Fe de errata y excusa para documentar la ajetreada historia de la fuente de Carlos III
Rodrigo Fernández Ordóñez
Hace quince días publicábamos en este espacio una serie de fragmentos de testimonios de viajeros a su paso por Guatemala, acompañados de las magníficas fotografías tomadas por Eadward Muybridge durante su estancia en Guatemala, allá por 1875, por encargo de la Pacific Mail Steamship Company. En esa ocasión, rebauticé a la fuente de Carlos III, como la fuente de Carlos IV, y fue el colega Roberto Dardón quien me señaló el imperdonable atropello. Hecho sin malicia, consecuencia de mi lectura del ‘Libro sin nombre’ de José Milla, lo dejé consignado así, por lo que debo salvar la equivocación, y ya estando en esas, ahondar en la historia de tan singular fuente, que por sus características algunos denominan monumento.
-I-
La fuente del rey Carlos III
Narra don Ernesto Viteri Bertrand en una documentada conferencia[2], que a don José de Estachería, brigadier de los Reales Ejércitos, quien se desempeñara como presidente de la Audiencia, gobernador y capitán general del reyno de Goathemala, de abril de 1783 a diciembre de 1789, la Plaza Mayor le habría parecido una explanada algo desnuda y tristona, por lo que dispuso la construcción de una fuente que embelleciera el espacio. Para ello, “…en obsequio del ornato de la nueva ciudad, que en el centro de la Plaza Mayor (…), se levantara una hermosa fuente, de grandes dimensiones y finos materiales y comisionó al arquitecto don Antonio Bernasconi (natural de la italiana ciudad de Ancona) para formar el plano respectivo…”.
El señor Bernasconi era en esas fechas “substituto y delineador de Arquitectura”, devengando un sueldo de mil pesos, según apunta Viteri. Bernasconi presentó dos diseños el 27 de agosto de 1783, resultando elegido el identificado con el número uno, presupuestado en aproximadamente entre 12 y 14 mil pesos. Desafortunadamente, Bernasconi murió el 28 de octubre de 1785, dejando inconcluso el trabajo, que asumió el “maestro de cantería” y vecino de Jocotenango, don Manuel Barruncho o Barruncio, de presunto origen portugués de acuerdo a Viteri. El monumento se ejecutó en piedra marmórea nacional, “…traída desde la Cantera de Barbales”, que de acuerdo a la información provista en la citada conferencia, era un cerro ubicado en algún lugar al norte de la ciudad, a media legua del centro. La extracción de la piedra para el monumento tuvo un costo de 7 pesos por piedra puesta en la ciudad, “…si bien la más grande, que sirvió para hacer de una sola pieza la estatua del rey Carlos III (…) tuvo un costo de $108.00 y tardó ocho días en el camino, conducida por ocho yuntas de bueyes. El número de las piedras grandes fue de 66…”, como describe don Ernesto con exquisito detalle. Al rey Carlos III lo talló el escultor Mathías de España.
Para el traslado de las piedras fue necesario el trabajo de 20 bueyes, y la participación de 60 presos, que fueron autorizados para ayudar a cargar las rocas en la cantera. [3]
La fuente fue finalizada en noviembre de 1789, e inaugurada el 18 de ese mes, “…fecha en la que esta ciudad celebró con regocijo la fiesta de proclamación del rey don Carlos IV. De ahí que algunos la denominen Fuente de Carlos IV. Entre éstos el ilustre historiador don José Milla…”, y estado por estos días releyendo por décima vez la obra de Milla, me vi sin quererlo, arrastrado al error por creer ciegamente en nuestro admirado intelectual. Ya ve, estimado lector, que hasta al mejor cocinero se le va un tomate, así que pedidas las disculpas correspondientes, les pido me traten con magnanimidad.
En un documento titulado “Relación de las Fiestas que la Muy Noble y Muy Leal Ciudad de Guatemala hizo con motivo de la proclamación del señor don Carlos IV”, se encuentra la descripción de la Fuente, citado por Viteri:
“Ocupa el centro de la plaza una hermosa fuente que se levanta sobre el pizo de tres gradas, la que teniendo de diámetro catorce varas forma el correspondiente círculo; pero de tal suerte que represente también los ángulos de un quadrángulo, que igual al círculo se hubiese sobre el descrito. En el centro sobre el principal basamento arrancan cuatro pilastrones, que dejan claro de cuatro arcos, uno a cada fuente, cerrando estos en media naranja todo de orden corintio y con la altura de catorce varas.
Ocupa el centro de esta torre la estatua del señor don Carlos III, de estatura regular, a cavallo, y como caminando para la Santa Iglesia Bajo de los arranques de las pilastras tiene quatro cavallos de regular corpulencia: representan el movimiento de correr, y cada uno baxo los brazos tiene un mundo. Entre cavalo y cavallo, en el pizo de los arcos, al medio de cada uno queda una cabeza de delfín, siendo por éstas, y por las narices de los cavallos por donde con proporción y hermosura, brota el agua. Entre los remates de la torre hay dos escudos de armas: mira al Oriente el que hoy usan nuestros Monarcas, y al Poniente el que por lo regular se forma con los dos mundos, las columnas de Hércules, y la corona, comúnmente llamada de Carlos V. En el frente que mira a la Santa Iglesia, entre cavallo y cavallo se lee la siguiente inscripción:
“CONSAGRADA A LA AUGUSTA MUNIFICENCIA, E INMORTAL MEMORIA DEL SEÑOR REY DON CARLOS III, EN DIEZ Y OCHO DE NOVIEMBRE DE MIL SETECIENTOS OCHENTA Y NUEVE, EL DIA EN QUE ESTA MUY NOBLE Y MUY LEAL CIUDAD DE GUATEMALA CELEBRO LA PROCLAMACION DE LA CATOLICA MAGESTAD DEL SEÑOR D. CARLOS IV. QUE DIOS PROSPERE, Y CONSTRUIDA A LA ORDEN Y ZELO DEL M. Y. S. D. JOSE ESTACHERIA BRIGADIER DE LOS REALES EXERCITOS GOBERNADOR Y CAPITAN GENERAL DE ESTE REYNO…”.
La fuente fue víctima de los fanatismos republicanos, pues según apunta Jorge Mario Juárez en un breve artículo titulado Fuente de Carlos III, el 4 de noviembre de 1823, un diputado, Francisco Xavier Valenzuela, solicitó a la Asamblea Nacional Constituyente, que por aquellos días trabajaba en el texto de la Constitución Federal, que demoliera la estatua del rey español, “…para que en su lugar se erigiera un monumento a la libertad. La Asamblea atendió la sugerencia y mandó a demoler la efigie…”. [4]
Buenos para destruir, mas no para crear, del dichoso monumento a la libertad no se encuentra mayor noticia…
-II-
Otras cuestiones interesantes
El caballito de Mariscal. El automovilista o peatón curioso habrá notado si es que hace esos rumbos en algún momento, que en las confusas calles de la colonia Mariscal, zona 11 de esta ciudad, en una esquina, justo frente a unas gradas de entrada a una casa, se levanta un caballo de piedra. La escultura parece una anomalía histórica, como perdido en el ir y venir del tránsito y los pasos indiferentes de quienes pasan a su lado. Me contaba Ramiro Ordóñez que el caballito no siempre estuvo allí. Originalmente estuvo en el Centro de la ciudad y que un periodista lo había tomado y llevado a su casa. Ramiro tenía un don extraordinario para los nombres, y dijo el nombre y apellido del hombre que se llevó consigo al caballo de piedra, pero lastimosamente, producto de una conversación casual, no lo apunté, por lo que la cita va incompleta.
El caso es que don Ernesto Viteri da fe del asunto del caballo cuando en su conferencia, que hemos citado por hermosa y acuciosa, informa que de forma tradicional, se ha adjudicado este caballo a don Mathías de España, quien lo habría ejecutado como prueba de sus capacidades técnicas en la escultura, pues debía afrontar la dificultad de hacer los canales internos por los que el agua habría de entrar a la escultura y salir por su nariz y boca. Cedo la voz a don Ernesto:
“…para asegurarse de las habilidades del escultor cantero pidió que se le presentase muestra del tamaño natural, de uno de los caballos que decorarían la fuente y que ese ejemplar fue colocado por Rubio[5] en la esquina de su casa de habitación, inmueble situado en la esquina noreste de la 12 avenida y 5 calle (hoy zona 1), lugar que durante muchísimos años fue conocido con el nombre de ‘Esquina del caballo Rubio’ (…) Ese celebérrimo caballo de piedra, sobre el cual cabalgamos muchas generaciones de niños antes o después de nuestros paseos al Cerrito del Carmen, fue removido de aquella esquina a raíz de los terremotos de 1917-1918 que destruyeron la casa del ‘Caballo Rubio’ y actualmente decora la residencia, también de esquina, situada en la 18 calle 6-50 de la zona 11 (…), propiedad de don Rodolfo Figueroa Guillén, en cuyo depósito legal se guarda el bridón, conforme el acta gubernativa firmada durante la administración del general Ubico…”.
La fuente como paredón de fusilamiento. La virtud de estos monumentos de piedra, que han visto pasar la historia frente a ellos, es que no pueden hablar. Pues así como habrán presenciado momentos de alegría y romance, también habrán tenido que participar de hechos terribles, como los sucedidos el año de 1877, en que Justo Rufino Barrios utilizó la Fuente de Carlos III, como cabe esperar de la prepotencia de este tipo de dictadorzuelos, como paredón de fusilamiento.
Corría el mes de octubre de 1877 y los servicios secretos de Barrios descubrieron una conspiración para asesinar al presidente, en lo que fue llamado la “Conspiración Kopesky”, por el involucramiento del aventurero polaco Antonio Kopesky, comandante del Cuartel de Artillería, cercano a la Casa Presidencial. Desnudada la conjura y capturados sus supuestos integrantes, el dictador aplicó la mano de hierro, fusilando a 17 personas, ejecutadas el 5 y 7 de noviembre, a las 6 de la tarde. Las personas que murieron al pie de la fuente fueron: José María Guzmán, don Macario Santa María, don Tomás González, don Francisco Carrera Limón y don Jesús Batres, pasados por las armas el día 5 y Manuel Aguilar, Antonio Kopesky, don Francisco de León Rodas, Rafael Segura, don José Lara Pavón, don Lorenzo Leal, don Rafael Gramajo, don Carlos Alegría, don Cipriano Montenegro, don Abraham Carmona, don Enrique Guzmán y don Desiderio Montenegro. El historiador y periodista José Santa Cruz Noriega en su libro Barrios, pacificador, estudia con detalle esta conspiración, resultando sumamente útil para entender la mente del tirano. El presidente Barrios pudo ver las ejecuciones desde el balcón de su casa, “…en la esquina suroeste de la 6 avenida y 8 calle (hoy edificio de la Empresa Eléctrica de Guatemala)…”, apunta Viteri. Los impactos de las balas fueron resanados con cemento, quedando evidencia de los daños en uno de los lados del monumento.
El desmonte de la fuente. Como ya dejamos apuntado en alguno de estos textos, cuando hablamos en extenso de los festejos del cuarto centenario del descubrimiento de América (ver Tirando la casa por la ventana), en 1893, el entonces presidente de la república, general José María Reina Barrios tomó la decisión de remodelar la Plaza, para que fuera un Parque Central, y en el lugar de la Fuente de Carlos III instalar un moderno y afrancesado quiosko. Para este efecto, mediante contrato firmado entre el Ministro de Fomento, general Próspero Morales y don Ricardo Fischer, de fecha 24 de enero de 1892 y aprobado mediante Acuerdo Gubernativo del 4 de enero de 1893, se dispuso desmontar y trasladar la fuente a otro lugar, por un precio de 750 pesos, pagaderos en 3 partidas, debiendo el señor Fischer realizar los respectivos dibujos y planos necesarios para la reconstrucción de la fuente, debiendo marcar sus piezas para un fácil montaje. La fuente fue desmontada y trasladada a un baldío en las goteras de la ciudad, pero nunca, al menos durante el gobierno de Reinita, se dispuso su reubicación, quedando en el olvido por espacio de casi cuarenta años.
El redescubrimiento de la fuente. Según relato de Viteri, una tarde de 1927, él y don Enrique Martínez Sobral, decidieron ir a conocer la tenebrosa Penitenciaría Central, pero fueron rechazados por un guardia, sorprendido por la solicitud atinó a decirles “¿A quién se le ocurre visitar un lugar así?”. Resignados, continuaron caminando rumbo al sur, cuando al pasar por el campo que ahora ocupa el Banco de Guatemala:
“…En aquel sitio cubierto por tupida maleza tropical varias mujeres humildes lavaban ropa, extrayendo el agua de los ‘cumbos’ de hierro que habían sido carritos de carga del viejo ferrocarrilito local llamado ‘decauville’. A guisa de lavaderos empleaban ellas unos hermosos bloques de piedra finamente tallados que llamaron la atención del perilustre don Enrique, quien las observó acuciosamente y con señalada alegría identificó, exclamando con alborozo: ‘¡son las piedras de la Fuente de Carlos III!…”.
Hecho el maravilloso descubrimiento, lo presentaron ante el Club Rotario el 13 de marzo de 1928, para que patrocinara la reconstrucción del monumento, proyecto que se tomó con entusiasmo dentro de la organización y se planteó al entonces presidente, general Lázaro Chacón, quien de inmediato ordenó la ubicación de los planos para proceder a su reconstrucción en algún punto del Paseo de la Reforma. Tristemente, la muerte de Chacón interrumpió súbitamente los planes, aunado a que ni los diseños de Bernasconi, ni los supuestos planos de Fischer aparecieron en los archivos nacionales. Fue el historiador Gilberto Valenzuela quien al ser consultado, propuso que se buscaran en el Archivo de Indias, en Sevilla, en donde efectivamente estaban archivados.
Pero mientras tanto, el señor Felipe Yurrita donó en 1929, para la ubicación de una plazuela y reconstrucción de la fuente, un solar cercano a la Avenida de la Reforma. Como feliz coincidencia, en abril de 1930 se contrató la operación de la empresa Warren Brothers Company of Guatemala, y fue contratado como asesor jurídico de la misma don Ernesto Viteri, quien hizo amistad con el gerente de la misma, ingeniero Allen Stacy Hadley, quien al escuchar la historia de la fuente se interesó porque “…en el centro de esa plaza se colocara la tubería y se construyesen los drenajes correspondientes, obras indispensables para hacer eventualmente posible que allí se levantase de nuevo la Fuente de Carlos III…”, la empresa había sido contratada para realizar trabajos de pavimentación, al parecer en la extensión de la sexta avenida al sur, así que los trabajos de la plaza quedaban bajo esa contratación.
Quien finalmente dio el impulso definitivo para la reconstrucción de la fuente en su nuevo emplazamiento fue el presidente general Jorge Ubico, quien se interesó desde el inicio con el proyecto, presentado por el señor Viteri y tomó todas las disposiciones necesarias para que se concluyera. Se nombró como director responsable de los trabajos de restauración del monumento a don Manuel Moreno Barahona y para la ejecución de la obra al constructor Enrique Morgan. Para reconstruir la fuente y su entorno de la forma más fiel posible, se tuvo que localizar los cuatro faroles ornamentales tallados en piedra que iluminaban a la fuente, y que se pueden observar en el grabado de arriba (imagen 3). Relata Viteri que lanzados a la aventura de recobrar las piezas, peinaron la ciudad entera, localizando a uno de ellos en el llamado Estadio Escolar, construido cerca del puente de la Penitenciaría, y el otro en un predio municipal llamado “Jardín de la Presidenta”, antigua casa campo del presidente Reina Barrios, hoy el Mercado Cantonal de funesta fama: Mercado de la Presidenta.
De los otros dos faroles no se tuvo noticia, así que Ubico dispuso comisionar a dos hábiles talladores de piedra de Quetzaltenango para que los esculpieran, logrando un resultado más que satisfactorio.
La fuente reconstruida, en su nuevo asiento, fue inaugurada el 30 de junio de 1933, como parte de los festejos conmemorativos de los 62 años del triunfo de la Revolución Liberal.
[1] Milla y Vidaurre, José. Libro sin nombre. Tipografía Nacional, Guatemala: 1935. Página 42.
[2] La Fuente de Carlos III. Revista Anales de la Academia de Geografía e Historia de Guatemala. Tomo XLIX. Enero a diciembre de 1976. Página 159.
[3] Sandoval, Marta. La Fuente del Caballo triste. Diario elPeriódico, Guatemala 6 de junio de 2010.
[4] Juárez, Jorge Mario. Fuente de Carlos III. Diario Siglo Veintiuno. Guatemala, 14 de abril de 2002.
[5] Don Juan Miguel Rubio y Gemmir, regidor capitular que fue comisionado para autorizar las planillas semanales para la construcción de la fuente.