Otra de exploradores. El viaje de George Alexander Thompson a Guatemala. II Parte

Interesante testigo de la república temprana

Rodrigo Fernández Ordóñez

George Alexander Thompson, súbdito inglés, exsecretario de la Comisión Mexicana de Su Majestad Británica y Comisionado para informar al gobierno británico sobre el estado de la República Central, sube al buque ‘Tartar’ en el Puerto de Acapulco. Luego de cinco días de navegación, llega al Puerto de Acajutla, puerta de entrada de la República Federal de Centroamérica, en donde desembarca el día 9 de mayo de 1825 a las 12 del día. Su relato ofrece  un esbozo fascinante de una república recién fundada que todavía no había caído en el remolino de la guerra civil y el caos. Su relato optimista, refleja las esperanzas que habían depositado en el país, tanto nacionales como extranjeros.

 

Escudo del Estado de Guatemala en la República Federal de Centro América. La pintura original se conserva actualmente en el Museo Nacional de Historia, ciudad de Guatemala.

Escudo del Estado de Guatemala en la República Federal de Centro América. La pintura original se conserva actualmente en el Museo Nacional de Historia, ciudad de Guatemala.

-I-

El 18 de mayo de 1825, un día después de haber llegado a ciudad de Guatemala, capital de la República Federal de Centro América, el señor Thompson empieza su misión pseudo oficial, pues bien señala el viajero que pese a tener instrucciones claras y precisas de su Gobierno, carecía de credenciales o nombramiento oficial que lo acreditara ante el gobierno federal. Sin embargo, el gobierno federal lo recibe cordialmente, interesados sin duda, en que su visita sea un éxito para las futuras relaciones de la naciente república con Inglaterra.

La recepción es deferente. El ministro de Relaciones Interiores y Exteriores de la Federación, Marcial Zebadúa, lo recibe en su despacho y luego de conversar sobre su país natal, en el que Zebadúa sirvió dos años, lo conduce a la presencia del presidente de la república, general Manuel José Arce. Thompson omite mencionar los detalles escabrosos de la elección de Arce, producto de una vulgar componenda en el hemiciclo del Congreso Federal, a costa de la cabeza política de José del Valle. El presidente Arce es sumamente cordial con el inglés a quien indica que a partir de ese día “debía considerarlo con el doble carácter de presidente de la República y (…) Manuel de Arce, su amigo”. Ese mismo día, luego de la entrevista presidencial, es presentado al marqués de Aycinena.

“Un tercer mapa, que se copió con permiso del Gobierno del original que está en el Congreso, era desde un punto de vista general, el que merecía más confianza.” Más adelante en su relato nos cuenta: “Por el deseo de procurarme un mapa de las delimitaciones de los cinco Estados recientemente establecidos, me fui a ver a Valle, la persona más llamada a ayudarme en este asunto; pero no fue pequeña mi decepción. Cierto es que se había hecho el deslinde por acto legislativo, pero aún no se había levantado un mapa para ilustrarlo. De suerte que tomamos uno de los de Arrowsmith que lo llevaba y trazamos en él con lápiz las divisiones.” El mapa al que hace referencia Thompson fue incluido en la edición original del libro en folio desplegable.

“Un tercer mapa, que se copió con permiso del Gobierno del original que está en el Congreso, era desde un punto de vista general, el que merecía más confianza.” Más adelante en su relato nos cuenta: “Por el deseo de procurarme un mapa de las delimitaciones de los cinco Estados recientemente establecidos, me fui a ver a Valle, la persona más llamada a ayudarme en este asunto; pero no fue pequeña mi decepción. Cierto es que se había hecho el deslinde por acto legislativo, pero aún no se había levantado un mapa para ilustrarlo. De suerte que tomamos uno de los de Arrowsmith que lo llevaba y trazamos en él con lápiz las divisiones.” El mapa al que hace referencia Thompson fue incluido en la edición original del libro en folio desplegable.

 

Thompson es un funcionario diligente. Al día siguiente, 19 de mayo, se aparece por el Congreso, que estaba en sesión. Al terminar la misma, le son presentados por otro paisano, Mr. Bailey, la mayoría de representantes. Del Congreso parte a visitar la Aduana, no solo para recabar datos de comercio sino para recoger su equipaje, el que puede retirar libre de franquicia gracias a las órdenes del ministro Zebadúa. Como ve, las influencias desde esos tempranos años de la república ya movían montañas y abrían puertas.

“La Aduana es un gran edificio cuadrado, con sótanos para el depósito de las mercaderías. El patio estaba lleno de fardos de cochinilla, índigo, cueros y otros artículos. En el comercio de aquella pequeña República había una solidez y una actividad evidentes que daban gratas esperanzas acerca de su aumento, o, como dicen los franceses, de su destino futuro. En la larga habitación, si es que así puedo llamarla, sólo estaban seis funcionarios, ‘todos activamente ocupados’…”

En algo sí ha cambiado la administración pública desde ese entonces. Muerto habría caído el señor Thompson si se asoma a cualquier ventanilla de las oficinas públicas actuales. Funcionarios haciendo corrillo, ignorando a quienes les pagan sus salarios con sus impuestos, tomando café y leyendo los periódicos o desayunando en pleno horario laboral. Dejando la crítica actual a un lado, es interesante el detalle de la conversación que tiene con el arzobispo Casaus, el mismo que estuvo a punto de ser agredido por la multitud en la mañana del 15 de septiembre de 1821, cuando salió del salón del Palacio de Gobierno, tras haber dejado manifiesta su oposición a la independencia. Es invitado a reunirse con el arzobispo por el canónigo José María Castilla, ese mismo día 19. Recibido por el arzobispo Casaus en el palacio arzobispal a un costado de la catedral, hablan de la estadía de Thompson en México y como en cualquier otra conversación de este tipo, salen a relucir los conocidos comunes. Y suelta unas frases valiosísimas, para entender el estado delicado de la situación política que vivía la recién fundada república con el asunto de la independencia: “Me enteré de que conocía a muchas de las personas con quienes yo me había relacionado en México, pertenecientes en su mayor parte a las más respetables de las antiguas familias españolas y entre las cuales había algunas cuya fidelidad a los nuevos sistemas de gobierno me inspiraban bastantes dudas.”

En su relato, Thompson deja entrever que es un hombre prudente. Un buen diplomático. Ante la duda sobre las ideas políticas del arzobispo Ramón Casaus, renuncia a su ofrecimiento de hospedarlo en el que imaginamos, era uno de los mejores lugares para establecerse: el palacio arzobispal, a un costado de la Catedral. Y renuncia con pesar, pues Casaus lo lleva a hacer el tour correspondiente por las estancias que le ofrece, y no era una oferta fácil de rechazar. Pero como es un hombre de intuición, continúa su relación con el arzobispo, pues al final, su misión es recabar la mayor cantidad de datos posibles, y es de presumir que un hombre educado como el arzobispo podría proveerle un buen paquete de ellos. De su relación termina por descubrir que la forma de pensar del arzobispo Casaus ha cambiado, adaptándose a los nuevos tiempos que soplan sobre la república, pues en una conversación el religioso le comenta:

“…había creído de su deber oponerse al principio a las medidas tomadas por el partido de la Independencia, por ser subversivas de los principios del gobierno que él estaba obligado a sostener y que protegía su autoridad; pero que a medida que fue ganando terreno la opinión pública y al ver que la mayoría del pueblo quería a todo trance un gobierno independiente, fue inducido a relajar su oposición…”

Plaza central de la ciudad de Guatemala en los años inmediatos a la independencia. Alrededor de su explanada estaban los centros de poder político y religioso a los que visita Thompson. Se puede observar que la catedral aún carecía campanarios, y que el espacio de la plaza estaba ocupado por los “cajones” y “sombras” del mercado, que criticaría casi cincuenta años después don José Milla en sus Cuadros de Costumbres y en El libro sin nombre.

Plaza central de la ciudad de Guatemala en los años inmediatos a la independencia. Alrededor de su explanada estaban los centros de poder político y religioso a los que visita Thompson. Se puede observar que la catedral aún carecía campanarios, y que el espacio de la plaza estaba ocupado por los “cajones” y “sombras” del mercado, que criticaría casi cincuenta años después don José Milla en sus Cuadros de Costumbres y en El libro sin nombre.

La ciudad de Guatemala era un caso interesante en esos años. La ciudad detentaba la capital de la república federal y se había enviado a las autoridades del Estado de Guatemala a La Antigua, para al menos poner unos kilómetros de distancia entre ellos, distancia que al año siguiente de la visita de Thompson habría de anular el jefe del Estado de Guatemala, Juan Barrundia trasladando el gobierno del Estado a la ciudad de Guatemala, iniciando las fricciones que habrían de terminar en la guerra civil.

Pero en ese año providencial de 1825, todavía hay armonía en el Gobierno. O al menos en los apuntes de Thompson eso se percibe. En sus notas se percibe la tranquilidad del ambiente. Entonces todavía se creía que la federación tenía el futuro por delante y que las visitas de estos enviados extranjeros habrían mundos de posibilidades. Lo demuestra también la sencillez con que se le recibe en todos los despachos de gobierno.

Me parece fascinante un recuento que hace de un almuerzo con el presidente Manuel José Arce, que merece una cita extensa, para gozarnos el detalle de sus palabras:

“Domingo 19. Hoy tuve la honra de comer con el Presidente en el Palacio. Los convidados eran el señor Sosa, Ministro de Relaciones Interiores y Exteriores; el señor Beteta, Ministro de Hacienda; el General Milla y el señor Isidro Meléndez, ambos Senadores prominentes. Éramos en todo seis personas. La comida fue servida a las dos de la tarde. Rara vez hubo en la mesa, al mismo tiempo, más de dos o tres fuentes, sirviendo el Presidente en persona los platos, que luego se pasaba a los convidados sucesivamente. Como yo estaba enterado de que podrían tomar como falta de educación no comer siquiera un pedacito de cada cosa, seguí por supuesto la costumbre; pero era tal el número de manjares que mis fuerzas empezaron a flaquear (…) Sirvieron té y café sin alzar el mantel. Luego pasamos a un cuarto contiguo en que había una mesa con licores y cigarros y allí estuvimos otra hora en muy amena conversación. Hacia las seis de la tarde nos retiramos.”

Qué sibaritas se nos antojan nuestros antepasados. A juzgar por los recuerdos de Thompson, el banquete fue pantagruélico, más parecida a una comilona china que a un almuerzo en la Guatemala tropical. Pero es parte de sus obligaciones, enterarse de cosas, “meter pita y sacar cordel”, como decían antes, para ir armando su informe.

Otros dos párrafos creo necesarios citar por su interés tanto histórico como anecdótico. Y en ambos casos serán párrafos extensos que espero se disfruten tanto como yo me los he gozado leyendo y releyéndolos, para respirar ese ambiente de intimidad con que el viajero nos los transmite. Corresponden a visitas a dos personas de las que uno ha podido leer mucho en los libros pero ya fosilizados en el pedestal, ya tallados en el mármol de los recuentos historiográficos. Pero Thompson los conoció cuando aún eran seres humanos y no seres de papel y tinta y siendo que la obra de Thompson no la he visto en ediciones recientes, creo que es mi obligación compartir con ustedes estos párrafos:

“Sábado 5. Estuve de nuevo en casa de Valle. Lo encontré sentado en un sofá que ocupaba todo el ancho de la extremidad de un salón, conversando con tres o cuatro señores que habían ido a visitarle. Entre ellos estaban dos ingleses; uno era Mr. John Hines, que había venido a proponer un empréstito de parte de los señores Simmonds, y dos franceses. Después de que se fueron me hizo pasar a una pequeña biblioteca tan atestada de libros, no sólo a lo largo de las paredes, sino también amontonados en el piso, que con dificultad pudimos abrirnos paso. Valle se sentó ante una mesita de escribir, profusamente cubierta también de manuscritos y papeles impresos, de los cuales escogió algunos documentos que había estado formulando o reuniendo para mí con un celo, un empeño y un placer avivados por su carácter entusiasta. Entre ellos había un informe detallado sobre las rentas públicas, antes y después de la revolución, las bases de la Constitución, el plan de una factoría de tabacos en Gualán y otro para colonizar con extranjeros el territorio limítrofe del puerto y río de San Juan en Nicaragua. Estaba rodeado de todo lo que delata la manía de los que escriben: pruebas de imprenta, hacinamientos de manuscritos, libros en folio, en cuarto y en octavo, abiertos o señalados con tiras de papel anotadas, esparcidos en profusión sobre la mesa (…) Me dio papel tras papel y documento tras documento, hasta quedar yo saciado con sólo mirarlos…”.

Y otra visita hecha al vicepresidente de la República, don Mariano Beltranena, no en la frialdad del despacho, sino en la calidez de su hogar:

“Al día siguiente visité al Vicepresidente D. Mariano Beltranena y éste me presentó a su hermano, que durante cuatro años había sido gobernador de Nicaragua. Habitaba D. Mariano una casa grande en el centro de la ciudad; dos cuartos los llenaban los archivos del antiguo Gobierno y se estaba buscando en ellos cierto tratado que al fin se encontró. Era el de Versalles, de fecha 3 de septiembre de 1786, entre la Gran Bretaña y España, relativo al establecimiento de Honduras y a la facultad de cortar palo de Campeche…”

¡Qué frescura rezuman estos dos párrafos! ¿O será que mi amor por la historia patria me hace ver hermosos estos relatos que a otros provocarían la más fría indiferencia?, lo cierto es que para quien visita las páginas de los libros de historia todos los días, ¡qué placer le provoca toparse con estos fragmentos de vida cotidiana, de informalidad, de ausencia de monumento! En fin, continuemos que ya urge terminar esta reseña, por más entusiasmado que me tenga la lectura de este libro.

En sus idas y venidas, porque Thompson trabaja, pero también disfruta, aprovechó a conocer y compartir actividades y ocio con los guatemaltecos acomodados. Así, visita Amatitlán por unos días, pasando por Villa Nueva, que no le inspira ningún comentario amable, y como buen turista antiguo o moderno que se precie, visita La Antigua, hospedándose en la casa que en la localidad tenía montada el marqués de Aycinena. Cosa natural, allí se entretiene visitando ruinas, emitiendo comentarios sobre la impresión que le causó la antigua capital del reino. Y aprovecha a visitar al jefe del Estado de Guatemala, Juan Barrundia, que a diferencia de José Arce o José del Valle, no le inspira comentarios personales, apenas una referencia de carácter político:

“Miércoles 23 de junio. Visité a D. Juan de Barrundia, jefe político del Estado. Acertó a ser el día de su santo, o de su natalicio, como diríamos en Inglaterra; porque en aquellos países acostumbran poner a las gentes el nombre del santo del día en que nacen. Todas las autoridades y los vecinos más respetables habían ido a presentarle sus respetos. Estuve con él una media hora, durante la cual la conversación giró principalmente sobre la organización política del país y el sistema federal adoptado. Se me había dicho, y acontecimientos posteriores probaron la verdad de esta aserción, que D. Juan no era tan afecto al sistema federal como hubiese sido de desear para la tranquilidad de la República…”

Intuitivo el señor Thompson, que meses antes de estallar la crisis ya delinea las responsabilidades que terminaron por causar el fracaso del experimento federal, detectando el germen de la inconformidad política en uno de los hermanos Barrundia, al parecer tan intransigente y tan inconforme como su hermano José Francisco, quien para esa época era senador federal. Y es que es necesario subrayar que mucho del drama federal y nacional que ha vivido Guatemala desde entonces, se debe a la intransigencia política de las élites que han asumido de forma más que mediocre la dirección de los destinos patrios. Y es que al viajero inglés, tampoco se le escapa la pobre preparación de la gente que conformaba el grueso de la población de la República, pudiendo juzgar con bastante precisión a los dos extremos de la vida política de la República: a sus dirigentes y al pueblo que deposita en ellos sus destinos, sobre todo cuando a forma de comentario casual pinta el drama del cuerpo vivo de la comunidad política:

“…creo que son unas gentes buenas e inofensivas. De todos los habitantes de Guatemala, tal vez las tres décimas partes no se pueden considerar capaces de tener opiniones políticas, o esa noción de la autoridad temporal que hace que el hombre se interese en el gobierno del país en que vive (…) Cierto es que la humilde parte de la sociedad a la cual me refiero en particular, se encuentra tan alejada, por la situación local y los sentimientos intelectuales, del asiento del Gobierno y del resorte moral de los negocios políticos, que apenas le interesa la existencia misma del primero y rara vez obedece al impulso que se pretenda darle por medio de la vibración remota del segundo…”

Su cálculo de 3/10 partes peca ya, en 1825, de una insoportable ingenuidad… Pero en fin, a 189 años de escritas estas impresiones que es imposible agotar en este texto, (además que no queremos arruinarle la lectura a nadie), ¡qué dolorosamente actuales resultan! Pero ya nos lo advertía el rey Salomón en uno de sus hermosos versos: ¡No hay nada nuevo bajo el sol!


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