Marcel Duchamp, Fuente. Ready-made. 1917

Duchamp_FountaineNi qué decir del escozor que Duchamp sigue provocando todavía en el mundo del arte del siglo XXI. Figura incómoda e inclasificable, era un intelectual contestatario y un artista díscolo que nunca se afilió a ningún grupo o vanguardia. Siempre fue un cuestionador sistemático de todo lo establecido, de todas aquellas ideas que pretendieran hacer encajar al arte dentro de límites ordenados y prescriptos. En tal caso, alguien diría que era un anarquista, o tal vez lo llamaría “nihilista”; Duchamp se reiría de aquel que pretenda encasillarlo, aunque fuese en un sentido de “no encasillamiento”. Como dice la historia: “…no es ni lo uno, ni lo otro, sino todo lo contrario”. Su visión estaba llena de ironía, o tal vez de burla, no se puede saber y tampoco vale la pena preguntárselo; en todo caso, su búsqueda abrió caminos que otros aprovecharon después que él botara las barreras. Realizó muy pocas obras a lo largo de su vida y amaba el ajedrez. Ensalzado y vituperado por igual, es el precursor del arte conceptual y de la performance y también a él se le debe la desaparición de la frontera entre arte y vida.

Nacido en 1887 en Blainville-Crevon, un pequeño pueblo de la Alta Normandía, su familia era acomodada y Marcel creció rodeado de las ventajas que esta condición le permitía. El arte siempre estuvo alrededor de su niñez, ya que su abuelo materno era un reconocido coleccionista de arte. Sus hermanos mayores siguieron esta vía y uno de ellos, Gaston (luego llamado Jacques Villon) alcanzó bastante fama como pintor de carteles en París. Marcel estudió dibujo en el Liceo. En 1904 se fue a vivir con su hermano Gastón a París y trató de ingresar a la École des Beaux-Arts donde no fue admitido. Entonces se inscribió en una escuela privada, la Académie Julian que abandonó al poco tiempo. En esta etapa se dedicó despreocupadamente a la vida bohemia en los cafés y a las reuniones de los artistas de la ciudad, ya que gozaba de un estipendio mensual que le enviaba su padre. Hizo su servicio militar y al regresar a París empezó a dibujar viñetas humorísticas, con las cuales obtuvo bastante fama y prestigio. Después empezó a interesarse en el arte de los fauvistas y Cézanne e hizo varios cuadros de acuerdo a lo que aprendió de estos artistas. Posteriormente se interesó por el cubismo de Picasso y Braque, al igual que los pintores futuristas italianos. Bajo estas influencias pintó sus primeras obras de importancia, entre las cuales destaca el Desnudo bajando una escalera de 1911, considerada una obra maestra del arte moderno, con la cual ganó merecida fama en los círculos vanguardistas. Pero Duchamp, quien ya frecuentaba diversos grupos cubistas, no estaba satisfecho con las experiencias artísticas desarrolladas únicamente bajo una práctica empírica; ni Picasso, ni Braque crearon una teoría del cubismo, ni nada que se le pareciese.

Mediante sus viajes y contactos empezó a desarrollar en esta época un intelectualismo que lo caracterizó por el resto de su vida, seguramente influido por las lecturas de Schopenhauer, Nietzsche y Bergson y en el cual la idea central era la concepción de la creación artística como resultado de un ejercicio de la voluntad, dentro de un acto puramente espontáneo, dejando aparte el talento, la formación o preparación previa. Estas ideas eran hasta cierto punto afines al nihilismo de los artistas de Dadá, con los cuales Duchamp empezó a tener relación por su cercana amistad con Francis Picabia, pero tampoco encontró eco en este grupo, a pesar que muchos lo han relacionado con él. Los dadaístas pretendían establecer el imperio del nihilismo irracional como resultado del trauma que significó la primera guerra mundial para los europeos; su cuestionamiento entonces no tenía una base conceptual, al contrario, la negaban vehementemente. El caso es que, dentro de su esquema, Duchamp pretendía no ser irracional en un sentido estricto, sino más bien pretendía arribar a una especie de a-culturalismo o emancipación de las pautas de representación y recreación en el arte. También pretendía borrar toda sombra del artista que estuviese presente en su obra, de tal manera que la obra en sí se constituía en un objeto cualquiera que el voluntarioso autor-expositor decidía instalar en un lugar, totalmente fuera del contexto que la cultura y la sociedad le habían asignado a ese objeto o bien a un conjunto de objetos sin relación semántica entre sí. De esta manera se eliminaba la frontera arte-vida, ya que un objeto cualquiera podía constituirse en arte, si el que lo “puso ahí” así lo decidía arbitrariamente. De esa forma Duchamp cuestionaba las bases más profundas del arte y la cultura occidental tradicional y hasta vanguardista al romper o si se quiere, eliminar, la epistemología de la representación. A estos principios y al cuestionamiento de la obra de arte como un fetiche responden las obras a las que llamó Ready-made, que eran objetos comunes y corrientes que automáticamente se convertían en lo que la sociedad llama “obra de arte” por simple decisión del que las expone bajo ese apelativo.

Precisamente a estos objetivos responde la obra que aquí se presenta, llamada “Fuente” por el autor. Presentada en el Salón de Artistas Independientes del grupo de artistas del círculo de Arensberg en Estados Unidos bajo el seudónimo de R. MUTT, causó una enorme controversia, ya que se trata de un urinario común y corriente colocado en posición acostada. Inmediatamente se hicieron dos grupos; el de sus defensores y el de sus detractores, quienes finalmente triunfaron y la obra se retiró de la exposición. Duchamp pertenecía a la junta directiva de la organización y ante esta situación renunció a su cargo. Probablemente nunca se sabrá si presentó este urinario realmente en serio, o como una burla a las instituciones, jamás aclaró tal asunto; pero muchos años después escribió: “Les tiré el urinario en la cara y ahora lo admiran por su belleza estética”.

¿Es esto arte o no lo es?…no importa, ¡es Duchamp!       

 

Julián González Gómez


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