La ciudad de Guatemala a los ojos de George Alexander Thompson
Rodrigo Fernández Ordóñez
-I-
Del libro de este viajero inglés, Narración de una Visita Oficial a Guatemala viniendo de México en el año de 1825 [1], tomamos la descripción que hace para el gobierno de su majestad británica de la ciudad de Guatemala, a tan solo cuatro años de declararse independiente. Para ese entonces, la ciudad de la Nueva Guatemala había sido la capital del Reino de Guatemala bajo el dominio español, posteriormente asiento del Gobierno provincial de Guatemala como parte del imperio mexicano y para la visita de Thompson detentaba la capital de la República Federal de Centroamérica. La sede del Gobierno del Estado de Guatemala en la federación era la Antigua Guatemala.
-II-
Transcripción del texto de Thompson
“Santiago de Guatemala, la capital, está en medio de una gran llanura hermosa; la rodean por todas partes sierras de moderada altura, situadas a una distancia que varía entre tres y siete leguas. Estas montañas que dan a todo el paisaje la apariencia del valle de México en miniatura, no se encuentran tan lejanas que no se alcance a ver, por las calles rectilíneas y en todas direcciones, la verdura de los árboles de que están cubiertas y que, con las praderas en declive, de diferentes matices, presentan un aspecto risueño y sirven, por decirlo así, de biombo a la pequeña ciudad asentada en el centro, cuyos blancos muros, cúpulas y campanarios enlucidos con cemento de yeso, relumbran bajo los rayos del sol de los trópicos.
Todas las casas están construidas en cuadras de unos 120 a 160 pies, y a veces el frente de una sola casa ocupa toda una cuadra; pero ninguna pasa de 18 a 20 pies de altura. Son por supuesto de un solo piso, precaución que no se debe tanto al temor de los terremotos, como a lo que prescriben las antiguas leyes españolas.
Las calles están bien pavimentadas con piedras y más generalmente con un mármol veteado de gris, lo que las hace muy resbaladizas y muy peligrosas para andar a caballo o en coche. Tienen una doble inclinación hacia el centro, por el cual discurre un arroyo de agua clara, cuyos bordes cubiertos de yerba dan a la ciudad un aspecto pintoresco pero desierto. En unas pocas calles hay aceras, especialmente en la plaza mayor, en la cual están cobijadas por una columnata que corre en torno de ella, excepto en el costado que ocupa la catedral. Frente por frente de ésta está el Palacio, donde se encuentran las oficinas del Gobierno. En los otros dos costados hay tiendas donde se venden al por menor mercaderías de todas las clases; el área de la plaza sirve de mercado y allí van a diario los indios a vender aves de corral, frutas y otros comestibles. En el centro hay una fuente de agua excelente, que brota de una cabeza de cocodrilo, obra de escaso mérito artístico.
Muchas de las iglesias son grandes y de hermosa arquitectura. Están más limpias y mejor cuidadas que en México. Una nueva, llamada el Panteón, con espaciosas bóvedas para sepulturas, está a punto de terminarse y su fábrica cuesta mucho dinero. A cincuenta yardas de ésta se está edificando otra para el Convento de las monjas agustinas. Otra iglesia grande, recientemente construida al Oeste de la ciudad, fue abierta y dedicada a Santa Teresa, el 29 de mayo. Los demás consagrados a la religión y sus advocaciones se han mencionado ya en mi narración.
Miradas de lejos, pocas ciudades presentan un aspecto más hermoso que la de Guatemala; y estando en ella, no hay nada que pueda provocar un completo desagrado, a no ser su tristeza. Su altura sobre el nivel del mar es de unos 1,800 pies [el traductor corrige la altura: 4,870 pies]. Las variaciones de temperatura entre la noche y el día, tan peculiares de las altiplanicies, no existen en ella. Del 1 de enero al 1 de junio, el calor es de 75º, por término medio, y de 63º durante la noche. En los meses de verano se pueden calcular unos diez grados más por término medio, lo cual es una temperatura moderada para una población que está a los 14º y 28’ de latitud Norte y a los 92º y 40’ de longitud oeste. La ciudad a que me refiero es la tercera capital que ha existido durante los últimos setenta y siete años. La primera, erigida en la falda del gran volcán, al borde de un valle frente al Pacífico, tenía 7,000 familias y fue destruida en el año 1751. Habiendo sido reedificada un poco más al norte, en el poético lugar que ahora llaman la Antigua, fue nuevamente destruida por una convulsión más tremenda todavía en 1775. A pesar de que la mayor parte de sus habitantes quedaron sepultados en las ruinas y de haber sido trasladada la ciudad, por orden del Gobierno, al asiento que ahora tiene, a 25 millas geográficas al Norte de la Antigua, ésta sigue siendo un lugar de recreo muy frecuentado; el Congreso del Estado se reúne en ella y rara vez cuenta con menos de 12,000 a 18,000 habitantes. En la presente capital se sienten a menudo temblores de tierra; pero como está tan lejos del volcán, los vecinos empiezan a perderles enteramente el miedo.”
El texto, con algunos “errores de bulto”, como los llama el traductor que se ve obligado a aclararlos (inexactitudes en el tema histórico de los traslados), nos regala una magnífica imagen de esa ciudad pequeña, casi bucólica, en la que se gestaban las intrigas y los conflictos que habrían de estallar al año siguiente, desencadenando una guerra civil que terminaría con la existencia de la República Federal de Centroamérica.
[1] Usamos para esta cápsula la versión publicada por la Academia de Geografía e Historia en su revista Anales, en el año de 1927.