En 1821, grandes fuerzas externas, más allá de nuestro control, nos empujaban hacia la independencia, sin importar los detalles y profundidad del debate acerca de qué decisión nos convenía más en aquel momento histórico. Los anhelos de independencia nos vinieron del norte. Lo digo por las manifestaciones de los ayuntamientos de Ciudad Real, Comitán y Tuxtla mencionadas en el Acta de Independencia de Guatemala. Parecía que la independencia era una suerte de incendio que se esparcía hacia el sur.
Acaso dándonos unos meses más hubiésemos llegado a la misma decisión de separarnos de España y unirnos a México. Pero eso nunca lo sabremos. Las circunstancias en México ciertamente nos impulsaron en un dirección, estuviéramos listos o no.
De cierta manera, nuestra relación con México marcó nuestra suerte. El Reino de Guatemala, aunque gozaba de una relación directa con el Consejo de Indias en España, de alguna manera formaba parte del Virreinato de la Nueva España. Parecía que el destino de Guatemala estaba ineludiblemente atado al de México.
La lucha por la independencia de México se desató en 1810 cuando Miguel Hidalgo lanzara aquella arenga a la cual nadie podía resistirse: Viva la Virgen de Guadalupe y muera el mal gobierno. En febrero de 1821, se había formulado el Plan de Iguala, con sus tres principios básicos para establecer una nueva monarquía católica en América: la independencia de España, la continuidad de la religión católica y la unidad de todas las clases sociales. Para inicios de septiembre de 1821, el ejército trigarante, encabezado por Agustín de Iturbide, estaba por entrar a la ciudad de México.
El virreinato de Nueva España fue el primero establecido por España en América y en sus primeros años comprendió un vasto territorio que incluía de California a Costa Rica, y el Caribe. Los Virreinatos en el sur de América, vendrían después: Perú, Nueva Granada, Río de la Plata. Mientras que el Virreinato de Nueva España intentaba transitar hacia el Imperio Mexicano, los otro virreinatos intentaban convertirse en repúblicas constitucionales, algunas unitarias y otras federales.
El Centro de América quedó en medio de esa disyuntiva, atrapada entre los que buscaban establecer una monarquía al norte y los que intentaban fundar repúblicas constitucionales al sur. ¿Qué camino tomaría Guatemala al separarse de España: el monárquico o el republicano? Para México, no había opción. Hasta entonces, Guatemala había sido una suerte de anexo, satélite o apéndice del Virreinato. Por ello, de manera ineludible, se consideraba que Guatemala formaría parte del nuevo imperio.
La Junta Provisional decidió que Guatemala se unía al Imperio Mexicano el 5 de enero de 1822, aunque el Acta de Independencia establece claramente que el Congreso, a establecerse antes del 1 de marzo de 1822, decidiría en definitiva. Para no dejar lugar a dudas, el enviado del emperador Iturbide, general Vicente Filísola, llega a Guatemala el 22 de junio de 1822. La principal acción de Filísola fue evitar el intento separatista de El Salvador, encabezado por José Matías Delgado y Manuel José Arce.
Mientras Filísola luchaba por estabilizar la región, Iturbide abdica el 19 de marzo de 1823. El Imperio Mexicano se desmorona. Hasta entonces, Filísola convoca al Congreso para darle cumplimiento a lo expresado en el Acta de Independencia de septiembre de 1821.
El 1 de julio de 1823, se declaró que las provincias de Centro América eran “libres e independientes de la antigua España, de México y de cualquier otra potencia” y que formaban una nación soberana que se llamaría Provincias Unidas de Centro América. Guatemala ganó muy poco con esta decisión y perdió Chiapas…
México reconoce a las Provincias Unidas en agosto y Filisola se retira, poniendo fin al intento de formalizar una unidad política, nacida de la proximidad geográfica, que pareció una buena idea pero que en la práctica no lo fue.