Disparos en la oscuridad. El asesinato del presidente José María Reina Barrios

Rodrigo Fernández Ordóñez

 

-I-

Antecedentes necesarios.

 

ReynaBarrios

General de División y Presidente de la República de Guatemala, José María Reina Barrios. (Fuente Wikipedia).

 José María Reina Barrios, sobrino del general Justo Rufino Barrios, militar culto y educado en el extranjero, había llegado a la presidencia el 15 de marzo de 1892, luego de derrotar en las urnas al general Manuel Lisandro Barrillas, a la edad de 38 años[1]. Su presidencia estuvo marcada por un deseo de modernización del país, de construcción de obra pública y de enaltecimiento de la Revolución Liberal. Sin embargo, poco tiempo antes de su muerte el presidente había ido perdiendo popularidad. El endeudamiento contraído para la realización de la Exposición Centroamericana, seguido de la caída de los precios del café en 1897, con la irrupción de Brasil en el negocio del estimulante, dejó al país sumido en la crisis económica, con una deuda que ascendía al millón de dólares de aquella época. Para colmo, Reinita, como le decían quienes lo querían, había decidido quedarse en el poder, y como relatamos en alguno de los anteriores artículos convocó a una Asamblea Constituyente para modificar la Constitución de 1879 (promulgada durante el gobierno de su tío) para prorrogar su mandato presidencial hasta los primeros años del siglo XX. Para neutralizar a sus enemigos les ofrece puestos en el gobierno, sin embargo, el 7 de septiembre de 1897 estalla la revolución en Quetzaltenango, que busca derrocarlo.

De acuerdo al historiador Jorge Luján Muñoz, “…A las 15:15, de acuerdo al relato de Gramajo, ‘varios grupos de hombres’ comandados por los jóvenes coroneles Salvador Ochoa y Víctor López R., ‘y un hombre de edad madura, Timoteo Molina’, se dirigieron al cuartal de aquella población, donde había 300 soldados. Los tres, revólver en mano, conminaron al jefe de la guarda al grito, ‘Ríndase y viva la revolución’. El jefe del cuartel ‘cedió su puesto lleno de pánico…”[2]

Los rebeldes tomaron la oficina del telégrafo y conformaron un triunvirato llamado a sustituir a Reina Barrios. El Presidente se enteró del alzamiento un día después, el 8 de septiembre mientras cenaba en el recién inaugurado Hotel Gran Central, e inmediatamente se dispusieron las medidas para sofocar el levantamiento. En la madrugada del día 13 de septiembre tropas leales al Presidente Reina Barrios tomaban por asalto la ciudad de Quetzaltenango y a las 11:30 am se fusilaba sumariamente al señor Juan Aparicio Mérida y al Licenciado Sinforoso Aguilar, considerados los cabecillas de la rebelión y capturados pocos días antes. Al parecer, Manuel Estrada Cabrera, a la sazón Secretario de Gobernación, ordenó telegráficamente la ejecución.

-II-

El asesinato.

Los hechos los relataba con cierto aire de misterio el recordado periodista Héctor Gaitán en su primer tomo de La calle donde tú vives, acercando el hecho histórico a ciertas inexplicables circunstancias: “…La numerología trágica persiguió al General-Presidente, murió el 8 de febrero de 1898 a las 8 de la noche en la 8ª calle, frente a la casa número 8, nomenclatura antigua.”[3] Lo cierto es que asesinado mientras caminaba por la quinta avenida de la ciudad capital moría asesinado el Presidente de la República, luego de abandonar, cerca de las 19.30 horas, la residencia de la cantante española Josefina Roca, cerca de la iglesia de Guadalupe, con quien sostenía una relación amorosa y quien se presentaba en esos días en el majestuoso Teatro Colón.

Cuenta don Jorge Luján que al Presidente lo acompañaban esa fatídica noche dos miembros de su Estado Mayor, el coronel Julio Roldán y el capitán Ernesto Aldana, quienes lo seguían pocos pasos atrás.[4] Al parecer también le acompañaba el inspector de policía Trinidad Dardón y otro agente.

Un hombre lo esperaba en la sombra, en el vano de una puerta, y al ver que el Presidente se acercaba salió a su encuentro, muy educadamente diciéndole en inglés, “Good night Mister President”, sacando a continuación su revólver y disparándole a quemarropa. Al parecer, el Presidente había querido responderle el saludo, pues la necropsia reveló que el disparo entró por la boca abierta del caballeroso Reina Barrios. A continuación el asesino huyó por la quinta avenida sur, mientras el capitán Aldana atendía al Presidente y el coronel Roldán y los agentes de policía corrían tras el fugitivo.[5] El hombre parecía que iba a lograr escapar, pero los gritos de que se detuviera alertaron a un policía de ronda por la décima calle, quien detuvo al hombre de un garrotazo, derrumbándolo, y presa del entusiasmo por su hazaña, al parecer lo mató a golpes.

Como nunca falta quien quiera lucirse en estas tremendas circunstancias en las que se asesina a un mandatario, un oficial de policía, llamado Emilio Ubico llegó hasta donde estaba el cuerpo del asesino y desenfundando su pistola le disparó en la cabeza. A Ubico, en adelante por su ridícula acción, se le apodó con la merecida ironía, “mata muertos”[6]. Schlesinger complementa su relato con una anécdota interesante: “…por aquellos días había muerto también en El Salvador el presidente Regalado, por lo cual circularon entre la población ‘letrada’ de Guatemala de entonces los siguientes versos: Vengo muerto y embalsamado,/ por favor les suplico,/ que encierren a Emilio Ubico,/su servidor Regalado”, sin embargo, el historiador Ramiro Ordóñez Jonama mediante comunicación electrónica señala que la muerte de Regalado no fue por los días de Reina Barrios, sino ocho años después, en 1906.[7] Y amablemente, con esa memoria de prodigio que posee nos regala otra versión de los versos sobre Ubico:

El versito alusivo a don Emilio Ubico, según me lo comunicó hará unos cuarenta años don Luis Beltranena, difiere un poco de la versión de María Elena, pero en el fondo es el mismo. «Voy muerto y embalsamado / y por favor les suplico / que amarren a Emilio Ubico. / Su servidor: Regalado».

 Llama la atención que a ninguno de los agentes de la policía involucrados en la caza del asesino, haya considerado prudente ni necesario capturar vivo al asesino para obtener su declaración. Sobra decir que bajo estas circunstancias, los rumores y las más disparatadas fantasías alimentaron la imaginación de la gente para explicar el asesinato.

Uno de los contendientes políticos de Reina Barrios, quien lo acusa de hacerse con la presidencia mediante fraude electoral, es Francisco Lainfiesta, quien en sus interesantes Mis Memorias, con un dejo burlón y con cierto aire de chisme de café que raya el mal gusto, narra el acontecimiento:

“Y el 8 de febrero por la noche, cerca de las ocho, yendo el Kaiser a visitar a una de sus queridas que había sacado de entre las damas del Teatro, al doblar la esquina de la 9ª calle poniente, a cien metros de su batallón, le cayó el rayo; es decir, cayó herido por una bala que le introdujo en la boca, un extranjero desconocido, que luego se supo llamarse Oscar Zollinger. Reina marchaba envuelto en su capa, acompañado de dos ayudantes y llevando en la mano un revólver listo para hacer fuego, pero Zollinger no le dio tiempo a nada ahogándolo con un solo disparo…”[8]

 Lo interesante del recuento de Lainfiesta es que nos narra de primera mano el hecho, con los rumores y maledicencias que circulaban en esos momentos inmediatos del asesinato del Presidente, pues al haber sido testigo de los hechos, aunque no presencialmente, si nos ofrece un vistazo interesante del ambiente político enrarecido de la época, producto de las maniobras políticas de Reinita, como cuando comenta:

“Es atributo de los déspotas matar en los corazones el sentimiento compasivo, cuando de ellos se trata: la muerte de Reina fue recibida con la más glacial indiferencia y solamente lamentada por aquellos que perdían en él una fuete de explotación.”[9]

 El párrafo es interesante, aunque debe leerse con cautela, pues después de todo, Lainfiesta fue enemigo político de Reina Barrios, y en sus memorias lo retrata como a un militar pretencioso y petulante, y para colmo aprendiz de tiranuelo.

Quien no se porta tan mordaz, a pesar de que su obra es un monumento de la crítica feroz, es Rafael Arévalo Martínez, quien narra en Ecce Pericles!: “En el trayecto, vigilado por la policía, de su casa a la de la actriz, lo esperó Oscar Solinger. Ocultaba con un pañuelo el revólver; lo mató y se entregó; estaba acostumbrado a que en su país respetaban la vida de los reos que tal hacen. Los agentes de Guatemala le dieron muerte.”[10] Don Rafael, tan acucioso en unos párrafos, peca de ingenuo en otros, pues si Zollinger se entregó luego de asesinar a Reina Barrios, ¿por qué reportan los diarios de la época que el asesino fue abatido a dos cuadras del asesinato? Parece que quiere echar sombra de sospecha sobre los hombres del régimen, porque a continuación señala que el gran beneficiado del crimen fue su ex ministro de gobernación y Primer Designado a la Presidencia: el abogado Manuel Estrada Cabrera. También cita al oscuro personaje de Adrián Vidaurre, quien dice haberse enterado de la conspiración y que alertó tanto al Presidente como a Estrada Cabrera, pero que ninguno de ellos tomó acciones al respecto. Arévalo Martínez, citando a Guillermo F. Hall, hace un balance de la presidencia de Reinita en unas benévolas líneas, no exentas de crítica: “Administración civilizada hasta cierto punto la de Reyna Barrios. Durante aquel brillante período de desbarajuste, derroche y festejos oficiales, el pueblo estaba como deslumbrado por el lujo fastuoso y no parecía tener otra aspiración que la de divertirse.”[11] Líneas que suena extrañamente parecidas a las descripciones de los últimos días de reinado de Luis XVI.

-III-

Los rumores. 

El autor material del crimen era un ciudadano británico, llamado Edgar August James Zollinger, aunque él, sin mayor imaginación se había registrado en los hoteles de la ciudad como Oscar Zollinger. Al principio esto causó confusión, tanto que muchos autores siguieron llamando al asesino Oscar en vez de Edgar, como el caso de Arévalo Martínez. Pero mucha tinta corrió sobre el trasfondo del asesinato, muchos hicieron conjeturas sobre los autores intelectuales del asesinato, coincidiendo en su mayoría que los hilos conducían a la mano de Manuel Estrada Cabrera.

Para muchos, el asesinato del asesino no levantó tampoco mayores comentarios, sin embargo fueron surgiendo teorías o explicaciones de lo sinuoso del caso, como es la interesante voz del contradictorio Antonio Batres Jáuregui, quien en su América Central ante la Historia, señala sin lugar a dudas:

“…El designado a la Presidencia, Estrada Cabrera, iba a ser cambiado… Yo iba a ser nombrado. Así se comprende la premura con que el asesinato se cometió y se explica, además, la causa de que después, nadie se tomara el menor empeño en averiguar el origen, móviles y cómplices de aquel delito. Hasta vióse con indiferencia criminal, siquiera fuese elocuentemente reveladora, el hecho infame de que, a traición, un advenedizo diera muerte al Jefe de Guatemala…”[12]

 

Detalle del monumento al general José María Reina Barrios, en la Avenida de la Reforma, zona 10. (Fotografía de Rodrigo Fernández Ordóñez).

Detalle del monumento al general José María Reina Barrios, en la Avenida de la Reforma, zona 10.
(Fotografía de Rodrigo Fernández Ordóñez).

 

Placa colocada en el pedestal del monumento al general José María Reina Barrios, en la Avenida de la Reforma, zona 10. (Fotografía de Rodrigo Fernández Ordóñez).

Placa colocada en el pedestal del monumento al general José María Reina Barrios, en la Avenida de la Reforma, zona 10.
(Fotografía de Rodrigo Fernández Ordóñez).

 Otro testigo de la época, Felipe C. Pineda, elabora en el año de 1902 una teoría sobre la forma en que actuó Estrada Cabrera para hacer asesinar al Presidente Reina Barrios y así poder él ocupar la silla presidencial. La versión de Pineda toma en cuenta el que se ha considerado el verdadero móvil del asesinato, y que es el fusilamiento injusto de don Juan Aparicio en Quetzaltenango el 13 de septiembre de 1897, pero Pineda se lo atribuye al Ministro de Gobernación Estrada Cabrera, y no al Presidente. Según Pineda, en un viaje que hicieron Estrada Cabrera y el Jefe Político y Comandante de Armas de Quetzaltenango, Roque Morales, el primero ordenó asesinar a Aparicio y a Aguilar por una antigua enemistad, “…Roque Morales encarceló a Aparicio y a Aguilar, y, suponiendo órdenes telegráficas del General Reyna Barrios para pasar por las armas a tales inocentes, perpetró en ellos el más cobarde de los asesinatos…”[13], sigue el señor Pineda su elaborada teoría con hechos que quedan apuntados pero sin mayor sustento:

 “…Después de los asesinatos de Quetzaltenango que hemos referido, y cuando el Lic. Estrada Cabrera llevaba poco tiempo de estar en San José de Costa Rica, llegó a la misma ciudad Oscar Zollinger, quien, aunque hospedado en distinto hotel, visitó frecuentemente aquél. Zollinger solamente permaneció ocho días en San José de Costa Rica, y se volvió a la Capital de Guatemala. Los gastos de su permanencia en la primera de estas ciudades, los pagó el Lic. Estrada Cabrera.

Al volver de su viaje el expresado Ministro de Gobernación, ya no tomó participación alguna en los asuntos públicos, pero si celebró, durante su retraimiento diversas conferencias con el citado Zollinger, en una casa de la 11 avenida norte a las que no faltaron testigos oculares…”[14]

 Pineda, que a la sazón escribía su libro en el exilio en México, levanta el dedo acusador y concluye en una parrafada que resuena aún pese a haberse escrito hace ciento doce años: “…el que armó y dirigió el brazo de Oscar Zollinger contra el General Reyna Barrios, que el único y directamente responsable de la muerte de este mandatario, es el Lic. Manuel Estrada Cabrera…”[15]

 Rafael Arévalo Martínez, en su ya citada obra a la que nunca nos cansamos de recurrir, cita a Flavio Guillén, redactor del periódico La Ley, para darle forma a los móviles primarios del asesinato, y que nos permiten entender un poco más la intrincada teoría de Pineda:

 “…misterioso, impasible, sombrío, en la mano el revólver homicida, el triunfo en todo el ademán, se abre paso a nuestra historia por la desusada puerta del crimen heroico. En tres minutos desenlaza el intrincado drama político con un golpe de tragedia. Parece que era inglés. ¿Por qué le mató? ¿Es cierto que ante el criminal fusilamiento de Juan Aparicio juró vengar la iniquidad, cometida en su generoso patrón…? Francamente que increíble es ese caso de adhesión tan raro. ¿No es más cierto que hombres resentidos o ambiciosos, cobardes o acobardados, descubriendo en Oscar al hombre, compraron su discreción y valentía?…”[16]

 Es decir que las versiones apuntaban hacia un doble motivo: el primero, personal, el de Zollinger que venga de esta forma el asesinato de quien ha sido una persona de gran generosidad, y el segundo, el ajeno, de hombres que desde la sombra manipulan el deseo de venganza de Zollinger para obtener réditos políticos.

 Jorge Luján Muñoz en un breve artículo recopilado en el libro que hemos venido citando, comenta que Edgar Zolllinger había venido a Guatemala por razones de amistad con los hijos de Juan Aparicio, Rafael y Eduardo, a quienes conoció en el Brighton College, en Sussex, Inglaterra. Según el relato de Luján, Zollinger enfrentaba una delicada situación económica, por lo que los Aparicio lo invitaron a viajar a Guatemala y establecerse en este país como empleado de la familia, desempeñándose primero como administrador de la Finca Chuvá, ubicada en Colomba, Costa Cuca, Quetzaltenango.[17] Al momento del asesinato, Zollinger trabajaba como tenedor de libros de la Finca Palmira, también en Colomba, desde donde viaja a Quetzaltenango al enterarse de la noticia, y es la viuda doña Dolores Rivera de Aparicio quien le revela las circunstancias ilegales del fusilamiento sumario.

 Luján Muñoz apoya la teoría de la propia familia Aparicio sobre que el crimen fue una venganza solitaria por el asesinato de don Juan Aparicio. El historiador argumenta con razón que no existen pruebas de las supuestas reuniones de Zollinger con Estrada Cabrera o con el general Salvador Toledo, como tampoco se ha encontrado evidencia del viaje del inglés a Costa Rica. Señala contundente Luján: “No debe olvidarse que el viaje de Estrada Cabrera a Costa Rica fue en octubre de 1897, cuando Zollinger todavía estaba en la finca Palmira…”[18]

  

-IV-

Los muertos.

 El cuerpo del Presidente Reina Barrios fue enterrado en las bóvedas de la Catedral Metropolitana, por autorización expresa del Arzobispo Ricardo Casanova, compartiendo el recinto con otro militar, gobernante y dictador: el general Rafael Carrera. La autorización de su entierro en tal lugar se dio, pese a que, apunta Luján, Reina Barrios era un masón de alto grado.

 Por su parte, el cuerpo de Zollinger fue enterrado al día siguiente de su asesinato en el Cementerio General. Comenta Schlesinger, que cuando la policía cateó la habitación del asesino la encontró limpia. Zollinger no había dejado absolutamente ninguna pista ni seña que lo pudiera identificar.

 Un último detalle, y cedo la palabra a Schlesinger, que lo cuenta mejor que cualquiera:

 “La foto del cadáver Óscar Zollinger tendido en el anfiteatro del Hospital General de Guatemala fue reproducida y puesta a la venta pocos días después en los talleres de impresión La Ilustración del Pacífico de don Baldomero Siguere, ‘para todos los amantes de coleccionar y guardar curiosidades históricas’, rezaba en aquel esperpéntico anuncio…”[19]

 No hay duda que si la persona es lo suficientemente hábil, hasta de la muerte se puede sacar provecho…



[1] Ramiro Ordóñez Jonama, historiador y amable crítico de estos textos, amplía en correo electrónico: “…Reina Barrios, a quien apodaban «tachuela» por su pequeña estatura, se inició como tipógrafo; luego se incorporó al Ejército y supo explotar su indudable talento y su parentesco con tata Rufino. En Nueva Orléans se enamoró perdidamente de una bella vedette, Algeria Brenton, con quien se casó y a la que convirtió, en su momento, en primera dama de Guatemala y en madre de una niña”.

[2] Luján Muñoz, Jorge. Las Revoluciones de 1897, La muerte de J. M. Reina Barrios y la Elección de M. Estrada Cabrera. Editorial Artemis y Edinter. Guatemala: 2003. Página 11.

[3] Gaitán, Héctor. La calle donde tú vives. Artemis y Edinter. Guatemala: 1981. Página 43.

[4] Luján. Op. Cit. Página 29.

[5] Luján. Op. Cit. Página 29.

[6] Schlesinger, María Elena. Sobre Zollinger y el magnicidio. Diario elPeriódico, Guatemala, 15 de noviembre de 2003.

[7] No puedo dejar al margen unos datos que en su correo electrónico incluye Ramiro Ordóñez, que por su interés histórico y por su amena redacción incluyo a continuación: “…Ahora bien, la muerte del general Tomás Regalado fue en 1906 en circunstancias curiosas. Ya no era presidente de El Salvador pero si comandante general de su Ejército al frente del cual invadió Guatemala. Habían llegado hasta ‘El Entrecijo’ (Jutiapa) y dicen que al anochecer el general Regalado, achispadito (lo que no era raro en él), montó su caballo y salió a dar una vuelta. Inadvertidamente cruzó las líneas guatemaltecas y cuando le pidieron el santo y seña no supo darlos, por lo que le hicieron fuego y lo mataron. Es famoso el telegrama que el coronel Rosalío López le mando al presidente Estrada Cabrera: «A Regalado como que se lo soplaron los muchachos». Allí terminó la guerra, con este gran golpe de suerte que favoreció a Guatemala. También hubo versito, atribuido a Chascarrillo, que dice: «Los guanacos como nuevos / Regalado en escabeche / don Manuel no tendrá huevos / pero  tiene mucha leche». Regalado, el jerarca de esa familia multimillonaria de El Salvador, fue casado con la niña Concha González, hija del mariscal Santiago González, un zacapaneco que emigró a El Salvador y llegó a ser presidente de esa República. Hay una obrita de teatro, que escribió Manuel Fernández Molina, y que fue premiada en unos juegos florales en Mazatenango o en Quetzaltenango (no recuerdo bien) en la que dice que Edgar Zollinger cortejaba a doña Lolita Rivera Peláez de Aparicio, y que fue por solicitud de ella que mató a Reinita. Yo tuve en mis manos e pasaporte de Zollinger (que creo que Luján lo publicó) pues lo tenía en su colección don Edgar Apaaricio y Aparicio (hijo de don Eduardo Aparicio Mérida y de doña Julia Aparicio Rivera), marqués de Vistabella, mi inolvidable maestro.”

 

[8] Lainfiesta, Francisco. Mis Memorias. Academia de Geografía e Historia. Guatemala: 1980. Página 486.

[9] Lainfiesta. Op. Cit. Página 486.

[10] Arévalo Martínez, Rafael. Ecce Pericles! Editorial Universitaria Centroamericana –EDUCA-, Costa Rica: 1983. Página 42.

[11] Arévalo Martínez, Op. Cit. Página 45.

[12] Batres Jáuregui, Antonio. La América Central ante la Historia, 1821-1921. Memorias de un Siglo. Ediciones del Organismo Judicial de Guatemala. Guatemala: 1993. Página 591. Don Antonio insinúa una sub trama de celos y traición, según la cual la esposa de Reina Barrios, doña Argelia estaba embarazada de una niña, hija del general Salvador Toledo. La niña nació tres meses después del asesinato del general Reina Barrios y “…fue educada en Europa con fondos nacionales,  por disposición de Estrada Cabrera…”. La supuesta hija producto del adulterio murió joven y enloquecida, según me informó verbalmente mi colega Rodolfo Sazo, y se encuentra enterrada en Nueva Inglaterra. Quizás en alguna ocasión futura regresemos a tratar el tema de doña Argelia, que es un personaje interesante en la vida política de Guatemala.

[13] Pineda, Felipe C. Para la Historia de Guatemala. Datos sobre el gobierno del Licenciado Manuel Estrada Cabrera. Sin Imprenta. México: 1902. Cita al 9% de la versión Kindle.

[14] Pineda. Op. Cit. Al 9% de la versión Kindle.

[15] Pineda. Op. Cit. Al 10% de la versión Kindle.

[16] Arévalo Martínez, Op. Cit. Página 43.

[17] Luján. Op. Cit. Página 33.

[18] Luján. Ibid. Página 36.

[19] Schlesinger, María Elena. Oscar Zollinger. Diario elPeriódico, Guatemala: 8 de noviembre de 2003.

 


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