Ciudad de Guatemala, siglo XIX

Imágenes y palabras

Rodrigo Fernández Ordóñez

A María Andrea Batres, por su amistad a prueba de distancias.

 

Imponente vista del Cerro del Carmen y su templo, de las primeras vistas que el viajante tenía de la ciudad, entrando por la garita del camino de El Incienso.

Imponente vista del Cerro del Carmen y su templo, de las primeras vistas que el viajante tenía de la ciudad, entrando por la garita del camino de El Incienso.

Usando como vehículo las hermosas fotografías que de Guatemala hizo Eadward Muybridge durante su estadía en el país (1873-1875) para un álbum de la Pacific Mail Steamship Company, tomamos textos de distintos autores para imaginar un paseo por sus añejas calles, habitación de espantos y figuras legendarias. Resulta interesante mencionar que José Milla es el ojo crítico nacional, que en sus libros Cuadros de costumbres, El libro sin nombre y El canasto del sastre, desnuda a la sociedad guatemalteca de su tiempo, criticándola con mucho humor. Menos risueño resulta Arturo Morelet, quien a juzgar por sus escritos de su paso por ciudad de Guatemala no tuvo una estadía cómoda, interesado principalmente en la naturaleza, la ciudad le pareció gris, chata y aburrida. Las viajeras Helen J. Sanborn y Caroline Salvin, por su parte, tienen una mirada más benévola. Sus textos están llenos de detalles pintorescos, en los que prevalece el optimismo de ver un país predominantemente agrícola que lucha por la modernización. Sus juicios son menos radicales y tienen comentarios provenientes de personas que pasaron una estadía más cómoda y feliz, quizá motivados por una mejor situación económica, que de los tiempos de Morelet a los de ellas, resultaron abismales los 40 años transcurridos entre las visitas.

 

 

-I-

Camino a la ciudad de Guatemala, barranca del Incienso

 

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“Así, cuando oigo a los extranjeros quejarse de que aquí no hay buenos caminos, de que aquí no hay puertos, de que aquí no hay reuniones, de que aquí no hay paseos, de que aquí… quisiera yo cerrar esa interminable letanía de aquí no hay, con un ‘aquí no hay paciencia para aguantarlos a ustedes (…) ¿se necesitan caminos en donde nadie viaja, los que pueden porque no quieren, y los que quieren porque no pueden? ¿Hay necesidad de puertos en donde nada entra y nada sale? ¿Ha de haber reuniones si no hay quien se reúna, ni en donde reunirse, ni de qué hablar? ¿Se han de hacer paseos para que nadie vaya a ellos, como lo tiene acreditado la experiencia, y lo gritarían, si pudieran, los solitarios naranjos y las abandonadas banquetas de la Plaza Vieja?”.

José Milla y Vidaurre

Cuadros de costumbres, 1862

 

-II- 

Vista de la ciudad de Guatemala desde las faldas del cerro del Carmen

 

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“Ya casi no hay huertas, ni jardines, ni baños, ni cocheras; adminículos que nuestro calculador positivismo juzga innecesarios; y en el sitio que antes ocupaban esas partes de la casa, se fabrican hoy casitas separadas, o tiendas que producen algo. El que quiere frutas o legumbres, las manda a comprar al mercado; el que gusta de flores, se priva de ellas o las tiene en uno o dos arriates; el que desea bañarse, se zambulle en la pila, o en los no muy aseados baños públicos; y el coche, si lo hay, se aloja en el zaguán, aún cuando estorbe un poco…”.

José Milla y Vidaurre.

Cuadros de costumbres, 1862.

 

 

-III- 

Iglesia de la Recolección, con una hermosa panorámica de las calles de esa época

 

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“Los encendedores de faroles recorren las calles con sus escaleras de mano (…) Las campanas de los relojes dejan caer desde las torres siete golpes acompasados. Los serenos comienzan a ocupar sus puestos. Millones de estrellas tachonan la azulada bóveda del firmamento. Las calles ya están desiertas (…) Son ya las doce. La ciudad semeja un vasto cementerio. Resuena sobre las baldosas de la acera el paso del sereno que va de una a otra esquina a cantar la hora. ¿Para qué? Tanto valdría que la gritara en medio de un camposanto. Cantar para dormidos, es como cantar para muertos. Nadie la oye…”.

 

José Milla y Vidaurre

Cuadros de costumbres, 1862.

 

-IV-

Goteras de la ciudad, entrada por el camino del Golfo, imagen tomada desde las faldas del Cerro del Carmen

 

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“Como las casas tienen poca elevación, sólo se ven sus tejados, cuya perspectiva uniforme solamente está variada por alguna bóveda o campanario de iglesia. He hecho mención de la decepción que experimentamos en el camino de Chinautla; el mismo aspecto de soledad y abandono reina en las cercanías de la ciudad; no se ven jardines, ni alquerías, ni casas de campo, ni ninguno de estos establecimientos industriales o de utilidad general que nuestras capitales relegan fuera de su recinto. Las primeras casas están cubiertas de bálago y separadas unas de otras por campos rodeados de cercas naturales. Ya la vía pública, de doce metros de anchura, aparece severamente alineada; no hay nada más monótono que esas calles tiradas a cordel que atraviesan la ciudad de parte a parte y continúan hasta el horizonte, donde la vista acaba por encontrar las tintas verdes y azuladas de la campiña”.

 

Arturo Morelet

Viaje a América Central, 1844. 

 

-V- 

Plaza Central, con la fuente de Carlos IV al centro

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“…en el centro se ve una fuente octógona, de arquitectura pesada y de gusto bastante malo, coronado en otro tiempo por la estatua ecuestre del rey Carlos IV, que fue derribada y hecha pedazos, en aquellos tiempos tempestuosos en que las colonias españolas proclamaron su independencia. Sólo el corcel ha quedado en pie, como para hacer sentir mejor la nada de las cosas humanas…”.

 

Arturo Morelet

Viaje a América Central, 1844.

  

“El rey desapareció; era justo. ¿Cómo había de presidir un monarca a una plaza independiente, como la llama con gracia la lápida que está delante de la puerta principal del Ayuntamiento? Un caballo es otra cosa. Allí ha estado desde 1821 hasta 1870, con la cara hacia la catedral y las ancas hacia la antigua audiencia, viendo correr el agua de la fuente, ocupación a que son dados todos los tristes…”. 

José Milla y Vidaurre

Libro sin nombre, 1870.

 

-VI-

Palacio de Gobierno, en uno de los costados de la Plaza Central, ahora ocupado el solar por el parque Centenario

 

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“El centro de la ciudad está ocupado por la plaza de gobierno, vasto rectángulo de 193 metros de longitud por 165 de ancho; allí están reunidos la mayor parte de los edificios nacionales: el palacio del gobierno, antigua residencia de los capitanes generales; el de la municipalidad; el juzgado, donde estaban depositados los archivos de la Confederación, que desde la disolución del pacto federal, han sido dispersados con gran perjuicio suyo; en fin, la casa de moneda y la cárcel. Estas construcciones bajas y uniformes, ocultas por una galería cubierta, sin el menor lujo arquitectónico, se llaman pomposamente palacios…”.

 

Arturo Morelet

Viaje a América Central, 1844.

 

-VII-

Fotografía anónima, aproximadamente de 1865, en ella se ven los “cajones” del mercado que ocupaban buena parte de la Plaza Central de ciudad de Guatemala hasta la construcción del nuevo Mercado Central en la Plaza del Sagrario, a espaldas de la Catedral

 

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“Muchas series de barracas, de la apariencia más miserable, turban la buena armonía de esta plaza; véndese en ellas loza, instrumentos de hierro, objetos de pita y otras mercancías de poco valor; su arriendo forma un artículo del impuesto comunal…”.

Arturo Morelet

Viaje a América Central, 1844.

 

“…entre ella [la fuente] y la iglesia los famosos cajones, tiendas de madera cubiertas de teja, cuyo contenido merece descripción por separado. Al oeste, como también al sur y al norte de la fuente, se instala todos los días el mercado, bajo una especie de quitasoles formados de petates sobre varas, que vulgarmente se llaman sombras. Los cajones y las sombras producen al Ayuntamiento cierta renta anual, pudiéndose ver aquí cómo hay quien pueda sacar dinero aun de una sombra…”.

José Milla y Vidaurre

Libro sin nombre, 1870.

 

 

-VIII- 

Puerta del Incienso, una de las entradas a ciudad de Guatemala

 

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“Pasamos por un portal y estábamos dentro del radio de la ciudad de Guatemala. Se veía bella, blanca, bien construida. El teatro, con partes de teja roja en su construcción, y las cúpulas de la catedral formaban los rasgos más llamativos. Las calles le recordaban a uno los pueblos italianos del norte- execrablemente pavimentadas, casas de un piso con ventanas grandes y bajas…”.

Caroline Salvin

A Pocket’s Eden

(Lunes, 2 de junio de 1873).

 

-IX-

Hermosa panorámica de la actual doce avenida, en la que se pueden observar las espaldas del templo de La Merced y del hermoso Teatro Nacional, después bautizado como Teatro Colón

 

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“Las calles, anchas y rectas, lucen bien pavimentadas. Los caminos de carruajes corren por todos lados, y justo la noche antes de marcharnos introdujeron el alumbrado eléctrico citadino. Los edificios públicos se alternan con los parques, plazas y lindos jardines. A nosotros nos pareció una ciudad realmente encantadora, y disfrutamos las dos cortas semanas de nuestra estadía”.

 

Helen J. Sanborn

Un invierno en Centro América y México, 1884.

 

 

-X- 

Fachada de la Sociedad Económica, importante institución que durante finales del siglo XIX apoyó el desarrollo del país, patrocinando investigaciones y publicaciones sobre agricultura, caminos, puertos, industria, etcétera. En la siguiente fotografía se puede apreciar el interior del edificio.

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“Las casas, casi todas de un solo nivel, a causa de los temblores, en su mayoría son grandes y cómodas. La arquitectura se asemeja a la del sur de España. Todas las viviendas, construidas en forma de un cuadro abierto, tienen un patio interior, donde crecen árboles y flores, en un ambiente hermoso. Nada pretenciosas en su exterior, las casas tienen blancas paredes a la calle con ventanas enrejadas, y una puerta enorme, sólida como la de una cárcel. Cuando ésta se abre al requerimiento de pesados tocadores, el visitante es introducido al patio interior, un lugar de fresco encanto y verdes borbollantes…”.

 

Helen J. Sanborn

Un invierno en Centro América y México, 1884.


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