Interesante testigo de la república temprana
Rodrigo Fernández Ordóñez
“El goce de la vida parecía consistir más bien en la indolencia que en el esfuerzo, en la comodidad que en la pompa.” – G. A. Thompson
George Alexander Thompson, súbdito inglés, exsecretario de la Comisión Mexicana de Su Majestad Británica y Comisionado para informar al Gobierno británico sobre el estado de la República Central, sube al buque ‘Tartar’ en el Puerto de Acapulco. Luego de cinco días de navegación, llega al Puerto de Acajutla, puerta de entrada de la República Federal de Centroamérica, en donde desembarca el día 9 de mayo de 1825 a las 12 del día. Su relato, publicado con el título “Narración de una Visita Oficial a Guatemala viniendo de México en el año 1825”, y publicado en español por la Academia de Geografía e Historia en su revista Anales en el año de 1926, ofrece un esbozo fascinante de una república recién fundada que todavía no había caído en el remolino de la guerra civil y el caos. Su relato optimista, refleja las esperanzas que habían depositado en el país, tanto nacionales como extranjeros.
-I-
No hay duda de que Thompson era un viajero curioso y que se había tomado muy en serio la misión que le fuera encomendada, sobre recabar la mayor cantidad de datos relativos a la recién fundada República Federal de Centro América. Apenas un año atrás, se había emitido la Constitución Federal, y tan solo tres años antes, se había proclamado la independencia de España. Ya se había tratado el esquema imperial trazado por Iturbide, y tras su desmoronamiento, se había hecho un pacto federal, dentro del cual, cinco Estados unían sus destinos. Thompson traza con mano elegante los rasgos del país que visita, y aunque no muy dado a las descripciones, podríamos decir que sí es en cambio, un maestro de las impresiones.
Es también un buen retratista, pues a lo largo de su viaje logra retratar a las personas con las que se va topando, dejando momentos interesantes, que reflejan sobre todo, la buena voluntad de las personas, en un mundo todavía no contaminado por la desconfianza. Un ejemplo:
“A las cuatro de la mañana del 7 el gran volcán de Guatemala estaba a la vista; en aquel momento nos encontrábamos a diez y ocho leguas de tierra. La costa no está muy correctamente trazada en los mapas; al menos había una diferencia entre éstos y la estima del barco en este corto viaje de setenta millas. Conseguí con Mr. James, un guardia marina, copia de un mapa mejorado que él había hecho de la costa desde Acapulco hasta Sonsonate…”
Desembarcan en el puerto de Acajutla, que el viajero aclara que más que un puerto es una rada abierta. Allí permanece hasta que su equipaje es desembarcado, y luego toma camino hacia la cercana población de Sonsonate, por un “camino carretero que va desde el Puerto hasta la ciudad, la mayor parte sobre un verde y bonito césped y por avenidas cortadas en un espeso bosque que durante el verano tiene tanta sombra que con dificultad se distingue el camino…” A su llegada a la ciudad se presenta con unas cartas de recomendación para la familia Rascón, y nos ofrece un detalle interesante para ir reconstruyendo la vida en esos años. Comenta que las cartas de recomendación de los viajeros eran sumamente apreciadas, pues abrían puertas en lugares en los que no era común la llegada de extranjeros. Apunta con delicioso detalle Thompson:
“Esas cartas no son una pura fórmula de cortesía como a menudo se les considera en Europa; se parecen más a una letra de cambio girada contra la persona a quien van dirigidas, no exactamente por tal o cual suma de dinero sino por su equivalencia, sobre todo en casa, comida y todo agasajo razonable.”
Este detalle es importante, dado que ya hemos comentado en algún texto anterior que en Guatemala por ejemplo, no había hoteles en esos años, y los hospedajes que había, llamados mesones, eran más bien alojamientos rústicos para los arrieros de los trenes de mulas, por lo que las cartas de recomendación abrían las puertas de casas de buenas familias en donde hospedarse cómodamente.
Thompson es bien recibido en Sonsonate. Incluso con un dejo de asombro comenta que lo fue a visitar para presentarse el Comandante de la ciudad, un señor de apellido Padilla, este le comenta que el Gobierno del Estado le había dado aviso de su llegada y recomendado atenderlo lo mejor posible. Mucha importancia le dieron, pues comenta también la visita de dos diputados del Estado, originarios de la ciudad, e incluso que uno de ellos, el señor Manuel Rodríguez, había prestado servicios como Embajador en los Estados Unidos. Entra en contacto para su misión de recabar datos para su majestad, con el Interventor de Aduana, señor Dionisio Mencía y con el Jefe Político, Felipe de Vega. Pareciera que el señor Thompson es recibido como una visita de Estado, dados todos los personajes locales de importancia que acuden a saludarlo. Recordemos que para esa fecha, la República Federal de Centro América buscaba apoyo y reconocimiento en el exterior, y que el informe que de la nación preparara Thompson podría tomarse la decisión de reconocerla o no en la gran potencia europea.
Como se dijo antes, Thompson no es un buen paisajista. La descripción de la ciudad que tan amablemente lo ha recibido y que un lustro después sería la capital federal por un breve período, apenas le merece unas pocas líneas: “La ciudad de Sonsonate es grande y está diseminada; pero tiene muchas casas buenas, todas construidas en el estilo español usual. Son de un solo piso con tres o cuatro cuerpos en cuadro y un patio en el centro”, nada más, y un comentario más cercano a la misión que tiene encomendada: “Las familias más respetables no creen rebajarse ejerciendo el comercio. Como no hay Bancos ni se da dinero a rédito, ésta es la única manera que tienen de emplear sus capitales”, en lo que parece una invitación a importar el sistema financiero que ya era sofisticado en la gran Londres. Toma nota de que en la ciudad viven cuatro ciudadanos británicos y que “habían estado en el Perú, en Chile y otras partes del Continente. Hacían el comercio de cabotaje y exportaban a Inglaterra cochinilla, cueros y añil y otros artículos peculiares del lugar”, sin sorpresa, estos paisanos suyos son fuente de valiosa información, tanto económica como política, que llena no pocas páginas de su paso por el estado.
Tras unos días en la ciudad parte para la capital de la república, ciudad de Guatemala, siguiendo un camino no muy diferente al que conecta la ciudad con el puesto fronterizo de Las Chinamas-Valle Nuevo. De su trayecto da cuenta de detalles interesantes, como el de las “armas de agua”, que habrán sido algo así como las chaparreras de cuero que aún se utilizan en ciertos espectáculos como los rodeos:
“Se me había roto uno de los estribos de la silla y yo quería que me les pusiesen una bolsa más a mis armas de agua. Consisten éstas en pieles de venado o de cualquier otro animal que se suspenden del pomo de la silla, a cada lado del caballo; y cuelgan hasta más debajo de las rodillas de la bestia, y como están sueltas y extendidas se ponen sobre los muslos del jinete, atándolas por detrás de la cintura, de manera que la parte inferior del cuerpo queda enteramente resguardada de la lluvia. Cuando se hace una parada en cualquier sitio para descansar o comer, las quitan del pomo de la silla y extendiéndolas en el suelo forman un lecho cómodo; las bolsas que tienen por dentro (la parte exterior conserva el pelo), sirven para llevar un frasco de licor, una caja de emparedados o cualquier otra cosa que se juzgue necesaria o conveniente.”
El camino cruza por Ahuachapán, pasando por el entonces caserío de Oratorio, en donde se detienen a comer, a la sombra de una pequeña barrera que parecía de portazgo, tortillas de maíz y tomates, que es casi lo único que consiguen en ese lugar. Siguiendo el camino, bajan al valle en donde corre el río Los Esclavos, a seis leguas de distancia, a donde llegan a las cinco de la tarde, “…pasando por un hermoso puente de cinco arcos puesto sobre un río que más parece una espumante catarata…” La aldea no le merece buenos comentarios, pareciéndole un lugar miserable, malsano, poblado de pobres agricultores, pero al salir del valle encuentra un camino bien hecho que le causa tan buena impresión que lo compara con los mejores de su país. Es el camino que lleva a la población de Cuajiniquilapa, hoy Cuilapa, Santa Rosa.
Thompson también se fija en las costumbres muy especiales del país. Así describe a un bullicioso grupo de viajeros con los que se encuentra en un punto del camino, los cuales viajan hasta dos en una misma bestia. El espectáculo le merece un minucioso recuento:
“Cuando van montadas dos personas en la misma mula, el caballero cabalga en las ancas en una silla de forma adecuada que tiene en la parte delantera una superficie plana y cuadrangular, en la cual se sienta su bella compañera con las piernas colgando de ambos lados de la bestia, o más bien sobre los cuartos delanteros de ésta. En este caso la dama no tiene grada ni estribos para descansar los pies; pero generalmente se sienta con las piernas cruzadas, confiando el mantenimiento de su equilibrio a los buenos oficios del caballero, quien, como es natural, le rodea el talle con el brazo izquierdo llevando la rienda en la mano derecha, que es la contraria, como lo saben todos mis lectores; pero teniendo la otra ocupada no puede valerse ni siquiera encender un cigarro; de modo que esta obligación corresponde –no es necesario decirlo- a su compañera.”
De su paso por Cuajiniquilapa nos deja otro detalle interesante (además de la esperpéntica escritura que del nombre del lugar apunta en su libro), que a la distancia nos parece pintoresco:
“…al llegar a Juaquiniquiniquilapa tomamos posesión de una casa grande y deshabitada en un costado de la plaza. Tenía al frente una ancha galería del mismo largo y de la mitad del ancho, que podía ser de unos quince pies. Era una especie de casa consistorial y servía de albergue a los viajeros…”
Es una constancia de la rústica infraestructura que existía para proveer a los viajeros que se aventuraban por los caminos de la república. Obligatoriamente comerciantes que iban de un punto a otro negociando mercancías, y transportistas que en trenes de mulas movían los productos entre plazas. Ese tipo de construcciones habrán sido las herederas de los paradores españoles o caravasares árabes, que aunque no ofrecían otros servicios como sus antepasados, al menos proveían un patio para las bestias y un techo para cubrirse de los elementos. Thompson encuentra una agradable viga de la cual colgar su hamaca y un rincón en donde instalar su cama.
De Cuilapa parten ya en la última jornada de viaje hasta la ciudad, entrando por Fraijanes por donde pasan a las cuatro de la tarde y que le impresiona bien porque el clima suave del lugar le recuerda el de “Inglaterra en un claro día de principios de junio”. El paisaje que le ofrece la ruta de entrada a la ciudad le permite extenderse en una descripción poco común, que tiene rasgos de paisaje bucólico, de nostalgia del hogar, porque apunta, (casi se puede sentir el suspiro suave que da antes de escribirlo) y esto merece una cita extensa:
“El camino subía unas veces y bajaba otras; el césped verde y tierno parecía brotar debajo de nuestros pies a medida que avanzábamos. Al frente estaba la ciudad con sus cúpulas y campanarios que brillaban al sol. Parecía más grande de lo que realmente es, por el esparcimiento de la sombra entre los follajes de los hermosos árboles que por todas partes la cortaban y rodeaban. A la derecha había arboledas llenas de sombra, laderas cultivadas y colinas que se alzaban por decirlo así, la base de la faja de color gris pálido que marcaba los lejanos perfiles de los Andes. A mano izquierda el país se extendía en una serie de altiplanicies y valles, formados por atrevidas ondulaciones, terminando en las tres montañas cubiertas de follajes hasta la cúspide, que parecían guerreros gigantes, erguidos sobre la multitud de pigmeos que los rodeaban. La vista era tan bella y tan interesante que me quedé atrás y me detuve para contemplarla solo, y a mis anchas.”
¡Qué familiar es el tono de alegría que impregna este párrafo! Es la felicidad del viajero curioso que tras un largo periplo, está por llegar a su destino, al que entrevé en la distancia y del que se empieza a deleitar más con la imaginación que los sentidos. Cuántos viajeros, desde Heródoto, han sido poseídos por esta suave alegría…
Al llegar a la ciudad, como ya hemos adelantado, se tiene que establecer en la casa de una familia. Thompson nos comenta que había pensado tomar una casa para él solo, para mayor comodidad, pero viendo que solo había ofertas de alquiler por tiempo fijo, y que era necesario hacer el bendito depósito que aún sigue torturando la relación arrendante-arrendatario, por 6,000 pesos reembolsables, desiste de la idea. “No había en la ciudad ni una hostería ni un mesón”, afirma al final del capítulo en el que narra su entrada a la ciudad, casi con desconsuelo. Ya instalado en la ciudad, el viajero está listo para poner manos a la obra en la misión encomendada, que consistía en hacer “una investigación sobre el estado de su gobierno político y el carácter del pueblo; sus recursos financieros, militares, comerciales y territoriales; el número de habitantes, el de sus poblaciones y la riqueza de éstas; sus principales medios de comunicación internos y externos”, debiendo Thompson a su regreso rendir un informe “sobre los puntos y los demás acerca de los cuales me fuera posible obtener datos relativos a Guatemala y que tuviesen interés para el Gobierno de Su Majestad…”