“Soltar todo y largarse, ¡qué maravilla!”. Carlos Valenti en Paris, 1912.

“Soltar todo y largarse, ¡qué maravilla!”

Silvio Rodríguez.

 

Como no puede ser de otra manera, (cuando se trata de entierros de artistas en tierras extranjeras hace más de cien años), la mañana del  3 de noviembre de 1912, hacía frío y llovía. Ese día o el anterior, según el maestro Carlos Mérida[1], fue enterrado en el Cementario de Montparnasse, en la capital francesa, el pintor Carlos Mauricio Valenti, quien hacía tan sólo cinco meses había visto cumplido su sueño de establecerse en Paris para perfeccionarse en su arte. El 29 de octubre de 1912, poco antes de cumplir los 24 años, inexplicablemente, se había descerrajado dos disparos en el pecho, causándose la muerte.

Carlos Mauricio Valenti, en 1912, antes de partir a París.  (Fuente: leopl.com).

Carlos Mauricio Valenti, en 1912, antes de partir a París.
(Fuente: leopl.com).

 

 

-I-

La familia.

 

Valenti, revólver en mano, obliga a Morta, la Parca de las tijeras de oro a cortar su hilo de la vida, interrumpiendo de golpe una carrera que prometía mucho para el arte guatemalteco, como lo atestiguan las obras que de él se conservan, colgadas en las paredes del Museo de Arte Moderno Carlos Mérida, en la ciudad de Guatemala. A pesar de no superar los veinticinco años, según relato de su amigo Carlos  Mérida, Valenti era un artista que desarrollaba una obra interesante:

“Para la época en que Valenti vivió, su obra era de una audacia sin límites desde que él tomó el lápiz, su trazo fue rotundo y definitivo. Si Guatemala hubiera tenido la fortuna de que este singular artista hubiera alcanzado más edad, sería en el momento una figura internacional de acusadísimos perfiles.”[2]

Carlos Mauricio Valenti Perrillat había nacido en la misma ciudad de París, el 15 de noviembre de 1888, hijo de Carlos Valenti Sorié, italiano y de Helena Perrillat-Bottonet, francesa. Ese mismo año viaja a Guatemala, según notas de la biógrafa de su hijo, por invitación del general José María Reina Barrios, a quien habría conocido durante la estancia del militar en Europa. Aunque la información que sobre la llegada a Guatemala del padre de Valenti nos ofrece Walda es un poco confusa, Luis Luján Muñoz complementa de forma importante que halló en el Archivo General de Centroamérica el Libro de Matrimonios Civiles de la ciudad de Guatemala del año 1895, en el que consta el Matrimonio Civil de los señores Valenti y Perillot, y señala: “La familia Valenti debió de llegar a Guatemala hacia abril o mayo de 1889, pues aparece Carlos Valenti colaborando en una colecta el 3 de julio de ese año, en la ciudad de Guatemala, para la viuda y los 5 huérfanos del ciudadano italiano Angel Masselli, asesinado el 25 de abril anterior.”[3]

Al parecer, si hemos de hacerle caso a doña Walda, Valenti forma parte de ese grupo de extranjeros que arribaron a Guatemala por iniciativa de quien sería luego su presidente, el general Reina Barrios, ya mencionado, sobrino de Justo Rufino Barrios, quien había hecho estudios en el extranjero, en Estados Unidos y Europa. Carlos Valenti se estableció en el país como peluquero, inaugurando su establecimiento en la 8 avenida esquina de la 10 calle. Al parecer el establecimiento rápidamente cobró prestigio en la ciudad, pues el 8 de julio de 1889 ya está solicitando en el Diario de Centro América, “…un oficial para su peluquería, es decir que ésta ya estaba funcionando prósperamente y requería ayuda para atender a su clientela”,[4] y en el mes de agosto del año siguiente ya está solicitando la contratación de dos personas adicionales. Para 1893 el negocio se había trasladado a un nuevo local en la 9 calle poniente número 6, según información del historiador Luján Muñoz. Como nota interesante, porque dice mucho de lo emprendedor que era este italiano, informa tanto doña Walda como don Luis Luján, que fue él quien trajo el primer cinematógrafo a Guatemala, y que proyectaba cintas en el interior de la Peluquería Italiana, “utilizando parte del corredor y el patio de la casa adaptada para tal fin”, según apunta Luján. Cabe mencionar también, a manera de recomendación para los amantes de la literatura, que Dante Liano en su maravillosa novela Pequeña historia de viajes, amores e italianos, utiliza a Valenti padre para darle forma a uno de sus personajes.

 

Hermosa fotografía con recuadro de detalle del negocio de don Carlos Valenti, publicada en el interesante y bien documentado sitio carlosvalenti.org, en donde se pueden encontrar documentos e imágenes de la vida del malogrado artista.

Hermosa fotografía con recuadro de detalle del negocio de don Carlos Valenti, publicada en el interesante y bien documentado sitio carlosvalenti.org, en donde se pueden encontrar documentos e imágenes de la vida del malogrado artista.

 

El señor Valenti al parecer, tenía grandes aspiraciones para su negocio, pues muy a lo italiano, para montar su peluquería viaja a Francia para comprar todo el equipamiento necesario:

“…adquirió mobiliario ad hoc para una lujosa barbería: sillones de hierro y peltre blanco, reclinables; enormes espejos venecianos, así como un laboratorio de productos químicos para el cabellos, y un gramófono para entretener a la clientela; tal aparato marca Víctor, con el famoso perrito escuchando al amo…”[5]

 

La página dedicada a su hijo, carlosvalenti.org, ofrece una interesante colección de los anuncios que publicaba don Carlos Valenti para su negocio, y de los cuales podemos ir construyendo el éxito profesional y comercial del mismo, pues recoge las necesidades que su próspero negocio iba requiriendo, así como de los nuevos servicios que este emprendedor extranjero iba incorporando. Encontramos por ejemplo, un anuncio del 19 de junio de 1891, en el que se ofrece el servicio a domicilio de Carlos Valenti, “Peluquero Coiffeur Hair Dresser. Barbiere”, e invita a llamar al teléfono número 300 para requerir el servicio. Avisa que su negocio se encuentra “Frente a la Iglesia del Cármen.” También se ofrece el servicio de afilado de tijeras, cuchillos, corta-plumas y navajas y “toda clase de instrumentos cortantes”, “a manos de profesionales en el oficio”. Se encuentran también convocatorias para la contratación de personal adicional, que abarcan de 1890 a 1895, solicitando peluqueros, oficiales de peluquería y ayudantes, dando testimonio de las manos adicionales que iba exigiendo el establecimiento. Llama la atención de la colección de anuncios que algunos de ellos están redactados en inglés, francés y alemán, lo que nos indica que don Carlos Valenti apuntada a todo el público residente.

 

Otro anuncio publicado el Diario de Centro América, el 21 de abril de 1894, anunciando los servicios del negocio de Valenti. (Fuente: carlosvalenti.org)

Otro anuncio publicado el Diario de Centro América, el 21 de abril de 1894, anunciando los servicios del negocio de Valenti.
(Fuente: carlosvalenti.org)

  

 

-II-

El contexto histórico y cultural.

 

Guatemala era para ese entonces, una promesa de futuro. La llegada a la presidencia del general José María Reina Barrios, “Tachuela”, lleva nuevos aires de progreso. Reina Barrios había estudiado en el extranjero, como quedó apuntado arriba, y al parece trae en la cabeza muchas ideas para crear condiciones atractivas para que los extranjeros acudan en oleadas al país. Recordemos que para esos mismos años, millones de personas cruzaban el atlántico desde Europa para asentarse en los Estados Unidos, Brasil y Argentina. Reinita no quería perder esta oportunidad, pues habría que recordar también, que la migración tenía para el pensamiento liberal de la época un valor casi supersticioso, de acuerdo al cual las sangres europeas insuflarían nueva vida a las adormecidas razas americanas, consideradas débiles por el mestizaje. 

En alguna otra cápsula hemos mencionado que Reinita tenía ideas muy claras sobre cómo hacer atractivo a nuestro país. Una de ellas, pretendía era hacer de la ciudad de Guatemala un lugar habitable, cómodo y excitante para que los extranjeros decidieran asentarse en esta somnolienta república. De allí que remozara el Teatro Colón, que creara un ambicioso plan para el Paseo de la Reforma, que era también un inmenso parque a imitación del Bois de Bologne de París y los Campos Elíseos, infraestructura adecuada mediante la habilitación del muelle en el Atlántico, más tarde bautizado como Puerto Barrios en su honor. Pero también entendía el presidente la necesidad apremiante de educar a la población. Y educar no solamente en el sentido de formación básica, como enseñar a leer y a escribir, sino formar también el sentido estético de las personas, educar a la población (de la capital al menos) en las corrientes artísticas en boga en ese momento. Se trataba de enseñar, por ejemplo, mediante la colocación de estatuas de manufactura clásica en los jardines del paseo 30 de junio, alegorías sobre las artes, la historia y la cultura europeas.[6]

Es en ese espíritu que:

“Lo primero que el mandatario ordena es la creación de un Instituto de Bellas Artes el cual se inaugura el 15 de septiembre de 1892. En el plantel se integra un claustro de artistas dispersos en la historia entre los que se localizan arquitectos como José Bustamante, quien fue su primer director. Entre sus maestros destacan los nombres de Francisco Monterroso, el escultor Rafael Pilli, el arquitecto C. T. Wilson, Emilio González Flores y Antonio de Arcos. Todos relacionados a obras de las que ya casi no quedan registros y, probablemente, afines a la Casa Contratista de Francisco Durini Vassalli, quien estaba activo en Guatemala desde el gobierno de Justo Rufino Barrios”[7]

 Los proyectos artísticos y culturales impulsados por el presidente Reinita también incentivaron la llegada de otros artistas, como es el caso del italiano Antonio Doninelli, que era escultor, pintor y arquitecto, el español Tomás Mur (autor del hermoso monumento a Cristóbal Colón que decora actualmente la Avenida de las Américas), su compatriota Justo de Gandarias y el venezolano Santiago González, autor del magnífico grupo escultórico de inspiración clásica que decoraba el tímpano del Templo de Minerva en el Hipódromo del Norte, dinamitado por uno de los irresponsables alcaldes que han desfilado por el Palacio de la Loba y del que afortunadamente he olvidado el nombre, pero sí recuerdo que la criminal e injustificada acción se llevó a cabo durante el gobierno de Jacobo Árbenz.

Es en este ambiente en el que transcurre la infancia de Carlos Valenti, tercer hijo del migrante, quien se destaca por su dedicación en los estudios, y quien inicialmente mostraba inclinación hacia la música, estudiando, nos informa doña Walda, con el distinguido maestro Herculano Alvarado.[8] Sin embargo, uno de sus hermanos mayores Emilio, se inscribió en la Academia de Bellas Artes, quien regresaba a casa entusiasmado con las ideas que se discutían en sus aulas, impactando con fuerza en Carlos, quien a los 13 años decide abandonar sus estudios musicales y se escribe también en la referida academia, la que a la sazón, estaba dirigida por el venezolano Santiago González.[9]

 

-III-

La forja del artista. 

Afirma doña Walda que Carlos fue un aventajado estudiante de la academia, destacando por su talento para el dibujo, llamando la atención del propio Santiago González. En el ambiente artístico, inevitablemente, Carlos traba amistad con otros personajes que habrían de definir su carrera y en última instancia, su vida. Conoce por ejemplo al español Jaime Sabartés, quien había venido a Guatemala a trabajar con su tío Francisco Gual, quien era propietario de un almacén de ultramarinos llamado El Tigre, en el Portal de Comercio.[10] Alrededor de Sabartés, quien luego sería secretario privado de Pablo Picasso, a su regreso a Europa, se conforma una “peña de artistas” jóvenes, en su mayoría quezaltecos, como Carlos Wyld Ospina, Rafael Rodríguez Padilla, Rafael Arévalo Martínez, Rafael Yela Gunther, los hermanos de la Riva, Carlos Mérida y Carlos Valenti, en cuya casa solían reunirse para sus tertulias.[11] Luján cita una breve biografía de Yela Gunther, escrita por un primo hermano del escultor, de la que saca una interesante cita: “Durante este tiempo, con los pintores Carlos Valenti y Carlos Mérida, formó un grupo de acción que inició en Guatemala un movimiento de arte moderno. Se reunían en el estudio de éste, discutían, disparataban y celebraban, las noches de los sábados, fiestas de artistas con literatos poetas, pintores y músicos, todos jóvenes.”

El grupo se consolida por el año de 1910, año en el que conviene apuntar, la familia Valenti ya era dueña del Cine Valenti, ubicado en la 9 calle, entre 8ª y 9ª avenidas, en donde actualmente se encuentra la sede del Artecentro Paiz. Carlos Valenti participaba de las juergas del grupo de artistas, pero al decir de su pariente, doña Walda, el pintor “…Era sobrio en la bebida; mientras los otros se daban a la borrachera, Carlos los acompañaba divertido; mas como detestaba la vulgaridad, seleccionaba discretamente sus aventuras y las guardaba en reserva…”[12], Valenti era entonces, un hombre discreto y un artista de tiempo completo.

De la conformación de ese inquieto grupo, Carlos Mérida recuerda:

“Conocí a Valenti cuando llegué por segunda vez, desde mi tranquila Quezaltenango, a la ciudad capital, en busca de momentos mejores para algo que en mí era aún confuso y sin definición; tenía yo apenas 17 años de edad. Me encontré, entonces, con un grupo de jóvenes pintores que laboraban en gran cohesión, y que capitaneaba Jaime Sabartés, un catalán venido a Guatemala en busca de fortuna….”[13]

 

Según Mérida, la personalidad más interesante de todo el grupo la tenía Valenti. “Su personalidad era atrayente, a pesar de sus ensimismamientos y de su introspección. Todos le queríamos…”, afirma en sus recuerdos sobre su malogrado amigo. En esas mismas notas señala que Valenti, a su llegada a Europa, era preso de una aguda neurastenia, una enfermedad nerviosa, que también aquejó al escritor Gómez Carrillo y al poeta Rubén Darío, y que podría explicar su decisión final de quitarse la vida, aunque, como veremos más adelante existían otras razones externas que pudieron llevarle a esta trágica acción. Según su amigo Mérida, Valenti era un artista integral, que gustaba de la pintura al aire libre, al igual que los impresionistas, y recuerda con un dejo de nostalgia y ternura: “Conservo para mi deleite dos pequeñas telas, pintadas en un día lluvioso, allá en el viejo Potrero Corona, la luz, la delicadeza del color, la sensibilidad de la textura…”[14]

Algo habrá sucedido con los negocios de don Carlos, pues éste marcha rumbo a Italia, dejando a su familia en Guatemala. Doña Walda apenas se refiere al suceso como al “fracaso, tanto de la barbería como del cine”, pero hablar de fracaso de un negocio que ya tenía 20 años de estar funcionando nos parece, a lo sumo, inexacto. ¿Alguna inversión habrá salido mal? La salud de doña Helena nos podría dar pistas, pues fallece el 25 de febrero de 1911, luego de una larga agonía, dejando un hondo sentimiento de zozobra en su hijo. ¿Habrá sido esta enfermedad la causa de la ruina de su esposo? No lo sabemos, pero lo cierto es que para la muerte de la señora Perrillat, ella está viviendo con su hijo en otra casa, ya no en donde funcionaba el cine, sino en el Callejón de Dolores, en la 9 calle A 3-61 zona 1, según indicaciones de Walda. Asimismo, nos informa que su hermano Emilio, regentaba para esas fechas el Cine Olimpia. Pero en todo caso, la situación familiar habrá estado tan complicada que la familia Doninelli, tiene que prestar su mausoleo para que en él reposen los restos de doña Helena. Llama la atención la ausencia de datos de doña Blanca Valenti, hermana del artista, que estaba casada con un magnate de la exportación de café de la época, al decir de doña Walda, Federico von Gerlach, quien vivía en una lujosa mansión en la Finca Los Arcos, en la actual zona 14 de la capital.

La quiebra familiar y la muerte de su madre tuvo que impactar en la delicada alma de su hijo. Carlos abandona el hogar, incapaz de sostenerlo y es recibido en casa de su hermano Emilio, quien estaba casado con Ana Doninelli, y quienes le habilitan un dormitorio y un estudio en el segundo patio de la casa para que el artista continúe con su trabajo. En el actual Museo de Arte Moderno puede contemplarse la pintura titulada El Patio, que pintó Valenti y que reproduce el espacio que su hermano le acondicionó por su acceso a la luz. Ese estudio se convirtió en un rincón de bohemia, adonde acudían los amigos de Valenti para alegrarlo y sacarlo de su ánimo sombrío, pero los continuos choques de carácter con su hermano Emilio, presumimos, lo obliga a instalarse en la casa de los Gerlach-Valenti. Blanca aparece en la vida de su hermano luego de la muerte de su madre, cuando le ofrece una habitación en la mansión familiar de los Gerlach, adonde se traslada meses antes de partir a la capital francesa.

Cuenta doña Walda:

“En relación al viaje de Carlos Valenti, no se sabe cómo lo financió: si su madre había dejado algo para él (la señora poseía muy buenas alhajas); o si la hermana proporcionó los medios; sin embargo, en cierto momento comunicó a los hermanos Anita y Emilio, y a Mérida, su determinación de partir en fecha próxima y exhortó a éste último a acompañarle.”[15]

 Los dos amigos parten rumbo a Europa a barco carguero Odembalt de la Hamburg-Amerika Line, en el que se embarcan en Puerto Barrios, hasta donde los había ido a despedir la peña de artistas. Cada pasaje había costado 100 dólares, reunidos con especial dificultad por Carlos Mérida, quien tuvo que recurrir a la ayuda de su padre para que le subsidiase el pasaje. El 20 de mayo de 1912 el barco parte rumbo al Viejo Continente. 

 

-IV-

Ver París y después morir.

 

Luego de treinta días de navegación, el vapor llega al puerto francés de Le Havre llegando finalmente los artistas a París el 15 de junio de 1912.[16] En la capital francesa tuvieron contacto con los artistas más famosos del momento, con quienes incluso llegaron a convivir, como el caso de Amedeo Modigliani, se presentaron ante Pablo Picasso, gracias a una carta de presentación que les escribió Sabartés, Kees van Dongen, Georges Braque, Guillaume Apollinaire, André Bretón, Piet Mondrian y Max Jacob.[17] De sus pinturas de la época llama la atención El Dandy, de la que en alguna parte leí que bien pudo inspirarse en su compatriota Enrique Gómez Carrillo, quien para esas fechas era uno de los escritores en lengua española más leídos, y quien acababa de publicar una serie de magníficos libros relatando sus viajes por los pasajes más exóticos del mundo. En el año de 1912 precisamente, viajaba al Imperio Otomano, “El hombre enfermo de Europa”, del que escribirá luego Jerusalén y la Tierra Santa. Según los recuerdos de Miguel Ángel Asturias y Epaminondas Quintana, la casa de Gómez Carrillo era lugar acostumbrado de romería para los artistas latinoamericanos que desembarcaban en Francia, aunque no siempre fueran bien recibidos por el excéntrico escritor guatemalteco.

De esta época se conserva una carta que ha sido citada ampliamente por los que se han acercado a la vida fugaz de Valenti, y yo no puedo ser la excepción. Escrita para Agustín Iriarte, pintor guatemalteco que para esas fechas se encontraba en Roma, le comenta con abrumadora desesperanza: “…Sólo Dios puede juzgarme, vivo como un mueble, animalmente, creo que el espíritu se ha evaporado de mi cuerpo, que no tengo alma, soy un mísero animal viviente…”[18] González Goyri, en unas breves reflexiones que le dedica a su compatriota apunta, respecto al tono sombrío de su carta dirigida a Iriarte:

“…no hace falta profundizar mucho para darse cuenta del tono triste y melancólico que envolvía a Valenti. Se puede palpar la inquietud que lo consumía, su emoción desmedida, pero a la vez, cierta timidez e inseguridad producto de sus dudas y vacilaciones. Luchaba con su propio demonio, pero además, su salud física ya estaba muy deteriorada. Esa serie de conflictos, de obsesiones ya colindantes con la locura lo llevaron al final que ya todos sabemos…”[19]

 ¿Qué fantasmas atormentaban el alma de Carlos Mauricio Valenti? ¿Qué desesperación oculta lo habrá llevado a quitarse la vida, de un disparo en el corazón? Ya sabemos que el alma de Valenti es extremadamente sensible, como la de cualquier artista; le sumamos la neurastenia, enfermedad nerviosa que típicamente producía en quien la sufría, grandes dolores de cabeza que podrían provocar alucinaciones y cambios bruscos en el estado de ánimo; sumemos también la desesperación ante la quiebra económica de la familia y la desesperanza por la muerte de su madre, de quien era muy apegado, y a quien cuidó esmeradamente, junto a ella en todo momento y testigo de su dolorosa y larga agonía. Adicionalmente Valenti era tímido con el sexo femenino, inseguro con respecto al valor de su obra, y para colmo, sus facultades oculares disminuían paulatinamente.

Walda Valenti, en su aproximación biográfica nos ofrece  indicios adicionales que podrían explicar la fatal determinación de quitarse la vida. Cuenta doña Walda que los médicos guatemaltecos le habían diagnosticado a Carlos Mauricio Valenti, diabetes y un trastorno del sistema vegetativo y funcional, (lo que quiera que eso signifique), pero que se manifestaba físicamente en sus pinturas, que a veces adquirían una tonalidad sucia, producto de las retinas dañadas.[20] En un principio, Valenti había guardado esperanzas de recuperación, pero al parecer la enfermedad se habría agudizado, minando los ánimos de Valenti, quien en principio había viajado a París con el objeto de participar en el Salón de los Artistas de 1915, con la esperanza de deslumbrar con su trabajo. La enfermedad ponía en serias dudas este propósito.

Carlos Mérida, por razones de edad y por el entusiasmo que le provocaba el estar viviendo en el centro mismo del arte mundial, no se tomaba en serio la dolencia de su amigo y solía tranquilizarlo diciéndole que no se preocupara, que ya estando en París podrían consultar a los mejores médicos del mundo, para que pusieran fin a la degeneración de su vista. Ante los comentarios optimistas de Mérida, su amigo le contestaba, sombrío: “Me siento defraudado en mis propósitos; frustra el hecho de comprobar día a día la disminución de mi campo visual…”, o bien: “Cuando veo retrospectivamente me convenzo de haber perdido el tiempo; causa de mi precaria salud, la ingrata diabetes que no me abandona; del medio árido de nuestra patria y de mis sentimientos de hijo apegado a su madre…”[21] De acuerdo a la información que nos proporciona doña Walda, una recaída diabética que le provocó molestias visuales obliga a Valenti a acudir al médico, quien le receta “…descanso absoluto y abandono inmediato de la pintura a fin de evitar el más mínimo esfuerzo visual”[22], Valenti alcanzó a escribirle a su hermana Blanca en el mes de agosto de 1912 preso de la angustia, que sufría ataques de poca visión, que cuando se encontraba solo lo dejaban perdido en las calles de la ciudad, debiendo recurrir a algún transeúnte o un policía para volverse a ubicar.

Según Mérida, nada extraño anunció la fatal determinación de su amigo de quitarse la vida. Tan sólo un ensimismamiento quizás más acusado, que bien pudo atribuirlo al frío clima parisino de finales de octubre, a sus cielos plomizos y al viento gélido soplando en sus calles. De hecho, según relató Mérida a la sobrina de Valenti, Walda: “Esa mañana estábamos trabajando en la escuela todos reunidos, cuando me percaté de su ausencia al no verle a su caballete, ante el cual se había sentado una hora antes. No obstante, seguí pintando, sin recelo, porque había amanecido aparentemente tranquilo…” [23] Y es que el carácter de Valenti tendía a la melancolía, al silencio. Le cedo la palabra a Mérida otra vez, citado por Walda Valenti, quien tuvo el privilegio de entrevistar al pintor al respecto:

“Mas sucede que yo desde joven tengo presentimientos: me ocurre muy a menudo sentir reacciones extrañas en el plexo solar cuando algo va a sobrevenir, e impulsado por estos fenómenos, salí de clase y rápidamente me dirigí a casa. Llegué y tembloroso abrí la puerta, dándome cuenta de que la cortina de su cubículo estaba corrida. Su sombrero sobre el caballete, como solía dejarlo siempre que regresábamos de la calle. Se acentuó mi duda, ansia e incertidumbre, y me acerqué a indagar y a abrir la cortina esperanzado de poder aliviarlo en alguna súbita enfermedad, pero desgraciadamente ¡había llegado demasiado tarde! Horrorizado comprobé al verle tendido en la cama con un revólver en la mano, que se había disparado al corazón. ¿Cuándo adquirió el arma? (…) Cuando llegaron las autoridades y amigos, verificaron su muerte causada por dos tiros en el pecho…”[24]

Continúa relatando Mérida que inmediatamente avisó del suceso a unos amigos compatriotas, Roberto Montenegro y Tito Leguizamón, y avisaron a las autoridades, quienes tomaron posesión del estudio y “…de los contratos de la casa firmados por él, de manera que el estado cerró el taller y a mí me pusieron preso dos o tres días, hasta comprobar mi inocencia…”. Cuenta doña Walda que en una ocasión le relató Jacobo Rodríguez que su padre se encontraba en un café cercano al piso de Mérida y Valenti en compañía con Ricardo Castillo esa mañana de noviembre y que pasó Carlos Mérida corriendo, agitado, llorando y les dijo: “¡Valenti se ha matado!” y enlazo estos recuerdos con el hermoso relato imaginado por Eduardo Halfon en su novela breve, brevísima por desgracia Esto no es una pipa: “Yo no lo maté. Así les dije, esposado, en grilletes, hambriento, a los gendarmes. Pasé tres noches en la cárcel mientras ellos hacían sus averiguaciones. Me llamo Carlos Mérida, dije en un mal francés. Tengo veintiún años. Soy guatemalteco, una mezcla de español e indígena. Soy músico pero más pintor. ¿Qué hace usted en Francia?, me gritaron. Venimos juntos, él y yo, hace cinco meses…”[25]

Según el recuento periodístico que se puede consultar en la mencionada página dedicada a la memoria del pintor, la noticia llegó a Guatemala casi inmediatamente, pues la noticia impresa veía la luz el día 31 de Octubre de 1912. En las páginas del Diario de Centro América se anunciaba: “Carlos Valenti. Ayer tarde recibimos la inesperada noticia de que ha muerto en París, de resultas de rápida y violenta enfermedad, el joven don Carlos Valenti, que vivió siempre en Guatemala y que hacía poco se había ido a Europa para entrar a un Instituto de bellas artes y perfeccionar sus ya notables conocimientos e innatas aficiones a la pintura y a la escultura…” Y en el diario El Nacional, el mismo 31 de octubre encontramos una nota más informada, que transmite en toda su tristeza la sorpresa y turbación que causó la noticia en Guatemala: “El Arte de Duelo. Hay ocasiones en que quisiéramos que el cable estuviera interrumpido, que no funcionara nunca. Porque si bien las malas noticias son siempre dolorosas, comunicadas con el terrible laconismo del cable, dejan sumida el alma en una doble tortura: el dolor vivísimo, y el ansia de ‘saber más’, de saber ‘como fue’. ¡Carlos Valenti, h. ha puesto fin a su vida!…”

En los días siguientes fueron apareciendo notas con más información sobre el triste fin del artista. El 4 de noviembre uno de los artículos de portada del Diario de Centro América anunciaba a varias columnas la muerte de Valenti ilustrado con la fotografía hecha en su estudio, que encabeza este ensayo. Al día siguiente por otro artículo de portada con información adicional. Un año después, el 11 de noviembre de 1913, Alberto Aguilar conmemoraba un año del suicidio con un artículo titulado simplemente Carlos M. Valenti.

El dolor que causó la muerte del joven talentoso y carismático Valenti se concentra en todo su desconcierto en el texto que escribía uno de sus amigos, compañero de tertulias bohemias y talentoso escritor, Carlos Wyld Ospina, el 15 de noviembre de 1912, día del cumpleaños del pintor, en un sentido homenaje decía:

“Una esquela de defunción… Y, al abrirla, el nombre querido, el nombre pronunciado tantas veces en los momentos de recuerdo y que ya viene como envuelto en la sombra, trayendo un poco de eternidad. Una gran estupefacción nubla el cerebro, quizás porque la muerte siempre nos parece un hecho absurdo. Algo, como arrancado de un tirón brutal, sangra allá adentro del pecho (…) Misterio de las vidas… Uno, el amigo más lógico, tratar de explicar clara, científicamente, el desastre. El más moderado aduce razones morales. El otro se pierde en psicologías sutiles. Pero todos, al fin, -todos los íntimos- comprendemos que nuestras palabras son huecas, tristemente inexpresivas. Y concluímos por callar, y así, en silencio, es cuando sentimos la angustia, el vacío extraño, que entre uno y otro ha dejado a su paso la Intrusa…”[26]

 



[1] Valenti, Walda. Carlos Valenti. Aproximación a una biografía. Serviprensa Centroamericana. Guatemala: 1983. Página 50.

[2] Luis Luján Muñoz. Carlos Mérida, Rafael Yela Gunther, Carlos Valenti, Sabartés y la plástica contemporánea de Guatemala. Separata de la Revista Anales de la Academia de Geografía e Historia de Guatemala. Tomo LVI, Enero-diciembre, 1982. Página 281.

[3] Luján Muñoz, Op. Cit., Página 278, nota 23.

[4] Luján Muñoz, Op. Cit., Página 278, nota 24.

[5] Valenti, Op. Cit. Página 16.

[6] Rodolfo Sazo Avendaño, colega y amigo queridísimo, ha estado investigando ampliamente estos aspectos, y espero próximamente abrir el espacio de éstas cápsulas para sus hallazgos para compartir con quienes estén interesados datos exhaustivos sobre este tema.

[7] Monsanto, Guillermo. El Universo de Carlos Mérida. Catálogo de la exposición homónima realizada por la Fundación Paiz para la Educación y la Cultura. Print Studio, Guatemala: 2011. Página 15.

[8] Valenti. Op. Cit. Página 19.

[9] De Santiago González contamos con poca información para reconstruir su vida, pero en la biografía de Walda Valenti encontramos quizá la mayor cantidad de datos disponibles, gracias a los que sabemos que González fue alumno de Rodin, y que traba amistad con un joven Antonio Doninelli cuando éste llega a Paris en compañía de su padre, y que es Doninelli quien, ya instalado en Guatemala, invita a don Santiago a instalarse en el país, y le acondiciona un alojamiento en su casa y en su taller posteriormente. Aquejado por una tuberculosis, don Santiago abandona el taller de los Doninelli y se dedica a la docencia, a partir de 1908, en la Academia de Bellas Artes. Sin embargo, moriría poco después, el 3 de octubre de 1909, siendo inhumado en el panteón de los Doninelli en el Cementerio General. Ver nota número 5 de su biografía.

[10] Valenti. Op. Cit. Página 22.

[11] Luján. Op. Cit. Página 280.

[12] Valenti. Op. Cit. Página 27.

[13] Mérida, Carlos. Carlos Valenti (1958). En: Luján Muñoz, Luis. Carlos Mérida, precursor del Arte Contemporáneo Latinoamericano. Serviprensa Guatemala. Guatemala: 1985. Página 123.

[14] Luján Muñoz, Op. Cit. Página 124.

[15] Valenti. Op. Cit. Página 36.

[16] Monsanto. Op. Cit. Página 17.

[17] Cito en extenso a Walda Valenti: “Una carta de Sabartés le presentó a Picasso, que se hallaba instalado en el Bateau-Savoir, rue Ravignan, en una casucha bastante destartalada, donde docenas de lienzos, colocados por todos lados, daban fe de la incansable busca pictórica de aquel bohemio; pero conociendo Valenti, él mismo, de esa pasión, no lo sorprendió tanto afán. Mérida recuerda, a propósito, que hablaron largamente sobre el amigo Sabartés, y Picasso mostró curiosidad de saber algo relativo al medio guatemalteco y de los grupos étnicos. No se sabe si la amistad continuó, aunque el grupo de maestros y alumnos se reunía casi diariamente en el Bar Boulier, en el cual la tertulia se prolongaba hasta avanzadas horas de la noche…” (Página 47).

[18] Luján. Op. Cit. Página 283.

[19] González Goyri, Roberto. Reflexiones de un artista. Serviprensa. Guatemala, 2008. Página 213.

[20] Valenti, Op. Cit. Página 48.

[21] Valenti. Op. Cit. Página 48.

[22] Valenti. Op. Cit. Página 47.

[23] Valenti, Op. Cit. Página 49.

[24] Valenti , Op. Cit. Página 49.

[25] Halfon, Eduardo. Esto no es una pipa. Saturno. Punto de Lectura. Guatemala: 2007. Página 17.

[26] Luján. Op. Cit. Página 284. En la biografía de Walda Valenti el mismo discurso aparece fechado el 4 de noviembre de 1912, pero no cita su procedencia. Luján explica que se escribió para conmemorar su cumpleaños número 24.


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