Los recuerdos que vale la pena rescatar
Rodrigo Fernández Ordóñez
A Mónica Pérez, por regalarme la idea
Hace unos días, una tarde de cielo brillante sin una nube, conversábamos con mi querida amiga y colega Mónica Pérez Yat sobre esa memoria que muere con cada persona que nos deja. Abuelos, padres, tíos, amigos, esas personas que nos han antecedido en la vida en este mundo, y que para dolor nuestro nos han antecedido también en el camino a la muerte. Hablábamos sobre lo hermoso que sería poder rescatar esos fragmentos de memoria, para dejarlos constar en algún rincón, para rescatar ese pequeño momento de historia para los que vienen, o en un acto más egoísta, para nosotros, los que atesoramos esas anécdotas.
Sobre la cuestión del pasado, la memoria y la literatura escribía Patrick Modiano, el premio nobel de literatura en su discurso de recepción del premio el año pasado: “…Me parece, desgraciadamente, que la búsqueda del tiempo perdido ya no puede hacerse con la fuerza y la franqueza de Marcel Proust. La sociedad que describía aún era estable, una sociedad del siglo XIX. La memoria de Proust hace resurgir el pasado en sus menores detalles, como un cuadro vivo. Tengo la impresión que hoy en día la memoria es mucho menos segura de sí misma y que debe luchar sin cesar contra la amnesia y contra el olvido. A causa de esa capa, de esa masa de olvido que recubre todo, no logramos captar sino fragmentos del pasado, huellas interrumpidas, destinos humanos huidizos e inaprensibles…”.
-I-
Presentación e invitación
La intención es invitar a todos los lectores de estas cápsulas de historia para que compartan esos recuerdos, esas anécdotas, esas escenas de la historia que ya sea hemos presenciado directamente o bien, nos han sido contadas por alguna persona, para evitar que se pierdan. La intención es también, si esta convocatoria tiene éxito en los lectores, dejar guardadas esas historias en el portal del Departamento de Educación para que los curiosos o los académicos puedan navegar por esos fragmentos y puedan ir reconstruyendo, como si de un mosaico bizantino se tratara, la larga historia de nuestro país. Resultaría útil también, poder ir completando los relatos que alguien deje a medias, o se complemente la información de esas anécdotas, si resultaran comunes.
En estos tiempos que corren, nos quedan al menos, como afirma Modiano, esos “…fragmentos del pasado, huellas interrumpidas, destinos humanos huidizos e inaprensibles…”. Y en honor de esos seres queridos o no queridos que nos han abandonado, pero que nos regalaron pedazos de su memoria, los invitamos a todos pues, para sumar su aporte a este proyecto, al que he arrastrado, inevitablemente, a mi buena amiga Claudia Marves, y a los amigos del Departamento de Educación.
-II-
El formato
El formato es dejar hablar a los recuerdos de lo que nos contaron:
- Mi abuela decía, por ejemplo, que el mejor remedio para el hipo era pegarse al cielo del paladar una cucharilla para azúcar. A mí me provocaba vomitar, incluso en el recuerdo mientras escribo esto, pero no logro recordar si el hipo se iba.
- Mi papá me contaba que en los lejanos años de la Segunda Guerra Mundial, cuando él era apenas un niño de cuatro o cinco años, se juntaban todos los pequeños alrededor de una casa importante de Cobán en esos años, debajo de la ventana de la sala. El dueño acercaba su aparato de radio a la ventana y subía el volumen a eso de las tres de la tarde. Era la hora en que se narraban las hazañas de Sandokán, el tigre de Malasia.
- Hilario, un joven que llegó a trabajar a la casa de guardián, a la hora de la cena me contaba historias de su pueblo, Todo Santos Cuchumatán, Huehuetenango. Me contó que en una ocasión con unos amigos hacía guardia en uno de los puentes de entrada al pueblo. Eran los años de la guerra y a él le obligaban a hacer rondas como parte de las Patrullas de Autodefensa Civil (PAC). En esa ocasión, en horas de la madrugada y con el frío cortante que hace en esas alturas, oyeron a la Llorona, su gemido venía de muy lejos. Aún recuerdo sus ojos de alucinado, brillantes de miedo, porque según dice la leyenda, cuando sus lamentos se oyen lejos, es que ella ronda cerca…
- Me contaba mi amiga Mónica Pérez que su tía le narró que en un año indeterminado hubo una epidemia de sarampión negro que azotó el poblado de San Cristóbal Verapaz, y que a los que cayeron víctimas de la enfermedad los enterraron en un campo en las afueras del pueblo, cerca del estadio actual. Según su tía, el campo quedó yermo y nadie lo utilizó para agricultura nunca. El sarampión negro es el llamado también sarampión hemorrágico, que provoca pequeñas hemorragias bajo la piel, causando unas tenebrosas manchas en el cuerpo del enfermo. Su visión habrá resultado tan horrible como los bubones de la peste europea…
- Me contó alguna vez mi papá, originario de San Pedro Carchá, Alta Verapaz, que cuando Ubico declaró la guerra a Alemania y decretó la expropiación de sus fincas, hubo una terrible hambruna en todo el departamento. Contaba que su madre, les daba de comer tortillas con polvo de chile y un poco de sal. Recordaba también remotamente, aunque una sola vez se lo escuché y luego nunca más quiso ampliar el recuerdo, una visión terrible de una horda de campesinos en harapos, trabajadores de las fincas cerradas por la medida del dictador, que recorrían los campos y los poblados pidiendo comida. Me contó también que una imagen lo dejó muy impresionado de niño: una familia entera de indígenas que, completamente borrachos, dormían en la cuneta de la carretera que une a Cobán con Carchá. Eran esos terribles años del control del indígena por medio del aguardiente…
-III-
Tus anécdotas y recuerdos
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