Tiziano Vecellio, “Dánae recibiendo la lluvia de oro”. Óleo sobre tela, 1553

Tiziano, Danae recibiendo la lluvia de oroDe este maravilloso desnudo existen tres versiones que Tiziano pintó a lo largo de varios años. El que aquí se presenta es, a mi criterio, el mejor de los tres y se encuentra en el Museo del Prado de Madrid; las otras versiones se encuentran en San Petersburgo y en Nápoles. La pintura fue destinada a las colecciones de Felipe II, quien al igual que su padre Carlos V, era gran admirador y mecenas del maestro veneciano.

Sobre Tiziano y su obra se ha escrito una inmensa cantidad de estudios y con justa razón se le ha considerado el más grande maestro de la pintura veneciana del siglo XVI, a expensas de Giorgione, el Veronés y Tintoretto. Se ha destacado su perfección como dibujante, su pericia en la composición y sobre todo su genio como colorista, capaz de lograr una luminosidad intensa y prodigiosa mediante las más sutiles gradaciones y contrastes cromáticos. Todo son halagos para el gran maestro, a pesar de su conocida avaricia y tacañería, tan destacadas por sus contemporáneos. Tuvo una larga vida y gracias a ello ha legado una enorme cantidad de obras magistrales, algunas que quizás sean las mejores de la llamada “Escuela veneciana”. Su estilo evolucionó en múltiples ocasiones mediante el trabajo intenso, continuado y meditativo, gracias a lo cual podemos hoy disfrutar de la gran variedad de su pintura, en la cual ninguno de sus estilos sucesivos desmerece a los precedentes en su grandeza.  Venerado en su tiempo en toda Europa, su arte era el más codiciado por las familias reales y por la nobleza laica y religiosa. Quien tuviese un Tiziano en su poder se podía considerar el más afortunado de los coleccionistas pues el maestro, que tenía un taller con gran cantidad de ayudantes y aprendices entre los cuales estuvo El Greco, siempre se abstuvo de delegar en éstos los trabajos más importantes, por lo que es su propio pincel el que se manifiesta en sus obras.

Gracias a su maestría en la ejecución de retratos se le abrieron las puertas de la mayoría de palacios reales, incluyendo el del Emperador Carlos V, en ese momento el gobernante más importante del continente, para el que pintó algunos de sus más famosos retratos, así como de su esposa Isabel y de su hijo Felipe. Tiziano y el Emperador mantuvieron una íntima y respetuosa relación durante más de un cuarto de siglo y aquel nombró a Tiziano pintor de la corona y le fueron concedidos altos cargos y honores nobiliarios, incluyendo un título de conde. Este genio ha sido uno de los artistas más reverenciados en vida, condición que no muchos otros han podido disfrutar. A pesar de su prestigio y la fortuna que ganó, jamás se durmió en sus laureles y siguió trabajando con gran empeño y perfeccionismo hasta su muerte, acaecida en 1576 a causa de una peste, cuando el artista superaba los 90 años.

Su obra abarcó prácticamente todos los temas: desde el religioso, pasando por el retrato y las alegorías, hasta la mitología clásica, tan preciada para sus contemporáneos. A esta última categoría corresponde “Dánae recibiendo la lluvia de oro”. Esta pintura representa el mito de Dánae, hija de Acrisio, rey de Argos y de Eurídice, quien había sido encerrada en una torre por su padre, ya que la profecía del oráculo había anunciado que éste sería asesinado por su nieto. Zeus, quien deseaba a la bella Dánae, se le apareció como una lluvia de oro para fecundarla y así nació después Perseo. Acrisio, temiendo la ira del dios supremo del Olimpo, no mató a su nieto, pero arrojó a éste y a su madre al mar embravecido en un pequeño cofre. Poseidón amainó la tormenta y poco después Dánae y Perseo fueron a dar a la isla de Serifos, donde Dictis, hermano del rey Polidectes, los acogió. Polidectes crió a Perseo como un hijo y éste se convirtió en un héroe legendario gracias a las hazañas que realizó para rescatar a Andrómeda, entre las cuales la más destacada fue la muerte de la Medusa. Años después Perseo, ya siendo un conocido héroe, participó en los juegos atléticos de Larisa, en los cuales también se encontraba Acrisio. La profecía se hizo realidad cuando Perseo, compitiendo en el lanzamiento de la jabalina, arrojó el venablo que, sin querer, hirió a Acrisio y le provocó la muerte.

En este cuadro Tiziano muestra un colorido tenue y sutil, propio de la atmósfera oscura de la torre en la que está encerrada Dánae. Ésta espera la lluvia con candor y entrega, como quien recibe un don preciado y hermoso. Su cuerpo es grande y robusto, como corresponde al canon de belleza de la época. Se reclina en los almohadones con un abandono lleno de ternura; su brazo izquierdo se extiende hasta la entrepierna, donde la mano acaricia suavemente el interior del muslo, mientras que el brazo derecho acaba de acariciar al perrito que dormido, parece ajeno a la escena y encarna la placidez del momento. El contraste se presenta mediante la esclava vieja y fea que está retirando con prontitud la manta que cubría el cuerpo de Dánae para recibir desnuda al dios. Zeus es una fuerza natural e impetuosa, que desciende con premura sobre la muchacha para poseerla.

La magistral composición está dominada por la extensa diagonal que, ligeramente curvada, divide en dos triángulos la obra: el triángulo superior a la derecha está reservado al dios y las energías naturales, al movimiento, a la acción, mientras que en el triángulo inferior a la izquierda se muestran la quietud, la serenidad y la resignación gozosa. El diálogo entre las dos mujeres no puede ser más antitético: una es toda belleza y entrega, la otra es toda fealdad y nervio. Tiziano llamaba a estas pinturas de temas mitológicos “poemas” y nunca más acertado el apelativo que para esta obra lírica, repleta de sensibilidad y dulzura que fue modelada gracias al pincel de este genial bardo veneciano.     

Julián González Gómez


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