Gómez Carrillo enamorado o, ¿por qué dejé ir a Raquelita?

Rodrigo Fernández Ordóñez

A propósito de este retrato, pintado por Sorolla, eterno enamorado de Meller, comenta José Esteban en la presentación del hermoso libro Raquel Meller publicado por Reino de Cordelia en 2009: “El retrato de la portada original de Sorolla se debió al encargo de uno de sus amantes. Las fechas coinciden con las del matrimonio Gómez Carrillo-Meller. ¿Sería el cronista Gómez Carrillo este amante?”

A propósito de este retrato, pintado por Sorolla, eterno enamorado de Meller, comenta José Esteban en la presentación del hermoso libro ‘Raquel Meller’ publicado por Reino de Cordelia en 2009: “El retrato de la portada original de Sorolla se debió al encargo de uno de sus amantes. Las fechas coinciden con las del matrimonio Gómez Carrillo-Meller. ¿Sería el cronista Gómez Carrillo este amante?”

Gómez Carrillo no era hombre de quedarse solo. Siempre andaba buscando alegrarse los días parisinos con una mujer colgándole del brazo. Solo esta necesidad de compañía explica que se haya casado con la vieja víbora de Aurora Cáceres, sobre cuya tumba escupo otra vez, y una larga lista que abarca a Raquel Meller, Consuelo Suncín, Alicia Freville, Isadora Duncan (según cuentan las malas lenguas, pero no he encontrado referencia contundente al respecto), Anny Perey y a la enigmática poetisa Teresa Wilms Montt, de quien no sabemos si fue correspondido.

Para su segundo matrimonio escogió a una mujer que a pesar de los años que nos separan se mantiene hermosa. Las fotografías nos presentan a una mujer atractiva, de ojos grandes y rostro sonriente.

Originalmente Raquel Meller se llamaba Francisca Marqués López, nacida en Tarazona, un pueblo de Aragón en donde vio por primera vez la luz un 9 de marzo de 1888.[1] Su cambio de nombre no necesita explicación, ¿no cree usted? Dudo mucho que estuviera yo escribiendo sobre ella si se hubiera dejado el Panchita que le zamparon sus desconsiderados padres. Porque… ¿quién se acuerda hoy de una tal Norma Jean Baker? ¡Le aseguro que ni sus propios padres!… pero pregunte usted en cualquier parte por Marilyn Monroe y a todos les asomará una sonrisa lasciva en los labios…

La cosa es que la pequeña Francisquita se cría en Montpellier con una tía suya, monja para más señas. Allí la Paquita canta en el coro del convento (ironías de la vida, amable lector, de quien se hará millonaria cantando en cabarets y teatros de mala muerte…) La niña regresa con sus padres cuando ya tiene doce años, ya logradita pues. Pero no regresa al culo del mundo que es Tarazona, sino que a Barcelona, en donde sus señores padres se han radicado. Y no es que la extrañaran, puesto que a los quince años ya la tienen trabajando en un taller de costura. Ayudando a la economía familiar. Para entretenerse, y para entretener a sus compañeras de trabajo se memoriza y les interpreta las canciones de moda. En este taller, en donde habrán abundado los chismes, unas hermanas Conesa la escuchan y le animan para que pruebe suerte en los escenarios. Otra clienta del taller, de nombre María Oliver es más proactiva y se lleva con algún vestido a la costurera para presentarla en la Gran Peña, que no sé qué habrá sido, tal vez un teatro, pero a mí me suena a gran cantina. Los entendidos me corregirán…

Aquí nos olvidamos de la tal Paquita y nace Raquel. ‘La Bella Raquel’, para ser más exactos, que un día de febrero de 1907 se estrena cantando cuplés. Su voz al parecer era tan hermosa que la contratan y puede dejar el taller y sus chismorreos. El contrato asciende a la cantidad de 7 pesetas diarias, que tan sólo seis meses después son 12 pesetas y sobre las tablas del Palacio de Cristal de Barcelona, que espero no sea igual al Palacio de Cristal de Guatemala, un delicioso y afamado restaurante de comida pseudo-china.

      Y fíjese usted que la Raquelita nos salió cusquita. Tengo ante mis ojos una fotografía de ella, de medio perfil, todo pestañas y ojos y una sonrisita apenas insinuada. Y como no es novedad en este mundo de hace un siglo, como no lo es ahora en el segundo milenio, Raquelita se consigue un amante, un alemán de apellido Moeller, de quien adopta su apellido artístico, pero españolizándolo a Meller. Ahora sí, para nosotros y para la historia ya es Raquel Meller, esa ricurita de sonrisa tímida y ojos inmensos… perdón que me ponga querendón, pero la Raquelita todavía levanta polvo…

      Además de hermosa, tiene mucho talento. Su gran debut lo hace en el Teatro Arnau de Barcelona[2] y para junio de 1911 la tenemos en Madrid, cantando en la inauguración del Trianón Palace, en donde comparte tablado con otras tres grandes (y olvidadas) cupletistas: Amalia Molina, Pastora Imperio y una a la que apodaban no muy finamente, por cierto “La Goya”. (A propósito del Trianón y La Goya, recuerdo que una vez en una madrugada de parranda con unos amigos en Mazatenango terminamos tomando la última cerveza y una bolsa de tor-trix en un burdel de paredes de adobe encalado llamado ampulosamente “El Pequeño Trianón”, entre meretrices desdentadas y barrigonas). Perdone usted la intromisión, paciente lector, pero el comentario me pareció ad-hoc para que se dé cuenta que aún en la población más humilde siempre hay una persona que dignifica la localidad con su trabajo y cultura.

      Raquelita ya cobra ahora 40 pesetas al día y para el año siguiente, 1912 ya la tenemos actuando en teatros de más categoría y hasta grabando sus canciones. Su éxito se refleja en su economía: cobra 100 pesetas diarias, que al poco tiempo se vuelven 250 pesetas diarias, ingreso muy por encima del recibido por la competencia.

      Fíjese que Raquel también tenía su carácter. El rey español Alfonso XIII empieza a relamerse los bigotes cuando escucha noticias de ella y la invita para actuar en una fiesta privada. Raquelita, indignada y muy seria le contesta a su majestad que si quiere verla actuar se dé una vueltecita por los teatros en los que canta. El orgullo tiene efecto. El rey acepta del reto y en compañía con su mujer la reina Victoria Eugenia, (el muy descarado), acude al teatro y hasta la espera a que finalice la función para entregarle un ramo de flores. (No hace falta decir que con una monarquía tan pusilánime, España haya decidido proclamar la República veinte años después).

      Aquí ya la vemos en todo su esplendor local. La Meller firma con la casa Odeón un contrato para grabar sus primeros discos y graba un cuplé publicitario para el diario El Liberal, diario para el que colaboraba el periodista guatemalteco Enrique Gómez Carrillo[3].

      Esta mujercita también de talentosa, tenía olfato para los negocios. Un día queda bien impresionada al escuchar una melodía con un argumento melodramático que tenía como eje una corrida de toros. La escucha de la voz de una tal Mari Focela y había pasado sin pena ni gloria. Meller la compra al compositor y un lejano día de 1914 en el escenario de El Dorado (¿quién le pone estos nombres a los teatros? ¡Si parecen nombres de burdeles propios de las riberas del Golfo de Fonseca!), ataviada con un vestido de luto, con mantilla española sobre la frente, con telón negro a su espalda y una suave luz iluminando sus ojitos rasga los corazones de sus admiradores. El éxito es inmediato. La hacen grabar un disco que vende en España y Francia la nada despreciable suma de 100,000 copias. Cuentan que el compositor de la cancioncita, José Padilla, se compra un castillo con los derechos de autor…

Este Padilla tampoco tiene un pelo de tonto y junto con el periodista Eduardo Montesinos compone y musicaliza una nueva canción a la que le pone por título La Violetera. Este señor, algo tramposo y poco leal, le vende los derechos a una tal Carmen Flores por 500 pesetas, pero también se los vende a la Meller, que con su voz la convierte en oro, cual versión femenina del rey Midas. Estos dos éxitos irán con ella siempre a todas partes.

Ya famosa, rica y rebosante de éxito se puede dar el lujo de ir rompiendo corazones. La primera víctima es el pintor valenciano Joaquín Sorolla, que la corteja sin éxito, pero que le pinta un retrato que la demuestra en toda su belleza y soberbia. La pintura la muestra de frente, sentada, en una pose que ahora se me antoja de estreñimiento, pero que habrá pretendido representar a la bella mujer tal cual era, soberbia, bella, insufrible. Tiene el rostro levantado, como si nos viera de soslayo, haciéndonos el favor de notarnos. El cuadro es de 1918.

Parece que este Sorolla era un poco necio. Asediaba a nuestra bella Raquel hasta que ella, perdiendo la paciencia rompió en pedazos varios bocetos que el artista le había regalado. El desprecio terminó allí.

Quien sí tuvo éxito en ganarse tan duro corazón fue nuestro cronista, de quien ya apuntamos arriba trabajaba para el Liberal, Enrique Gómez Carrillo. Como dicen en Guatemala, que más vale un chaquetazo a tiempo que diez años de servicio, Carrillo le dedica una sentida crónica a la artista:

“…Yo la veo todas las noches. Y si no me equivoco, todas las noches la oigo cantar las mismas coplas a los acordes de las mismas musiquillas. Pero no sólo no encuentro nunca que se repita, sino que cada vez me parece asistir a una nueva canción, oír un nuevo acento, extasiarme ante una nueva belleza (…) No hay idea, en efecto, de lo que, con dos inmensos ojos y una boca menuda, con un solo cuerpecillo ondulante y dos brazos ebúrneos, esta bruja puede hacer de prodigios inesperados, pasando de la sencillez aldeana a la alucinante altanería, de la dulzura desfalleciente a la hierática serenidad…”[4]

 

La crónica citada, fue incluida en el Libro de las mujeres, publicado en 1919, y termina diciendo:

 “… Todo su arte, podemos agregar, es un suspiro, una confidencia, un anhelo íntimo. Estudiándola bien, no con métodos analíticos, sino con amor, que es como hay que hacerlo, se nota que no canta más que para sí y para su amante. Variando mucho, siendo altiva y humilde, perversa y sencilla, suave y traviesa, ferviente y ligera; siendo una gran dama y una modistilla, una parisina y una andaluza; siendo buena y mala, cruel y piadosa; siendo múltiple e inexplicable, en suma, es siempre ella misma y no es más que ella; es decir, el más armonioso, el más inquietante y el más divino de los misterios humanos…”

 ¡Y eso que ni la conoce! Pero las palabras que destila don Enrique son miel para cualquier hojuela. La conocerá al fin en París, en el estudio del escultor Mariano Benlliure. Ramón Pujol, autor de Raquel Meller, vida y arte, citado por Alfonso Enrique Barrientos[5], biógrafo de Carrillo, relata que Meller era muy aficionada a participar en tertulias artísticas y en una de ellas conoce a su futuro esposo. Cuenta Pujol: “…Una corte de literatos, pintores, escultores y artistas integran su habitual tertulia. Entre los más asiduos, Manuel Machado, Benlliure, Sorolla, Carlos Vásquez, José Moreno Carbonero… Cierto día, Mariano Benlliure llega acompañado de Gómez Carrillo.” Al parecer allí Cupido hace su trabajo, ambos se habrán visto, se habrán sonreído y el amor, el amor habrá hecho el resto…

Se casan el 7 de septiembre de 1919 ante los oficios del alcalde de Biarritz, un señor de Apellido Forsans. La boda al parecer fue por todo lo alto. Recordemos que Gómez Carrillo era ya un consagrado escritor y periodista y su mujer una artista aclamada en los teatros españoles. Los padrinos de tan fastuosa boda fueron personalidades importantes para su época: el Conde de Romanones[6], quien fuera Presidente del Consejo de Ministros, el escritor Benito Pérez Galdós, autor de los Episodios Nacionales y de la prescindible y deprimente Marianela, el torero Machaquito, quien anduvo por estos lares un lejano 1905[7] y Mariano Benlliure[8], escultor, en cuyo estudio en París se conocieron los dos esposos. Él tiene cuarenta y seis años y ella treinta y uno.

A juzgar por la suspirante crónica que le dedicó su ahora esposo la relación habrá sido un torbellino de pasiones. Aunque Carrillo, poco dado a las confesiones de alcoba nada dice. Discreto, guarda silencio. Un caballero no tiene memoria, dicen por allí. Pero para ponerle pimienta a este texto les cito otro fragmento de su crónica: 

“…¿Y cuando expresa la pasión, no a la manera flamenca, no con rugidos y gemidos, sino suavemente, entre suspiros de voluptuosidad rubia y largas miradas de mendiga que implora caricias por el amor del amor; cuando declarándose, sin rubor, una enfermita de amores que suspira por los besos ‘fieros’ ’fieros’ de su amado; cuando, agitando sus deliciosos brazos cual alas heridas parece a punto de desfallecer de suave voluptuosidad; cuando su rostro se transfigura hasta llegar al éxtasis y al desmayo, en fin…?” 

Esto me deja sudando frío, de sólo imaginarme a la Raquelita y sus ojos inmensos en mis brazos, recibiendo voraces besos, cantando, insinuante: “…Quiero a un hombre que me quiera, / que sea firme y constante;/ y que me lo diga siempre/ no olvidándome un instante.// Eso es lo que yo prefiero,/ el dinero, no lo quiero…”, hasta que me acuerdo que la pobrecita tendría como 150 años para estas fechas… pero toda abuelita tiene su corazoncito…

Para afianzar su vida matrimonial, adoptan una niña, a la que llamarán Elena Gómez Marqués[9], nos relata el escritor guatemalteco José Arzú[10], quien los visitó en 1920 con el enigmático Alfredo Sierra Valle:

 “Al llegar su esposa, Carrillo se ha vuelto un niño –él dice que nunca dejó de serlo-; se sienta en el suelo, y juega con el perrito que, dicho sea sin ofender a sus ilustres dueños, y en honor a la verdad, tiene un pelo tan hirsuto como la cabellera del maestro; embroma con su señora; se ríe de cualquier cosa; hace travesuras de chico malcriado. ¿Es posible que el loco de Gómez Carrillo, el inconstante, el borracho de ensueños y quimeras, el que se ha ‘ha embriagado en todas las copas de la pasión y ha orado en todos los santuarios del mundo’, el que ha cortado rosas en todos los guijarros, se divierte ahora con un falderillo y tenga ternuras de abuelito? Es un milagro de Raquel Meller…”

Otros recuerdos traídos a colación por Barrientos, los cuenta un tal Núñez Alonso, quien comenta En el aniversario de la muerte de Gómez Carrillo: “…No se separaban ni un momento. A todas partes concurrían en estrecha compañía, mirándose el uno al otro, como en una luna de miel. En los restaurantes elegantes, en los grandes hoteles, en las fiestas de lujo, en las representaciones teatrales, en los conciertos, se les veía siempre enlazados del brazo…”

      Al parecer el matrimonio con el famoso cronista la impulsa al escenario internacional, pues para ese 1919 la tenemos cantando en el Teatro Olympia de París. (Al fin, un teatro con un nombre decente). Allí incorpora a su repertorio nuevos cuplés, como Flor de Té y Agua que no has de beber.

Pero el testimonio idílico que nos dan los amigos del periodista contrastan con el que nos ofrece el gran narrador Epaminondas Quintana en su magnífica obra La Generación de 1920, y quien fuera testigo ocular de los hechos siguientes, que pese a su extensión transcribo por su interés:

 

“…un atardecer de Mayo, paseando por el Boulevard des Italiens, con el inolvidable José Arzú, lo divisamos [a Gómez Carrillo] sentado en la terraza del Café Napolitain, frente a una columna de souscoups, los platitos revelaban la cantidad de consumaciones que le habían servido. José Arzú nos arrastró a una mesita vecina y entablamos plática. El famoso cronista estaba más de allá que de acá y nos oía con la mirada perdida, balbuceando de vez en cuando algo con cierta impaciencia. Pronto supimos por qué, cuando de repente irrumpió en la terraza del Napolitain una bella mujer vestida de madrileña de fantasía, que luego se acercó a Gómez Carrillo y diciéndole un montón de groserías en caló gitano, le arrojó con desprecio, cinco o seis billetes de cien francos sobre la mesa y desapareció furiosa como había llegado. Era Raquel Meller la famosa cupletista, esposa del escritor, que en esos días hacía sensación en París cantando La Violetera en el Palace Music Hall de la rue du Faubourg Montmartre. Gómez Carrillo recogió los billetes sin inmutarse, los colocó en su cartera uno por uno, sin decir una sola palabra y volvió a sumergirse en su muda indiferencia. Nos dieron ganas de mentarle a todos sus antepasados, pero preferimos abandonarlo allí tomando sus coñaquitos (…) No supimos más de él…”[11]

       Por razones de este testimonio no nos extrañe pues, que el matrimonio, pese a la pasión, haya durado poco. Se divorciaron en 1922, a penas y dio tiempo para que su esposo invitara a un grupo de escritores de la época para que escribieran textos elogiosos de la cantante para publicar una recopilación. Contribuyeron Benavente, Manuel Machado, Linares Rivas, Martínez Sierra, Guimerá. El libro se tituló Raquel Meller, y fue recuperado en 2009 por la editorial madrileña Reino de Cordelia. Conviene aquí apuntar que de la extraña actitud retraída del cronista también se había dado cuenta su ex esposa Aurora Cáceres, quien en su libro sobre la vida junto a Gómez Carrillo, en una entrada correspondiente al año de 1922 comenta: “…Yo sabía por algunos de sus amigos que pasaba largas horas en el café, donde tomaba aperitivo sin hablar con nadie, haciendo abstracción del público, como si estuviese soñando…” (Esta extraña actitud, ¿habrá sido consecuencia de la neurastenia?).

Pero volvamos al asunto central de este escrito: ambos dejaron constancia de las personales razones del fracaso matrimonial. Ramón Pujol, citado por Barrientos, cuenta que en una entrevista con la Meller ella confesó que el matrimonio terminó por:

 “…incompatibilidad de caracteres, las disputas diarias sin razón, las eternas agriedades conyugales. Dice Tolstoi que en todos los hogares pasa lo mismo, y que cada pareja se figura que sólo ella es desgraciada. Yo no sé hasta qué punto sea cierto esto. Pero lo que sí sé es que cuando, después de una luna de miel admirable y bella se comienza a sentir la realidad burguesa, de las pequeñas contrariedades, de los largos silencios, de las injustas impaciencias; lo más noble, lo más digno de dos seres superiores es decirse adiós francamente (…) cuando se siente ansias de infinito, el cariño no basta. Teníamos, o que conservar nuestro amor como fue durante los tres primeros años de nuestro idilio, o separarnos…”

El rompimiento se debió, al parecer, a que ambos sufrían del síndrome de la prima donna.[12] Como del carácter de Carrillo ya nos referimos en otra parte, en éstos apuntes nos referiremos, bajo peligro de ser considerados parciales, del carácter de la artista, la hermosa de ojos grandes. En un artículo de homenaje a Meller se describe su forma de ser en los siguientes términos: “…extraño y difícil, igual se entregaba y lo daba todo; como al contrario se tornaba arisca y huraña, como gata salvaje…”[13] En otra crónica, de cuyos datos de referencia carezco lastimosamente, se describe a la Meller: “…con un carácter insufrible, dispuesta a insultar a quien se opusiera a sus caprichos…” Imagínense ustedes el coctél explosivo que habrán hecho ambos egos casándose…

Según Edelberto Torres, en su biografía del cronista, el fracaso matrimonial se debió a que a Raquelita “la fama se le subió a la cabeza” y la vida conyugal se hizo cada vez más difícil. No obstante, Gómez Carrillo no guardó nunca sentimientos negativos para con su segunda esposa. Incluso comentó sobre ella: “Raquel y yo nos queríamos, pero no congeniábamos. Fue una verdadera lástima, porque era la única mujer que hubiera podido hacerme feliz.”[14]

Sin embargo, y pese al fracaso matrimonial, la vida de la cantante se fue volviendo cada vez más ajetreada, pues a su éxito devino también en actriz y debía viajar mucho, entre París, Madrid, Nueva York, Buenos Aires, etc. De éste salto a la fama de Meller queda como testigo la portada del número 17 de la revista TIME, correspondiente al 26 de abril de 1926, en el que se le califica de ‘hechicera’. De la crónica de la revista, por su importancia, cito en extenso las impresiones de su actuación:

 “…The lights went down, Meller sang; again the applause was careful, a bit puzzled. Form 9:15 to 10:45 it continued- songs of love, toreadors, religion, clothes- with one long intermission in which the bespangled audience- Anita Loos and Father Duffy, Al Jolson and His Honor the Mayor, and many another more or less notable who had paid $27.50 to be there- crowded out into the lobby to ogle one another. But, at about 10:30, something happened. For the next-to-last of her baker’s dozen of songs, Meller chose Flor del Mal (Flower of Sin). It tells, with the utter simplicity of all Meller’s repertoire, the hopeless, disdainful story of a street girl. Her clothes were shoddy, ill-fitting; her hair slovenly, black about her forehead. Midway in the singing Meller moved out on a little platform almost over the heads of the first row, and lighted a cigarette. She smoked it singing and walked over to learn, dejected, against the stage wall. The song ended and she disappeared. By now the applause was no longer conservative…”[15] 

 

El éxito de Meller en los Estados Unidos fue tal que al llegar a Hollywood ese mismo año, el gran Charles Chaplin, el inolvidable Charlot, le ofreció hacer una película de la que fuera protagonista. Raquelita rechazó el ofrecimiento, pero Chaplin, para no quedarse con las ganas de tener algo de la Meller, aunque fuera el aire, incluyó el cuplé La Violetera en su película City Lights.

Al poco tiempo del éxito de Meller, moría Gómez Carrillo en París, un frío día de noviembre de 1927. Su ex esposa no pudo, o no quiso, ir al entierro, pero mandó un arreglo de flores, que fue tan impresionante que ningún periodista de la época dejó de mencionarlo. Raquelita, discreta, años después ordenó colocar una plaquita en la tumba de Enrique, en la que prometía no olvidarlo jamás. Cargo de conciencia se llama a esto…

Nacida en este mundo como Francisca Marqués López y muerta para la eternidad como Raquel Meller, dejaba este mundo de placeres y éxitos en la habitación número 3 del pabellón 2 del hospital de la Cruz Roja de Barcelona, a las 5:20 de la madrugada del día jueves 26 de julio de 1962. Su cortejo funerario, que recogió las calles de Barcelona fue constituido por 100,000 personas que la acompañaron a su última morada en el cementerio de Montjuic[16].

Triste el destino de los hombres que se van de la tierra. El 19 de febrero de 2008 reportaba el periodista cultural Luis Aceituno desde su columna Lado B del Diario del Gallo: “…la estatuad de Raquel Meller, ubicada en el Paralelo de Barcelona, ha sido retirada de su pedestal hace unos días al parecer, algunos vecinos avisaron al Ayuntamiento que la legendaria cupletista se encontraba sin cabeza, sin brazos y sin su ramo de violetas.”

¡Ave Caesar! ¡Morituri te salutant!




[1] Enrique Gómez Carrillo. Raquel Meller. Reino de Cordelia, España: 2009. Presentación de José Esteban e ilustraciones de Carlos Vásquez. Página 11.

[2] Gómez Carrillo. Op. Cit. Página 12.

[3] De la relación laboral de Gómez Carrillo con el diario El Liberal, Fernando Barango-Solis comenta: “A pesar de las innumerables ofertas que se le hicieron a Enrique Gómez Carrillo para que dejara El Liberal y entrara a formar parte de las redacciones de otros periódicos, él nunca quiso abandonar el diario que dirigía don Miguel Moya y en cuyas columnas había hecho sus primeras armas en el periodismo. Incluso en cierta ocasión, se le ofreció la dirección de un periódico importante en unas condiciones económicas realmente interesantes y la rechazó diciendo: -Yo le estaré eternamente agradecido a don Miguel Moya por haberme sacado de la bohemia y haberme enseñado a trabajar. ‘El Liberal’ es, pues mi casa. Allí nací y allí he de morir. Y como alguien le preguntara que haría si le echaran de El Liberal, contestó resueltamente: -No me iría. Permanecería en la puerta de la redacción y cada vez que pasara don Miguel Moya me inclinaría respetuosamente y le besaría la mano. La gratitud debe ser eterna, o no es gratitud…

Enrique Gómez Carrillo se hizo periodista porque quería ser un hombre útil. La Vanguardia Española, sábado 2 de septiembre de 1972.

[4] Enrique Gómez Carrillo. Páginas Escogidas. Tomo III. Editorial del Ministerio de Educación Pública. Guatemala: 1954. Ver la crónica Raquel Meller.

[5] Alfonso Enrique Barrientos. Enrique Gómez Carrillo. Tipografía Nacional, Guatemala: 1994.

[6] El tal conde de Romanones era todo un estuche de monerías. De nombre verdadero Álvaro de Figueroa y Torres, era hijo del marqués de Villamejor. Dueño de una gran fortuna por herencia de su padre, se volvió uno de los hombres más ricos de España. Incursionó en política, para lo que contaba con un diario de su propiedad, El Globo. Fue un verdadero maestro en el manejo del caciquismo y manipulación electoral y de las componendas típicas de la España de la restauración. Gracias a su influencia se convirtió en un apoyo político del rey Alfonso XIII. Fue Secretario de Instrucción Pública, de Fomento, de Gobernación, de Gracia y Justicia y de Estado. Fue también presidente del Congreso y del Senado y presidió el gobierno en tres ocasiones: 1912 a 1913, de 1915 a 1917 y de 1918 a 1919.

[7] De Rafael González “Machaquito”, nos cuenta el historiador y periodista Héctor Gaitán, que vino a Guatemala en el lejano año de 1905. La caravana que lo llevó a la Plaza de Toros Colonial desfiló a lo largo de la novena avenida, desde el Hotel La Unión, en que se hospedó hasta la plaza en donde haría su actuación. Machaquito iba en un carruaje descubierto, con traje de luces, saludando a la multitud que lo aclamó durante todo el desfile. La plaza de toros quedó destruida por los terremotos de 1917-1918, pero como para su construcción, que databa de 1817, se utilizó piedra, fue necesario dinamitar sus restos. Actualmente es la Plaza Barrios, frente a la antigua estación central del ferrocarril. (La Calle donde tú vives. Tomo 2. Artemis & Edinter, Guatemala: 1989.

[8] Mariano Benlliure, famoso escultor valenciano, cuenta en su haber más de 40 monumentos públicos instalados en toda España. Es autor del monumento al General Martínez Campos (1907), el cual fue instalado, vea usted qué casualidad, en la hermosa y arbolada Plaza de Guatemala del Parque del Retiro de Madrid.

[9] Al parecer Gómez Carrillo tuvo dos hijas: Elena Gómez Marqués, hija adoptiva de Meller y de nuestro cronista, y una niña de la que nos da noticias su biógrafo Mendoza, hija de Carrillo con la poetista Anny Perey, también llamada Helena. La hija adoptiva, Elena se suicidó poco tiempo después de la muerte de su madre, sucedida en 1962, según informa Javier Barreiro en http://javierbarreiro.wordpress.com/category/cuple/, en un artículo titulado Raquel Meller, el misterio y la gloria, subido el 8 de junio de 2012, en donde incluye una interesante fotografía de ambas.

[10] La crónica de Arzú, publicada originalmente en el diario El Imparcial el 30 de noviembre de 1935 es citada por Barrientos en su biografía de Gómez Carrillo.

[11] Epaminondas Quintana. La Generación de 1920. Tipografía Nacional. Guatemala: 1971. Página 309.

[12] Comenta Gerald Martin en la llamada al pie de página correspondiente a Raquel Meller: “Una de las noticias más sensacionales en las primeras semanas de vida de El Imparcial fue la siguiente: ‘Gómez Carrillo, el insigne escritor guatemalteco, se divorcia de Raquel Meller. Lo que él ha declarado a la prensa española sobre las causas de la separación (7 de agosto de 1922). Alejo Carpentier dedica una de sus crónicas más entusiastas a Raquel Meller, Paris-Madrid y la nueva personalidad de Raquel Meller (t.II, pp. 385-389. Salió en Carteles, 16 de julio de 1929). Quintana dice que el enlace fue motivo de gran orgullo para los jóvenes guatemaltecos (p. 308: ‘Cada vez que oíamos a Raquel Meller en su inolvidable ‘La Violetera’ nos acordábamos ufanos de Enrique, uno de su amantes más celebres’), y también recuerda haberla visto con Gómez Carrillo en el Café Napolitain después de la separación.” (Miguel Ángel Asturias. París 1924-1933. Periodismo y creación literaria. ALLCA XX, Madrid: 1997. Pág. 603). Arriba relatamos ese breve encuentro en el Café Napolitain.

[13] Antonio María Serrano. Homenaje de Barcelona a la memoria de Raquel Meller. Diario La Vanguardia española,  22 de marzo de 1966.

[14] Fernando Barango-Solis. Enrique Gómez Carrillo se hizo periodista porque quería ser un hombre útil. Diario La Vanguardia española, sábado 2 de septiembre de 1972.

[15] S/A. Sorceress Meller. Revista Time, 26 de abril de 1926. El artículo ofrece un interesante itinerario de la gira de Meller por los Estados Unidos: “After four performances a week for four weeks (at $6,000 a performance) in Manhattan, she will visit, for a week each, Philadelphia, Boston, Washington, Cleveland, Detroit, Chicago, Los Ángeles, San Francisco.”

El artículo también da su versión, por demás fantasiosa, del matrimonio con Gómez Carrillo: “Meller has been married. Gomez Carillo (sic), her husband, was a powerful South American journalist. Jealous of her success, he had her arrested and almost succeeded in having her detained in an asylum for alleged insanity. The Pope annulled their marriage…” (Al que debían de encerrar en un asilo por ignorante, lunático, mentiroso, es al que escribió la reseña, porque en vez de comentar el matrimonio de la Meller estaba dando su versión de lo que en su estrecha mente, debían ser los matrimonios latinos: tormentas de celos y machos que se deshacen de sus mujeres mandándolas al manicomio cuando no las matan de dos tiros de revólver en una polvorienta calle frente a una cantina de mala muerte).

[16] Con ciertos rasgos biográficos de Meller se hicieron dos películas, ambas interpretadas por Sara Montiel: El último cuplé (1957) y La Violetera (1958).


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