Jane Austen murió a los cuarenta y un años, en 1817, tras una larga enfermedad. De haber vivido más tiempo, sin duda habríamos recibido otras novelas tan espléndidas como Emma y Persuasión, que escribió en sus años finales. Aunque Austen empezó a escribir ficción a los dieciocho años, sus plenos poderes solo se manifestaron a partir de 1811, cuando se puso a rehacer Orgullo y prejuicio de acuerdo con una versión muy anterior titulada Primeras impresiones. En lo esencial, compuso sus cuatro grandes novelas en apenas cinco años.
Emma es el personaje más complejo de Austen. Sir Walter Scott, quien en 1815 hizo una reseña de la novela, observó irónicamente que, «como un buen soberano», la heroína «antepone el bien de sus súbditos de Highbury a sus intereses personales y, generosamente, se lanza a encontrar pareja para sus amigas sin pensar en su propio matrimonio». La actitud de Austen hacia Emma es de amor irónico; y se propone que Emma nos encante. Cualquiera que sea la posición en que la dejen, para el lector los cómicos desengaños de Emma no son penosos. Cuando Emma teme que Knghtley quiera casarse con Harriet, la consecuencia para el lector es una comedia feroz; para ella es un sufrimiento humillante. He aquí a Austen, que en el cenit de su genio, se distancia de Emma por imperio de la musa cómica:
“Cuando Harriet terminó su testimonio, apeló a su querida señorita Woodhouse para que dijera si tenía buenas razones para la esperanza. -Nunca me habría atrevido a pensar en ello al principio -dijo-, sino por usted. Usted me dijo que la observara cuidadosamente y que su comportamiento me sirviera de regla para el mío, y eso he hecho. Pero ahora me parece sentir que quizá le merezca, y que si me elige, no será una cosa tan sorprendente.
Los amargos sentimientos producidos por esas palabras,sus muchos amargos sentimientos, hicieron necesario el mayor esfuerzo por parte de Emma para permitirle decir en respuesta:
-Harriet, yo solo me atrevo a afirmar que el señor Knightley es, en todo el mundo, el hombre que menos exageraría intencionadamente en dar a una mujer una idea de sus sentimientos por ella mejor de lo que fuera verdad.
Harriet pareció dispuesta a adorar a su amiga por una sentencia tan satisfactoria, y Emma solo fue salvada de arrebatos de ternura, que en ese momento habrían sido una terrible penitencia, por el ruido de los pasos de su padre. Atravesaba el vestíbulo. Harriet estaba demasiado agitada para recibirle. «No podía dominarse… el señor Woodhouse se alarmaría… más valía que se fuera.» Con el más pronto asentimiento de su amiga, pues,se marchó por otra puerta y, en el momento en que se fue, Emma dejó escapar espontáneamente sus sentimientos en: -¡Oh, Dios! ¡Ojalá no lo hubiera visto nunca! El resto del día y la noche siguiente no le bastaron apenas para sus reflexiones. Estaba trastornada, bajo la confusión de todo lo que se le había venido encima en las últimas horas. Cada momento le había traído una nueva sorpresa; y todas esas sorpresas habían sido motivo de humillación para ella.¡Cómo entenderlo todo! ¡Cómo entender los engaños que había estado ejerciendo en sí misma y bajo los cuales había vivido! ¡Qué errores, qué ceguera de su corazón y de su cabeza! Se sentó inmóvil, anduvo dando vueltas, probó su cuarto, probó el vivero; en todas partes, en todas las posturas, se daba cuenta de que había actuado con mucha debilidad; que se había desviar por otros en un grado humillante; que se había desviado a sí misma en un grado aún más humillante; que era desgraciada, y que probablemente encontraría que ese día era solo el comienzo de la desgracia.”
Esta comedia exquisita depende del contraste entre el desesperado grito de Emma: «¡Oh, Dios! ¡Ojalá no la hubiera visto nunca!» y el maravilloso «Se sentó inmóvil, anduvo dando vueltas,probó en cuarto, probó en el vivero; en todas partes, en todas las posturas, se daba cuenta de que había actuado con mucha debilidad.» Su voluntad,que ella ha fundido con la imaginación, sufre la abnegación del delicioso toque de comedia implícito en «probó su cuarto, probó el vivero». Las palabras «en todas las posturas» parecen ahora una humillación del espíritu de Emma, cuyos proyectos han acabado siendo meras ilusiones. Sin duda, la combinación de ingenio y voluntad hacen de esta, una deliciosa novela.
Ligia Pérez de Pineda