Narciso Tomé, El Transparente de la Catedral de Toledo, altar. 1729-1732.

El_transparente_de_la_catedralEn 1729 Narciso Tomé, escultor y arquitecto, era el arquitecto encargado de los trabajos de la catedral de Toledo cuando el arzobispo Diego de Astorga y Céspedes le encargó la ejecución de un gran altar que se ubicaría en el deambulatorio de la catedral, justo detrás del altar mayor. Tomé requirió la ayuda de sus cuatro hijos, dos arquitectos, uno escultor y el otro pintor, para realizar los trabajos bajo su dirección, los cuales duraron tres años a un costo de 200,000 ducados.

El diseño del altar se planteó de tal manera que el sagrario recibiera la luz del exterior, por lo que hubo necesidad de abrir un gran óculo en el muro detrás del altar mayor. La luz penetra a través de dos tragaluces abiertos en la parte superior del ábside y esto permite que el Transparente sea iluminado de forma indirecta y a la vez distribuya la luz a través del óculo hacia el sagrario.  Los materiales que se utilizaron fueron el mármol, alabastro, jaspe y bronce.

El óculo del retablo, a la manera de un sol con rayos áureos y acompañado por una multitud de ángeles, divide al altar en dos cuerpos. En el primero, en el que se ubica la mesa del altar, destaca la blanca Virgen de la Buena Leche, enmarcada por dos columnas y estípites de ángeles. A ambos lados hay otras dos grandes columnas que sostienen un entablamento cóncavo que se convierte a la vez en un sostén y marco parcial para el óculo y su séquito. A ambos lados de la Virgen se hallan sendos relieves de bronce: al lado izquierdo se encuentra Abigaíl que ofrece a David el pan y el vino y a la derecha el sumo sacerdote Ahimelec entrega a David la espada de Goliat y el pan consagrado. Ya que este altar debía ser el marco espacial para iluminar el sagrario de la catedral, la mayor parte de las escenas de El Transparente están dedicadas a la eucaristía, como lo confirma el grupo escultórico central del segundo cuerpo, que es una representación de la Última Cena. En este segundo cuerpo destacan también otras dos grandes columnas decoradas que rematan en otro entablamento cóncavo y en la intersección destacan las tallas de querubines. Finalmente, en el remate del conjunto se encuentra un frontón escarzano partido, cuyos remates terminan en las figuras de unos ángeles y encima se encuentran las figuras representativas de la fe, la esperanza y la caridad. Finalmente, en los lados del altar se encuentran las imágenes de san Eugenio y santa Leocadia a la izquierda, mientras que a la derecha están las de san Ildefonso y santa Casilda.

Enfrente y arriba del altar se encuentra el gran vano abovedado por donde penetra la luz, en el cual se pueden ver otra multitud de figuras celestiales de mármol y alabastro y pinturas al fresco en la bóveda. Tanto las figuras talladas, como las pinturas al fresco, matizan la luz que penetra desde el exterior, creando un efecto extraordinario como el de una pintura al claroscuro, sólo que es tridimensional.

Se considera a El Transparente la obra maestra de este gran artista del barroco que era Narciso Tomé, pero yo me inclino a asegurar que es una de las más grandes obras del retablo de todos los tiempos.  No sólo por la magnífica talla de las figuras, obra de un maestro consumado, sino además y por sobre todo, por los efectos tridimensionales de la luz bañando las figuras de suaves colores. Tomé no tuvo que recurrir a la magia de la luz de los vitrales para crear esta atmósfera celestial, sino se propuso (y lo logró) crearla a través de las cualidades de la tridimensionalidad, algo que en el barroco era tema más que obligatorio.

Todo este altar rebosa de movimiento, de sortilegios de armonía y éxtasis de figuras que se adelantan y retroceden como movidos por una energía mística que está representada por la luz exquisita que las baña desde arriba; en pocas palabras: lo mejor y más grande del barroco. 

Julián González


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