San Juan Bautista, Leonardo da Vinci. Óleo sobre tabla, hacia 1508-13

leonardo-da-vinci-painting-st-john-baptistSi alguna vez ha existido alguien a quien se le ha aplicado el apelativo de genio universal,  sin ninguna duda ha sido a Leonardo da Vinci. Pintor, inventor, anatomista, ingeniero hidráulico y militar, músico, poeta y muchas cosas más, Leonardo era un ilusionista nato, un demiurgo del conocimiento, un visionario y una de las mentes más inquisitivas que hayan existido. Conocemos muchos datos de su vida y por suerte se han conservado gran parte de sus apuntes escritos de derecha a izquierda, acompañados por sus bellos dibujos. Estudiando estos códices invaluables, hemos tratado de descifrar su mente y entender sus pensamientos, pero algo oscuro subyace tras esos apuntes que no logramos descifrar: ¿qué lo impulsaba a investigar tan incansablemente tantos y tan variados aspectos de este mundo?  A través del análisis de sus dibujos, bocetos y pinturas hemos tratado de descubrir sus facetas más sensibles, pero Leonardo siempre se nos escapa por el rincón menos esperado. Desde Vasari a Freud, sus biógrafos han podido esbozar bastante bien aquellos aspectos más manifiestos de su vida, pero cuando han intentado penetrar en sus pensamientos y preguntarse: ¿por qué? evidentemente han fracasado. Leonardo, quien murió hace cerca de quinientos años, sigue siendo lo que fue durante su vida en esta tierra: un misterio.

Trabajó para muchos patrones, pero solo les dedicó una ínfima parte de su potencial. Muchas de las obras que inició no las logró terminar. Sus frescos más importantes están arruinados o ya no existen. La Santa Cena, pintada en el refectorio de Santa María delle Grazie durante su larga estancia en Milán, se arruinó por utilizar una técnica de su invención antes no probada y hoy es solo una sombra vaga y difusa. La Batalla de Anghiari, quizás su fresco más ambicioso, se empezó a deteriorar casi inmediatamente después de haberlo concluido y desapareció. El fabuloso monumento ecuestre dedicado a Francesco Sforza, al cual le dedicó gran cantidad de años en su preparación, nunca pudo ser fundido y la maqueta de arcilla a escala real, que era lo único que había podido hacer hasta ese momento, fue destruida a flechazos por los franceses cuando invadieron Milán en 1500. Son muy pocos los cuadros que se le atribuyen con seguridad, la mayoría obras maestras incluso sin haber sido acabadas, como es el caso del San Jerónimo o la Adoración de los Magos. Era tan portentoso su genio que aún sus obras de aprendiz se han considerado obras maestras. Leonardo entró de muy joven como aprendiz en el taller de Verrocchio, uno de los artistas más importantes de Florencia durante el siglo XV. Escultor y pintor, Verrocchio enseñó al joven Leonardo todo lo que éste necesitó para convertirse en seguida en un genio de las artes. Se dice que el maestro estaba realizando un encargo especial: una pintura del Bautismo de Cristo y permitió al joven aprendiz que pintara el ángel que se encuentra a la izquierda de la composición, lo cual éste hizo con presteza y rapidez. La leyenda dice que cuando Leonardo le mostró a su maestro el ángel que había hecho, éste se quedó tan conmovido por su belleza y la maestría de su ejecución que nunca más volvió a pintar nada. No sabemos si esta historia es sólo una leyenda o si es verdadera, pero Leonardo mostró sus dotes desde muy joven.

Nacido en Vinci, pequeña población cercana a Florencia, era hijo ilegítimo de un prominente notario de la capital toscana. Considerado ya un gran artista desde su juventud y muy solicitado, su vida transcurrió entre Florencia, Milán, Mantua, Roma, Venecia y finalmente en Francia, donde murió en 1519, a los 67 años. La única fortuna que dejó ¡y qué fortuna!, fueron algunos de sus cuadros, entre ellos la Gioconda, sus apuntes y sus bocetos. Estuvo al servicio de los más poderosos señores de su tiempo: Lorenzo de Médicis, Ludovico Sforza, César Borgia y Francisco I de Francia. Todos admiraron y alabaron su genio e inventiva, pero su vida interior siempre fue desconocida. Nunca se casó, quizás porque no tenía tiempo para dedicarlo a una familia, nunca profesó mucho la religión y sus discípulos decían de él que se dedicaba a la las artes ocultas, o a cosas aún más prohibidas, como diseccionar cadáveres para sus estudios anatómicos, lo cual era cierto. En todo caso no hay nada totalmente seguro, no hay más que sus apuntes reunidos en cuadernos, que nos hablan sobre sus investigaciones, inventos y descubrimientos.  Hay muy poca correspondencia y ésta siempre es de carácter profesional.  Hay algunas reflexiones, todas valiosas y certeras, pero generales. Su pintura muestra personajes llenos de ambigüedad, misteriosos como él. Inventó el sfumatto, una técnica de tenue gradación lumínica que envuelve sus modelos y su entorno, convirtiéndolos en vaporosos y, a pesar del dibujo preciso, sus contornos se escapan hacia el fondo o, según se considere, emergen de él como apariciones.  A Leonardo no se le puede advertir sólo en la estructura compositiva, en los suaves tonos y gradaciones, en el cromatismo matizado.  Se puede empezar a entender a Leonardo, el pintor y quizás el ser humano, cuando se observan con mucha atención los ojos, los labios y las manos de sus personajes. Nadie antes o después ha pintado estos atributos como él.  Los tres revelan una profundidad psicológica que es de tan fino matiz que para la mayoría pasan inadvertidos. No hay teatralidad, aspavientos, estereotipos, recursos dramáticos o estridentes, ni siquiera en los rostros de los atormentados. Pero en algunas ocasiones se puede ver una inmensa ternura, como en el rostro de la Virgen en el cuadro de Santa Ana, la Virgen y el Niño del Louvre.

Hay una suave ironía, casi imperceptible, que se advierte en esas miradas, de ojos nunca demasiado abiertos o demasiado cerrados y también en las comisuras de los labios, con un suave toque de penumbra que hace que aparezca una especie de sonrisa sumamente velada. No hay dolor o alegría, sólo ironía también en las manos, como si se aprestaran a cambiar su posición en cualquier momento, justo cuando esos pensamientos que hacen que los ojos y los labios adquieran esa sutil expresión cambian. Leonardo pintó a sus modelos en ese preciso instante, en ese segundo en el cual el universo entero se muestra tal cual es a la mente y se descubre el secreto máximo, ¿cuál será? Nunca lo sabremos, porque su secreto se fue con él, Leonardo no pintó a sus modelos, sino que a través de ellos se retrató a sí mismo. Recientes estudios han tratado de evidenciar que la Gioconda, su más famosa obra, es en realidad un retrato del propio Leonardo y no de Lisa, esposa de Francesco del Giocondo. Puede ser, pero en todo caso este genio no reproducía su apariencia externa, salvo cuando lo hacía a propósito, como en su famoso autorretrato dibujado con sanguina. En sus retratos, Leonardo representaba sus propios pensamientos y los ponía en los rostros y las manos de sus modelos. De ahí su profundidad, de ahí su misterio, que ha servido para generar múltiples teorías sobre su vida, algunas inverosímiles y otras descabelladas.

El San Juan que aquí se muestra, es una de sus más misteriosas obras y también una de las más sutiles. Este joven de sexualidad ambigua emerge de la oscuridad suavemente, gracias al sfumatto, hasta revelar su rostro y su cuerpo en una tenue, pero precisa luz ámbar que lo envuelve completamente. Vestido con pieles y de pelo largo y rizado, nos mira con esos ojos llenos de implicaciones y sus labios esbozan apenas su sonrisa, con esas comisuras que nos dicen algo que sabemos, pero que no podemos describir en términos objetivos. Su mano izquierda, que sostiene una pequeña cruz, toca su pecho justo donde está el corazón, implicando un sentimiento, que no un drama, mientras su mano derecha señala hacia arriba con el índice, sin estar muy cerrada o empuñada, suavemente. La calma lo envuelve todo aparentemente, pero más allá hay una profunda inquietud, quizás una revelación, que ayuda a incrementar el oscuro fondo y, en contraste, la intensa y mórbida luz que hay en su frente y su hombro. ¿Qué nos está diciendo San Juan?, ¿acaso es un mensaje sólo de sentido religioso?, la respuesta es secreta, y es mejor que sea así. Leonardo es misterio y arte grandioso, profundo y abismal, pero colmado de un genio sin límites.  

 

Julián González Gómez

 


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