El asesinato del brigadier Sotero Carrera, en las páginas de la Revista de Guatemala
Rodrigo Fernández Ordóñez
En las páginas de la mítica Revista de Guatemala[1] (1946) me he topado con un relato interesante sobre el asesinato del hermano de Rafael Carrera, Sotero, en las calles de la Antigua Guatemala, relato que es triplemente interesante: lo recoge el escritor guatemalteco Carlos Wyld Ospina[2], novelista y ensayista, testigo de la Revolución Mexicana a donde partió muy joven para trabajar como periodista y en donde conoció y trabó amistad con el poeta colombiano Porfirio Barba-Jacob; está contenido en las páginas de la Revista de Guatemala, que fue un importante esfuerzo del escritor Luis Cardoza y Aragón por dotar al país de una revista de alto contenido cultural y que duró apenas un destello, para dejar hermosas páginas y plumas de mucho peso, tanto nacionales, como el propio Wyld Ospina como extranjeros de talla mundial, como el erudito mexicano Alfonso Reyes; por último, interesa el relato en sí mismo por los detalles que aporta sobre el sonado crimen, hoy perdido e ignorado por este hermoso país de cortísima memoria.
-I-
La Revista de Guatemala
No es mi intención agotar en esta oportunidad la historia de la Revista de Guatemala, que se me antoja un interesante tema para abordar más adelante, de forma mucho más exhaustiva, sin embargo, por ser parte de mis manías (entre otras), la de andar atando cabos para comprender la historia de Guatemala en una mejor forma, coincidió mi lectura de la revista con la relectura de El placer de corresponder: correspondencia entre Cardoza y Aragón, Muñoz Meany y Arriola (1945-1951)[3], libro en el que en la primera lectura, dejé subrayado un fragmento que nos puede servir para contextualizar dicha publicación, de mano de don Luis Cardoza y Aragón, en una carta dirigida a Jorge Luis Arriola, fechada el 2 de mayo de 1946 y escrita desde el Hotel Nacional de Moscú, sede de la Embajada de Guatemala ante la Unión Soviética:
“Necesitamos que nos envíe, lo más pronto posible, algún trabajo para Revista de Guatemala. Se han publicado ya cuatro números. Supongo que Ud. habrá visto los tres primeros. Con todo y sus deficiencias, forzosas por el medio, es un trabajo de importancia. Los compatriotas no ayudan: hacen mas bien, lo posible porque la revista no viva mucho tiempo y porque no sea guatemalteca. Además, tenemos muy poca gente. La mayor parte es tan poco interesante, tan gris, tan cursi, tan indefinida y abúlica que no sé cómo ha ido saliendo la revista con nombres guatemaltecos. Habrá que ir repitiendo los nombres mientras surgen nuevos. De los otros en otras partes, es mejor no solo no esperar nada, sino no invitarlos: viejos sinvergüenzas y estúpidos, oportunistas de todas clases, vulgares plumíferos sin pasión, buenos para registrar archivos, -pero no para aprovecharlos- delincuentes, fofos, politicones locales, gendarmes en el alma o boticarios, guisaches, orejas voluntarios, farsantes, liberales o conservadores, fauna de tercera categoría, moluscos o batracios, pobladores de nuestra grotesca y trágica Arca de Noé chapina, resblandecida y violenta, perezosa, sensual e intrascendente…”[4]
La desesperación de Cardoza y Aragón con respecto a la obtención de talentos que publiquen en las páginas queda patente leyendo las páginas de El placer de corresponder… cuando el fundador de la revista le insiste no menos de seis veces al escritor guatemalteco César Brañas que le remita algún texto que se pueda publicar, accediendo finalmente a remitirle sus famosos diarios. Los resultados de la perseverancia de don Luis brillan en los sumarios de los números publicados, en el que tengo frente a mí resaltan, por ejemplo, el ya citado Carlos Wyld Ospina, el poeta español Miguel Hernández, el historiador mexicano José Mancisidor, el escritor guatemalteco Rafael Arévalo Martínez y el escritor Mario Monteforte Toledo.
-II-
El relato
Prometo en un futuro abundar en comentarios sobre esta interesante publicación que fue la Revista de Guatemala, pero por ahora dejo constancia que hojeando el tomo correspondiente a 1946 que atesorara mi papá, encontré este texto que me pareció urgente recobrar para que circule en las memorias nuevas, para ser un ladrillo más del muro de nuestra historia, prometiendo que si en el transcurso de mis lecturas encontrara más información sobre el incidente, se reflejará al instante en una de éstas publicaciones semanales.
Dejo entonces, la palabra a Wyld Ospina:
“…Según se sabe, el brigadier Sotero Carrera, de firme entronque en el gobierno del temible guerrillero, su hermano Rafael- era hombre de temperamento díscolo y temerario, y habíase constituído en el cacique de la Antigua, con el cargo de gobernador del Corregimiento de Sacatepéquez. Parece que, por motivos que no especifican las crónicas, vejó y perjudicó a una familia de la localidad apellidada Morales, que vivía en el barrio de El Jute. La animosidad del gobernador se enconaba especialmente contra uno de los miembros de aquella familia, Julián Morales, sujeto de índole pacífica y enemigo de las camorras. Pero a tanto llegó Carrera en su afán de provocarle, que cierta vez le echó encima el caballo que montaba, arrojando a Morales por tierra, medio descalabrado. El ánimo del ofendido, agua mansa en lo habitual, se tornó bravío, y dispuso poner fin, de una vez por todas, a las acometividades de su agresor. Armóse con un pistolón de dos cañones –arma usual en aquellos tiempos- y se situó al amparo de un pilar del Cabildo, ubicado al norte de la Plaza Real y que era un edificio de doble arcada de piedra de sillería, todo de bóveda y con dos órdenes de arquitectura. Morales esperó allí al señor brigadier. Al filo de las cuatro de la tarde, Carrera desembocó en la plaza a lomos de un brioso equino, como tenía por costumbre; se detuvo frente al cuartel y cruzó algunas palabras con el oficial de guardia, mientras éste le presentaba armas. Morales cogió la ocasión por los cabellos y disparó certeramente su pistola contra el barbarócrata provinciano. Este, al sentirse herido, hizo una mueca que debe de haber parecido luciferina, y abrió desmesuradamente los ojos, al decir del cronista, aunque es probable que nadie atendiese a estos detalles ni pudiera precisar los gestos del agredido, así fue de rápido e inesperado el ataque. Pero, hombre de pelo en pecho como era el brigadier, no profirió queja ni exclamación algunas, y espoleando a la cabalgadura, galopó hacia la calle de Santa Catarina con rumbo hacia su domicilio particular. No valióle el arresto, porque a unos veinte pasos cayó muerto sobre el pavimento. Morales, que ha de haber sido listo además de pacífico, percatóse de las ventajas que para huir le ofrecía la confusión consiguiente entre soldados, vecinos y transeúntes, y deslizóse en sinuosa fuga por el dédalo de tenderetes que ocupaban la plaza. Algunos soldados, a las órdenes de un cabo, separáronse de la guardia en persecución del fugitivo; pero éste ya se había esfumado como un trasgo, nadie supo por donde. Días después ganó la frontera salvadoreña, e internóse, sano y salvo, en el Estado limítrofe. A los pocos años ya estaba de vuelta en Cuilapa, donde residió con nombre falso, sin reincidir en ninguna hazaña truculenta. Y así fue como, a escasa distancia del histórico palacio de los capitanes generales, se consumó uno de los crímenes más sonados de la época, moviendo a más y mejor las lenguas de la gente de todo linaje, entregada al monótono ritmo de una existencia en que se prolongaba la rutina colonial. A guisa de apéndice, nos advierte el narrador que hubo de circular otra versión acerca de los móviles del suceso: díjose que el asesino no obró por cuenta propia sino como ejecutor de los designios de una banda de conspiradores, a la cual él perteneció, y que tenía interés de quitar de en medio al famoso caballista y alto jefe del ejército”.
[1] Publicación Trimestral, Tipografía Nacional de Guatemala, número 2, año II, volumen VI (octubre-diciembre), Guatemala: 1946.
[2] El ensayo se titula La metrópoli guatemalense y su éxodo por tierras y siglos, ocupa las páginas 20 al 51 de la citada revista. Quien ubica a Carlos Wyld Ospina en el México del torbellino revolucionario es Fernando Vallejo, en su libro El Mensajero, en el que explora la vida del poeta colombiano Porfirio Barba Jacob, ubicando al guatemalteco como periodista del periódico El Churubusco, del bando del general Victoriano Huerta. Lastimosamente hasta la fecha no he podido encontrar más información sobre la aventura de nuestro compatriota en la guerra vecina. Wyld Ospina nació en Antigua Guatemala el 19 de junio de 1891 y falleció en Quetzaltenango el 19 de junio de 1956.
[3] Editorial Universitaria, Universidad de San Carlos de Guatemala, Guatemala: 2004. Prólogo, selección y notas de Arturo Taracena, Arely Mendoza y Julio Pinto.
[4] Por el placer de corresponder… Op. Cit. Página 39.