Un nómada en la república ornamental. Los recuerdos de Paul Bowles sobre Guatemala.

Rodrigo Fernández Ordóñez

-I-

Paul Bowles

 

Paul_Bowles

Paul Bowles en Tánger, 1952. Portada de la edición mexicana de las memorias del escritor estadounidense.

 

 El escritor estadounidense Paul Bowles, no era una persona simpática. Al menos a juzgar por sus escritos. Sus libros son fríos, impersonales. Basta hojear su famosa novela, El cielo protector, para desencantarse de la vida. Es como leer a Sartre, no apto para depresivos. Pero escribe bien, sus frases son cortas, directas, que prescinden de adornos. Sus libros Cuentos del desierto y Cabezas verdes y manos azules, son más bien instantáneas antropológicas de la vida en el Sahara o los Montes Atlas, que ejercicios de la imaginación. Pero son buenos. Y él es un escritor brillante.

“Y se le ocurrió que un paseo por el campo era una especie de epítome del paso por la vida. Uno nunca se tomaba el tiempo de saborear los detalles; uno se decía: otro día será, pero siempre con la convicción secreta de que cada día era único y definitivo, que nunca habría otra vez, otro regreso.”[1]

 

De la primera novela que mencionamos, el director italiano Bernardo Bertolucci hizo en 1989 una insuperable adaptación, con el mismo título, en el que protagonizan la aventura de la pareja de turistas estadounidenses la guapísima Debra Winger y el magnífico actor John Malkovich. La película es un ejemplo del bien quehacer fotográfico, con imágenes del desierto que por sí solas justifican ver la película. El largometraje es una historia que fluye mejor que la novela, gracias a las dos pozas azules que Winger tiene por ojos.

Pero Paul Bowles es quizás más famoso en el mundo anglosajón por sus artículos de viaje, oportunamente recopilados en un solo volumen titulado Travels. Collected Writings, 1950-1993, y por su libro de memorias, traducido al español bajo el título Memorias de un nómada, en el que hace gala de un humor finísimo, de un escepticismo desarmante y de una crítica feroz. En una de sus páginas encontramos: “Los alemanes eran amables, pero no me inspiraban ningún interés. Comprendí por qué recalcaban la palabra Kultur: no la tenían y esperaban adquirirla a fuerza de hablar de ella” (¿ven lo quiero decir?). Es además poseedor de una memoria infalible con la que recorre el mundo y su vida buscando un hogar, conociendo en su largo camino a personalidades de la alta cultura que van desde Tristán Tzara a Orson Welles, pasando por Gertrude Stein, Peggy Guggenheim, Jackson Pollock, Max Ernst, Jack Kerouac, Gore Vidal, William Burroughs y Marcel Duchamp, hasta Arthur C. Clarke. Inicia su viaje en la ciudad de Nueva York, en donde nace en 1910 y lo termina en Tánger, en donde termina por establecerse y en donde conoce al escritor guatemalteco Rodrigo Rey Rosa, de quien se hace amigo y consejero en su oficio literario. Moriría en esa ciudad marroquí en 1999. Una vida de película que hasta el chef-viajero Anthony Bourdain recoge en su magnífico programa dedicado a la ciudad de Tánger en su nueva serie Parts Unknown, transmitido la temporada pasada por la cadena noticiosa CNN.

La gran virtud de Memorias de un nómada, es que nos trasporta a un mundo en el que todavía se viajaba en trasatlánticos, con montañas de equipaje, en el que se podía llevar por los días de la travesía oceánica una vida paralela en el espacio vacío del mar. Era el mundo de los autos traqueteantes por caminos de tierra, de ferrocarriles que todavía eran símbolos de modernidad y de clase. Y como telón de fondo, el convulso siglo XX. A continuación hacemos un ensayo de contextualización histórica de los viajes que Bowles hizo por nuestro país.

 

-II-

El primer paso de Bowles.

 

Rodrigo Rey Rosa no fue el primer guatemalteco que el famoso escritor conoció en su vida. Es más, muchísimos años antes de que naciera el compatriota, Bowles ya se había paseado por nuestros caminos. Su primer viaje al país ocurrió, bien a finales de 1936 (pues páginas antes menciona el alzamiento de Franco en contra de la República), o bien a inicios de 1937. En todo caso, en su recuento de vida nos narra un interesante incidente:

“Estábamos a sólo día y medio en tren de la frontera de Guatemala y pensamos que antes de volver al norte debíamos conocer el interior. La proximidad resultó ilusoria, pues cuando llegamos a Suchiate, en la frontera, las autoridades guatemaltecas me impidieron la entrada por haber escrito la palabra ninguna junto a “religión” en el impreso de solicitud. Como les parecía sospechoso, me dijeron que tenía que presentar avales de seis hombres de negocios de Tapachula. Volvimos a aquel pueblo desolado en el que sólo habíamos estado una noche, los tres de pésimo humor, y pasamos dos días intentando en vano conseguir aunque sólo fuera uno de los avales exigidos; fue imposible (puesto que allí los pilares de la sociedad eran casi todos alemanes y no tenían la menor intención de ayudarnos ni de ser amables). Consultamos en la sede local de los sindicatos mexicanos. Al tercer día, mandaron un hombre que nos acompañó hasta Suchiate, donde esperamos y nos presentaron fuera de las horas de oficina a un funcionario que no sólo cumplimentó una nueva solicitud para mí sino que consiguió que las autoridades guatemaltecas la sellaran y nos proporcionó una embarcación en la que cruzamos el río Suchiate hasta Ayutla, del lado guatemalteco. Así que tuvimos una rápida visión de tres semanas de aquella pequeña república ornamental antes de regresar a Ciudad de México.”[2]

 

Estos recuerdos parecen tan vigentes al día de hoy, como lo fueron entonces. Fronteras perdidas de la mano de Dios, en donde el funcionario de migración es el rey y señor de las vidas y destinos de quienes quieren cruzarlas y que legisla desde su ventanilla. Eran los años de la paranoia del comunismo latinoamericano. Recordemos que apenas cuatro años antes, en 1932, habían sucedido los terribles sucesos de la rebelión campesina en El Salvador, cuya concepción falsamente se le atribuyó, y ellos también, falsamente se atribuyeron, los comunistas del pequeño partido salvadoreño. Ese mismo año había sido fusilado en Guatemala el hondureño Juan Pablo Waingwright, y otros colaboradores, acusados de querer iniciar la chispa de un movimiento comunista en estas tierras, y el general Ubico usaba la amenaza comunista para afianzar su dictadura. Por ello es que habrá generado suspicacias la declaración de Bowles de no tener religión alguna, porque los comunistas eran en esos años, sinónimo de ateísmo. Y por cierto que para ese entonces Bowles efectivamente militaba en el Partido Comunista de los Estados Unidos, aunque claro está, muy a su estilo:

“Así que nos inscribimos como Paul y Jane Bowles. Luego nos mandaron a la Escuela Obrera a una clase aburridísima de marxismo-leninismo.

-No me entero de nada- se quejó Jane cuando estudiábamos el libro de texto. Yo sí, pero era todavía peor. Procuramos compensar nuestra falta de devoción al marxismo-leninismo, yendo a ver todas las películas rusas que estrenaban en Nueva York.[3]

 

Eran también, los años en que don Lázaro Cárdenas apretaba y soltaba la mano de hierro en el vecino país, permitiendo el disenso con el partido oficial pero sin dejar que se cayera en el abierto desafío. Consultando el Mapa Oficial de vialidad de la República de Guatemala, publicado en el mes de junio de 1942, junto con la Guía Kilométrica de las 23 Rutas Nacionales de la República de Guatemala[4], podemos establecer que por esos años, existía un ramal del ferrocarril que conectaba a Tapachula con la frontera, en un puesto llamado Mariscal. Del otro lado de la frontera, tras cruzar el río Suchiate, partiendo del poblado de Ayutla, el ferrocarril llegaba a Coatepeque y Champerico.

 

-III-

El segundo paso de Bowles.

 

El segundo viaje de Bowles a Guatemala, tiene lugar en el año de 1938[5]. Sus recuerdos al respecto de esta visita tienen un claro tinte antropológico, que se concentra en su interés por la cultura indígena y que están rodeados por la bruma idílica de misterio propio de los bosques del altiplano.

“Pasamos un mes en Costa Rica, y en Puerto Limón embarcamos rumbo a Puerto Barrios. En mi primer viaje a Guatemala el año anterior no había estado en Chichicastenango y tenía muchas ganas de ir y también de hablar con el padre Rossbach, el sacerdote que animó a los quichés a continuar con sus sacrificios en los hornos de la escalinata de la catedral porque ya estaban allí antes de que se construyera la iglesia. También les había permitido enterrar un cristo de madera a casi dos metros de profundidad detrás del altar, que sacaban la mañana de Pascua. Así que, como se acercaba la Semana Santa, fuimos a Chichicastenango y hablé con el padre Rossbach de las leyendas del Popol Vuh, que él conocía muy bien, pero no se ofreció a dar explicaciones. Pasamos dos semanas en la posada Maya y luego bajamos hasta Antigua; allí se quedó el loro, en un limonero, en casa de la señora Espinoza. (No conseguimos hacerle bajar.) Por las tardes paseábamos a caballo por los cafetales; nos hicimos con una buena colección de sutes antiguos (esa tela multiuso que utilizaban las mujeres de allí como tocado, para las hamacas de los niños, como saco y toalla), que no podían encontrarse en ningún mercado ni tienda, sólo comprándoselas a las mujeres que las llevaban puestas cuando nos cruzábamos con ellas.”[6]

 

Destaca su referencia a la Antigua y su estadía en dicho lugar, por el recuerdo de sus cabalgatas entre los cafetales, que vienen a confirmar la vocación agrícola de exportación que había surgido como motor del progreso en el país desde finales del siglo anterior. Del párrafo de arriba hasta se puede percibir un lejano olor a tierra mojada por la niebla y a ancien regime. Lastimosamente no he encontrado a la fecha referencias a propósito del padre Rossbach, pero prometo consignarlas en cuanto cuente con ellas, para contar con alguna información acerca de este personaje con tras las breves líneas del escritor se nos antoja interesante por su ejemplo de tolerancia con la cultura indígena y su promoción del sincretismo religioso.

En esos años, Guatemala empezaba apenas a salir de la crisis económica producto de la “Gran Depresión”, que según el historiador económico Mario Aníbal González, golpeó fuertemente al país entre 1930 y 1937, derrumbándose el Producto Nacional Bruto.[7] A finales de 1937 la economía empezó a dar signos de mejoría. De sus recuerdos de este viaje resaltan los relacionados con los alemanes de la colonia guatemalteca:

“En todas partes había alemanes; tenían que bajar todos hasta Puerto Rico y subir a un buque alemán para votar ‘Ja’ en el referéndum propuesto por Hitler. Pero como eran nazis fervientes, aquel viaje agotador les parecía un privilegio y no una molestia. Viajamos desde la ciudad de Guatemala con más de doscientos alemanes, todos con svásticas en las solapas; el barco en el que se efectuó la votación fue precisamente el que nos llevó a Europa. En aquel entonces, la Norddeutscher Lloyd tenía dos barcos que hacían regularmente la travesía entre Hamburgo y Puerto Barrios, el Caribia y el Cordillera. Fuimos hasta allí en el Caribia y nos marchamos en el Cordillera.”[8]

 

A finales del año de 1920, los alemanes empezaron acercamientos con el gobierno de Guatemala para recuperar los bienes y empresas intervenidas a raíz del rompimiento de relaciones diplomáticas, tema que abordamos hace un par de semanas. Al respecto, comenta la historiadora Regina Wagner:

“Las gestiones para la devolución de los bienes alemanes estuvo en manos de los más interesados en el asunto, como Erwin P. Dieseldorff, quien a su regreso a la Alta Verapaz encontró sus fincas intervenidas; también Federico Koper, dueño de un almacén en la capital y otro en Quetzaltenango, y Herbert Schlubach, socio y accionista mayoritario de Shlubach, Dauch & Cía., con el gran complejo de fincas cafetaleras en la costa sur y la Compañía de Agencias y Transportes del Norte en la Alta Verapaz y Livingston.”[9]

 

Estas gestiones culminarían con un decreto de devolución de los bienes alemanes intervenidos por razones de la guerra, emitido por el presidente Carlos Herrera, el 24 de junio de 1921.[10] Adicionalmente, a finales de ese mismo año, el presidente José María Orellana, empezaba la implantación de un programa de incentivos a la agricultura, permitiendo que la situación económica del país empezara a mejorar a pesar de la inestabilidad política. Las restauradas relaciones comerciales entre Guatemala y Alemania permitirían grandes proyectos de inversión de capital germano, como la construcción de la Hidroeléctrica Santa María y la construcción del Ferrocarril de Los Altos en el departamento de Quetzaltenango y la instalación del servicio telefónico automático en la ciudad de Guatemala. Para el año de 1926, Alemania era el destino de  una gran parte de las exportaciones guatemaltecas, destacando el café en el primer lugar.[11] Esa década y la siguiente están marcadas por una nueva ola de migración alemana que busca huir de la precaria situación que vivía la República de Weimar, y que va a tener como resultado que la colonia alemana en Guatemala virtualmente se divida en dos campos: uno, tradicional y democrático, y el otro, radical y simpatizante de una estrella política en ascenso: Adolfo Hitler.

“Al llegar a Guatemala un número considerable de nuevos inmigrantes alemanes durante la década de 1920, como consecuencia de la crítica situación económica de la postguerra en Alemania y el auge del negocio del café en Guatemala entre 1924 y 1928, los antiguos miembros de la colonia alemana ya no se sintieron tan cómodos como antes por el origen heterogéneo de los nuevos. En efecto, entre los nuevos arribados había algunos miembros del partido nacionalsocialista alemán (…) quienes fundaron dicha organización político-partidaria extranjera y supieron ganar a su causa a un pequeño círculo de adeptos entre los empleados de comercio…”[12]

 

Las relaciones alcanzaron tan buen estado que impactaron positivamente en las comunicaciones entre ambas naciones, como el establecimiento del servicio regular de pasajeros de la línea Hamburgo-Amerika –HAPAG-, que mensualmente conectaba Hamburgo y Puerto Barrios por medio de sus vapores Caribia y Cordillera,[13] que son sin casualidad, los buques en los que se embarca Paul Bowles. Los recuerdos del escritor son valiosos en cuanto, nos presentan un rápido vistazo a estos datos fríos del historiador, y nos ponen en la perspectiva del testigo.

Los hechos relatados por Bowles, de su viaje en compañía de más de 200 alemanas nazis que se dirigen a Puerto Barrios, se confirman con toda exactitud con la información que nos da la doctora Wagner, a quien recurrimos una vez más gracias a su interesante investigación:

“Esta vez la participación fue de un 200% más que en la votación de 1936. Los votantes de los distritos viceconsulares de la región suroccidental debían pasar a presentarse al Viceconsulado de Retahuleu, donde se les selló su pasaporte antes de tomar el tren a Champerico para abordar el buque ‘Patricia’.  Los alemanes de la zona central salieron de la capital en tren la noche anterior con dirección a Puerto Barrios, uniéndoseles otros alemanes de las Verapaces en El Rancho, y los de Livingston y la región de Izabal en Puerto Barrios. Allí abordaron el ‘Cordillera’ y salieron al mar para alejarse de las aguas territoriales guatemaltecas.

Estando ambos buques tres millas afuera y después de degustar los pasajeros un buen desayuno a bordo, se procedió a la votación, en la que 449 alemanes residentes en Guatemala (142 del suroccidente, 255 de la capital y 52 del noreste), más de 201 de la tripulación ejercieron el derecho de sufragio, con el resultado de 646 votos a favor y dos en contra…”[14]

 

El plebiscito convocado era para votar sobre la anexión de Austria a Alemania, conocido como   Anchluss. La exactitud de los recuerdos del viajero estadounidense no dejan de causar deleite, pues ponen de manifiesto que en un lejano rincón del planeta, como lo podía ser la Guatemala previa a la Segunda Guerra Mundial, se discutían los grandes temas del momento y se votaba sobre ellos, y lo que es más fascinante, es que un escritor fuera testigo de ellos, de forma puramente circunstancial, y que además nos deja asomarnos por un instante a la historia, como un voyeaur, oteando a través del ojo de una cerradura.

 

-IV-

El tercer paso de Bowles.

 

El último viaje de Bowles a Guatemala ocurre en el año de 1942, a juzgar por la cadencia de recuerdos que rememora antes de referirse a nuestro país.

“En Guatemala viajamos en coche por las montañas hasta Alta Verapaz, esa extraña región de exuberantes paisajes que recuerdan las inverosímiles fotos de algunos calendarios de cocina. Luego bajamos en coche y en un pequeño ferrocarril absurdo que nos llevó traqueteante por la selva hasta un barco fluvial en el que fuimos, entre las legamosas orillas llenas de cocodrilos, hasta el lago de Izabal y, por último, río abajo hasta el golfo de Honduras. Fuimos a Quiriguá a examinar las estelas; los mosquitos eran espantosos. Oliver compró muchas figuras precolombinas. Pero cuando llegamos al aeropuerto para regresar a La Habana, se las quitaron todas.”[15]

 

El “absurdo” ferrocarril en el que viaja para salir de Alta Verapaz, era una inversión alemana, el Ferrocarril Verapaz –Ferropazco-, iniciada en 1896. El tramo del ferrocarril se extendió por 48 kilómetros, conectando las localidades de Panzós y Pancajché, aunque el tramo debía llegar hasta Tucurú, por problemas políticos y económicos la línea terminó allí. Del puerto fluvial de Panzós partían vapores hacia el Lago de Izabal, hasta los muelles de Livingston y Puerto Barrios. Para las fechas en que lo aborda Bowles, el tren ya había sido intervenido por disposición del gobierno del general Ubico. La Secretaría de Fomento ordenó la intervención del ferrocarril y sus servicios conexos el 19 de diciembre de 1941. Al año siguiente, el gobierno emitió el Decreto de fecha 12 de junio que dictaba: “…la intervención inmediata y eficaz por el Banco Central de Guatemala de los ingenios, beneficios, haciendas y fincas rústicas que produzcan artículos de exportación, pertenecientes a personas o entidades que figuraran en las listas proclamadas y publicadas en el Diario Oficial de la República”.[16] Las listas a que hace mención el decreto, nos explica el historiador económico Valentín Solórzano, incluían los nombres de empresas y propietarios de bienes de nacionalidad alemana. Estas medidas económicas tuvieron como resultado la intervención de bienes alemanes que posteriormente, en 1944 fueron expropiadas. En total se nacionalizaron 218 fincas y 300 establecimientos comerciales e industriales, que iban desde ingenios azucareros hasta bancos.[17]

Para terminar, y como constancia de los lejanos días en los que el escritor se paseó por nuestros caminos y se regodeó en nuestros paisajes transcribo un pasaje corto, que leído a setenta años de vivido, se nos antoja a la más cruel obra de ficción:

“Luego volamos a El Salvador, que por aquel entonces era una pequeña y deliciosa Suiza tropical, al menos para los turistas. Aterrizar en el aeropuerto de Ilopango era como aterrizar en el borde de un cántaro. Los restos de los aviones que no lo habían conseguido cubrían los grandes árboles…”[18]



[1] Bowles, Paul. El cielo protector. RBA Editores. España: 1992. Página 117.

[2] Bowles, Paul. Memorias de un Nómada. Editorial Mitos de Bolsillo. España: 2000. Página 220.

[3] Bowles, Op. Cit. Página 232.

[4] Dirección General de Caminos. Guia Kilométrica de las 23 Rutas Nacionales de la República de Guatemala. Tipografía Nacional. Guatemala: 1942.

[5] Ubicamos con toda certeza esta fecha gracias a que la doctor Regina Wagner, en su libro Los alemanes en Guatemala, 1828-1944, recoge interesantes datos sobre las elecciones de octubre de 1938 en la Alemania Nazi  y su impacto en los ciudadanos alemanes establecidos en Guatemala, que encajan perfectamente con los recuerdos que Bowles relata de su viaje a nuestro país. Al respecto ver el capítulo XIV de la obra de la doctora Wagner.

[6] Bowles, Op. Cit. Página 226.

[7] González, Mario Aníbal. Historia económica de Guatemala: Con énfasis en la crisis de los años 30. FLACSO. Guatemala: 2012. Página 71.

[8] Bowles, Op. Cit. Página 227.

[9] Wagner, Regina. Los Alemanes en Guatemala, 1828-1944. Editorial Afanes. Guatemala: 2007. Página 267.

[10] Wagner, Op. Cit. Página 267.

[11] Wagner, Op. Cit. Página 282.

[12] Wagner, Op. Cit. Página 351.

[13] Wagner, Op. Cit. Página 304.

[14] Wagner, Op. Cit. Página 366.

[15] Bowles, Op. Cit. Página 284.

[16] Solórzano, Valentín. Evolución Económica de Guatemala. Ediciones Papiro. Guatemala: 1997. Página 388.

[17] González, Op. Cit. Página 83.

[18] Bowles. Op. Cit. Página 283.


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