Wish you were here. Pink Floyd
Rodrigo Fernández Ordóñez
Escuché por primera vez a Pink Floyd en la casa de un amigo del colegio, Pablo Aparicio. Vivía cerca de mi casa, y yo llegaba a verlo en bicicleta. Su papá tenía una inmensa colección de discos en acetato que decoraba la sala en una imponente estantería que iba de piso a techo, cubriendo toda la pared, y de allí Pablo iba sacando los discos, los deslizaba fuera de su cobertor plástico, los abría cuidadosamente y los ponía en la tornamesa. Había dos condiciones para esas sesiones: la primera, no tocar los discos de su papá, “solo verlos”, y la segunda, estar en silencio, para apreciar mejor la música. En mi caso se me dispensaba de cerrar los ojos, y el papá de Pablo me dejaba hojear otra de sus hermosas colecciones: la National Geographic Magazine. Corría el año de 1991 y, desde entonces no he abandonado a esos queridos amigos que Pablo me presentó, entre ellos Pink Floyd, Led Zeppelin, Janis Joplin, The Doors, Deep Purple, Nazareth, Jimmy Hendrix y, curiosamente, Ambrosía. Pablo me los grababa con todo cuidado en casetes Maxell o TDK, de los que llegué a tener casi cincuenta, los que escuché hasta reventar y tuve que recurrir luego al disco compacto. Ahora van conmigo en el iPod. Nunca dejé, desde entonces, de leer escuchando música, y cómo no, también colecciono la National Geographic Magazine…
-I-
Syd Barret
«Remember when you were young, you shone like the sun
Shine on you crazy diamond
Now there´s a look in your eyes, like black holes in the sky…»
Con estas frases rompe la primera pieza del disco a los casi nueve minutos de iniciada, dedicada al amigo fundador del grupo, Syd Barret. Nacido en Cambridge, se mudó a Londres a estudiar Arte en septiembre de 1964, y allí en la Regent Street Polytechnic conoce a Roger Waters, estudiante de Arquitectura y que junto con Nick Mason y Rick Wright (de arquitectura también), empezaron a tocar. Lo re-conoce en realidad, pues ambos eran nacidos en la misma ciudad, pero no es sino hasta su mudanza a la capital que se hacen amigos. Barret ya tenía una historia con la música, había participado en las bandas Sigma 6, The Abdabs y The Tea Set, pero sus inquietudes armónicas lo llevaban a experimentar y por eso quiso independizarse. La banda fue bautizada como Pink Floyd Sound, un homenaje de Barret a dos cantantes de blues, Pink Anderson y Floyd Council, que a su vez eran los nombres de sus dos gatos. Con Barret en el timón, el grupo da un giro de 360 grados y empieza a experimentar con sonidos y a improvisar libremente con la guitarra y teclados.
Los primeros dos discos de la banda son hijos de esta primera época. The Piper at the Gates of Dawn (1967) y A Saucerful of Secrets (1968) son discos experimentales, que causaron furor en la Inglaterra de finales de los sesenta, pero que en mi opinión no han pasado la prueba del tiempo. Suenan a viejos experimentos lisérgicos con los que uno no logra empatía. Parecen la carrera de cuatro tipos por una bodega tocando todo tipo de cacharros. Pese a ello, en su época, su música los colocó a la cabeza del movimiento que se conoció como London Underground. Una clara alternativa para las canciones aniñadas que para entonces tocaban los Beatles. Al respecto del despegue de la banda, apunta Mikal Gilmore, en su ensayo Locura y Grandeza:
“…Eso se debía a que Pink Floyd, muchas veces publicitada como ‘la banda más alucinante de Londres’, se desarrolló en medio de este movimiento, en vivo, noche tras noche, en eventos cuyo público incluía a todos los que estaban experimentando con mariguana, hachís y drogas psicodélicas…”.
Uno de los que experimentaba con las drogas era precisamente Barret, convertido en adicto al LSD desde sus tempranos años en Cambridge, en donde habría probado la droga sin saberlo, con unos amigos con quienes compartía apartamento en 1966. Según algunos, el consumo diario de esta droga, sumado a una posible esquizofrenia no diagnosticada, destruiría por completo el cerebro de Barret, quien día a día se tornaba más errático. Nunca le diagnosticaron enfermedad mental alguna porque todos lo consideraban “una mente extraña, no un enfermo”, según Tim Wills, investigador de la banda. La situación con el genio fundador se volvió cada vez más difícil de manejar a medida que la banda lograba reconocimiento, durante el verano de 1967. Barret se convirtió en un lastre que comprometía a todos los demás, que a diferencia de él, no se drogaban. En una ocasión, para lograr un “viaje” más profundo para descubrir su música mezcló un coctel de drogas con shampoo y se lo aplicó en la cabeza. Cuenta la leyenda que el calor de las luces y el sudor lo hicieron colapsar en medio del escenario, cayendo sin sentido. Así, a principios de 1968, para sustituirlo, invitaron a David Gilmour, amigo de Barrett a tocar con ellos. Barret fue llevado a una isla en España por la disquera EMI, para que descansara sus nervios, pero sus acciones cada vez eran más erráticas, por ejemplo, durmió varias noches en el cementerio de la localidad. Mason, años después, explicó al periodista Barry Miles:
“Tratás de estar en una banda… y las cosas no te están saliendo demasiado bien y no entendés por qué. No podés creer que alguien esté deliberadamente tratando de arruinar todo y, sin embargo, tu otra parte te dice: ‘Este tipo está loco, ¡está tratando de destruirme!’…”.
Así las cosas, un día de inicios de 1968, cuando la banda se dirigía a una presentación, ya con David Gilmour integrado como guitarra, alguien preguntó “¿Pasamos a buscar a Syd?”, y la respuesta de Waters fue que ya se había ido. Siguieron de largo y Barrett nunca más volvió a tocar con ellos. El rompimiento fue doloroso, pues según relata Gilmore, mientras Pink Floyd grababa su segundo disco: “…Barrett se sentaba en el lobby del estudio con su guitarra, esperando que lo llamaran para las sesiones…”, cosa que no sucedió.
A pesar del dolor y la devastación que a Barrett le pudo haber causado su expulsión tácita de la banda, la entrada de Gilmour hizo despegar realmente a Pink Floyd. Gilmour tenía una idea mejor estructurada de la música, a la que concebía como experimento armónico, y era menos propenso a los experimentos atonales con objetos como Waters y Barrett. Aunque en justicia, el grupo siempre jugó con las ideas de su fundador de evolucionar su música, y todo el tiempo han reconocido la impagable deuda que tienen con Syd, por haber creado el grupo y dado sus instrucciones fundadoras, como la frase: “Las bandas van a tener que ofrecer mucho más que un show de pop. Van a tener que ofrecer un show teatral bien presentado”, que cumplieron al pie de la letra. Claro, poco importa para Syd, perdido en el laberinto de su mente, los agradecimientos y reconocimientos que sus amigos le hicieran, de todas formas quedó fuera del juego.
Barrett regresó a Cambridge a la casa de sus padres, en donde desapareció poco a poco, quedando completamente aislado, dentro de su cabeza. Murió el 7 de julio de 2006, pero según David Fricke, columnista de la Rolling Stone, vivió en la riqueza, pues “Los Floyd se aseguraron de que él siempre recibiera su parte de todo lo referente a Piper at the Gates of Dawn”.
«You were caught in the cross-fire of childhood and
Stardom, blown on the steel breeze
Come on you target for far away laughter, come on you
Stranger, you legend, you martyr, and shine!
You reached for the secret too soon,
You cried for the moon…»
-II-
El disco
Después del contundente éxito del disco The Dark Side of the Moon, lanzado en marzo de 1973, que vendió más de 35 millones de discos y estuvo en el ranking Billboard 200 durante 849 semanas, el grupo quedó exhausto, y las tensiones dentro de sus miembros crecieron, a medida que Waters quería asumir el liderazgo de la banda, limitando la libertad creativa de los demás miembros.
Luego de meses de discusión sobre los planes futuros, Waters propuso hacer un disco sobre el malestar y la distancia creciente entre ellos. Bajo esta línea nació el disco: “…Wish You Were Here, el nuevo disco, era sobre una forma de alienación mucho más personal: la ausencia de amigos, de inspiración, de la comunidad que alguna vez habían encontrado en su compañía…”, y fue el germen de dos obras maestras: Shine On You Crazy Diamond y Wish You Were Here. En un segundo plano, dos canciones de en medio, Welcome To The Machine y Have A Cigar son críticas al sistema de las grandes productoras disqueras que, según ellos, machacaban a sus músicos hasta dejarlos completamente exprimidos. “Ese molino de carne que nos tritura”, como lo definiría Waters en algún momento.
Wish You Were Here, lanzado en 1975, constituyó una válvula de escape para un Pink Floyd que se sentía cada vez más asediado por el público ganado con el disco anterior. Según Gilmour, los conciertos cada vez eran más difíciles para un grupo acostumbrado al total silencio entre canción y canción, pues en todo momento buscaban que el “toque” completo fuera una experiencia estética total. Con el rotundo éxito del disco The Dark Side of the Moon, esta ambición cada vez fue más difícil, pues los asistentes a sus conciertos interrumpían los silencios pidiéndoles tocar Money o alguna otra pieza conocida.
El disco, que se grabó durante el invierno de 1975 (de enero a junio) en los estudios de Abbey Road, fue la suma de la carga emocional de sus integrantes, de sentir que todo se les estaba saliendo de las manos, sumado a la ausencia de Barrett, y el cargo de conciencia. Según la Revista Rolling Stone, en una reseña publicada en 1975, “…Pink Floyd expresaría su relación torturada con la nueva fama y su tristeza por la disolución de Barrett…, [El disco es] un grito de amor lleno de arrepentimiento desde adentro de la bestia de la industria musical que perfecciona un extraño equilibrio entre tormento y sentimentalismo, soledad y hermandad…”.
El proceso de creación del disco fue lento y sin rumbo, en un principio. Cada uno llegaba al estudio y sin hablarse, trataba de crear sus propias propuestas de acuerdo con su instrumento. Gilmour, el más consistente tal vez, trabajó en varias piezas de las que únicamente Shine on You Crazy Diamond, terminó en el disco, y estaba basada en un blues de cuatro notas que le vino a la mente en la sala de ensayo del grupo en King’s Cross, en 1974, y resultó convirtiéndose en una suite de 9 partes, que se prolongó por veinte minutos y se dividió en dos, para abrir y cerrar el disco. Quien logró construir el disco como un todo melódico fue el ingeniero de sonido, Brian Humphries, pues Alan Parsons, ese otro genio de la música que trabajó con ellos en el Dark Side… había abandonado los estudios para dedicarse a sus propios proyectos. Wright tocó el piano, el sintetizador y un órgano, y fue necesario convocar a un saxofonista, Dick Parry. Los coros femeninos fueron hechos por dos norteamericanas, Carlena Williams y Venetta Fields, cantantes de soul.
Para grabar Wish You Were Here, Gilmour utilizó una guitarra de doce cuerdas y grabó en una sala grande de grabación, utilizada usualmente por músicos clásicos y trabajó en una introducción que bebía directamente de la música country. La letra es de Roger Waters, quien expresa el dolor de la ausencia:
We’re just two lost souls, swimming in a fish bowl, year after year
Running over the same old ground. What have we found? The same old fears
Wish you were here
Para Have a Cigar, un cantante de folk, Roy Harper, que para ese entonces grababa también en los estudios se ofreció a cantarla, desplazando a Waters, que expresó su molestia, agravando las tensiones del grupo, principalmente, cuando el líder se dio cuenta que Harper había imitado su voz.
Al parecer la situación se tornó crítica cuando la banda revisaba la pista de Shine On… y se apareció Syd Barrett, que estaba tan demacrado que nadie lo reconoció en un principio. Syd llevaba su guitarra y, según cuenta Jon Dolan, amistosamente preguntó: “Bueno, ¿y cuándo entro yo con mi guitarra?”, pero le explicaron que las guitarras ya las habían grabado. Así que el homenajeado quedó una vez más fuera de la banda, en su propio homenaje. Pero escuchando el resultado, por milésima vez, mientras escribo esto, Syd debió haber sonreído como un ángel cuando escuchó los primeros acordes de ese monstruoso disco que una vez más, se convirtió en un éxito de ventas y la canción insignia en casi un himno para los seguidores del grupo. Incluso habrá agradecido ese monumento musical dedicado a esa ausencia en la que voluntariamente él se había convertido hasta desaparecer. En silencio.
Bibliografía
Rolling Stone. Pink Floyd. La guía definitiva de su música y leyenda. Número especial. Editorial La Nación, Buenos Aires, Argentina: 2014.