Anónimo, «Fresco de la Tauromaquia del Palacio de Knossos». Fresco, en torno al 1500 a.C.

Julián González Gómez

Fresco_Palacio_Knossos

Desde su descubrimiento en el siglo XIX, la civilización Cretense nos ha fascinado por su frescura y originalidad, producto de su condición de civilización marinera, cuyos barcos surcaban el mediterráneo desde la más remota antigüedad, partiendo de los puertos de la isla que era su patria: Creta. Su principal centro fue el Palacio de Knossos, una espectacular estructura levantada sobre las laderas de un monte, lo que permitía a sus ocupantes divisar buena parte de la costa sin obstáculos y así ver las naves que iban y venían del puerto. Este palacio ya era famoso en la Grecia antigua, pues se le consideraba la sede del laberinto, lugar entre mágico y religioso donde vivía el mítico minotauro.

Los griegos llamaban Minos al gobernante de esta civilización, quien tenía preso al minotauro en los oscuros y estrechos pabellones del palacio, que era el propio laberinto y así no le era posible escapar de su cautiverio. Al monstruo, con cuerpo de hombre y cabeza de toro, se le ofrendaban periódicamente jóvenes hombres y mujeres para que se los comiera. Según la leyenda, un joven ateniense llamado Teseo se dispuso a matar al minotauro y para ello se dirigió a la isla de Creta. Al llegar conoció a Ariadna, quien era la hija de Minos y ambos se enamoraron; entonces fraguaron un plan para que Teseo pudiera salir del laberinto después de matar al Minotauro. Ariadna le entregó al héroe un ovillo de hilo y este empezó a desenrollarlo desde que entró a los pasadizos del laberinto para encontrarse con el minotauro; luego, pudo matar al monstruo y al fin logró salir siguiendo el trayecto que había dejado el hilo en su recorrido.

Leyendas aparte, la civilización Cretense, llamada también Minoica, floreció en Creta durante un largo período, cuyo mayor apogeo se ha datado del 2600 al 1400 a.C. En esta época se construyó el gran Palacio de Knossos, la sede del poder real y residencia de la corte. En el ala este del palacio fue hallado el mural que aquí se presenta. Los primeros vestigios de esta civilización datan de un período mucho más antiguo, en torno a 7000 años a.C. Se desconoce la procedencia de los habitantes de Creta, pero se supone que provienen de una rama de la cultura indoeuropea. Tampoco se sabe cuál era su lengua, pero se ha encontrado algunas inscripciones con una escritura que no se ha podido descifrar. Para los tiempos de la guerra de Troya, en torno a 1200 años a.C. el apogeo de la civilización cretense o minoica ya había desaparecido. Se desconocen las causas de su extinción, pero los investigadores han barajado algunas teorías acerca de ella, dentro de las cuales predominan algunas que aseveran que fue un cataclismo el causante de su desaparición. Desde hace ya algunos años se ha impuesto la hipótesis de que la civilización Minoica pereció a causa de la erupción de un gran volcán que se ubicaba en la isla Santorini, distante unos cientos de kilómetros de Creta. Esta erupción, datada en fecha muy cercana a la desaparición de la civilización Minoica, debió provocar un gigantesco Tsunami que devastó las costas de Creta y con ello destruyó los puertos, desde los cuales zarpaban y a los que llegaban los barcos de carga, que eran la base de la economía comercial de los cretenses. Lo cierto es que esta cultura tuvo su fin en un período muy corto de tiempo y nunca más se volvió a saber nada de ella, hasta hace poco más de un siglo, cuando el arqueólogo inglés Arthur Evans descubrió y excavó el Palacio de Knossos.

Los vestigios que se han descubierto en todos los yacimientos arqueológicos de Creta nos hablan de una civilización rica y altamente sofisticada. Dentro de estos hallazgos destacan no solo los restos de los grandes palacios, sino también un arte de muy alta calidad estética que se manifestó en su cerámica, joyería, escultura y sobre todo en los frescos pintados en las paredes, que nos muestran los aspectos cotidianos de la vida de estas personas. Gracias a ellos podemos ver los rostros y cuerpos de los cretenses, los cuales tienen en su totalidad un aire que se podría decir que es “moderno” y en el cual hombres y mujeres gozaban de igualdad de condiciones. Es notorio que en la mayoría de estos frescos, pintados de vivos colores y milagrosamente conservados en muy buen estado, los protagonistas son siempre gente joven, sana y vigorosa. Los hombres vestían apenas un pequeño faldín y su torso estaba desnudo, al igual que el de las mujeres, que mostraban abiertamente sus senos. Ambos sexos participaban por igual en los rituales y las procesiones de veneración de los dioses, con una energía manifiesta y una especie de “alegría de vivir” que se nos antoja muy poco común en comparación con la gravedad de las ceremonias de otros pueblos de esa época, como los egipcios o los babilónicos. Los cretenses se nos figuran como un pueblo feliz y próspero, de comerciantes marítimos que rendían culto a las divinidades de la naturaleza y la vida gozosa.

Este fresco del Palacio de Knossos nos muestra un ritual cretense que a la vez era una especie de deporte: el salto del toro. De acuerdo a su interpretación, este acrobático rito consistía en tres etapas bien diferenciadas: en la primera etapa, un atlético joven se ha acercado por el frente al gran toro que lo embiste y al que toma por los cuernos para impulsarse por sobre su testuz; en la segunda etapa, el atleta salta por encima del toro dando una vuelta en el aire con las piernas hacia arriba, sorteando el torso del animal y en la tercera etapa, el atleta cae de pie, en sentido inverso al que acometió al toro. Esta representación del salto del toro no es la única que se ha encontrado, ya que existen otros frescos de la misma y en algunos se puede ver que incluso las mujeres practicaban este peligroso rito.

El naturalismo de la representación nos deja asombrados y su colorido es verdaderamente encantador. Rodeado por un marco con diseños de volutas y rectángulos, su proporción muy horizontal se adaptó al espacio del muro, sobre el vano de una puerta. La plástica es sintética y estilizada, representando solamente aquellos elementos que afirman el vibrante movimiento y el dinamismo de la escena. La curva que define el perfil del cuerpo del toro es a la vez potente y elástica, confirmando las cualidades de potencia y elasticidad de este noble animal. Las figuras de los jóvenes atletas, de estrechas cinturas y brazos y piernas muy largos, nos comentan también sobre las cualidades de potencia y flexibilidad necesarias para llevar a cabo la proeza de este salto. Sirva este espacio como homenaje a esa antigua civilización, que nos legó la inconmensurable belleza de su arte, quizás ingenuo, pero colmado de una vibrante energía.


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