Libros para las vacaciones III

1982. Días difíciles en las Malvinas. John A. T. Fowler

 

Rodrigo Fernández Ordóñez

 

Tropas argentinas posan para la prensa en las afueras de la capital de las islas, Port Stanley.

Tropas argentinas posan para la prensa en las afueras de la capital de las islas, Port Stanley.

Escrito en 2012 para conmemorar los 30 años de la Guerra de las Malvinas, el libro de John Fowler es un vívido recuento de la invasión argentina desde el punto de vista menos conocido de los conflictos bélicos: el de los civiles que se ven envueltos por la guerra. Usando sus diarios de la época, va relatando la escalada con un fino sentido del humor, atento siempre al detalle, reconstruyendo la historia “mínima”, de un individuo, útil para que el lector interesado construya el gran fresco de los hechos, recurriendo a otras grandes obras conocidas sobre el tema, como Falklands/Malvinas, de Rodolfo Terragno, o La Batalla por las Malvinas, del gran corresponsal de guerra Max Hastings. Fowler no es un “kelper”, como se llama a los originarios de las islas, sino inglés, establecido en las Malvinas como superintendente de Educación del archipiélago desde 1971. El relato de Fowler nos hace testigos de la llegada de las primeras tropas invasoras, la incertidumbre de la ocupación, los combates en los alrededores de Port Stanley y la partida de los argentinos derrotados.

Su casa, ubicada en las afueras de la capital malvinense estaba cerca de un edificio que era utilizado por la guarnición de los Royal Marines como cuartel, de forma que Fowler quizás fuera de los primeros, si no el primer hombre en escuchar a las tropas argentinas desembarcar: “…al amanecer, oí hacia el oeste de mi casa un sonido que me pareció el de una gran cantidad de cajas de madera que caían sobre concreto. Resultó que se trataba de una avanzadilla de fuerzas especiales argentinas, desembarcada de un submarino cerca de Mullet Creek, al sur de la ciudad. Habían cruzado el campo en la oscuridad para atacar las barracas de la infantería de manira en Moody Brook…”.

El tono del libro es del espectador. Pero de un espectador que logra imprimir en su relato la inmediatez de lo que está viviendo, mediante el uso de frases certeras. Por ejemplo, uno de los capítulos empieza con una frase de ejemplo para cualquier historiador: “La invasión tuvo lugar el viernes.” Y esa sencilla frase nos transporta al día a día de los pobres habitantes de las islas que un día común y corriente vieron interrumpida su vida, y cambiada para siempre en una fecha tan trivial como un viernes.

Comandos argentinos llevan prisioneros a soldados británicos, luego del desembarco sorpresivo en las Malvinas.

Comandos argentinos llevan prisioneros a soldados británicos, luego del desembarco sorpresivo en las Malvinas.

Otro ejemplo del espectador de primera mano, es este pasaje, unos días después del desembarco de las primeras tropas argentinas en las islas: “Cuando por fin llegamos a la cumbre de Philomel Hill, ambos lados de la calle Davis, hasta donde alcanzaba la vista, estaban ocupados por columnas de soldados que cargaban bolsas de equipos, cajas de municiones, morteros y otros equipajes claramente pesados. Todos se dirigían al oeste”. Porque el relato que nos hace Fowler, es la voz del hombre que ve pasar la historia frente a la puerta de su casa, quedando sumergido totalmente en ella, pese a un día a día artificial, en el que debe continuar su vida y su trabajo como si tal cosa. O este otro, en que relata la aventura que era salir a la calle para hacer cualquier diligencia:

“…a las nueve de la mañana del 13 de abril me encontré, bastante nervioso, frente a la puerta de la escuela, que por entonces estaba en la calle John, con las llaves en la mano, mientras un grupo muy profesional de infantes de marina argentinos se dirigía hacia donde yo estaba. Con las armas listas, corrían por la calle, cubriéndose cada tanto en los portales y detrás de vallas, de manera muy parecida a la forma en que se conducían las tropas británicas que patrullaban Irlanda del Norte que había visto muchas veces por televisión…”.

 

Aunque el autor va del pasado al presente siempre es coherente con su narración, de forma que siempre respeta la temática central del capítulo en el que se encuentra. Otro aspecto interesante del libro es que nos enfrenta a la vida cotidiana de quien se ha visto de pronto, asediado por acontecimientos mucho mayores que él y que sin embargo, tiene que seguir viviendo dentro de lo posible, su rutina. Así, hasta una taza de té tiene el sabor de un evento extraordinario: “En un momento en que entré gateando a la cocina para hacer el té, vi, al pararme, algo que parecía ser chispas rojas que se entrecruzaban por sobre el jardín. Me tomó uno o dos segundos entender que se trataba de balas trazadoras; me agaché y seguí gateando…”.

Tropas británicas desembarcan en las Malvinas.

Tropas británicas desembarcan en las Malvinas.

Ciertos pasajes del libro ayudan a comprender la envergadura de los eventos sucedidos en el remoto archipiélago, de cómo los argentinos se arriesgaron a ejecutar esa aventura y de la sorprendente reacción de los ingleses. Fowler logra transmitir la sensación de aislamiento que tenían los isleños con respecto a la metrópoli con apenas unos certeros párrafos, como este:

“La hospitalidad de a bordo era legendaria. Pero había un evento particularmente codiciado: la cena a base de pescado y papas fritas del comedor de suboficiales. El pescado y las papas eran excelentes, pero aún mejor era el hecho de que venían envueltos en papel de periódico. En aquel entonces, los periódicos rara vez llegaban a las islas, y, cuando ello ocurría, eran muy caros. De modo que los invitados, después de comer y conversar, saciaban su hambre de noticias leyendo en silencio los envoltorios de su cena…”.

A pesar de los dramáticos momentos que está viviendo, pues al fin y al cabo la guerra de las Malvinas fue eso, una guerra. El autor no abandona un fino humor, muy británico, se podría decir, que ayuda a quitar un poco los tonos grises que podrían haber inundado sus recuerdos. Especialmente gracioso es el nacimiento de su hijo Daniel, en medio de la ocupación argentina, o las relaciones con su nuevo jefe, un oficial de asuntos civiles de la armada argentina:

“Otra vez, mientras mirábamos un mapa de las Falklands, yo procuraba explicarle las complejidades de la organización administrativa y laboral de los pequeños colegios esparcidos en diversos puntos remotos del camp (como se llama en las Falklands a todo lo que no sea Stanley). Algunos pertenecían a estancias, que también se hacían cargo del personal, otros eran propiedad de las estancias, pero los educadores eran empleados del gobierno, otros eran propiedad del gobierno, que también suministraba los educadores, y, finalmente había otros que no tenían un plantel regular, sino que dependían de maestros itinerantes pagados por el gobierno. De pronto, Hussey se tomó la cabeza y exclamó: ‘Creo que preferiría estar persiguiendo submarinos’…”.

 

O este otro, que me parece de una sabiduría del uso del humor ejemplar:

“Uno de los dos paracaidistas era un imponente escocés de mandíbula cuadrada. Medía más de un metro noventa, estaba festoneado de cananas y granadas de mano y tenía un notable parecido con el héroe de historieta favorito de mi infancia, Desperate Dan. Un niñito se abrió paso entre el gentío y le preguntó con timidez: ‘¿Qué haces en el ejército?’.

                  -Hijo, soy enfermero…”.

 

Soldados argentinos prisioneros, custodiados por un paracaidista británico en Port Stanley.

Soldados argentinos prisioneros, custodiados por un paracaidista británico en Port Stanley.

Pero como todo en la vida, no solo hay risas. Resultan especialmente tristes los pasajes en los que Fowler pudo tener la oportunidad de observar las lamentables condiciones en que los soldados argentinos enfrentaron la invasión. Sufriendo el frío antártico, hambre, escondidos en trincheras cavadas en el lodo congelado de los montes del campo malvinense constantemente asediado por el viento, mientras sus oficiales sufrían bastante menos, ocupando casas de británicos en la ciudad, bien abastecidos de ropa de frío y con abundante comida. El valor de Fowler es su testimonio de primera mano, pues todo sucede, literalmente, ante sus ojos:

                   “El contacto de los residentes de Stanley con los soldados a menudo se limitaba a ver a los que oficiaban de sirvientes de los atildados y bien alimentados oficiales; se los solía ver hurgando en la basura en busca de sobras y a veces pasaban tímidamente una nota pidiendo que les comprásemos chocolate en las tiendas, a las que tenían prohibido entrar…”.

 

Soldados argentinos dentro de una trinchera en Malvinas.

Soldados argentinos dentro de una trinchera en Malvinas.

Pero esta percepción del soldado, que en el caso de los argentinos, son soldados de ocupación, invasores, esos que llegaron a romper la vida cotidiana, cambia ante los ojos del autor, gracias a la convivencia obligada, endureciéndose, como lo atestiguan estas líneas:

                   “…con el avance británico, la presencia militar argentina en las calles de Stanley se multiplicó. Grandes cantidades de soldados marchaban por la ciudad, o la cruzaban en la caja de vehículos de transporte. Sus cascos, antiparras y ondulantes capas impermeables los hacían parecer siniestros espantapájaros carentes de humanidad, epítomes de malevolencia anónima…”.

Estas cortas frases que construyen el breve libro, (apenas 212 páginas en la edición de Winograd, que tengo en mis manos), exponen los sentimientos universales del hombre en presencia de la ocupación, mediante el relato de sus recuerdos mínimos. Así, esta misma óptima que oscila entre la ternura y el más claro rechazo, podría aplicarse para todas las guerras y la presencia de tropas de ocupación, menos para los nazis, conocidos de sobra para saber que sus tropas por donde pasaron inspiraron únicamente terror. Pero volviendo al libro, y ya para ir cerrando esta recomendación, resulta especialmente interesante el relato de la retirada de las tropas argentinas de Port Stanley, que nos permite hacernos una imagen de los tensos momentos vividos por una población civil completamente ajena al mundo de la política y la diplomacia:

“…Algunos de ellos iniciaron incendios, tal vez por accidente, o para calentarse, o tal vez por su furia al descubrir que en Stanley abundaba el alimento, guardado en almacenes o en contenedores de transporte marítimo que se veían por todas partes. Muchos de estos hombres ya combatían desde antes de la llegada de los británicos. Sus enemigos eran el hambre y el frío que sufrían en sus emplazamientos en lo alto de los cerros. Así que puede decirse sin faltar a la verdad que reaccionaron muy mal al descubrir que Stanley era una suerte de tierra que mana leche y miel reservada casi exclusivamente para sus oficiales…”.

Todo lo que se pueda decir de más, es redundante. El magnífico libro de Fowler nos regala un relato de primera mano, pero pasando por el filtro de un civil que ve pasar la guerra frente a su ventana, y que aunque se combate en su jardín trasero y desde su cocina ve volar a los Harriers que bombardean los posiciones argentinas, la artillería emplazada en la cercanía de su casa los hace temblar, nos priva de la brutalidad de la guerra, del trauma de los mutilados, de las situaciones extremas que entraña cada guerra. Nos da atisbos, pero su fino humor y su profunda humanidad nos alivia las circunstancias, haciendo su libro un verdadero goce, altamente adictivo. Es definitivamente un libro para tener en cuenta en estas vacaciones.

 

Breve resumen infográfico de la guerra de las Malvinas. (Fuente: http://www.latdf.com.ar/2011/04/la-guerra-de-malvinas-por-telesur.html).

Breve resumen infográfico de la guerra de las Malvinas. (Fuente: http://www.latdf.com.ar/2011/04/la-guerra-de-malvinas-por-telesur.html).

 

El libro:

Malvinas7

 


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