Rodrigo Fernández Ordóñez
Revisando los terribles hechos del asesinato del entonces Jefe del Estado de Guatemala, doctor Cirilo Flores Estrada, en Quetzaltenango el 13 de octubre de 1826, solo he encontrado un evento paralelo: el linchamiento del líder liberal Eloy Alfaro en Guayaquil, el 25 de enero de 1912 y que relatamos oportunamente cuando hablamos de las aventuras y muerte, del general ecuatoriano Plutarco Bowen en Guatemala. En esta ocasión rescatamos un relato de primera mano, del político quezalteco José María Marcelo Molina y Mata, quien fue testigo presencial de los terribles acontecimientos que desembocaron en la muerte del doctor Flores. Se ha respetado, en lo posible, la ortografía de la época, modificando el texto únicamente en aquellos casos en que por estilo de la época se utilizaban abreviaturas, y con el único fin de facilitar la lectura.
-I-
El contexto histórico
La Constitución proclamada en 1824, luego de los vendavales políticos de la independencia y la frustrada anexión a México, creaba una república de tipo federal, dentro de la cual cada provincia que había sido parte del Reino de Guatemala pasaba a denominarse Estado, y se constituía un poder ejecutivo a la cabeza de cada uno de ellos, aparte del presidente de la Federación, claro está. En el caso del Estado de Guatemala, sede también del gobierno federal, se asignó como capital del Estado la somnolienta ciudad de Antigua Guatemala, y la Nueva Guatemala de la Asunción fue designada como capital del poder federal. Así, tras las elecciones convocadas ese año, resultaron electos como autoridades máximas del poder ejecutivo estatal para un período de cuatro años, Juan Barrundia, ardiente liberal, como jefe del Estado y don Cirilo Flores[1], hijo del distinguido protomédico Francisco Flores, (quien murió en Madrid como médico de cámara honorario del rey)[2], como vice jefe del Estado, quienes tomaron posesión de sus cargos el 12 de octubre de ese mismo año[3]. Como presidente de la federación, tras un proceso electoral para nada satisfactorio, resultó electo en 1825, el candidato de los liberales, Manuel José Arce quien, desde el momento de tomar posesión el 29 de abril de ese año, tuvo que hacer malabares para gobernar a la naciente república federal, intentando equilibrar las fuerzas de los conservadores y liberales que se polarizaban cada vez más.
Por razones puramente históricas, económicas y culturales, como las califica el historiador Ramiro Ordóñez Jonama, el señor Barrundia decide retornar la capital del Estado a donde le correspondía, en la ciudad de la Nueva Guatemala de la Asunción, provocando una situación difícil, que venía a agravar la delicada posición que ocupaba el presidente Arce, pues “…en una casa no caben dos señoras, y esto era lo que se veía venir con dos minigobiernos instalados a pocas calles uno del otro; cada uno con sus soldaditos, sus bandas, sus apremiantes necesidades, sus pretensiones y sus conflictos protocolarios…”.[4] La tensión llegó al máximo cuando se desató la crisis política que resultó en la destitución y prisión de Barrundia, lo que llevó a que tanto el Congreso como el Senado federales se declararan disueltos al no aprobar las acciones del presidente federal, quien asumió poderes dictatoriales y llamó a nuevas elecciones legislativas, convocando a un Congreso extraordinario que se habría de reunir en la Villa de Cojutepeque, en el Estado de El Salvador.[5] Estas medidas provocaron el estallido de la guerra civil, cuando los salvadoreños decidieron defender la legalidad con las armas.[6] Lo anterior amerita un análisis de fondo, pues las líneas de arriba no son más que un resumen arbitrario y no reflejan con total justicia la realidad política en la que fueron tomadas las decisiones de Arce, pero espero abordar el tema en un momento posterior. De momento nos sirven estas breves notas como contexto de la situación política que se vivía en el Estado de Guatemala.
Ante la destitución de Barrundia, asumió como jefe del Estado Cirilo Flores, el 6 de septiembre de 1826, en una situación de dura persecución política contra los liberales lanzada por el presidente Arce. Así, en una reunión, secreta el Consejo de Estado y la Asamblea Legislativa del Estado acuerdan trasladar su sede a la ciudad de Quetzaltenango, para iniciar desde allí labores el 15 de septiembre de ese año, pero Flores logra detener el éxodo en Chimaltenango y acuerda la instalación de la Asamblea en la villa de San Martín Jilotepeque. Arce amenaza con disolver a la fuerza la Asamblea, así que los diputados deciden, el 29 de septiembre, trasladarse definitivamente a Quetzaltenango, para iniciar sesiones en la ciudad altense el 10 de octubre. Flores regresa entonces a su ciudad de origen, sin saberlo, en busca de su fatídico destino.
Al respecto, apunta Marure:
“A principios del mismo mes de octubre las autoridades del Estado emprendieron su marcha para Quetzaltenango con la mayor precipitación. En esta ciudad había muy malas prevenciones contra el vicejefe Flores; así porque había tenido la indiscreción de expresarse en público contra algunas preocupaciones religiosas, como porque, algunos días antes, había fomentado con calor el benéfico proyecto de introducir el agua a la plaza pública por arquerías hechas a todo costo. Tratábase de realizar esta empresa echando mano de algunos capitales de obras pías que la Municipalidad ofreció reconocer sobre sus fondos; pero los religiosos, residentes en aquella ciudad se declararon en contra y llamaron sacrílego el proyecto; esto bastaba para alarmar a la gente sencilla…”[7]
Pese a las anteriores afirmaciones de Marure, el autor apunta en su obra que a juzgar por la forma en que se recibió a Flores y otros diputados a su entrada en la ciudad de Quetzaltenango el domingo 8 de octubre de 1826, era imposible imaginar el terrible destino del político tan sólo unos días después. Nos cuenta el historiador liberal: “…Fue recibido con demostraciones de regocijo; la calle del tránsito se regó de flores y los balcones se adornaron con colgaduras y gallardetes…” Sin embargo, ya corrían rumores y acusaciones contra el político, promovidas por Arce, según el autor que hemos citado, en que se acusaba a los liberales de ateos y gente sin moral, expresiones que fueron causando impresión en la gente común, fomentando la desconfianza.
“…Al efecto, se circularon pastorales subversivas y se hicieron correr rumores alarmantes, dando a entender a las gentes crédulas que los liberales eran francmasones; que trataban de acabar con los conventos de religiosos, de remover a éstos de sus curatos, de tomarse la plata y vasos sagrados de las iglesias y los dineros de cofradías; que ya no se pagarían las funciones de la iglesia; que se iba a prohibir la solemnidad exterior del culto; y aún se llegó hasta el extremo de asegurar que había intentos de degollar a los sacerdotes. Estas voces, aún más exageradas, se repetían de boca en boca entre el populacho quezalteco, y sus voces se hicieron llegar hasta los sencillos indígenas de los pueblos circunvecinos…”[8]
Pese al estado de efervescencia que se estaba viviendo, el Jefe del Estado inmediatamente se puso manos a la obra para proteger a las autoridades del Estado de Guatemala frente a una posible agresión del Presidente de la Federación. Ordenó las medidas necesarias para la defensa de la ciudad y según Marure, “mandó hacer alistamientos de tropa en todos los pueblos” y se estableció como plaza fuerte la población de Patzún. Como no se disponía de dinero de forma inmediata, se decretó un empréstito forzoso, y al decir del citado historiador liberal, el esfuerzo en cobrarlo fue la primera señal de alarma.
La segunda señal de alarma la provocó la imprudencia del coronel José Pierson, comandante de las fuerzas altenses, quien con el objeto de apurar el desplazamiento de la tropa hacia Patzún elaboró un listado de los vecinos que tenían caballos en sus casas, “…y dio orden a algunos de sus oficiales para que, en la misma noche, los sacasen por fuerza de casa de sus dueños…”, armando un alboroto cuando la tropa llegó a un convento y abrió la puerta a sablazos para sacar a las bestias. No es difícil imaginarse la electricidad que habrá corrido por toda la ciudad al saberse que los soldados del Estado habían entrado en los conventos de forma violenta, confirmación para algunos que la represión en contra de los religiosos estaba en marcha. Las acciones de Pierson, agravadas por la oscuridad, habrán parecido un ominoso presagio.
Al día siguiente los frailes franciscanos anunciaron que abandonarían la ciudad por no poder seguir soportando las arbitrariedades de los liberales, causando desazón en la población que al ver los preparativos de la huida se fueron enardeciendo. La noticia corrió por todos los barrios y la gente empezó a agolparse en la puerta de los conventos y las casas ultrajadas y surgió la terrible denuncia de que la herejía había entrado en la ciudad. Apunta Marure que el alboroto iba tomando ya matices de insurrección, por lo que el alcalde de la ciudad, don Pedro Ayerdi y el regidor don Tomás Cadenas se presentaron en la casa de Flores para ponerlo al tanto de los sucesos, y éste dispuso ir al convento franciscano. Las explicaciones del mandatario a la multitud, lejos de calmar los ánimos, los fueron enardeciendo, y de entre la masa empezaron a escucharse gritos de “muera el tirano, muera el hereje, muera el ladrón”, al extremo que Flores decidió entrar al convento por considerar que le ofrecía mejor protección que la plazoleta exterior.
Dejo a Marure que nos relate los terribles sucesos:
“…pero al entrar a este asilo sagrado algunas mujeres se arrojaron sobre él, le arrancaron bruscamente el bastón y el gorro que llevaba en la cabeza, con parte de los cabellos; en seguida le dieron repetidos golpes con el mismo bastón, mientras que otras le tiraban fuertemente de sus vestidos. En este momento se hubiera consumado el sacrificio, si el cura, con grande esfuerzo, no le hubiera desprendido de manos de estas furias y subídole al púlpito, a donde también él le siguió…”[9]
-II-
El relato del testigo y protagonista
En este momento empalma el relato de nuestro testigo ocular, por lo que suspendemos la voz de don Alejandro Marure y se la damos a don José María Marcelo Molina y Mata:
“Pocos meses habían transcurrido cuando en 13 de octubre del mismo año estalló en la Ciudad de Quetzaltenango el espantoso motín contra el Vice-Gefe del Estado, Don Cirilo Flores, que entonces se hallaba en aquella población, igualmente que los Diputados a la Asamblea del Estado, a consecuencia de las ocurrencias con el Presidente de la Federación, Don José Arce.
Sabido es, que después de haber Flores ensayado inútilmente apaciguar al pueblo agrupado frente a la celda del Padre Cura Fray Antonio Carrascal, a donde el señor Flores se había dirigido cuando tuvo noticia, en su casa, de la sublevación que se estaba formando, a consecuencia de los sucesos que había tenido lugar en los días anteriores, se refugió a la Yglesia parroquial acompañado del espresado Padre Cura.
Yo, como una de las Autoridades, me apresuré a ocurrir al Templo, en unión de la Municipalidad, con la mira de contener, si era posible, el desorden y salvar al Vice-Gefe, quien acompañado del Padre cura se había refugiado dentro del púlpito.
Descubierto que fui por el Sr. Flores, y sabiendo que yo gozaba de algun aprecio e influjo en la población, me llamó con instancia para que subiese al mismo púlpito, y desde allí hablase a la multitud. Superando inmensas dificultades, pude llegar; mas apenas pronuncié las primeras palabras en favor de Flores, cuando mil voces prorumpieron gritando ‘Muera el hereje, y usted no se meta a defenderlo, porque también corre peligro’. Proseguí, sin embargo, en mi propósito de agotar los medios de salvación del Sr. Flores, y cuando por último había logrado aplacar por un momento el furor popular, bajo la promesa de que el Vice-Gefe saldría desterrado, una descarga de fusilería hecha sobre el pueblo por la tropa que se había reunido en el patio o plazuela de la Yglesia parroquial, comandada por el Teniente Coronel de Caballería Don Antonio Corso, desconcertó todo el plan.
El pueblo en masa se echó sobre la tropa, desarmó en el momento una parte, y puso en fuga a los demás. El furor de aquel ya no tuvo límites, y el resultado fue la muerte trágica y desastrosa del desgraciado Vice-Gefe, y la persecución a muerte de los Diputados que se hallaban en aquella Ciudad, y debían en el propio día dar principio a las sesiones de la Asamblea. La pluma es impotente para describir lo que pasó en aquel dia de fatídica memoria; baste decir, que entonces ví prácticamente la exactitud con que un antiguo Filósofo decía: ‘Si quieres ver monstruos no vayas á Africa: viaja por un pueblo en revolución’. A la muerte del Sr. Flores sobrevinieron la confusión, el desorden, un verdadero caos…”[10]
De los últimos instantes de vida de Flores nos da cuenta Marure, de forma que podamos cerrar el círculo del terrible crimen:
“…Entonces los frailes le hicieron descender del púlpito, atravesaron con él la iglesia y parte del claustro, y le conducían con gran fatiga a la celda del cura; pero antes de llegar, Longino López (Ovejo) lo arrancó de los brazos de los religiosos, le dio el primer golpe con un palo, y lo entregó a la horda fanática y rabiosa, compuesta en su mayor parte de mujeres; como furias desencadenadas se echaron sobre el desventurado vicejefe, y con piedras, palos y puñales, le dieron tantos y tan repetidos golpes, que dejaron su persona enteramente desfigurada y convertida en un objeto de horror y lástima.”[11]
El doctor Cirilo Flores Estrada tenía 47 años.
-III-
El homenaje
Para quien crea que la isla de Flores, ese hermoso entramado de techos rojos que flota plácidamente sobre las aguas del lago Petén Itzá, se llama así por los floridos brotes de buganvilias y demás colorida vegetación que se desparrama por los muros de las casas hacia las calles hoy en día, temo decepcionarlo. Pero es hora también que espabilen, que no todo es una caminata en las praderas.
Por decreto legislativo número 6, de fecha 2 de mayo de 1831 se dispuso que la ciudad, antiguamente llamada Nuestra Señora de los Remedios y San Pablo del Itzá[12], o la “Isla del Presidio”, como también se le conocía, se llamara en adelante “Ciudad Flores”, un justo homenaje del gobierno liberal al doctor Cirilo Flores Estrada. Llama la atención que las circunstancias de la caída del gobierno del doctor Mariano Gálvez, una década después tuviera matices muy parecidos a la tragedia de Quezaltenango.
En un país acostumbrado a la impunidad, llamada la atención que por noticia de Marure nos enteremos que al menos los principales cabecillas de este horrendo acto, Mónico Villatoro, Longino López, Toribio López, Quirina Piedra Santa, Vicente Aldana, Manuela Marizuya, Irene Artavia, Gertrudis Franco, Josefa Mazariegos, Josefa Santizo, Catalina Cacan y otros que no se mencionan, fueron condenados al destierro a la isla de Roatán.
[1] El doctor Cirilo Flores Estrada gozaba de prestigio dentro del partido liberal. Había sido diputado por la Provincia de Guatemala, por el partido de Quezaltenango, en el Congreso Imperial mexicano en 1822, junto con don José del Valle, y posteriormente, siendo presidente de la Asamblea Federal, recién fundada, tuvo una destacada actuación durante el motín del batallón fijo, al mando de Rafael Ariz y Tores, que ocupó ciudad de Guatemala. Flores permaneció en la capital con unos pocos diputados y logró sofocar el levantamiento en febrero de 1823.
[2] Ordóñez Jonama, Ramiro. El doctor Alejandro Díaz Cabeza de Vaca, primer jefe del Estado de Guatemala. Revista Anales de la Academia de Geografía e Historia de Guatemala, Tomo LXXIX: 2004. Página 76.
[3] Ordóñez Jonama. Op. Cit. Página 98.
[4] Ordóñez Jonama, Ramiro. El coronel Mariano Paredes, cuarto Presidente de la República de Guatemala. Revista Anales de la Academia de Geografía e Historia de Guatemala. Tomo LXXX, 2005. Página 87.
[5] Marure, Alejandro. Bosquejo histórico de las Revoluciones de Centroamérica, desde 1811 hasta 1834. Tomo I. Editorial del Ministerio de Educación Pública, Guatemala: 1960. Página 302.
[6] Luján Muñoz, Jorge. Breve Historia Contemporánea de Guatemala. Fondo de Cultura Económica, México: 1998. Página 127.
[7] Marure. Op. Cit. Página 304.
[8] Marure. Ibid, Página 307.
[9] Marure. Ibid, páginas 309-310.
[10] Aparicio Mérida, Manuel. La familia Molina establecida en Quezaltenango desde el siglo XVIII. Revista de la Academia Guatemalteca de Estudios Genealógicos, Heráldicos e Históricos. Número 2. Guatemala: 1968. Página243-244.
[11] Marure. Íbid, página 312.
[12] Así fue bautizada la población por don Martín de Ursúa el 13 de marzo de 1697.