota del motor levantada, fingiendo estar descompuesto. Arana reconoce a Aníbal Mejía Bardales, chofer de la esposa de Árbenz y detiene el auto diciendo que va a ir a ayudar. En ese momento varios hombres se acercan a la camioneta por delante y por detrás. Blanco se acerca a un lado del vehículo, conmina a Arana a rendirse y le explica que está arrestado. Arana está sorprendido.
En ese momento el hombre de Mita (Julián Polanco) pierde el control de sus nervios y empieza a disparar, esto tiene una reacción en cadena y todos aprietan los gatillos. Fortuny menciona como su fuente a Francisco Morazán, quien le contó que al escuchar los disparos se tiró bajo la camioneta, evitando caer muerto también, y que Martínez Estévez es herido en la ingle, cerca de los testículos.
Descompuesto por la herida, Martínez Estévez da la orden que capturen al chofer de Arana y ordena que se vayan todos a la casa del coronel Árbenz.
d. La versión de Jacobo Árbenz.
Arana, viéndose rodeado se entrega, pero su asistente pierde los nervios y desenfunda su pistola. En ese instante, alguien del grupo apostado frente al vehículo reacciona disparándole un tiro en la cabeza. Entonces uno de los hombres apostado atrás del vehículo contesta el disparo, soltando dos ráfagas de ametralladora. La primera mata a Blanco, la segunda a Arana y hiere a Martínez Estévez en el hígado.
Y agrega de forma más bien intrigante: “Del movimiento de gentes y de carros se concluyó que Arana estaba muerto o herido”, confirmando que fue testigo ocular de los hechos.
e. La versión del gobierno.
El gobierno de Arévalo, sorprendido por la noticia del asesinato lanza un boletín esa misma tarde, por medio del Ministerio de Gobernación. Allí se informa que el hecho ocurrió aproximadamente a las 12:30 horas. Que un grupo de delincuentes interceptaron el vehículo del coronel Arana en el puente sobre el río Michatoya, cerca del Restaurante Maya, a su regreso de una comisión oficial en Amatitlán. Que al ingresar al puente otro vehículo le cortó el paso, rodeando la camioneta del Jefe de las Fuerzas Armadas veinte hombres salidos de otro vehículo y de las inmediaciones y que sin dar tiempo a que reaccionaran los ocupantes de la camioneta abrieron fuego, acribillando a Arana, Peralta y a Blanco.
Lo interesante de la versión original del gobierno es el párrafo que asegura: “Tan pronto como los delincuentes se dieron cuenta de que el Coronel Arana estaba imposibilitado, lo sacaron del sitio del comando y uno de ellos hizo funciones de chofer para arrastrar la camioneta hasta el Filón donde todos los tripulantes cambiaron de automóvil. Hasta el momento de difundir este comunicado no se conoce el paradero del Coronel Arana”.
Este comunicado es sumamente interesante porque, a pesar de la sorpresa del gobierno por el crimen, está muy bien informado del modus operandi del comando. Además da luces sobre el fin de la operación. Pellecer cuenta que al ver que Arana estaba muerto, Arbenz en compañía de otras dos personas dio la orden de regresar a la ciudad capital. Sin embargo, al momento de lanzar el boletín gubernamental, el cuerpo de Arana se encontraba en casa de Árbenz en donde se discutía qué hacer con él, de forma que pareciera que el mismo grupo de partidarios de Árbenz fue al Ministerio de Gobernación a dar parte de lo sucedido y que cuando subieron al Filón a cambiar automóvil, pudo haber sido más bien a pedir instrucciones al coronel Árbenz, quien había elaborado el plan y supervisaba todo desde dicho punto elevado.
Lastimosamente no se cuenta con una versión del entonces Ministro de Gobernación, César Solís, que podría arrojar luz sobre el asunto. El Secretario General de la Presidencia durante el período presidencial de Arévalo, Ramiro Ordóñez Paniagua[8], en sus memorias inéditas apenas comenta que la tarde de ese día encontró a Arévalo en su despacho pálido y que al verlo le comentó “¡Ves lo que han hecho los muchachos! (…) Mataron a Arana”, pero sin ofrecer más detalle.
Ordóñez Jonama recoge otra versión: “¡Ya la arruinaron estos!, dicen que dijo el presidente Arévalo cuando César G. Solís, su ministro de Gobernación, entró en el aposento en donde se hallaba diciéndole: ‘¡Juanito, Juanito, mataron a Arana!’…”[9]
Sin embargo, una versión dada por Arévalo y recogida por Villagrán Kramer resulta sumamente interesante, porque de acuerdo a ésa versión, Arana se presentó al despacho presidencial como a las 9 de la mañana del día 18 de julio. Según cuenta el ex Presidente, hablaron de las armas y de otros temas, pero en ningún momento comenta algo sobre actitudes abusivas o prepotentes del militar. Al final de la entrevista ambos acuerdan que a las once de la mañana de ese día van a ir a El Morlón para solucionar el asunto de las armas. Arana sale del despacho para esperar al Presidente. Cerca de las 11, éste cambia de parecer y delega al jefe del Estado Mayor para que haga entrega de los fusiles. Dice Arévalo: “Se fue el coronel Girón y a la una de la tarde, estando yo en la Casa Presidencial recibí la noticia de la muerte del Coronel Arana”.
d. La versión de Schlesinger y Kinzer.
En su libro, ambos historiadores norteamericanos[10] son más escuetos: “Cuando volvía cruzando el angosto Puente de la Gloria, su coche fue detenido por hombres armados. Arana respondió desenfundando su pistola y exigiendo paso. Se inició un tiroteo en el que murieron el jefe del ejército y un compañero, y su chofer herido”.
Pero incluyen un dato interesante en el siguiente párrafo: “Según la mayoría de las declaraciones disponibles, el grupo que mató a Arana incluía al chofer de la señora de Árbenz, que más tarde se convirtió en diputado en el Congreso de Árbenz, y era dirigido por Alfonso Martínez Estévez, amigo cercano del coronel Árbenz que más tarde sirvió como secretario privado del presidente y como Jefe del Departamento Nacional Agrario. Se dice que entre los dirigentes de la conspiración estaban Augusto Charnaud MacDonald y al ardiente comunista Carlos Manuel Pellecer. Aunque no se puede estar seguro de quién tomó la decisión de matar a Arana, se hizo en interés de Árbenz, y Arévalo no puede considerarse limpio de culpa puesto que el gobierno no hizo ninguna investigación sobre el asunto”.
Esta cita, sacada del libro Comunism in Guatemala, de Ronald Schneider, por los citados historiadores parece confirmar en cierta forma lo propuesto por Pellecer: que sí existía una conspiración que buscaba eliminar físicamente a Arana y no sólo arrestarlo. Los puestos que ocuparon luego sus protagonistas nos permiten suponer, sin arriesgar mucho, que medió un pago político por tan audaz acción. El caso del chofer de doña María Vilanova, Aníbal Mejía Bardales, es significativo, pues con posterioridad al crimen, “fue hecho diputado por el departamento de Escuintla, lanzado por el PAR, para sustituir mortis causa a Ernesto Marroquín Wyss.”[11] La auto exculpación de Pellecer sobre el crimen se comprende desde la perspectiva del momento en que lo escribe. Él ya ha renunciado al comunismo y vive en Antigua Guatemala dedicado a escribir libros en contra de la doctrina que defendió furiosamente años antes. Algunos han acusado incluso a este personaje de haber sido siempre un agente norteamericano infiltrado en el comunismo guatemalteco, un agente de la CIA. Pero Pellecer es una persona que cuenta con información de primera mano sobre el gobierno de Arévalo y Arbenz y aunque se tenga que hilar fino en lo que dice, se pueden encontrar datos muy valiosos.
f. La versión de Piero Gleijeses.
Luego de salir de El Morlón, Arana se encuentra con que a la salida del puente de La Gloria un auto detenido bloquea el paso. Es un Dodge gris. Arana detiene el auto y se produce un breve tiroteo, en el cual resultan muertos tres hombres: Arana, su ayudante Peralta y Blanco, enviado a capturarlo.
Aquí la cosa no está clara. Gleijeses asegura que no había intención alguna de matar a Arana y que Peralta disparó primero, luego de cruzar insultos con Blanco, quien le comunicó a Arana que estaba arrestado.
g. La versión de Carlos Sabino.
Carlos Sabino recoge la versión del chofer de Arana, según la cual el coronel detiene su camioneta a la entrada del puente al ver que del otro lado cuatro personas simula empujar un carro descompuesto. Arana apaga su auto y simultáneamente un grupo de gente armada con pistolas rodea la camioneta y gritan “manos arriba”. Arana pregunta sorprendido que pasa, recibiendo como respuesta “…un tiro que a boca de jarro le pegaban en el pecho y otro en el brazo, provocándose a continuación un verdadero tiroteo de revólveres y ametralladoras. El chofer se tiró al piso, lo mismo que el coronel Girón, por lo que ambos pudieron salvar sus vidas. Arana murió en el tiroteo, al igual que su asistente Absalón Peralta, y el subjefe de la policía Blanco, mientras quedaba herido en la espalda el capitán y diputado Alfonso Martínez…”[12]
Por su parte Sabino, habiendo recogido las versiones de “Chico” Palacios y la que da el propio Arévalo en su Despacho Presidencial, recibida de boca del coronel Girón concluye: “Resulta evidente que el grupo comandado por Blanco y Martínez tenía órdenes de proceder sin vacilación, de usar las armas al menor síntoma de resistencia: por eso el primer balazo fatal disparado por Castañeda, por eso el fulminante tiroteo que siguió…”[13]
V. Para concluir.
A 64 años del confuso incidente en el que resultó muerto uno de los hombres que hizo posible la revolución de octubre de 1944, aún no se ha logrado establecer con claridad lo sucedido, mucho menos sus responsables. Las versiones, que comparten muchos hechos difieren en otros, que son los fundamentales para establecer lo que sucedió realmente. ¿Era en verdad la intención arrestar simplemente a Arana para mandarlo al exilio? O ¿desde el principio la intención era asesinarlo? O bien, ¿la intención del gobierno era arrestarlo y fueron los hombres del PAR los que tomaron la decisión de asesinarlo para allanarle el camino presidencial a Árbenz?
Una de las preguntas fundamentales es precisamente, ¿por qué se comisionó a personas ajenas al gobierno para arrestar al coronel Arana, sabiendo que el asunto era sumamente delicado? ¿Por qué no se envió a agentes de la policía, o elementos del ejército, profesionales y acostumbrados a ese tipo de operativos para realizarlo? La respuesta obvia es que no contaban con orden de juez competente para justificar su participación.
La forma tan enrevesada en que se llevó a cabo el operativo deja muchas dudas sobre la finalidad del mismo, sobre todo si es cierta la aseveración que Pellecer pone en boca de Árbenz, en el frío invierno de Praga, un lejano 1955: “El doctor Arévalo siempre quiso que Paco Arana fuera su sucesor. De haber realizado sus deseos tal vez, sólo tal vez, las cosas se hubieran salvado y nosotros no estuviéramos aquí… pasando frío”[14].
Concluyo con la lúcida reflexión del historiador Ramiro Ordóñez Jonama, contenida en las páginas de su libro ya citado, Un sueño de Primavera, en cuyo capítulo II, analiza lo sucedido ese lejano día de julio de 1949: “… El puente de la Gloria pasó a ser el ‘puente a la gloria’. En ese momento se murió, también, la primavera democrática que se suponía iniciada aquél viernes 20 de octubre de 1944 porque a partir de ese crimen impune a nadie le quedó duda de que en Guatemala seguiría siendo el asesinato, por muchísimos años, un procedimiento político aceptable y eficaz. El camino de Árbenz hacia la Presidencia se pavimentó con la sangre de A
[1] Carlos Manuel Pellecer. Dos Yanquis más contra Guatemala. Editorial Edinter. Guatemala: 1982.
[2] Carlos Sabino. Guatemala, la historia silenciada (1944-1989). Tomo I. Fondo de Cultura Económica, Guatemala: 2007. Página 116.
[3] Carlos Manuel Pellecer. Arbenz y yo. Artemis y Edinter. Guatemala: 1997. Pág. 78.
[4] Marco Antonio Flores. Fortuny: un comunista guatemalteco. Editorial Óscar de León Palacios. Guatemala: 1994. Pag. 162.
[5] Francisco Villagrán Kramer. Biografía Política de Guatemala. FLACSO. Guatemala: 1993. Pag. 66.
[6] Ramiro Ordóñez Jonama. Un sueño de Primavera. Editorial Entheos, Guatemala: 2012. Página 232.
[7] Pellecer. Op. Cit. Pág. 80.
[8] Ramiro Ordóñez Paniagua. Cuatro Destierros. Memorias inéditas. Página 170.
[9] Ramiro Ordóñez Jonama. Op. Cit. Página 209.
[10] Stephen Schlesinger y Stephen Kinzer. Fruta Amarga: la CIA en Guatemala. Siglo Veintiuno Editores. México: 1982.
[11] Información contenida en comunicación electrónica enviada al autor de este escrito por el licenciado Ramiro Ordóñez Jonama.
[12] Carlos Sabino. Op. Cit. Página 135.
[13] Ibid. Página 137.
[14] Carlos Manuel Pellecer. Op. Cit. Pag. 33.