Louise Bourgeois, «Maman» (mamá). Bronce y acero inoxidable, 2001

Julián González Gómez

Maman, BourgeoisCuando se ve por primera vez esta gigantesca escultura generalmente se siente un sobresalto seguido por una sensación de cierta angustia y es que la visión de una enorme araña no es necesariamente un placer para la vista de todos. La presencia imponente de un depredador de la naturaleza impacta sobremanera y la escala de este depredador es tan grande que podemos sentir que si nos atacara seguramente el desenlace para nosotros sería fatal. Acercarse a esta escultura que nos empequeñece significa vencer algunos de los miedos más profundos que perturban nuestra mente, ni se diga para aquellos que padecen de aracnofobia. En todo caso, en este artículo tan sólo la podemos ver mediante una fotografía, la cual hace más lejano el objeto y nos permite analizarla sin la fuerte carga emocional que implicaría acercársele en la realidad.

Luego, cuando vemos que su título es Maman (mamá, en francés) a la emocionalidad le sucede la perplejidad: ¿qué relación puede tener una gigantesca araña con el ser que nos dio la vida? Y para contestar a esta pregunta podemos recurrir a algunos elementos psicológicos o tal vez filosóficos si queremos profundizar un poco más. La artista nos da la clave al declarar que esta escultura de gran tamaño que lleva el título que damos a nuestra progenitora es un homenaje a su propia madre, quien era “capaz de tejer la tela de los afectos y también quedar atrapada en ellos”, o sea que esta es una araña que teje su tela, pero ¿dónde se encuentra ésta? Y, si nos fijamos con más atención, nos damos cuenta de que el abdomen del gigantesco animal está conformado por un tejido en red, como la tela de una araña de verdad y también recordamos que es del abdomen de las arañas de donde surge la seda para tejer sus redes. Una araña que teje y además queda atrapada en su propia red: una ironía trágica.

No es de extrañar este contenido en la obra de una artista que se caracterizó por hacer hondas reflexiones acerca de los aspectos más profundos y dolorosos de la naturaleza humana. Su propia vida estuvo sumida en una gran angustia y depresión durante muchos años y emergió de su crisis para señalarnos que son nuestros propios miedos los que pueden hacer terrible nuestra existencia. No hay moralismo ni alusión a lo fantástico e imaginario. Es realidad concreta y tangible, es vida en su pura expresión. Las patas, a semejanza de retorcidos troncos de árboles viejos aluden al fantasma de un refugio maternal en el que podríamos guarecernos si no temiéramos que el cuerpo monstruoso nos cayera encima y nos aplastase. Esta obra no pretende ser lo que se podría decir “bella” en el sentido tradicional del término, pero sí es profundamente humana. Este esperpento sobrecogedor no es un símbolo de la tragedia humana, sino del dolor que conlleva la construcción de las prisiones internas que realizamos.

A pesar de ello, esta escultura es sumamente popular en muchas partes, al grado de que se han realizado más de diez copias para ser exhibidas permanentemente en plazas y lugares públicos de diferentes ciudades, aunque la original se encuentra en una plaza en el lado posterior del Museo Guggenheim de Bilbao, del que forma parte de su colección. A la gente le gusta pasear debajo de sus patas y hasta los niños se divierten con ella, quizás pensando que no les hará daño. Su alma todavía no ha sido tocada por la angustia.

Louise Bourgeois es una de las artistas contemporáneas más reconocidas a nivel internacional y ha cosechado gran cantidad de galardones en su larga vida. Nació en 1911 en París y sus padres eran dueños de una galería en la que se exhibían tapices. Su padre era explosivo, autoritario y mujeriego y esto causó en la niña profundos resentimientos que la acompañarían por el resto de su vida, sobre todo porque pudo ver que la actitud de su madre hacia él era de una total pasividad, lo cual nunca la condujo a nada positivo, llevando una vida anodina. Louise era una adolescente rebelde y luchadora, se inscribió en La Sorbona para estudiar matemáticas y geometría, las cuales le brindaban la estabilidad que necesitaba. Su madre falleció en 1932 y tras este suceso trágico decidió estudiar arte a pesar de la oposición de su padre. En una de sus clases conoció a Fernand Léger quien la animó a dedicarse a la escultura, lo cual Louise hizo con presteza. Se inscribió en la Académie de la Grande Chaumière y luego en la Escuela del Louvre y también en la Escuela de Bellas Artes. Por esos años estaba en pleno apogeo el surrealismo y esta influencia no fue ajena en su obra, pero descubrió que su creatividad se hacía más patente cuando se centraba en los traumas de su infancia.

En 1938 conoció al historiador norteamericano Robert Goldwater, con quien pronto se casó y juntos se marcharon a residir en los Estados Unidos. Louise se inscribió en el Art Students League de Nueva York, donde continuó sus estudios durante un tiempo. Su primera exposición individual fue en 1945 sin mucho éxito. Por esa época sus esculturas abstractas estaban hechas de materiales de desechos a los cuales aplicaba pigmentos. Empezó a frecuentar los círculos artísticos de Nueva York y se hizo amiga de un buen grupo de los expresionistas abstractos como Reinhard, Rothko y De Kooning entre otros. Luego, en 1954, se unió al American Abstract Artists Group y sus materiales escultóricos cambiaron al bronce y al mármol. Así mismo su temática se decantó por el estudio de los miedos y la pérdida de control, haciendo su arte más intimista y en una ocasión definió a su quehacer como una secuencia de vida y circunstancias relacionadas entre sí, relacionadas con el “miedo a caer” que luego se transformaría al arte de “aguantar”. Su obra se convirtió así en única y dotada de una profunda autenticidad. Posteriormente se adhirió a la causa del feminismo, lo cual replanteó muchos de sus patrones artísticos.

El reconocimiento le llegó poco a poco, a base de exhibiciones y la compra de algunas de sus obras por parte de conocidos museos. Bourgeois llegó a ser la artista femenina de mayor relieve durante más de tres décadas, recibiendo numerosos galardones en Europa, Asia y los Estados Unidos. Todavía trabajando intensamente en el transcurso de su ancianidad, desarrolló obras de gran tamaño como la que se presenta aquí, la cual alcanzó un precio récord como la obra más cara de una artista mujer viva. Falleció en Nueva York en el año 2010.


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